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Laboral
Elvas, frontera precaria
“¿Qué es el europeísmo? ¿Se refiere a la idea de una Europa en la que exista la cohesión económica y social? ¿Se trata de una Europa que incida en política exterior y se erija como un tercer bloque y que haga suyo los Derechos Humanos? ¿Nos referimos a una Europa de los pueblos? ¿O en la que los poderes económicos no elegidos no manden? Pero es que esto que existe es la anti Europa”. Julio Anguita.
Portugal se ha convertido en campo de operaciones perfecto para las multinacionales del telemarketing. Decenas de miles de trabajadores españoles e inmigrantes latinos atienden llamadas para clientes de habla hispana bajo el anzuelo de un trabajo seguro con incorporación inmediata, a cambio de unas condiciones precarias que aseguran beneficios ingentes para estas empresas, puesto estos trabajadores prestan sus servicios en España, pero desde el país vecino, donde el salario mínimo es inferior. Por el camino, también se perjudica a la Hacienda española con este “dumping laboral”. Otra forma de “ahorrarle” recursos a “nimiedades” como la hucha de las pensiones.
Cabe recordar que estas empresas son subcontratadas por otras que prestan sus servicios en el Estado español como Vodafone, Yoigo o Mapfre, pero operando y contratando trabajadores españoles desde Portugal por razones evidentes, entre otras porque el salario mínimo es inferior y/o porque en Portugal esta profesión no se encuentra reconocida como categoría. Esto significa no solo la ausencia de un convenio propio que recoja unos derechos específicos sino estar bajo la aplicación de una “Carta del trabajo” que también se encuentra muy por debajo del grado de protección que ofrece su homólogo, el Estatuto de los Trabajadores en España.
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Esta guerra de rapiña tiene uno de sus puntos neurálgicos en Elvas. A diferencia de los centros de trabajo de telemarketing ubicados en Lisboa u Oporto, esta ciudad ―ubicada a tan sólo 19 kilómetros de Badajoz― ofrece la ventaja de no tener que proveer de vivienda a los trabajadores y trabajadoras españolas, que pueden desplazarse a su centro de trabajo en Portugal y, tras finalizar su jornada, volver a su hogar en España.
Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. La “libertad de trabajadores, mercancías, servicios y capitales” que constituye el late motiv de la Unión Europea funciona como un reloj. Libertad para la guerra de rapiña de empresas que se mueven por el territorio europeo al objeto de pagar menos impuestos y peores salarios, esclavitud para unos trabajadores y trabajadoras que se encuentran con la doble dificultad de hacer valer sus derechos, además, ante un ordenamiento jurídico y en un idioma que apenas conocen.
Libertad para la guerra de rapiña de empresas que se mueven por el territorio europeo al objeto de pagar menos impuestos y peores salarios...
Pero hay más. Mucho más. Las situaciones de precariedad y las continuas vueltas de tuerca sobre las condiciones laborales están generando conflictos en todos los centros de trabajo. Los jornaleros de la llamada se van organizando y reivindicando mejoras salariales, horarias y de todo tipo, ya que vivir en España con el ínfimo salario portugués es incompatible con la vida y la dignidad.
Aquí es donde aparece una de las protagonistas de esta historia, Marktel. Esta empresa con sede en Madrid, que cuenta con más de 6.000 empleados y presencia en España, Portugal y Colombia, posee tres centros de trabajo en Elvas. En ellos trabajan cientos de trabajadoras y trabajadores extremeños y muchos de ellos se han organizado en el sindicato luso STCC (Sindicato de los Trabajadores del Call Center). A través de algunos de ellos, que también conocían el Sindicato 25 de marzo, hemos realizado acciones conjuntas en la empresa.
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Lo que no sabíamos era lo que nos íbamos a encontrar. Y es que en esta compañía se dan prácticas esclavistas contra todo aquel que ose levantar la voz en defensa de sus derechos. Desde obligar a tirar a la papelera ―uno a uno y personalmente― la propaganda sindical, hasta castigos sentando solos a ciertos trabajadores, pasando por una orden para prohibir comunicarse con el delegado sindical.
Sin embargo, Marktel no cuenta con algo. El vaso de paciencia de la plantilla y las organizaciones sindicales no aguanta una gota más. Tanta voracidad capitalista está dando lugar a un aumento de la conflictividad obrera y a una conclusión: si el Capital y la explotación no tienen fronteras, la organización de los precarios tampoco ha de tenerla.