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Opinión
Camino por València y pienso en Palestina
Estoy familiarizada con esta energía; con esta profunda compasión que se convierte en momentum para empujarnos hacia adelante. Estoy familiarizada con esta unidad; con este desafío; con esta rabia que nos une. Estoy familiarizada con esta autoorganización, con esta ausencia de Estado, con esta negligencia del liderazgo. Estoy familiarizada con esta corrupción, con este desvalijamiento de lo público, con el oportunismo político.
¿Fue en mayo de 2021, cuando estallaron las protestas de solidaridad con el barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén, y seguidamente comenzó el bombardeo de Gaza? Recuerdo vívidamente ese día. Nos reunimos en Haifa para organizar clínicas ambulatorias y proporcionar asistencia legal gratuita a los detenidos y a todos aquellos que perdieron sus empleos por comprometerse con la huelga general. Una historia similar, aunque no igual. Me interesan menos las diferencias entre aquel momento en Haifa y este momento aquí en València. Me interesa más lo similar: el sentimiento invencible de unidad frente a la desolación y adversidad.
Este es mi segundo año viviendo en València como estudiante de medicina. La decisión de dejar mi hogar, es decir, la casa de mis padres en Galilea y los hermosos campos de olivos que la rodean, no fue fácil. València me ofreció una calidez que no encontré en otras ciudades. Un color particular, el naranja de sus campos; unas vistas, el infinito mar Mediterráneo y sus paseos llenos de palmeras, y una sensación, la extrema familiaridad con Palestina. No paro de preguntarme cómo, de todos los rincones del mundo, terminé precisamente en la otra punta del mar mediterráneo. De un Levante a otro.
El viernes 1 de noviembre llegué a Paiporta a pie desde el estudiantil barrio de Amistat, y solo entonces pude percibir el nivel de destrucción y desastre causado por la dana. Nos movíamos como hormigas diligentes ayudando en todo lo que podíamos en calles llenas de escombros, coches tirados uno encima del otro y vecinos preocupados y tristes. Al mediodía, cuando tomamos una pausa, pude parar a reflexionar sobre la situación: esta sociedad, pese a ser imperfecta, puede funcionar. Es una sociedad unida frente al shock, especialmente cuando el gobierno no cumple su papel.
Numerosos medios de comunicación informan del retraso por parte de la Generalitat Valenciana en alertar al público sobre el desastre inminente, y más tarde en retrasar la llegada de las tropas de rescate de otras comunidades autónomas. En el grupo de la universidad nos ha llegado el aviso de la cancelación de todas las actividades docentes ya desde el lunes (28 de octubre a las 23:06). Saber que estas empresas y entidades oficiales a las que sí les ha llegó el aviso decidieron no tomarlo en serio, refuerza esta creencia popular de que “solo el pueblo salva al pueblo”, o como se dice también en árabe: سﺎﻧﻟاسﺎﻧﻠﻟ (el nas lil nas).
Cada mes durante los últimos 14 meses, las calles de València pidieron un alto el fuego y un fin de la venta de armas al Estado genocida de Israel
Cuando vi el llamamiento público de voluntarios en los pueblos, no me lo pensé dos veces y me sumé con la motivación de apoyar a la comunidad que me ha dado tanto. No solo ha aliviado mis síntomas de nostalgia con su calidez y topografía, sino también con su gente empática y solidaria. Cada mes durante los últimos 14 meses, las calles de València pidieron un alto el fuego y un fin de la venta de armas al Estado genocida de Israel.
Puede parecer algo egocéntrico decir que mientras caminaba por las calles de Paiporta, pensaba en Palestina. Mi comunidad lleva viviendo el desastre diariamente los últimos 400 días, sin parar ni enterrar sus muertos con dignidad. Aquí estoy, en Paiporta, caminando entre escombros y multitudes, intentando ayudar en lo que puedo, con la intención de vencer este sentimiento colectivo de impotencia. Este verano volví a la casa de mis padres, donde el Estado sigue ejerciendo una fuerte censura hacia cualquier persona que muestre afinidad con las víctimas del genocidio. Estamos en nuestras tierras teniendo prohibido el derecho fundamental de expresarnos u organizarnos para ayudar. La impotencia es tan fuerte que los miembros de mi comunidad se han refugiado en la negación. Este verano vi las fiestas de bodas en las calles y las promociones del trabajo, mientras se podía escuchar la explosión de los misiles por la cúpula de hierro en la frontera en el norte. Era una situación surrealista.
Estar en València durante este desastre me ha permitido romper este ciclo de impotencia. A veces no puedo evitar preguntarme cómo sería ir de voluntaria a Palestina. ¿Qué se sentiría al caminar por el campo de Yabalia y levantar los escombros? ¿Qué se sentiría al limpiar las playas de Rafah y barrer los callejones de Jerusalén? Recuerdo un poema de la poeta polaca Wisława Szymborska que comienza con estos versos: “Después de cada guerra/alguien tiene que limpiar./Las cosas no se van a arreglar por sí mismas”.
Pensar en Palestina mientras estoy en L’Horta Sud no puede ser egocéntrico, porque no pretende desviar la atención del desastre de València a Palestina, sino encontrar un punto común de solidaridad que nos haga más fuertes y más resilientes; donde nos ayudemos y aprendamos el uno del otro. Nos encontramos en una misma situación, donde estamos obligados a disociar para poder seguir con el trabajo y nuestras responsabilidades.
Asimismo, después de anunciar un alto al fuego entre el Líbano e Israel el 27 de noviembre, salieron muchos vídeos de ciudadanos libaneses volviendo a sus casas y pueblos en el sur del país. Una fila infinita de coches yendo hacía el sur interrumpida por personas dando flores y dulces a la gente en sus coches. En otro vídeo, el equipo de la defensa civil baila el dabke —baile tradicional del Levante—, en un círculo en medio de un pueblo destruido con edificios bombardeados en el fondo. Ver la alegría del pueblo libanés me ha restaurado la esperanza en el futuro: a pesar del dolor y la disonancia del momento, esta incapacidad de sentir y residir constantemente en estado de negación para sobrevivir, va a acabar el momento que haya un alto al fuego, la gente va a salir a las calles y va a festejar. No quiere decir que no haya duelo sobre la pérdida inmensa en la guerra, sino que el amor por la vida es más fuerte que el sufrimiento de la muerte.
Llevo catorce meses estudiando y llevando una vida normal mientras mi corazón está en Palestina, ansioso y temeroso. En este punto común de desastre, hay dolor, sufrimiento y mucha pérdida; hay rabia e injusticia, y al mismo tiempo hay resiliencia y resistencia. Asimismo, en este punto me encuentras con la mano extendida invitando a aquellas personas que conozco aquí que les cuesta demostrar empatía por mi pueblo, les invito para compartir el duelo, la rabia y la tristeza, y saber que la lucha en València para lograr la justicia por las vidas inocentes que hemos perdido es también una lucha para la justicia en Palestina.
Volviendo al punto de partida: estoy llegando al final de la calle San Vicent Mártir en València, pasando por Cruz Cubierta hasta las ciudades del sur que han sido afectadas por la dana. Camino junto a miles de voluntarios como yo, que se mueven por algo que el capitalismo y el imperio aborrecen: el amor al pueblo, la unidad del pueblo. Camino por València y pienso en Palestina. Ojalá algún día انءﺎﺷﷲ.