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La Rioja
El futuro como horizonte
El progreso, tal como lo conocemos, lejos de garantizar el futuro genera elevados rangos de incertidumbre. En ese proceso evolutivo, casi hemos olvidado que la supervivencia es el principal objetivo del ser humano. Una prolongada ausencia de suministros en los supermercados, generada por la imposibilidad de desplazamientos, nos pondría en una situación casi insostenible.
Tras la caída del muro de Berlín vivíamos cómodamente instalados en el paraíso capitalista, acunados por un modelo económico neoliberal que sólo algunos se atrevían a criticar, pero al que nadie ofrecía —ni ofrece— alternativa económica creíble. Y eso fue así hasta la crisis de 2007 la cual, si hemos de creer todo lo que nos dicen, ninguno de los augures que en el mundo han sido fue capaz de prever. Hoy no toca hablar de los efectos colaterales del sistema, así que podemos aceptar la macroeconomía como lugar común de encuentro.
La Rioja percibía ese idílico espejismo como si de una realidad inmutable y eterna se tratase. A pesar de ser una comunidad pequeña regada por un río caudaloso, que nos garantiza la supervivencia y un nivel de riqueza estable y duradero, nos sentimos cada vez más alejados de esa realidad natural. Nuestras vidas, supeditadas a empresas energéticas, de comunicaciones, de salud e incluso alimenticias han perdido cualquier posibilidad de gestión autónoma de problemas y posibilidades sin que sintamos necesidad alguna de suscitar alternativas a esta situación. Esa debilidad inducida hace inevitable poner en entredicho algunas certezas: ¿Estamos preparados para una nueva crisis económica?, ¿prevemos alternativas de supervivencia digna a la misma?, ¿tan improbable nos parece un nuevo seísmo financiero que nos resulta inconcebible?
El Ebro, mucho más que un río
Empecemos por el Ebro. La seguridad que nos ofrece, avalada por toda su historia, será imperecedera y estable si antes no lo convertimos en una monumental cloaca.Siempre me ha resultado curioso que siendo nuestro seguro de vida lo conozcamos tan mal y lo miremos sólo desde la perspectiva de su explotación, en lugar de adoptar una visión amplia con un horizonte de futuro en la mirada.
No menos sorprendente resulta la insensibilidad que gran parte de la sociedad riojana manifiesta, por pasiva más que por activa, ante los peligros que se ciernen sobre él. El primero, la central nuclear de Garoña. Aunque haya paralizado su producción eléctrica sigue albergando un reactor e infinidad de residuos radiactivos que seguirán siendo un peligro, al menos, durante los 16 años que dure su desmantelamiento.
El 24 de marzo de 2017, un bidón de agua radiactiva vertió su contenido al caer al suelo desde una altura de tres metros. Mes y medio más tarde, un acta de inspección del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) advertía de las nefastas condiciones de almacenamiento de los residuos radiactivos de media y baja actividad.
Antes del verdadero desmantelamiento del núcleo, se deberá descargar el combustible gastado de la piscina en un Almacén Temporal Individualizado (ATI), ya que el ATC (Almacén Temporal Centralizado) donde se tendría que procesar todo el combustible está paralizado desde hace tiempo. En junio se detectó el rastro de un antiguo vertido de cesio 137 junto al almacén temporal de bidones y residuos de la central. ¿Qué sucedería si un escape de agua radiactiva contaminase al Ebro?
Un peligro mucho más opaco todavía es el fracking. La inmensa mayoría de riojanos y riojanas desconoce que los derechos de estudio y extracción de gas por fractura hidráulica están adjudicados esperando que su explotación sea rentable.
La técnica consiste en perforar un pozo vertical y otros horizontales, inyectar agua a alta presión mezclada con arena y productos químicos para fracturar la roca y abrir paso a los hidrocarburos.
El riesgo de contaminación de los acuíferos y del río no es desdeñable. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos asoció al fracking la contaminación de las aguas del estado de Wyoming. Sobre La Rioja pesan seis adjudicaciones: Ebro A, B, C, D, E y Cameros 2. Sobre la cabecera del Ebro más de veinte.
Las crisis, lejos de ser una excepción, se convierten en norma
Evidenciar los riesgos es tan importante como cuantificarlos. Olvidarse de ellos, es suicida. Analicemos, por ejemplo, la impredecible crisis del 2007.El 19 de Octubre de 1987 sucedió algo insólito e inesperado, el Dow Jones cayó de golpe un 29’2 %, algo que sólo estaba previsto que pudiera suceder una vez cada millón de sesiones. Sólo habían pasado 45.600 días desde la apertura de Wall Street. ¡Qué mala suerte! Bueno, es lo que tiene la probabilidad, una vez sucedida la desgracia, tranquiliza: ¡Hasta dentro de 3.000 años no era previsible que sucediera algo parecido!
Pero, diez años después, el Dow Jones cayó un 7’7% en 1 día. Los modelos de previsión que manejamos otorgaban a esta sucesión de acontecimientos una probabilidad de 1/50.000.000. Pero, como las desgracias nunca vienen solas, un año más tarde, el 4 de Agosto, volvió a caer un 3’5 %, veinte días después un 4’4 % y el 31 de ese fatídico mes un 6’8 %. Que una cosa así pudiera suceder se contemplaba con una probabilidad de 1/500.000.000.000 (2.000 millones de años), o sea, nunca. Y, sin embargo, en 2002 hubo tres descensos fuertes en siete días. Una contingencia imposible de imaginar en toda la historia del universo.
Más que impredecible, el crack del 2007 parecía la crónica de una muerte anunciada. Así que, pensar que las crisis se han terminado es un postulado demasiado ingenuo. Mucho más sensato es prepararse para la próxima antes de que nos pille otra vez con el paso cambiado.
No se equivoquen; este artículo no se nutre del clásico pesimismo de los análisis de la izquierda ni es fruto de un ser agorero y cenizo que pretende decolorar los rutilantes éxitos de las políticas económicas del señor M. Rajoy, que han colocado de nuevo el consumo en nuestro horizonte de deseo. La globalización, que tantas posibilidades ha ofrecido a nuestro estado del lujo, más que del bienestar, nos está abocando a modelos económicos, sociales y energéticos insostenibles.
Interactuamos con la realidad a la que nos enfrentan nuestras necesidades vitales desde una total dependencia de servicios privatizados de gas, electricidad, internet, alimentarios, de ocio, automovilísticos, farmacéuticos, ... Hay muy pocas cosas que seamos capaces de gestionar de forma autónoma y ese es un problema al que sería bueno que fuéramos ofreciendo soluciones imaginativas antes de que una nueva crisis nos deje varados sin posibilidad alguna de respuesta.