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Cooperación internacional
Beba Cooperación
Sinceramente, no sé si la celebración del Día de las Personas Cooperantes coincide con su retorno a casa, como pasaba con el turrón en diciembre según el anuncio, pero podría ser. Tendría todo el sentido del mundo reconocer la labor de quienes hicieron el macuto y han hecho posible algo tan necesario como la cooperación internacional, sobre todo si esta se despliega en escenarios afectados por conflictos bélicos, catástrofes naturales, etc.
En realidad, visto con la distancia y sin desmerecer la labor de nadie (en lenguaje cooperante se dice labor, no trabajo, labor), todo obedece a cierto relato eurocéntrico y piadoso, en el que unos señores y señoras que estaban muy bien en su casa se van a salvar el mundo, sin importarles compartir las mismas condiciones de vida que la población local, aunque eso no siempre sea exactamente así. Así que qué menos que ponerles alfombra roja, fanfarria, condecoración y canapés a su regreso al paraíso. Eso es el imaginario colectivo, lo que se comenta con la profundidad que otorgan los 30’’ entre dos sorbos de una caña, otra cosa es la realidad. Hay mucho bueno en ese trabajo, perdón, en esa labor, no solamente en la emergencia humanitaria que copa la imagen que tiene la gente de la cooperación internacional. Por supuesto, también mucho sobre lo que reflexionar, como por ejemplo las condiciones en las que se lleva a cabo y que este año con el nuevo estatuto de los cooperantes ya aprobado han sido mejoradas, afortunadamente.
A veces, sin embargo, cooperar es un viaje de verano. Puede ser un viaje iniciático o un viaje de aventuras, como anunciaba una conocida organización, víctima de su agencia de marketing (o no). Cualquiera que esté vinculado a una ONG sabe que cuando se acaba el curso y se aproximan las vacaciones, la gente, sobre todo la gente joven con algo de tiempo, piensa en la cooperación como una opción en la que invertir sus vacaciones. El teléfono empieza a sonar y al otro lado del auricular aparecen personas preguntando sobre si hay algo para hacer en una semana que les sobra en Malawi, que se van de vacaciones, por aquello de aprovechar. Algunos se indignan cuando se les indica que era unos meses atrás cuando había que apuntarse a la formación (obligatoria) para poder colaborar. Oiga, que yo soy ingeniera, ¿cómo que no puedo colaborar en nada?
Hay organizaciones que ya lo han dejado por imposible y otras que se enfrentan a la oportunidad que representa abrirse, dando esa opción de colaborar, aunque sea por un período reducido, a veces absurdo. Sin ir al Sur global es complicado tener suficiente perspectiva de cómo el Norte sigue condicionando sus opciones de vida, hay que admitirlo. Así que el viaje iniciático sigue siendo una opción atractiva en la tarea de movilizar a la ciudadanía, aun con el riesgo de que buena parte de esos viajantes lo único que quieran sea hacer más atractivo su currículum o pasar unas vacaciones exóticas, incluso atrevidas.
Lo preocupante no es eso, al fin y al cabo siempre ha sido así. Lo inquietante es cómo se consolida, verano a verano, una relación de consumo y no de producción de la solidaridad. Cómo, con cada remesa de cooperantes, queda un poco más claro que las ONG están ahí para atender el deseo de aventura de la sociedad, según ese relato hegemónico mencionado al principio. La necesidad de vivir experiencias y de cubrir nuestras dosis de dopamina, de sentirnos bien, útiles, admirados, singulares. Como con cualquier mercancia, uno va y lo adquiere, lo necesita y paga por él, y las organizaciones se esfuerzan en captar a sus clientes y sus recursos, cambiar el mundo no es gratis, evidentemente. No es extraño que ante una dinámica social establecida, las ONG adapten su relato en medio de la competencia por seguir haciendo y existiendo, entrando a ese juego. Obviamente, todo esto va más allá de la experiencia de tocar el Tercer Mundo como la lava sin quemarse: ¿quiere usted expiar sus pecados? Gracias a nosotras, está a su alcance. Por una módica contribución y sin cambiar nada de su vida ni del mundo que le rodea, como cuando se paga un poco más en el billete de avión para compensar el C02 emitido.
No es este un alegato contra jóvenes o mayores, al contrario. El problema somos los que hemos ido simplificando y vaciando de contenido los mensajes y propuestas que surgen de las organizaciones, y que convierten progresivamente a las ONG en proveedoras de sensaciones fugaces y fácil digestión. El desafío es seguir siendo lugares donde construir el movimiento internacionalista, con toda su complejidad y con la paciencia necesaria para hacerse cargo de las organizaciones que lo mantienen. Es necesario dejar de consumir y empezar a producir asociacionismo, invitar a lo colectivo y superar el yo como único proyecto importante, regresar del verano y pasar de ser cooperantes a convertirse en activistas. Beba cooperación si quiere ser feliz, claro, pero no beba solo. Y sobre todo salte a este lado de la barra, necesitamos a mucha gente poniendo cañas y desafiando el porvenir.