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LGTBIAQ+
Shon Faye: “‘Lo trans’ se discute en habitaciones llenas donde no hay una sola persona trans”
Somos más tránsfobos de lo que jamás admitiremos y tenemos un problema porque no sabemos ver que, precisamente, lo tenemos. Según los datos del British Social Attitudes, el 82% de las personas encuestadas dice no tener “en absoluto” prejuicios hacia las personas trans. Sin embargo, solo el 41% está “totalmente de acuerdo” en que deberían dar clase a menores y otro raquítico 43% que deberían poder ser policías. Es decir, educación y autoridad. No dejaríamos la enseñanza de nuestras hijas en manos de una persona trans —lo que influye en perpetuar la transfobia en los patios—. Tampoco veríamos con buenos ojos que una persona trans tuviera el poder de impedir agresiones contra el colectivo LGTBQ+ —lo que probablemente afecta en el número de agresiones que no se evitan, donde el agresor a veces es, también, policía—.
Shon Faye (Bristol, 1988) estudió Derecho, pero salió corriendo hacia la escritura. El activismo es la otra parte de su vida, desempeñándose con fuerza en favor de los derechos LGTBQ+ en organizaciones como Stonewall o en artículos para The Guardian, The Independent o Vice. Tiene un podcast, claro, Call Me Mother, donde entrevista a “pioneros del colectivo”. Trans es su primer libro. Un alegato por un mundo más justo y más libre, según la tapa dura de la edición de Blackie Books que aún huele a recién salida de imprenta. En su libro, su primer libro, escribe sobre el “debate de besugos” en el que está inmersa Gran Bretaña —que, con agua de por medio, se parece mucho al debate español—, usa su altavoz para amplificar las palabras de otras y exige políticas menos estéticas y más redistributivas. “La liberación de las personas trans mejoraría las vidas de todo el mundo en nuestra sociedad”, escribe Faye interpelándonos a todos. Ya ha vendido 30.000 copias en su país.
Empecemos por el final. En la primera línea del último capítulo dices lo siguiente: “No puede haber liberación trans bajo el capitalismo”. ¿De dónde sacas las fuerzas para pensar en un futuro alternativo, distinto, mejor?
Como soy una persona de izquierdas, por defecto tengo que tener un cierto grado de imaginación radical y en el fondo, igual que yo quiero imaginar un futuro alternativo para las personas trans, quiero imaginar un futuro alternativo al que vivimos para todos. Ahora nos encontramos en un momento de la historia en el que se ve amenazada la continuidad de la especie sobre el planeta. Así como me gustaría imaginar un futuro libre, por así decirlo, del género, me gustaría pensar en un futuro en el que, para empezar, podamos seguir viviendo. Es algo, como digo en el libro, que nos afecta a todos. Como la crisis climática. Es una forma de pensar en seguir existiendo. Las personas trans también.
Tu ensayo son más de 300 páginas de esperanza. Aunque se nos claven esas experiencias que recoges y esos datos sobre sinhogarismo, desempleo y violencias. También las luchas colectivas por los derechos sociales, donde las mujeres trans, racializadas, trabajadoras, han estado en primera línea. ¿La lucha trans es lucha de clases?
Las personas trans forman parte de la clase trabajadora, de la fuerza de trabajo. En el caso en el que nos encontramos, en un capitalismo tardío, eso se traduce en que experimentemos peores condiciones de trabajo, peores salarios y por tanto, peores condiciones de vida en general. De hecho, en muchos casos somos parte de la clase trabajadora que se ve empujada hacia economías criminales [no reguladas] como el trabajo sexual. Ser trans se une a la clase, el género o la raza. El capitalismo recurre a las personas marginadas para seguir alimentando la maquinaria, para seguir ocupando ciertos puestos de trabajo.
En Gran Bretaña, según las estimaciones, las personas trans alcanzan menos del 1%, pero constituyen el 4% de las trabajadoras sexuales. En tu ensayo dices que para las personas trans prostitutas, ejercer les otorga una familia, una fuente de apoyo, aprendizaje en salud… ¿El abolicionismo es una postura fácil y simplista?
Si estoy en contra del abolicionismo del trabajo sexual no es porque considere que es un trabajo inherentemente digno, o bueno, de hecho las personas trans tienen muchísimas más probabilidades de sufrir violencia ejerciendo trabajo sexual. Y desde luego, muchas trabajadoras sexuales no disfrutan de ese trabajo. No tienen que gustarles su trabajo para que merezcan protección y garantías en él. Lo interesante de todo esto es que el trabajo sexual, que por naturaleza está marginalizado, brinde a las personas trans está posibilidad de establecer conexiones y construir comunidades al margen de otras estructuras del mercado laboral. No quisiera que parezca que digo que el trabajo sexual es inherentemente bueno, pero sí evidenciar cómo incluso, a pesar de verse relegadas a los márgenes de la sociedad, las personas consiguen sobrevivir y construir unas estrucuturas alternativas relacionales para salira adelante.
Donde no llegan las instituciones, llega la solidaridad entre iguales. Mundos paralelos.
Sí, pero de ninguna manera estoy romantizando el trabajo sexual. Sé que, como persona trans, tengo una serie de características que hace que se me acepte mejor en la sociedad tradicional. Quisiera recalcar que cuando uno se ve relegado a los márgenes se ve más libre para plantear las formas de relacionarse, como es el caso de los cuidados. Esto se da entre personas que se han visto excluidas de la estructura patriarcal que es la familia nuclear.
Las mujeres trans somos una sospecha para un sector del feminismo muy esencialista
En España, recientemente se aprobó el anteproyecto para la denominada ‘ley trans’. A la aprobación le precedió un ambiente violento, lleno de insultos y amenazas en redes sociales por parte, en su mayoría, de feministas cis trasnexcluyentes. ¿Por qué se siente amenazada una parte del feminismo con la visibilidad de las personas trans?
La situación en Reino Unido fue análoga, hasta cierto punto, a la de España. Se estaba intentando sacar adelante un proyecto de ley para facilitar la vida de las personas trans y, básicamente, despatologizar el proceso de transición. Por desgracia, en Reino Unido no se aprobó. Lo que sí sucedió es que, una ley que pretendía dejar de considerar a las personas trans como enfermos mentales, suscitó un debate muy abstracto sobre lo que era el género con argumentos desquiciados. Igual que con el debate del matrimonio homosexual, espero que una vez aprobada la ley en España, se cierre el debate. En lo que respecta al feminismo, las mujeres que llegan a él lo hacen con cierto dolor. Hay un cierto trauma por la experiencia patriarcal. Es normal que dentro del feminismo haya ira y que esa ira se destine a la diana que no toca, a un objetivo incorrecto. El feminismo transexcluyente es muy esencialista y cualquiera que intente cruzar esa brecha entre sexos, hombres y mujeres, es sospechoso o amenazante. Las mujeres trans somos una sospecha para este sector del feminismo.
Una de las máximas en la profesión del periodismo es la búsqueda del cambio social. O eso creo. Las libertades individuales, para los periodistas, son intocables. Esa ambición ningún periodista de oficio la niega. Sin embargo, como narras, la asociación Trans Media Watch señaló que, cuando se trata de personas trans, los periodistas se erigen como policía moral.
No quiero ofenderte como periodista, yo también he estado ahí [ríe], pero sí recuerdo estar en estos ambientes donde básicamente todos los periodistas son similares, se parecen bastante. Los medios de comunicación se apropian de esa idea de objetividad, de verlo todo desde la distancia, de querer averiguar una verdad... pero no se dan cuenta de que quienes forman parte de los medios tienen un trasfondo cultural, económico, racial o de clase muy parecido. Lo que acaba pasando es que se pierde de vista a todas aquellas personas que no tienen acceso a estas plataformas, a estos altavoces. Dentro de los medios de comunicación hay poquísima gente trans, mucho menos en posiciones de responsabilidad. Son otros los que marcan los términos del debate. ‘Lo trans’ se discute en habitaciones llenas de gente donde no hay una sola persona trans. Cuando no hay presencia de personas trans, los medios permiten hablar de una forma cada vez más deshumanizadora.
“No somos una ‘cuestión’ que haya que debatir”, escribes. También que se habla más de los problemas que otras tienen con vosotras —quién entra en los baños públicos o cómo se usa un santísimo idioma— que de vuestros problemas —acoso, invisibilización, desempleo, pobreza, exclusión—.
Eso es lo que he intentado exponer en el libro: contar de qué hablamos realmente cuando hablamos de las personas trans y por qué. Pasar de lo que las personas cis creen que es lo que denominan “cuestión trans” , que no es más que la cristalización de sus miedos y ansiedades alrededor de ‘lo trans’. Dar la vuelta a esto y hablar de lo que realmente atraviesa a las personas trans.
¿Quién impone el marco?
Hay un intento deliberado de enmarcar el debate en estos términos. Los medios de comunicación propiedad de Ruper Murdoch, que son muy de derechas y están muy a favor del gobierno de Boris Johnson, llevan años trabajando este pánico antitrans: somos uno de los grupos que se usa como chivo expiatorio para distraer. Hemos tenido el Brexit, una desastrosa gestión de la pandemia y estamos sufriendo duras medidas de austeridad económica, es deliberado este intento de distraer la atención de la gente. Por otro lado, cuando alguien dice una barbaridad y se lo hacen notar —“oye, esto no es tolerable”— se lo toma como un ataque personal —“¡una turba me está atacando!”—. Una simple llamada de atención que se da la vuelta.
Los niños aprenden la transfobia del mundo adulto. Hay que cortarlo de raíz
¿Puedes explicar esa sensación de desamor que sentiste cuando empezaste la transición médica?
Así lo formula de forma precisa Andrea Long Chu, escritora trans. Es curioso porque justo antes de ponerme con este libro tuve un desamor, una ruptura con alguien que me importaba mucho y tuve que disculparme con todas mis amigas porque cuando venían a hablarme de sus desamores, a llorarme, yo creía que lo entendía. Pero ahora sé que hasta entonces solo había tenido relaciones sentimentales con gente que tampoco me importaba tanto. Rompía y lo superaba rápidamente. Tuve que decirles que ahora sí lo entendía, que no sabía que esto podía doler tantísimo. Me parece una forma bonita de expresarlo porque este desamor que causa la disforia de género es tal, muchas veces, porque te imaginabas un futuro que ahora está hecho cenizas, porque echas de menos, es una especie de duelo. Una vez que entiendes esto empiezas a dar pasos hacia la transición para reconstruir tu futuro. Es una sensación universal, sí, pero no creo que sea necesario que todo el mundo lo entienda. Yo no tengo la experiencia de perder a un progenitor y eso no me impide empatizar y apoyar a amigas mías que sí lo han perdido. Sin saber exactamente qué se siente.
Si existiera una lista de prioridades en políticas trans, escribes, la reforma de la atención sanitaria y su impacto en la vida cotidiana ocuparían uno de los primeros puestos precisamente por ello, por el efecto inmediato en la mejora de la experiencia vital. Lo mismo con las escuelas. Según una investigación de la organización LGTBQ+ Stonewall, el 64% de los menores trans británicos declararon haber sufrido acoso escolar por ser trans o por su “orientación sexual percibida”. ¿Qué está pasando en los patios de los colegios?
En los colegios hay mucha homofobia y mucha transfobia, pero no viene directamente o solo en casa. La aprende en el mundo adulto. Cada vez más niñes salen del ‘armario trans’ antes y se encuentran con un mundo que no está preparado, con una comunidad educativa que no está preparada, con maestros que se criaron en un mundo abiertamente tránsfobo y que no saben cómo hablar del tema o cómo parar los pies al acoso. Lo que pasa, y me imagino que en España de la misma forma, es que los gobiernos no han priorizado la educación LGTBQ+. Hay que insistir en lo inaceptable del acoso. Si se corta de raíz siendo pequeños, no alcanzarán los niveles de transfobia que hay en el mundo adulto.
El sistema capitalista vive de robarnos la alegría y la fe de perseguir un mundo donde la felicidad sea colectiva
Volviendo al principio y para acabar: ¿hay esperanza?
Cualquier política progresista se alimenta de la esperanza de un futuro mejor. Caer en la desesperación o el nihilismo no nos lleva a nada. El sistema capitalista vive de robarnos la alegría y la fe de perseguir un mundo donde la felicidad sea colectiva. No pretendo ocultar, dicho esto, que la situación es grave. Algunos días me quita el sueño y otros me cuesta levantarme por la mañana. Por eso, por ejemplo, ya no estoy en algunas redes sociales. No tener ese torrente constante de todo lo malo del mundo generándome ansiedad en Twitter ayuda bastante. También me ayuda pensar en otros movimientos sociales del pasado, con su visión de una imaginación radical sobre el futuro, y en todo lo lejos que han llegado. Creo que la esperanza es el motor que nos impulsa, pero no hemos de mirar hacia otro lado ni ocultar la gravedad de la situación de la época en la que vivimos.