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Hemeroteca Diagonal
Agnès Varda: “Llevo 50 años trabajando y aún me pregunto qué hacer con la imagen y con el sonido”
Agnès Varda, pionera de la ‘Nouvelle Vague’ y autora del imprescindible documental Los espigadores y la espigadora, ha fallecido a los 90 años. Recuperamos esta entrevistapublicada en Diagonal en 2006, cuando Varda estuvo en Madrid con motivo de Madrid la retrospectiva de su obra.
Esta gran dama francesa, ‘madre’ de la Nouvelle Vague -su primera película, La Pointe Courte (1954), un largometraje de ficción crónica de una pareja tras cuatro años de matrimonio y un pueblo de pescadores, lo realizó cuatro años antes de la plena eclosión de este fenómeno artístico y social que reivindicó para el cine una mayor libertad técnica y expresiva- que una película dedicada a aquellos que viven de las sobras de los demás, tal y como ella misma lo ha hecho siempre en un gozoso empeño por apropiarse de lo pequeño y de lo sencillo, concediéndose sin reservas “el placer y la libertad de hacer lo que quería en cada momento” al margen de cualquier consenso colectivo respecto de “cómo deberían ser realmente las cosas”.
La mirada subjetiva de Agnès Varda, su “aproximación imaginaria en relación a la realidad”, se alimenta de escenas y motivos a menudo retenidos en la frontera de la sala de montaje y a los que en cambio ella saca partido transformando su arte, como dice André Roy (24 images, nº 123, septiembre 2005), “en un arte ideal que ha trasladado al cine para que allí se impriman los archivos vivos del mundo, que comprenden lo privado y lo público, lo íntimo y lo universal, el aquí y el allá, los grandes vectores de su cine”. No en vano afirma escuchar a menudo comentarios de gente que le hace notar que le gusta mucho tal o cual personaje de los muchos que aparecen en sus documentales. “¡Pero no son personajes, son personas!”, exclama. Todos ellos tienen una “textura” especial fruto en parte de su energía, su profundo amor al cine, su intuición y su respeto a la hora de dar testimonio de las vidas ajenas.
Crear
“Toda historia tiene que empezar por una emoción que trastorne al artista”, afirma. Así como Los espigadores y la espigadora tuvo su origen en la visión de la gente que, una vez terminado el mercado, se afanaba en recoger los alimentos del suelo, “Sin techo ni ley [1985, con la que obtuvo un León de Oro en el Festival de Venecia] nació del estupor ante la gente que todavía hoy muere de frío en las calles. ¿Cómo es posible?”.A partir de ahí, su proceso creativo atraviesa varias etapas. “Me documento sobre el tema, hablo con la gente, escojo un lugar, una estación, el equipo, elaboro un esquema...”. Un sistema personal que ha dado en llamar “cineescritura” y que su talento ha materializado en intervenciones de todo tipo. Tanto en las obras de ficción como en los documentales, Agnès Varda está presente de modo más o menos explícito a través de sus reflexiones e incluso de su propia imagen, como en Los espigadores y la espigadora o Dos años después (2002), película documental realizada como respuesta a la infinidad de cartas y regalos suscitada por la primera y guiada también por la necesidad de mostrar qué fue de sus protagonistas. Varda profundiza aquí en su autorretrato, abordando sin dramatismos el paso del tiempo, sus manos cubiertas de manchas, fruncidas por las arrugas, y su pelo gris. Grabadas por ella misma como un paisaje, no fueron del agrado del hombre con cuyo testimonio cierra Los espigadores y la espigadora, un biólogo que ‘espiga’ en los mercados y que de lunes a viernes da clases a inmigrantes analfabetos aún menos favorecidos que él.
“Este hombre extraordinario, profesor de francés, me dijo que no le interesaba mi vejez. ¡Tiene razón! Y si eso es lo que piensa, yo tengo que añadir ese testimonio”.
Artista sin etiquetas
Agnès Varda, rotundamente en contra de las etiquetas a pesar del profundo carácter realista y social de su cine (“No me apetece ser cineasta militante. El placer de filmar, la curiosidad, el deseo, el entusiasmo... es mucho más importante que cuestionarse si lo que uno hace es o no políticamente correcto o incorrecto”), no ha perdido jamás su afán por descubrir cosas (“Llevo cincuenta años trabajando en esto y todavía me pregunto qué hacer con la imagen y con el sonido”) ni su aura de pionera, responsable de la actividad como artista que viene desarrollando desde hace dos años y medio.“He pasado de ser una vieja cineasta a una joven artista”, afirma con humor. Se sorprende de verse a sí misma exponiendo en la Bienal de Venecia, en Taipei, en la galería Martine Aboucaya, en París. “ Ah!, c’est moi?”, comenta divertida. Está contenta de haber sido invitada a Madrid “como artista, y no sólo como cineasta”. Actualmente Varda expone en la prestigiosa Fundación Cartier, muy próxima a su casa de la Rue Daguerre, a cinco minutos del Boulevard Raspail. L’Île et Elle. Cinéma et Tcetera reúne, además de varias de sus películas, sus instalaciones y vídeos inspirados en la isla de Noirmountier.
“En las instalaciones uno corre más riesgos que en el cine. Mientras que en el cine todo el mundo vive una experiencia al mismo tiempo, en los museos la gente no tiene la obligación de permanecer en la sala hasta el final”, reflexiona, y añade: “Siempre procuro que haya algún lugar para sentarse, porque pienso que así los visitantes se quedarán más tiempo”.
Los trabajos presentados en la Fundación -Ping-Pong, Tong et Camping, “una película sobre el verano en la que no hay rostros, sólo colores violentos, proyectada sobre una colchoneta hinchable”; La Cabane aux portraits; Le Tombeau de Zgougou, su gato... y sobre todo Le Triptyque de Noirmoutier y Les Veuves de Noirmoutier - forman parte de su evolución natural como artista, de su eterna necesidad de contacto con el espectador. La vejez de Agnès Varda florece como siempre lo ha hecho, transformada en la actualidad en pequeñas piezas “menos narrativas y más imaginativas” imbuidas -como también es habitual en sus trabajos- de su pasión por la pintura. “Me inspiran más la pintura y los rostros de las personas que la literatura”. Es el caso de Les Veuves... organizada a modo de retablo, con una gran pantalla central en la que aparece la imagen de las viudas vestidas de negro en la playa rodeada de otras 14 ,“cada una un testimonio de tres minutos” que debe ser escuchado a través de unos cascos. “Es un dispositivo que no tiene nada que ver con el cine. Provoca una sensación de multiplicidad. La memoria se pierde, se fragmenta”.
En el texto que ha redactado para la exposición, Agnès comenta lo mucho que le gusta la definición de la palabra ‘isla’ “que nos enseñaron de pequeños en la escuela: una extensión de tierra rodeada de agua por todas partes. En Noirmoutier, esa agua es el océano. Es interesante y emocionante para mí sentirme limitada y rodeada por ella”.