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Memoria histórica
El pueblo de la Alcarria que olvidó su campo de concentración
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
En Jadraque (Guadalajara) dos calles recuerdan hoy a sendos alcaldes del municipio en los años 30. “Una al lado de la otra”, remarca su actual regidor, Héctor Gregorio. El detalle no es menor. El primero de ellos, Fidel de la Peña, lo fue hasta que las fuerzas franquistas tomaron el municipio en marzo de 1937. Su militancia en la UGT acabó en una condena de 12 años tras un consejo de guerra y en un periplo de años por penales de todo el país. El segundo, Eladio de Agustín, tomó el bastón de mando a la par que el ejército entonces sublevado, más tarde vencedor.
85 años después de aquellos hechos, un grupo de arqueólogos se ha trasladado al municipio alcarreño para desenterrar, durante tres semanas de trabajos, una historia que comenzó a raíz del momento en que Jadraque cambió de regidor, en plena Guerra Civil, y de la que poco se sabe ya no en los libros de historia o en los archivos, sino siquiera en el propio pueblo. “De lo del campo de concentración, hasta que no se puso en contacto Luis conmigo, no sabía nada”, cuenta el actual alcalde entre jaras, encinas y robles que semiesconden los restos de los barracones que albergaron a los soldados a cargo del mismo.
Luis Antonio Ruiz Casero es quien llamó al alcalde de Jadraque para plantearle el proyecto. Doctor en Historia y arqueólogo, codirige junto a Alfredo González-Ruibal —probablemente la figura más reconocida de la Arqueología del Conflicto y de la Guerra Civil en España— las excavaciones que el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit), adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), comenzó este 4 de abril.
Para él, es ese olvido y la falta de conocimiento sobre este campo de concentración, donde llegó a haber simultáneamente más de 5.000 presos republicanos en durísimas condiciones, lo que hace especialmente interesante la excavación que codirige. “Hay muy poca documentación escrita— relata junto a los restos de las construcciones militares—, no sabíamos ni cómo era, solo había un par de vagas referencias generales sobre campos de concentración en España en un par de libros”. Por no haber, “no hay ni testimonios”, indica la arqueóloga Candela Martínez a unos 300 metros al oeste de las construcciones militares, el lugar donde se ubicó el campo de concentración y donde el equipo va a centrar su actividad.
Entre dos ejércitos
Jadraque fue uno de los puntos de máxima penetración de las columnas sublevadas del general Mola en la provincia de Guadalajara tras el alzamiento militar de 1936. “Los soldados franquistas que venían de Soria y Castilla la Vieja para tomar Guadalajara capital, cuando se acercan, se dan cuenta de que ya han caído los soldados que se habían sublevado allí y se dan la vuelta”, relata Ruiz. Ocupada brevemente por voluntarios falangistas y tropas sublevadas, el pueblo continuó en manos republicanas hasta la Batalla de Guadalajara, en marzo de 1937.
Aquella maniobra, el tercer intento de Franco de tomar Madrid envolviendo la ciudad, en este caso desde el norte hacia Guadalajara con la idea de tomar la carretera de Valencia y aislar la capital, fracasó, pero los franquistas sí adelantaron algo el frente hacia el sur. Jadraque quedó bajo su control, a escasos kilómetros de la primera línea.
Aquel avance estableció una guarnición y un puesto de mando de batallón en torno a una casa de campo conocida como la Casa del Guarda, a escasos metros de donde hoy excavan Candela, Luis y el resto del equipo del Incipit-CSIC, a unos 3 kilómetros de Jadraque, en un paraje que hoy copan jaras, encinas y robles y solo habitan jabalíes y corzos.
A mediados de 1938, con el frente estabilizado, los militares franquistas decidieron fortificar el lugar. “En el verano de 1938 hay un relevo de divisiones y envían a un batallón de trabajadores para fortificar, probablemente para construir esto”, cuenta Luis Antonio Ruiz junto a los resto de los barracones de piedra y ladrillo construidos para albergar a un batallón de tropas franquistas, unos 600 hombres. “¿Y qué era un batallón de trabajadores? Prisioneros de guerra republicanos, del frente norte, que habían caído en manos del ejército franquista con la caída de aquel frente”, prosigue el codirector de la excavación.
Ese fue el origen de la posición donde hoy trabaja el grupo de investigadores, instalaciones que albergaron durante meses a unos 800 hombres, en unas condiciones muy duras, vigilados por integrantes de todo un batallón franquista ubicado de forma permanente junto al campo de concentración.
La vida en un campo de concentración
Conocer cómo se vivió allí es uno de los objetivos del proyecto. “No tenemos claro cómo era la techumbre. No hay restos de tejas ni de vigas, puede ser que fuesen lonas o techumbre vegetal”, apunta Candela Martínez. “No se puede descartar, igual que pasaba en el campo de concentración de Castuera, que hubiese gente en barracones y gente al raso. En Castuera hay todo un sector al que los franquistas llamaba en tono irónico Villaverde”, indica por su parte Carlos Marín, arqueólogo de la Universidad de la República de Uruguay, que ha cruzado el charco para unirse al grupo del Incipit-CSIC, como ya ha hecho en anteriores ocasiones. “Aparte de la pobreza del contexto, los barracones de los presos son muy pobres, muy irregulares; recuerdan a construcciones militares, a refugios de tropa semiexcavados para refugiarse de la artillería, pero en este caso para refugiarse del frío”, prosigue el codirector de los trabajos.
A pesar de su más que probable insalubridad, esa forma de construcción es, sin embargo, una suerte para el grupo de arqueólogos. Comparado con otros campos donde el equipo ha trabajado anteriormente, como es el caso del de Castuera (Badajoz) mencionado por Marín, un campo mucho más grande y duradero en el tiempo, similar a los que años más tarde levantaría el ejército nazi, “los restos de aquí son de mucha más entidad porque están excavados en el suelo, mientras que allí eran barracones de madera que en un momento dado se desmontaron y lo único que queda visible son las vigas en el suelo”, señala Ruiz.
Aunque el campo extremeño era mucho más grande —acogió a entre 8.000 y 20.000 prisioneros, según las fuentes—, las cifras de Casa del Guarda no dejan indiferentes. Si bien en las instalaciones iniciales vivían unos 800 presos que sirvieron al ejército franquista de fuerza de trabajo para construir edificaciones, caminos, carreteras, fortificaciones y trincheras, con la caída de Madrid y el derrumbe de las líneas republicanas en abril de 1939 el campo acogió de repente a muchos más, llegados de las filas de la 12 División del IV Cuerpo del ejército republicano, a cargo hasta entonces de Cipriano Mera.
“En el momento de máxima ocupación estimamos unas 5.000 personas, porque hay censados unos 4.000 y pico presos, más los del batallón de trabajadores que continuaban allí”, señala Ruiz. Fue un momento de hacinamiento y de afluencia masiva que duró, según los investigadores, unas dos semanas, cuando el ejército franquista capturó a miles de soldados de un ejército que se había rendido. “Tuvieron que improvisar qué hacer con tanta gente de golpe”, explica Candela Mártinez. Fue el paso inicial por el que las autoridades franquistas pusieron en marcha la gigantesca maquinaria represiva de la posguerra que llevó a miles de personas a prisiones, campos de trabajo y de concentración, o al paredón.
De hecho, el de Jadraque es solo una pieza más de todo ese sistema. Las cifras que maneja el investigador Carlos Hernández en su estudio Los campos de concentración de Franco, publicado en 2019, hablan de 296 instalaciones de este tipo documentadas en la inmediata posguerra, con una población de entre 700.000 y un millón de personas, de una población total del país de 20 millones en aquellos años. Y la falta de luz sobre todo aquel proceso es llamativa. Como señala Ruiz, “fue un fenómeno tan masivo y generalizado que llama la atención el desconocimiento enorme que hay de esto”.
Excavar en el olvido
Aunque el campo de concentración ha caído en el olvido en la Alcarria —que no la posición militar, cuyos barracones de piedra hoy se conservan en pie—, el mérito de su hallazgo recae en dos investigadores y aficionados a la historia locales: Alfonso López Beltrán y Julián Dueñas. Fueron ellos quienes dieron con la ubicación exacta y contactaron con el equipo del Incipit-CSIC que ha derivado en el proyecto que estos días acontece en el lugar.
Los trabajos, por el momento, se ceñirán a tres semanas de excavaciones y varios puntos concretos, dados los fondos con los que cuenta: 10.000 euros de subvención de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, más el personal del Incipit-CSIC y colaboradores de centros de investigación, como el caso de Carlos Marín, llegado desde Uruguay, o de Xurxo Ayán, de la Universidade Nova de Lisboa, además de la colaboración del Ayuntamiento de Jadraque.
Por el momento han comenzado con dos barracones de presos. “Hay que elegir lo que creemos que tiene más potencial. Todo no lo podemos excavar”, explica Martínez. Pero aunque los trabajos serán por el momento limitados, esperan que los frutos sean importantes dada la falta de información sobre el complejo: “Los datos que podamos sacar de cómo eran las condiciones de vida y de cómo eran los barracones le da un punto a la información más valioso. La historia habitualmente se hace con documentos, pero cuando no hay documentos la materialidad suple un vacío importantísimo”, incide Luis A. Ruiz.
Más lejos queda la posibilidad de musealizar y señalizar el complejo, aunque desde el Ayuntamiento de Jadraque se muestran interesados. Como indica el alcalde, “tocándolo con tacto, yo creo que sí; al final, es historia”. “Nos gustaría, a ver si el año que viene”, finaliza Ruiz.