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Empezamos a primera hora de la mañana, antes de que saliese el sol. La cuestión no era ver amanecer, sino prolongar la noche. Había que hacer la metáfora real, más real de lo que ya era. La valla no bastaba. No nos evitaba ver cómo caían los cuerpos, cuerpos que se parecían demasiado a los nuestros; tampoco nos evitaba ver cómo caía la sangre, demasiado fresca, a nuestro lado, el tipo de sangre que se te mete en el ojo y, un día, si en la cocina te roza un cuchillo un dedo, consigue asustarte y hacerte pensar que tu sangre es igual a la sangre que salpica este lado de la valla. Había que evitarlo a toda costa. Construimos el muro durante varios días seguidos, bordeando las zonas limítrofes de todo lo que debía tener límite. Masa, cemento, ladrillo, hormigón… no recuerdo qué materiales eran aquellos, pero sí que escupimos. Escupimos hasta que conseguimos levantar un muro tan alto que ya nadie sería capaz de saltar.
—¿Y qué más conseguimos?
—La noche. En lo alto, inalcanzable, quedó una porción de cielo azul.
Noelia Pena (Invitados sospechosos, 2014)