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De Berta a Teo, historia de un tránsito
El documental De Berta a Teo, historia de un tránsito, realizado por Irene Navascués, relata en primera persona el proceso de tránsito de Teo Valls.
Teo tiene 30 años, imparte talleres de autodefensa feminista con mujeres y talleres de cuestionamiento del privilegio masculino con hombres. Trabaja como asistente personal y como terapeuta gestalt. Es el protagonista de De Berta a Teo, historia de un tránsito, documental que relata su proceso de cambio de género desde una perspectiva personal e íntima. Hablamos con él sobre esta experiencia.
¿Cómo te has sentido llevando a cabo esta grabación?
En principio no lo hacía para que fuese algo público y por eso ha sido algo muy sincero y me sentí bastante cómodo grabándolo. También muy agradecido y muy emocionado al ser un proceso que no he hecho solo. Mucha gente se ha implicado. A parte de grabarme a mí también se ha grabado a mi hermano, a la gente de mi casa, a mi hermana, a mi pareja en aquel entonces. Y ha sido muy conmovedor, tanto para mí como para la gente que se ha puesto frente a la cámara para grabar el impacto que le había producido despedirse de Berta y recibir a Teo: una se había enfadado, la otra se había puesto triste... Ha sido un proceso muy bonito de compartir, porque son cosas que no se hablan a nivel emocional y que, de repente, al hacer el documental salen. Y ha servido para fortalecer vínculos.
Además, al hacerlo en equipo me he sentido muy apoyado, de mil maneras. Mostrarte públicamente es algo que da miedo, pero como ha sido algo tan colectivo estoy muy ilusionado y muy contento.
Queremos estrenarlo este sábado en la Enredadera de Tetuán, a las 20h. Y el dinero que saquemos de este evento y de su difusión en otros espacios será para financiar mi operación para quitarme el pecho. La gente podrá seguir este proceso a través de la página de Facebook Berta a Teo. Ahí contaré los eventos y cómo van yendo los pasos hacia la operación.
La idea es hacer otras proyecciones y que el documental sea una herramienta de visibilización de la lucha trans, de difusión desde una perspectiva no victimizadora, empoderante, dando otra mirada a lo que es la lucha trans y contado desde un trans y su entorno. Desde lo emocional, y no tanto lo políticamente correcto. No tanto hablando desde el discurso, sino más bien desde qué le pasa a cada quién y qué me pasa a mí al cambiarme de género.
¿El deseo de operarte el pecho siempre ha estado presente o ha sido fruto de un proceso?
La operación ha estado presente desde el inicio del tránsito, pero de diferentes maneras, al igual que la relación con mis pechos. Ha sido como un viaje de mucha contradicción. Por un lado, lo deseaba por una cuestión estética y por una cuestión social, sabiendo que sin ellas podría desarrollar mi vida de manera mas fácil. En vestuarios, por ejemplo, poder ducharme. Poder habitar los espacios públicos. Poder recuperar la piscina. Porque, si fuera un transexual hormonado, con un montón de barba y una voz super fuerte y estuviera mucho más cerca de la masculinidad hegemónica, con el poco pecho que tengo, igual se me vería raro pero no se me cuestionaría mi identidad. Ahora sí me encuentro cuestionado, y señalado y no solamente se trata de que se me pueda herir o no el orgullo o me pueda doler. Es que me imposibilita en muchos momentos hacer vida normal. Y tengo que salir del vestuario con la camiseta sudada y llegar a casa a cambiarme. Querer tener un cotidiano mas fácil es mi deseo.
Después hay otra parte, y es que me apetece. Pero esto ha sido algo que me ha causado mucha contradicción. Todavía uso esta frase respecto a mis tetas: “cómplices en la cama y enemigas en la calle”. Es una decisión que me ha costado mucho tomar, porque es entrar en un quirófano por voluntad propia, y llenarme el cuerpo de anestesia general. Y tener que conseguir un montón de dinero, que eso también me hacía no planteármelo, porque estamos hablando de 6.000 euros. El documental ha sido la forma de hacer algo político, buscar y encontrar apoyo en la red, en los afectos y vínculos para poder conseguirlo. Y a la vez hacer este proceso de forma colectiva, que para mí también es romper con la imagen de aislamiento que hay en torno a la comunidad trans. Yo me he dado cuenta que cuanto más he naturalizado mi proceso más aceptación he recibido, y cuanto más lo he acercado a la gente, mas apoyado he sido, y eso es muy empoderante y conmovedor.
¿Te has llegado a preguntar cuánto hay de deseo personal y cuánto de exigencia social?
Lo he pensado mucho. Si a nivel social a mí se me aceptara como chico con tetas, y eso se naturalizara y no tuviera problemas en los vestuarios, en lo público, en fiestas, en lo que fuera, ¿eso implicaría o no llegar a la operación? Pues probablemente, ahora mismo, sí, porque hay un deseo de querer tener torso masculino. Evidentemente, eso pasa por unos estereotipos construidos y unos estereotipos que son hegemónicos. La masculinidad hegemónica no tiene tetas. Yo como trans no quiero tetas. Y soy consciente de ello. También soy sincero con lo que quiero. Y, si se me aceptara, yo probablemente ahora mismo me querría operar igual. O, quien sabe, si no tuviera ninguna mirada extraña sobre mi cuerpo al quitarme la camiseta, si nadie me cuestionara, me preguntara, si no se me echara de un vestuario por eso y mil etcéteras más... Es decir, si hablásemos de una aceptación total, y que dentro del imaginario social todas y todos viéramos que un pecho masculino puede tener tetas, igual no necesitaría operarme. Pero eso no te lo puedo decir hasta que no pase, y por ahora no pasa.
Por ahora, el hecho de que tenga pecho hace que la gente a veces me lea en femenino, aún teniendo tan poco pecho. Es algo que me pasa mucho. Y muchas veces, cuando la gente me lee, lo primero que hace como forma de verificar mi género es mirarme el pecho.
Pero, por ejemplo, yo no me planteo para nada ponerme pito. Es mi imagen de cómo quiero yo ser trans, que entiendo que cada trans tiene su idea y su dibujo corporal y sus necesidades. Yo me encuentro bien, me encuentro cómodo, me gusto, con cicatrices, sin pecho y con coño. Es mi forma andrógina de vivir mi propio proceso.
¿Cómo compaginas el cuestionamiento a la masculinidad normativa con el deseo de acercarte a ella porque, evidentemente, te hace la vida más fácil?
T.V.: Esta reivindicación yo la hago desde cómo cuestiono la masculinidad hegemónica. Y cómo me construyo otros referentes de masculinidad, qué referentes elijo, siendo muy consciente de qué es lo que tomo de la masculinidad hegemónica, y qué no. Hay cosas que me gustan y tomo, y me sirven porque me dan seguridad en mi cotidiano y me hacen sentir bien y me permiten poder desarrollarme de una forma segura y cómoda. Pero hay muchas cosas que no tomo, que cuestiono, que desdibujo y deconstruyo. En mí no pasa tanto por la apariencia física que tenga o no tenga, sino por los roles que abandono, cuáles deconstruyo, de qué forma suelto mis privilegios como trans masculino, de qué forma habito el espacio, qué espacio ocupa mi palabra, qué lugar le doy a los cuidados, a los afectos...
Es decir, mi forma de llevar una masculinidad disidente a la hegemónica no pasa tanto por quitarme o no quitarme las tetas, sino por la manera en que soy hombre, o no soy hombre, la manera de comportarme, los roles que transformo. Y esto es algo que me estoy repensando mucho a raíz de mi tránsito y es hacia donde quiero enfocar éste. Quiero generar otras masculinidades trans, otros referentes. Reivindicándome como chico trans masculino con coño. Yo no me nombro como hombre, porque tengo muy claro que nunca he sido una tía y tengo claro que nunca voy a ser un hombre, ni lo voy a querer ser. Por eso no quiero operarme los genitales. En cambio, el pecho me apetece. Es como mi forma de poner en jaque el género, en la gente, y en mi propio cuerpo.
¿Y qué opinas de las terapias de hormonación?
Yo no me he hormonado. Me lo pensé mucho. Por un lado siempre ha estado el sentimiento de masculinizarme más por esta cuestión de tenerlo más fácil, de tener más seguridad, de ser leído como me siento y, por lo tanto, poder ser yo. Pero me di cuenta de que hormonarme lo hacía para que se me nombrara en masculino, no tanto por querer vivir esa metamorfosis corporal y tener otra voz, otro aspecto.
Para mí fue mucho más importante trabajar a nivel emocional lo que significaba para mí ser nombrado en femenino, la humillación que me suponía, la rabia, la impotencia. Y cuando me pude trabajar eso con mi proceso terapéutico me di cuenta de que no necesitaba hormonarme. Que frente a eso necesitaba generar estrategias de respuesta desde el humor, o desde donde fuera. Herramientas de respuesta y de aceptación interna para que no supusiera un impacto en mi cuerpo y, por lo tanto, no tuviera que ser algo que pasara por encima de mí. La hormonación pasó a ser algo que no deseaba, que no necesitaba, y eso me ha dado mucha libertad. Por eso tengo muy claro el tema de la operación. He hecho este mismo proceso con la cuestión del pecho y he llegado a ver que sí lo quiero.
De todas formas, yo estoy a favor de la hormonación. Si a una persona trans le da libertad, la empodera y la hace sentirse bien, me parece perfecto. Lo que me parece un problema es que la hormonación sea algo impuesto, como que lo sea una operación, y que nuestra identidad sólo esté respaldada por esos cambios físicos. Yo creo que la identidad es algo mucho más profundo y que va mucho más allá de una imagen física, y ahí está lo complejo de estos procesos. Las personas trans necesitamos ser leídas como nos sentimos, para reforzar y consolidar nuestra identidad. Y ahí es donde entra el ojo externo. Por eso la importancia constante de cómo nos leen, Que se te cuestione la identidad es algo realmente muy doloroso, porque es tocar la raíz más interna, es que te estén cuestionando tu ser.
Mi miedo es que se tomen estas decisiones sin ser conscientes o sin que sean elegidas conscientemente. Muchas veces la presión social a los trans nos hace tomar decisiones que igual si tuviéramos otras opciones no tomaríamos, o tomaríamos de otra manera, sin tanta inmediatez, sin tanto sufrimiento. Creo que si estas decisiones son de corazón, adelante, porque con tu cuerpo y tu proceso haz lo que quieras. El problema es, para mí, cuando estas decisiones están intentando cubrir un anhelo que nunca va a llegar. Yo, por ejemplo, me di cuenta de que poniéndome testosterona, que estuve dos semanas, lo que hacía era poner un parche, y lo hacía para que se me dejara de nombrar en femenino. Era mi forma de intentar encajar. Me di cuenta de que el problema no era si encajaba o no, sino lo que me pasaba a nivel emocional cuando no encajaba. El dolor interno es tan fuerte que haces cualquier cosa. Cuando me trabajé eso me di cuenta de que no encajar me encanta, y dejé de buscar el refuerzo identitario en la mirada externa y empecé a encontrarlo en mi propia mirada interna. Entonces lo tuve muy claro. No necesitaba hormonarme.
¿Y qué opinas de la atención a las personas trans dentro de la Seguridad Social?
Lo veo muy complejo y muy jodido, porque las opciones que hay dentro de la Seguridad Social son nefastas. Para mí son instituciones de violencia de género, destinadas a patologizar los cuerpos trans, con mucho poder institucional, con mucha presión... Te dicen qué tienes que hacer, cómo tienes que hacerlo y lo más duro, para mí, es que son profesionales que no tienen una perspectiva feminista. Están reforzando el binarismo de una forma muy cañera. Y creo que reforzar el binarismo para un trans es muy complejo. Si el binarismo no existiera, si no existieran hombres y mujeres, yo no existiría como trans, no me tendría que nombrar como trans. Por eso, para mí, no tomar hormonación ha sido algo muy reivindicativo. Ha significado decir “yo no quiero pasar por un tío y que se me lea como tío. Que pase esto es invisibilizarme a mí como trans”. Yo prefiero que no sepas cómo me lees y que te pongas en jaque y que te cuestiones este binarismo de género, al verme, que no que me leas en masculino y que sigamos nutriendo este monstruo. Que veas qué pasa si me nombras en femenino o en masculino, y qué pasa contigo, con tu género y con tu necesidad de clasificar en hombres y en mujeres, más que ser leído en masculino y que siga rodando el engranaje que tiene este mundo tan binario. Para mí es una violencia estructural muy fuerte, porque al final es decir que sólo hay blanco y hay negro ¿Y todos los grises que hay en medio dónde se quedan?
Ahora mismo, las instituciones de asesoramiento a personas trans no tienen esta perspectiva, sino un discurso basado en “tú vives en un cuerpo equivocado, estás sufriendo mucho, lo que tienes que hacer es ser un hombre, y serlo ya”. Y yo no lo comparto. Yo he tenido claro que nunca voy a llegar a ser un hombre. Lo que pasa muchas veces con personas trans es que hipotecamos nuestra vida para llegar a ser un hombre o a ser una mujer. Al final, toda nuestra vida se va en intentar conseguir algo que tiene un coste muy grande, porque proyectamos nuestra identidad en el físico, entonces buscamos conseguir ese cuerpo normativo, que de por sí, para cualquier persona, es muy difícil, pero encima para una persona trans es mucho más complejo. Imagínate todo lo que tienes que hacer: operaciones, hormonaciones, procesos legales en torno al cambio de nombre... Es mucha energía, mucho cansancio, mucha frustración para intentar encajar, y en muchos momentos hipotecar nuestras vidas y nuestra felicidad para conseguir ese fin. Yo prefiero no encajar. Prefiero no encajar y que todas nos cuestionemos qué pasa con este sistema binario de opresión. Por eso estoy a favor de la hormonación si te hace sentir bien, pero no como única opción frente a la transexualidad. Es una opción más e igual hay muchos trans que no se quieren nombrar trans, y que se quieren nombrar hombres, y lo respeto 100 por cien, pero no es mi forma de verlo y ni mucho menos de vivirlo. Ahora me quito las tetas, ahora me hormono, ahora me pongo pito, ahora me opero de la nuez... Siempre habrá un paso más, y este camino sin fin es lo que constantemente te está poniendo en riesgo y diciéndote que tú eres como una copia falsa. Por eso, éste no es mi camino...
Es muy diferente dar pasos porque te mueve el deseo y la ilusión, siendo consciente de hacia donde vas, que correr desesperadamente hacia un fin, pensando que en el fin está la solución. Y para mí lo bonito es disfrutar del proceso, no perseguir un fin a costa del proceso, porque al final este proceso es tu vida.
Tú has coordinado un grupo de terapia con otras personas trans. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Muy interesante. Fue un espacio donde toda la gente que estábamos éramos trans, llevado desde la perspectiva “gestaltica”. La idea era que cada quien usara ese espacio para poder llegar a ser protagonista de su propio tránsito. Normalmente te marcan mucho el camino cuando eres trans: endocrino, hormonación, operación, cambio de nombre... Te marcan los pasos a seguir y el tiempo. Desde mi punto de vista muchas veces son procesos muy acelerados, que cuesta mucho asimilar tanto a nivel corporal como emocional. Como si hacer el tránsito rápido fuera la solución a reducir la angustia. Todos estos pasos forman el camino a seguir, que yo no lo juzgo, pero hay muchos más caminos y eso no se nos explica. Los procesos vitales son muy diversos. Y este grupo ayudaba a darse cuenta y a tomar conciencia, y que cada quien pudiera elegir su propio camino. No era decir tienes que ir por aquí o por allá. Daba herramientas de autoconciencia para poder elegir.
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