Opinión
El camino de la paz: Maixabel y la simplicidad del bien

La reconciliación es la herramienta de paz que reconoce con lealtad la realidad y el daño cometido, sin equidistancias y con la mirada amplia y sensible desde la humanidad involucrada.
Fotograma Maixabel
Fotograma de la película 'Maixabel'

Feminista, corista y profesora de derecho del trabajo (UCLM).

11 nov 2023 06:00

El 4 de octubre de 2021 escribí un texto sobre la reconciliación. Salía del cine, de ver Maixabel, la controvertida película de Iciar Bollaín. No me atreví a publicarlo entonces por respeto a la herida que se estaba también ventilando a través de esa ventana abierta, que es el arte del cine.

Hoy, con la masacre palestina en vivo, los pactos para el próximo Gobierno del Estado español sobre la mesa y la flagrante pobreza de mi barrio de Lavapiés en Madrid, siento que llegó el momento. Y así escribí hace dos años:

Vengo del cine. Como se desea volver del cine: hirviendo. Bullendo de emociones, de pensamientos sin orden, de nudos, de alguna certeza, de agradecimiento.

La certeza es clara: la ejecución de la violencia armada no es la mediación para llegar a un lugar mejor. Quizás pueda servir para resistir un mal mayor, pero quién mide el bien y el mal. El respeto a la vida como límite insoslayable. Eso las mujeres lo saben bien y únicamente acuden a la violencia —normalmente consigo— cuando la vida es peor que morirse.

Sigo anudada sin entender qué pasa entre el deseo de un mundo mejor y ponerte a matar a la gente de ese mundo peor

Maixabel Lasa e Icíar Bollaín son de esas mujeres que procuran salirse de la dialéctica del poder patriarcal. Y lo consiguen, lo que tiene mucho valor porque eso son las verdaderas conquistas civilizatorias. Gracias, queridas compañeras. A Maixabel por ser tan fuerte, tan valiente, tan buena, tan inteligente y tan generosa de saber que la reconciliación es la manera de hacer justicia y de vivir en paz. Te agradezco por ponerte todo un orden de guerra por montera, después de que tu compañero fuera asesinado, y hacer política verdadera, de esa que nace de la entraña y cambia el rumbo de la historia de las personas. Tú, una mujer, una madre concreta y también simbólica, conseguiste reunirte con los victimarios. Supieron que en ti, en tus maneras, estaba el camino de cuidar la paz, de consolar en algo su sufrimiento. Icíar, a ti te agradezco que lo cuentes, que ofrezcas oxígeno, que liberes el relato de la justicia para que cunda y deje huellas que seguir.

Y las preguntas se me agolpan entorno a los hombres que hicieron todo eso. Razones para hacer justicia con el sistema de opresión nos sobran. No es eso. Es que son nuestros hombres: los que desde bien jóvenes querían un mundo mejor y no solo para Euskal Herria sino para todos los pueblos oprimidos del mundo. De aquellos hombres que conocían y colaboraban con muchos de los movimientos de liberación de América Latina, de África, de Oriente Medio.

El patriarcado es poder sobre los cuerpos por encima de todo lo demás. Es poder sobre los cuerpos de las mujeres y también de otros hombres y territorios, empezando por la propia casa

¿Qué salto se da, para un hombre, entre hacer de verdad política de izquierdas y asesinar a otras personas? Y ellos responden a Maixabel: pasa que no piensas, que obedeces órdenes, que tienes que seguir porque parar es darte cuenta de lo que has hecho. Y yo sigo anudada sin entender qué pasa entre el deseo de un mundo mejor y ponerte a matar a la gente de ese mundo peor.

El patriarcado es poder sobre los cuerpos por encima de todo lo demás. Es poder sobre los cuerpos de las mujeres y también de otros hombres y territorios, empezando por la propia casa. Un poder que necesita alimentarse y que quedaría correctamente legitimado —en el lenguaje de las ideas— en la lucha contra el poder que otros quieren imponerle o, más generosamente aún, en la liberación de pueblos sometidos que no son el propio. Y, en ese terreno movedizo y peligroso que no reconoce el origen de la vida, un día desaparece hasta el horizonte y la causa del impulso se queda esquelética y sola. Un acto de poder sobre los cuerpos que, a ojos ciegos y corazón helado, se resuelve en rifar quién mata sin saber ni siquiera a quién. Como no sabían quién era Juan María Jáuregui sus asesinos: no sabían quién era. Sin más. La banalidad del mal. Y entonces ¿el acto asesino de uno de mis camaradas es tan banal como uno de Eichmann, un trabajador del nazismo en un campo de concentración?

En el proceso de paz propia y colectiva, muchos de esos hombres y algunas mujeres se desmarcaron ya en la cárcel de la ETA de esos años y otros muchos han participado luego de diálogos y de encuentros con las víctimas. Cuando pararon —en la cárcel— y salieron de la vorágine del poder sobre los cuerpos, muchos se dieron cuenta de la monstruosidad cometida. Sin excusas: fuera cual fuera la contrapartida atroz cometida por el poder español.

La reconciliación es un acto político que admite la enmienda, el perdón y la sanación

Y es entonces, en medio de esa vorágine de muerte, cuando Maixabel reconoce en sí, en su dolor y en el de su hija, la simplicidad del bien. La reconoce en su marido, que fue de ETA en los 70, y que hubiera sido capaz de hablar con sus asesinos. Reconoce la simplicidad del bien en la necesidad de vivir en paz y sin escoltas. Y, con la inspiración que viene del cuidado del amor por ti y por quienes vienen después de ti, entiende que el camino es el encuentro y la palabra con los violentos. Y, como tantas veces, hay otra mujer que media y ayuda a las dos partes a encontrarse y poderse mirar sin abismarse en la violencia del rencor o de la profunda vergüenza por la barbarie cometida.

Se sientan a hablar en una misma mesa y en un mismo coche las dos partes de ese odioso vínculo de dolor. Y podemos sentir en las entretelas la importancia de ir más allá del silencio, de preguntar y entender lo inhumano, de pedir perdón, de sentir compasión y concordia con todas las madres que han parido vida y no entienden de someter ningún cuerpo hasta su muerte.

La reconciliación o la simplicidad del bien entonces acontece en los dos lados, más allá de la dialéctica de la oposición. Es la herramienta de paz que reconoce con lealtad la realidad y el daño cometido, sin equidistancias y con la mirada amplia y sensible desde la humanidad involucrada. Es un acto político que admite la enmienda, el perdón y la sanación. Y entonces se hace justicia, que es el cuidado del amor.”

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