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Entrada del festival Madcool en la edición 2022. David F. Sabadell

Música
Sé lo que hicisteis el último verano: pasarlo mal en un festival de música

El regreso de la temporada estival de festivales musicales está resultando accidentado. A las numerosas cancelaciones se suman las denuncias por el trato abusivo que recibe el público asistente.

Se esperaba la llegada de los festivales de música con mucha expectación. Tras casi dos años de apagón e incertidumbre por las medidas contra el covid19, promotores, músicos y público habían subrayado el verano de 2022 como el del reencuentro en los festivales, actividad que en la última década ha situado a España a la cabeza de un tipo de turismo, local y extranjero, atraído por estos eventos musicales masivos, con cifras de venta de entradas superiores a los 400 millones de euros anuales. En 2021, tras el hundimiento provocado el año anterior por la pandemia, ingresaron 157 millones de euros en los casi mil festivales organizados por todo el territorio español, un 13% más que en 2020 y un 55% menos que en 2019, según la Asociación de Promotores Musicales (APM).

Y la respuesta ha sido, por un lado, apabullante: más festivales que nunca, con el regreso de citas veteranas y la aparición de otras nuevas, más aquellos pospuestos en 2020 y 2021, y registrando cifras de asistencia mareantes. El Viña Rock abrió la temporada en Villarrobledo (Albacete) el último fin de semana de abril con más de 240.000 asistentes; por el Low Festival de Benidorm pasaron 73.000 personas durante sus tres días a finales de julio; la primera edición de Granca Live Fest en Las Palmas de Gran Canaria los días 8 y 9 de julio congregó a más de 30.000 asistentes; y el balance de las 47 noches de las Noches del Botánico en Madrid superó las 120.000 entradas vendidas.

Pero, por otro lado, junto a los números que hablan de una industria en recuperación, los titulares de este verano referidos a los festivales se han llenado de cancelaciones a pocos días de su celebración y denuncias por el trato que recibe el público, la falta de atención y los deficientes servicios que prestan algunos eventos. Abusos de todo tipo que retratan la otra cara de un modelo de ocio que promete más de lo que efectivamente entrega.

El 2 de agosto se conoció que la Dirección General de Consumo y Mercados del Ayuntamiento de Sevilla ha impuesto una multa de 12.000 euros a Festival Musical Interestelar AIE, la empresa promotora del evento del mismo nombre celebrado los días 20 y 21 de mayo en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) en la Isla de la Cartuja, por impedir a los usuarios el acceso con comida y bebida del exterior. Tras atender la denuncia presentada por la asociación de consumidores Facua, el organismo municipal considera que la empresa incurrió en una infracción grave del artículo 7.2 de la Ley 13/1999 de 15 de Diciembre, de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas de Andalucía, para la que están previstas sanciones de entre 300,51 y 30.050,61 euros. En un decreto del 25 de julio, la directora general de Consumo y Mercados, Isabel María Cuadrado, señala que “no siendo establecimiento de hostelería o de ocio y esparcimiento”, la empresa “no puede establecer las condiciones de admisión”, como había planteado Facua en su demanda al entender que un festival no puede ser considerado como establecimiento de hostelería aunque dentro del recinto se desarrolle la actividad hostelera de forma accesoria a la principal.

“Hay un cúmulo de irregularidades que se están produciendo en los festivales y el problema es que no están trascendiendo actuaciones sancionadoras potentes por parte de las administraciones”, valora Rubén Sánchez, portavoz de Facua

“Hay un cúmulo de irregularidades que se están produciendo en los festivales y el problema es que no están trascendiendo actuaciones sancionadoras potentes por parte de las administraciones que puedan trasladar al empresariado la idea de que cometer abusos y fraudes puede tener consecuencias contundentes”, valora Rubén Sánchez, secretario general de Facua, quien considera que esta multa puede servir como aviso para navegantes, aunque, en su opinión, la cuantía “debería haber sido bastante más alta teniendo en cuenta la envergadura que tuvo el evento”. Para el portavoz de Facua, “hay demasiados empresarios que están lanzándose a montar eventos sin calidad suficiente, con deficiencias en materia de sonido, aprovechándose de esa forma de chantajear al usuario indicándole que no puede entrar con comida ni bebida y cobrándole dentro un pastizal por cualquier producto. Hay festivales que llegan al extremo de no dejarte salir o cobrarte un extra por ello”.

“Hubo gente esperando siete horas para poder salir, sin agua ni sombra y con un espectáculo dantesco de desmayos y vómitos por golpes de calor”, denuncia un asistente al festival de Monegros

El sábado 30 de julio regresó el Monegros Desert Festival, cita clave para amantes de la música electrónica que llevaba siete años sin abrir sus puertas. Allí, en el desierto oscense, hubo celebración y fiesta pero también riesgo y quejas. “La falta de organización y medios fue algo increíble y muy peligroso por la localización del evento”, lamenta una persona asistente al festival que prefiere mantener el anonimato. Asegura que no se podía salir del recinto y que “había únicamente tres puntos de agua, que además dejaron de funcionar, para 55.000 personas. En las barras vendían botellas de medio litro de agua caliente a cuatro euros. Había muy pocos baños y no los limpiaron ni una sola vez”. Aunque reconoce que el festival tiene un impacto económico positivo en la región, estima que “no se pueden hacer las cosas así, se les fue completamente de las manos. Hubo gente esperando siete horas para poder salir, sin agua ni sombra y con un espectáculo dantesco de desmayos y vómitos por golpes de calor”. En la plataforma Change.org se ha organizado una petición de denuncia colectiva a la organización del festival por estos hechos. Algo similar ocurrió en la octava edición del Iboga Summer Festival, que tuvo lugar del 27 al 30 de julio en la Playa de Tavernes de la Valldigna (Valencia), donde numerosos asistentes han denunciado la mala organización de la zona de acampada, la escasez de sombras y de agua y la falta de limpieza de los baños. También se ha abierto una recogida de firmas en Change.org.

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Stand de Uber en el festival Madcool en la edición 2022. David F. Sabadell

En el caso del festival Mad Cool, celebrado en Madrid entre el 6 y el 10 de julio, las quejas del público se centraron en las opciones de transporte para el regreso después de los conciertos. La organización privilegió a Uber, patrocinador destacado del evento, frente al servicio de taxis, a los que impidió acercarse a la entrada principal, con lo que se pagaron hasta 100 euros por un trayecto de vuelta, dado que los VTC no tienen una tarifa regulada sino que fijan el precio en función de la demanda y los vehículos disponibles. Mad Cool llegó a reunir a 70.000 personas en cada una de sus tres primeras noches.

Festivales caros, prestaciones low cost

“A medida que los festivales crecen en número de asistentes, el trato al público en general se resiente. Por un lado, es natural. Cierta incomodidad es inevitable cuando se trata de eventos masivos, sean conciertos, partidos de fútbol o manifestaciones, y la gente que asiste a esos eventos tiene que saber que no es lo mismo que ir a un teatro o ver una peli en casa. No se puede ir a un festival y llegar ya enfadado. Dicho esto, hay diferentes niveles y maneras de tratar al público y no todos son de buena fe. No creo que haya muchos casos que lleguen a la estafa, pero más de uno habrá, seguro”. Quien así se expresa es Joan Vich, que trabajó para el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) entre 1995 y 2020, desde los años en que se llamaba Festival Independiente y tenía mucha relación con la sala Maravillas de Madrid hasta la entrada de capital británico y, finalmente, la venta en 2019 a The Music Republic, promotora que organiza varios festivales grandes. Una trayectoria que ejemplifica lo que ha sido la consolidación del negocio de los festivales de música en España, desde las iniciativas creadas en los márgenes y sin demasiadas pretensiones hasta la conversión en la opción de ocio y vacaciones casi única y mayoritaria para menores de 40 años con cierto poder adquisitivo. Vich hizo de todo en el FIB, desde poner copas a terminar siendo codirector del festival. Este año ha recopilado recuerdos, anécdotas y vivencias de ese cuarto de siglo en el libro Aquí vivía yo, publicado por Libros del K.O. En su opinión, lo que está sucediendo en 2022 en los festivales viene muy marcado por la coyuntura postpandémica: “Se ha juntado la enorme cantidad de eventos, no solo festivales, tanto consolidados como de nueva creación, con una falta de infraestructuras y de personal cualificado, gente que se ha tenido que buscar la vida por otro lado después de dos años de parón. Es como la tormenta perfecta: hay que sacar adelante más trabajo del habitual, con menos medios y menos personal que nunca”.

“El trato abusivo al público y las estratagemas cada vez menos sutiles a la hora de sablearle un dinero extra es una tendencia que ha ido creciendo desde la década del 2000 y, sobre todo, del 2010”, opina el periodista David Saavedra

Para el periodista David Saavedra, esta película se estrenó ya hace mucho: “El trato abusivo al público y las estratagemas cada vez menos sutiles a la hora de sablearle un dinero extra es una tendencia que ha ido creciendo desde la década del 2000 y, sobre todo, del 2010. Probablemente, los dos años de pérdidas en el sector debido a la pandemia pueden haber llevado a algunos festivales a acelerar esta tendencia para recuperar dinero más rápido”.

Saavedra, crítico musical de amplia experiencia y autor de Festivales de España, una guía editada por Anaya Touring, explica que “hay prácticas que se han hecho habituales en los últimos años que ya se dan por sentadas, como la prohibición de entrar con comida o de volver a entrar en el recinto una vez que sales, a lo que este año se han sumado un montón de estratagemas para cobrar extras por cosas que antes eran derechos garantizados, desde tener acceso preferente al recinto, poder ducharte en la acampada o cambiar el nombre del titular del abono”. Él habla de una “ryanairización de los festivales”, ya que entiende que muchos macroeventos musicales se comportan de forma “bastante similar a las tácticas que usan las líneas aéreas de bajo coste”, aunque señala que hay grados y que siguen existiendo festivales “que cuidan al público y a los grupos grandes y pequeños y otros que siguen una tendencia más empresarial, más de ‘esto es un negocio y vamos a sacarle el máximo rendimiento posible’”. También deja una reflexión pertinente sobre la evolución de los festivales tras los dos últimos años: “Al igual que pensé que la pandemia realmente nos iba a hacer conscientes de que no había más camino que decrecer, estaba convencido de que los festivales iban a ir por ahí, pero ha sido al contrario, y han seguido la misma tendencia del capitalismo de la nueva normalidad, del mercado de la vivienda o la industria turística: no solo no han querido decrecer, sino que han intentado recuperar el tiempo perdido creciendo más, en número de días, en aforo... Básicamente, aquello de burro grande, ande o no ande. Yo pensaba que era el momento del reseteo y la regeneración, de festivales más pequeños y sostenibles, con un mayor mimo al público y a los artistas... Y al final, parece que ese tipo de festivales son los que más están sufriendo la crisis”.

Sin documentos no hay festival

El goteo de cancelaciones de festivales ha sido constante durante este verano horribilis y contradictorio, de grandes cifras y sonadas caídas. Los motivos han sido variados. El Fan Fan Fest que se iba a celebrar el 9 de junio en Ifema (Madrid) finalmente no lo hizo porque la organización no aportó documentación relativa a la seguridad y el recinto ferial decidió suspender el evento. El Metal Paradise, reunión heavy en Fuengirola (Málaga) prevista para mediados de julio, se aplazó por las siguientes razones, según el comunicado difundido: “Los costes de producción de este tipo de eventos se han visto incrementados a niveles nunca vistos, hay falta de personal y, en añadido, la respuesta de los asistentes ha sido limitada en comparación con otros años”. En Valencia, el Diversity —con Christina Aguilera e Iggy Pop como cabezas de cartel— se cayó una semana antes de su apertura por falta de patrocinadores, según sus promotores. La decimoquinta edición de Músicos en la Naturaleza, que se iba a celebrar el 23 de julio en Hoyos del Espino (Ávila), fue cancelada tras la resolución emitida por la Agencia de Protección Civil de Castilla y León que advertía del riesgo por la propagación de incendios forestales en la zona.

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Iberdrola esponsorizando uno de los escenarios del Madcool 2022. David F. Sabadell

“Hay demasiados casos de cancelaciones porque no cumplen con los requisitos en materia de trámite administrativo —documentación, garantía de seguridad— o bien porque no venden todas las entradas que tenían previstas y se han lanzado a la aventura de captar dinero de clientes sin tener la garantía de que se va a celebrar el evento. Hay festivales que eligen una ubicación sin tener los papeles en regla”, afirma Rubén Sánchez, que destaca el caso del Puro Reggaeton en Madrid, con las actuaciones previstas de Bad Gyal, Juan Magán, Morad y Daddy Yankee, en uno de sus últimos conciertos. Para el portavoz de Facua, la paralización por parte de la Comunidad de Madrid fue “algo necesario porque no se garantizaban los protocolos de seguridad y porque con tres días de antelación intentaron tramitar papeleo que la normativa exige que se haga con al menos 30 días de antelación”. Facua, que ya denunció a la empresa promotora de este festival por la prohibición de acceder al recinto con comida y bebida adquirida en el exterior, ha ampliado la demanda por limitar a 14 días el plazo para solicitar el reembolso del dinero de las entradas tras la cancelación del evento.

El espectáculo debe continuar

Echando la vista atrás, Joan Vich entiende que los grandes festivales actuales no se parecen nada al FIB de sus inicios, para bien y para mal. “El sentimiento de pertenencia y de ilusión que generaba el FIB de 1995 solo lo puede lograr ahora un festival que empiece desde cero, o casi, y con un público muy concreto que se haya sentido marginado u olvidado hasta ese momento. Eso no lo pueden conseguir los grandes festivales. Por otro lado, el FIB de 1995 tenía muy buenas intenciones pero también muchas carencias, y en este tiempo se ha consolidado una industria de la música en directo que está a años luz, a nivel de profesionalidad, de aquellos primeros años”.

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Espacio patrocinado por el Banco Santander en el festival Madcool en la edición 2022. David F. Sabadell

Por su parte, David Saavedra considera que lo relevante en la comparación son precisamente las diferencias entre aquellos festivales pioneros y los de hoy: “Se han profesionalizado más, se han encarecido considerablemente, han segmentado a su público según su poder adquisitivo, se han convertido en una alternativa de ocio estandarizada —o gentrificada, diría incluso— y han perdido aquel espíritu inicial un poco más idealista o melómano, de construir comunidad, crear una escena alternativa…”. En su opinión, los festivales habrían de revertir el modelo actual y tratar de regresar a uno que sea más respetuoso con el público, incluso como única opción para su supervivencia.

“Durante años se ha abusado muchísimo del público, y el público ha seguido acudiendo fielmente, pero puede llegar un momento en que el hartazgo o la crisis económica les deje sin clientela y vean las orejas al lobo hasta el punto de plantearse la opción de cambiar”, pronostica Saavedra, quien recurre a la experiencia propia para ilustrar esa posible deserción de la audiencia. “Llevo desde 2012 sin ir a macrofestivales, fundamentalmente por falta de poder adquisitivo, incluso aunque vaya acreditado para cubrirlo para algún medio, los precios de viaje, alojamiento y consumiciones dentro del festival están fuera de mis posibilidades económicas de trabajador autónomo precario”. Pero también recuerda otro factor que le reforzó en esa decisión: “En 2017 acudí a cubrir el Mad Cool aquel de Green Day y terminé tan deprimido, tan fuera de lugar, me sentí tan humillado como asistente que me prometí a mí mismo que no volvería jamás a un macrofestival”. En esa edición del festival se produjo la muerte del acróbata Pedro Aunión mientras realizaba una de sus actuaciones. La organización no interrumpió la programación de conciertos, el espectáculo debe continuar.

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