Industria pesada
La industria del acero más allá de la descarbonización

La importancia estratégica del acero, las dificultades que plantea su descarbonización y las consecuencias que puede tener en los territorios industriales hacen necesario un análisis honesto y realista de la transformación del sector siderúrgico. En este artículo analizamos algunas de las claves.
Arcelor Nortes - 2
Factoría de Arcelor en Xixón. Tania González Peñas
Campaña de transformación industrial de Ecologistas en Acción. #IndustriaLaJusta
14 mar 2024 06:00

Las noticias sobre la acería de Arcelor Mittal ubicada en Gijón son constantes: ERTE tras ERTE, se consolida la imagen de un futuro incierto. El pasado año, el Gobierno central autorizó una ayuda pública, procedente de los fondos Next Generation, por una cantidad de 450 millones de euros a la empresa para apoyar la construcción de una planta de reducción directa (DRI) alimentada por hidrógeno verde (todo ello requiere de una inversión de más de 1.000 millones de euros) en sustitución de uno de sus altos hornos, los únicos del Estado español que utilizan carbón. A fecha de hoy, la compañía todavía no ha aceptado la subvención, lo que aleja las expectativas de esta obra, que haría que la factoría de Gijón continuara siendo competitiva.

El acero: desde las vías del tren hasta los equipos de fútbol

¿Qué tiene la siderurgia que la hace tan importante? El acero es, básicamente, una mezcla de hierro y carbono a la que se añaden algunos elementos más, como níquel, cromo o manganeso, que le confieren diferentes propiedades para distintos usos. Un pequeño vistazo a nuestro alrededor lo evidencia: cazuelas, radiadores, vehículos, farolas, la estructura de los edificios, puentes, material quirúrgico, aerogeneradores, vías del tren… hasta los pequeños tornillos de las gafas que quizá utilices. Todo ello está hecho de acero.

Los seres humanos llevamos utilizando el hierro para usos cotidianos desde la Edad que lleva su nombre; según algunas bibliografías y dependiendo de la zona, unos 800 años a.C. La cotidianidad de su uso hace que el modelo de vida actual no sea posible sin hierro y, por tanto, sin acero. La siderúrgica es en la sociedad actual una de las industrias más esenciales. Sin embargo, también se trata de una de las más contaminantes en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), representando un 8% del total mundial, lo que supone un gran reto en la lucha contra el cambio climático.

Además de las emisiones de CO2, también emite CO, SO2, NOX y partículas, lo que la hace especialmente contaminante, perjudicando la salud de las personas que viven en el entorno de estas industrias. La descarbonización de la industria del acero centra uno de los grandes retos a resolver, ya que hablamos de un material que resulta indispensable para la vida cotidiana y que debe de afrontar una compleja descarbonización. Aunque debamos reducir su uso, al igual que el de otros materiales, la realidad es que difícilmente podemos prescindir de él para garantizar una vida digna a toda la humanidad.

Las soluciones propuestas para la descarbonización de las siderúrgicas, las cuales se limitan a promover un cambio de la tecnología empleada, son poco más que un lavado de cara del capitalismo verde

El componente social de esta industria es bastante relevante, ya que las acerías están fuertemente vinculadas a los territorios en los que se asientan. En origen, las siderúrgicas se han desarrollado en las zonas próximas a los lugares de extracción de materia prima, ubicándose en los aledaños de minas de carbón o de mineral de hierro. También era frecuente que su localización se eligiera por la cercanía a los puertos, clave para facilitar la exportación de su producción. 

A pesar de la explotación y las malas condiciones laborales que se han dado y siguen protagonizando algunos sectores industriales, la estabilidad laboral que consiguieron ofrecer propició que muchas personas priorizaran el trabajo en este sector frente a otros. Así, se construyeron diversas comunidades  alrededor de las factorías, siendo habitual que varias generaciones de una misma familia trabajaran en ellas. Esto ha generado un sentimiento importante de identidad, unión y pertenencia. Las perspectivas de futuro que las siderurgias ofrecían a las familias que trabajaban en ellas se extendió también a quienes lo hacían en las empresas suministradoras o comercios de la zona, que con el tiempo crearon una red comercial y social importante.

Un claro ejemplo de la solidez del binomio industria-territorio lo encontramos en los equipos de fútbol que toman su nombre de estas siderúrgicas: el Esporte Clube Siderúrgica, de Sabará (Brasil), o La Felguera-Siderúrgica Círculo Popular, de Langreo (Asturias). Y ya sabemos que, por lo general, el fútbol refleja fuertes vínculos sociales y sentimiento de comunidad.

Retos, interrogantes y algunas alternativas

Sin embargo, los años más rentables de la industria han pasado y la crisis ecosocial ha evidenciado que el modelo industrial no es sostenible. Si queremos seguir produciendo acero para cubrir las necesidades básicas de la población, es imprescindible acometer cambios que superen la mera descarbonización de los procesos, que, por otro lado, son mucho más complejos de lo que se está trasladando por industrias, gobiernos y medios de comunicación. Las soluciones propuestas para la descarbonización de las siderúrgicas, las cuales se limitan a promover un cambio de la tecnología empleada, son poco más que un lavado de cara del capitalismo verde y acaban beneficiando a las minorías más contaminantes, que poseen los medios de producción. La transformación industrial requiere medidas valientes y profundas que no dejen a nadie atrás.

Descendiendo la reflexión a lo concreto, al proceso de producción, nos encontramos algunas barreras. Por ejemplo, las rutas alternativas a los altos hornos convencionales (que conforman hoy el 70% de la producción de acero BF-BOF o ruta de alto horno básico de oxígeno) son más caras, incluida la más implementada hasta ahora, la ruta DRI-EAF, que emplea hidrógeno como agente reductor en lugar de carbono y que intenta que sea, además, con hidrógeno verde. Con la transformación de una ruta a otra, las emisiones de CO2 se reducen considerablemente, pasando de aproximadamente dos toneladas por tonelada de acero producido a 0,4 toneladas. Sin embargo, tanto realizar el cambio en las plantas como las propias necesidades de la nueva tecnología suponen un alto coste económico. Es decir, cualquier cambio en la forma de producir acero ahora mismo implica un aumento del coste en la producción, lo cual plantea el interrogante de si, en ese escenario, sería factible mantener el mismo nivel de producción o si habría que reducirla, contribuyendo al decrecimiento necesario para sostenerla vida dentro de los límites planetarios.

En vez de pedir que los grandes contaminadores se responsabilicen de los efectos de su actividad, se les recompensa con elevadas cantidades de dinero público para evitar que trasladen sus centros de producción

Por otro lado, el empleo de chatarra para reciclar y producir acero secundario —en lugar de acero virgen— tiene sus límites, ya que es necesario conocer bien la composición química de la misma para saber si es adecuada al uso final. No existe un único tipo de acero: no es el mismo el que se emplea en un vehículo que en un reactor de una fábrica alimentaria. La chatarra se recoge mezclada y, en determinados procesos, es necesario que al menos tenga un 67% en hierro, entre otros factores. 

Pasarnos a un “acero verde” (sin tener muy claro aún qué significa esto, ya que no hay una definición clara y consensuada) y mantener su producción en las localizaciones actuales de las factorías es realmente complicado. Las minas cercanas probablemente estén cerradas y se requiera importar la materia prima de la otra punta del planeta, con los impactos que tiene su transporte en materia medioambiental y su extracción a nivel neocolonial, perpetuando la existencia de “zonas de sacrificio” que pagan con su bienestar, entorno y salud las mercancías consumidas en los países del Norte global.

Recurrir a la captura de carbono como solución al sector del acero, además de la complejidad que conlleva, tan solo perpetuaría el uso de combustibles fósiles y del modelo actual, ralentizando la descarbonización del sector, un paso que no puede esperar. 

La complejidad del problema apunta que la solución pasa por un cambio estructural a varios niveles y, sobre todo, por lo que pocos quieren oír: decrecer

Por otro lado, conviene no olvidar que las instalaciones necesarias para la producción de hidrógeno “verde”, destinadas a acabar con el uso de combustibles fósiles, precisan un gran despliegue de energías renovables, lo cual no solo afecta a los usos del suelo —suponiendo, además, que la zona lo permita—, sino también a los requerimientos de agua (algo especialmente peligroso en las zonas con un elevado estrés hídrico) y al recrudecimiento de la pérdida de biodiversidad. El uso de electrolizadores no es inocuo, puesto que tiene un impacto en la extracción de minerales y tierras raras que necesita. Analizando la magnitud de este proceso, ¿cómo se puede abordar un cambio de este calibre sin que repercuta en el valor de mercado o en sus cotas de producción? ¿Cómo afectará al coste de oportunidad? ¿Merecerá la pena seguir produciendo acero en la misma cantidad?

En este contexto, el acero fabricado en Europa tendrá poco recorrido si no puede competir a nivel global, lo que se traduce en externalizar parte o todo el proceso a países con legislaciones más laxas. La transformación que se propone es de tal envergadura que los gobiernos europeos no dudan en ayudar económicamente a las empresas para evitar esas fugas, como ha sucedido repetidamente con ArcelorMittal: Alemania en la factoría de Bremen, España con Gijón, Italia queriendo nacionalizar la principal factoría del país… Esto es, en vez de pedir que los grandes contaminadores se responsabilicen de los efectos de su actividad, se les recompensa con elevadas cantidades de dinero público para evitar que trasladen sus centros de producción a otros países. El lobby industrial lleva tiempo demandando rebajas en su coste energético y otras medidas para mantener sus industrias en Europa. Es el sinsentido capitalista en su máxima expresión.

Parece lógico que la solución pase por una intervención estatal bien planificada que facilite otras formas de gestión

También se está obviando que un cambio a la ruta de reducción con hidrógeno (DRI) y horno de arco eléctrico (EAF) requiere menos operarios que la de alto horno (BF), debido a su mayor eficiencia, lo cual implicaría elegir entre una disminución de los empleos asociados a la siderurgia o una reestructuración de los mismos (un reparto de las horas de trabajo efectivo para reducir la jornada en vez de la plantilla). Una expectativa decrecentista de nuevo.

Pese a todo lo anterior, Arcelor mantiene perspectivas de crecimiento: según sus cálculos, el consumo de acero mundial (excluyendo China) crecerá el 3% frente al 4% del año pasado.

Decrecimiento e intervención estatal

La complejidad del problema apunta que la solución pasa por un cambio estructural a varios niveles y, sobre todo, por lo que pocos quieren oír: decrecer.

Decrecer significa reducir la demanda, pero también supone fabricar de una forma más eficiente y duradera, reparar y diseñar los productos para que esto sea posible (ecodiseño, circularidad), relocalizar y cerrar los ciclos dentro del territorio, priorizar el reciclaje frente a la extracción, flexibilizar las instalaciones industriales para que puedan fabricar diferentes productos según la necesidad, acortar las jornadas laborales y redistribuir el trabajo, priorizar la necesidad y decidir qué productos y servicios son superfluos y prescindir de ellos. La cuarta revolución industrial está arrancando y la implementación de la digitalización debe servir para facilitar este proceso, pero debe hacerse poniendo el bienestar de las personas y el planeta en el centro.

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Centrar el debate en “industria sí” o “industria no” es errar el tiro. Sin embargo, su elevada contribución al cambio climático hace necesario tomar medidas para transformarla que vayan más allá de la mera descarbonización.

También es el momento de reflexionar si esta inevitable dinámica decrecentista tiene cabida en la lógica neoliberal de los mercados. La ilusión capitalista del crecimiento ilimitado demuestra que no. La evidencia de ello es que, hasta ahora, la desindustrialización ha supuesto la quiebra de los territorios, como en el caso de Port Talbot, en Gales. El proceso lleva asociada una desterritorialización, en el sentido de pérdida de conexión de la comunidad, que incluso conlleva dimensiones psicológicas que ya empiezan a ser preocupantes. 

Por eso, parece lógico que la solución pase por una intervención estatal bien planificada que facilite otras formas de gestión, como cooperativas sociales, o si es necesario, que nacionalice los medios de producción de las industrias esenciales, cuya gestión debe estar guiada por el concepto de necesidad —en contraposición al de mercado— y fiscalizada por un mecanismo de control social y obrero. También es indispensable que esa intervención estatal, además de estar bien planificada, se vea participada por todos los actores implicados: administraciones, empresas, organizaciones de la sociedad civil, trabajadoras, sindicatos... Un balón de fútbol no debería dejar de rodar porque se vacíe un territorio y no encuentre con quién jugar.

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