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Hemeroteca Diagonal
Felipe, Felipe, Felipe: un presidente in-ol-vi-da-ble
De posturas radicales al personaje que todos conocemos, Felipe González condensa aquel espíritu de la Transición.
@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.
“Nunca he sido un junco que mueve el viento en la dirección que sopla”. Un lapsus, o quizás una revelación temprana de la personalidad de gran estadista, le llevó a poner el junco como sujeto “que mueve el viento”, en vez de que “se mueve con el viento”. Así se expresaba Felipe, antes que González, el 20 de mayo de 1979. Ningún otro presidente, ni antes ni después de su coronación en 1982, ha sido llamado por su nombre de pila. Hemos conocido Aznares, Rajoys, Calvo-Sotelos, incluso simpáticos Zapateros con su emotivo gesto de la cejita —¿os acordáis?, el patetismo de la política progre nos queda tan cerca—. Ni siquiera Suárez, el más televisivo de todos los presidentes consiguió ser aclamado con un “Adolfo, Adolfo, Adolfo”. Pero Felipe... Felipe lo conseguía sin esfuerzo, llenando estadios, en los congresos del PSOE o en sus célebres “explicaciones al pueblo” tras las difíciles y fundamentales decisiones de su reinado. Como aquella que nos llevó a la permanencia en la OTAN, o las que precedieron la publicación de las sucesivas reformas laborales de 1988, 1991, 199...
Las “chorradas” de Marx
Decía Felipe aquello del junco en el mismo discurso y en el mismo congreso en el que sentenció: “Hay que ser socialista antes que marxista”. La bronca la había montado él solito unos meses antes cuando declaró que Marx dijo muchas “chorradas” (sic) y que al partido le convenía el abandono del marxismo. Luego añadió que, en caso de que el partido no aceptara el cambio de definición, lo abandonaría. Los críticos enardecidos entraron a la provocación y ganaron las votaciones en el congreso. Al fin y al cabo, el “marxismo” había sido la bandera del antifranquismo estudiantil. Pero Felipe no se echó atrás y cumplió lo prometido. Entre lacrimoso y solemne —nótese que habla en tercera persona— declaró: “Si hago política perdiendo fuerza moral y razones morales, prefiero apagar, apagar porque yo no estoy en política por la política. Estoy porque hay un discurso ético, que no suena demasiado revolucionario, que es el que mueve a Felipe González en la política”. La prensa alabó su tono ético, su rectitud, su valentía. Lo hizo principalmente El País, ese periódico que salió del reformismo franquista: ¿sabéis que Fraga fue uno de sus primeros accionistas e ideólogos? —¡sorpresa!—. Con Felipe había nacido una estrella. Y en todas las quinielas era necesario que hubiera una opción de reemplazo fiable y disciplinada ante el cada vez más incómodo Adolfo Suárez.Felipe en 1974 representaba la radicalidad del antifranquismo, concretamente de la nueva clase mediaPero ¿quién era este Felipe antes que González? De sus orígenes sabemos lo suficiente. Era hijo de un pequeño empresario sevillano. Estudió en los escolapios como corresponde a los niños bien de la ciudad del Sur. Quiso hacer Derecho, también como los chicos bien, y fue al final de la carrera cuando ganó una beca para estudiar en la Católica de Lovaina. Hasta entonces, lo más que Felipe sabía de estrategia política era la referida a perseguir universitarias. No obstante, fue allí, en Bélgica, donde se “politizó”. Convencido, entró en el PSOE a caballo del 68, cuando lo mínimo en la izquierda era ser maoísta o guevarista. Basta decir que, contra todo pronóstico, acertó. Con sus chicos y chicas, el conocido “clan de la tortilla”, convirtió el núcleo socialista sevillano en lo poco organizado que había del partido fuera de sus feudos tradicionales de Asturias y Vizcaya. Pero fue sobre todo gracias a los vascos y en especial a Nicolás Redondo, que contaba con todo el prestigio de una militancia obrera entregada, por lo que los sevillanos pudieron hacerse con la dirección del partido. Felipe fue elegido secretario en 1972, y luego confirmado en 1974 en el famoso Congreso de Suresnes. Allí Redondo y los vizcaínos prefirieron dirigir la UGT. Seguro que en aquel 14D de 1988 comentaron más de una vez su arrepentimiento. Pero en 1974, Felipe representaba la juventud y la radicalidad del antifranquismo, concretamente de la nueva clase media antifranquista.
El milagro de Felipe fue enorme si se tiene en cuenta lo que era el PSOE en 1975. Lo formaban entonces apenas 2.000 militantes, menos que la maoísta ORT o el extremista PTE. Sin militancia obrera, sin bases sociales fuertes, sin compromisos políticos, el PSOE de Felipe disputaba a todos en radicalidad: a los escindidos del exilio que no aceptaron ni a los “sevillanos” ni a los “vascos”, a los otros socialistas como Tierno Galván, al PCE e incluso a la extrema izquierda. Tanto es así que en Suresnes el partido salió con aquella definición “de clase, marxista, democrático y revolucionario”. El PSOE de entonces estaba por la autodeterminación de los pueblos, por la República federal y era contrario a todo imperialismo, como Felipe que había sido el principal promotor de estos cambios ideológicos dentro de lo que casi siempre fue un partido moderado. ¡Qué tiempos!
Pero en 1979, era ya otra cosa. La política, esto es el poder, manda. Y había que disputar el centro a Suárez. Los franquistas reciclados en “demócratas” habían firmado las grandes obras de la Transición. No en vano la reforma interna del régimen se había inventado el “franquismo sociológico”, el “centro”, la UCD y Suárez. Gracias a aquellos artilugios gobernaban ya cuatro años después de muerto Franco. Ser radical en 1979 ya no convenía. Y Felipe lo tenía claro.
La reforma interna del régimen se había inventado el “franquismo sociológico”. Ser radical en 1979 ya no conveníaEl congreso de mayo de 1979 rematado por su prórroga de septiembre, supuso el acta de defunción del partido histórico y, a un tiempo, de constitución del nuevo socialismo. Tras el amago de marcha de Felipe, el líder volvió reforzado y coronado con laureles. Los “críticos”, como casi siempre ocurre en las izquierdas, se engancharon en una discusión ideológica y tramposa sobre Marx sí o Marx no. A veces simples vocacionales como Gómez Llorente, a veces oportunistas redomados como Tierno Galván fueron literalmente incapaces de presentar una dirección alternativa. Acabado el congreso –la “fiesta”, como la llamó Alfonso Guerra– acabó también la democracia interna. Nunca más habrá oportunidad de disidencia real en el socialismo, el aparato de Guerra se volverá omnímodo.
Los poderes fácticos
Ganó Felipe y ganó el partido —lo dicen los historiadores sociatas— que salió de 1979 disciplinado y preparado para el Gobierno. Bastó esperar sólo tres intensos años: la campaña de los poderes fácticos contra Suárez —traidor a la mano de su amo, la patronal, el Ejército y la Iglesia—, el subsiguiente golpe de Estado del 23F y la guerra interna de UCD. El 28 de octubre el PSOE venció tanto por sus méritos como por la involución del centro. Unos años de prosperidad (1985-1992) y el autosabotaje de la derecha de Fraga dieron a Felipe 13 años de gobierno. Una espectacular carrera para quien se convirtió en profundo experto en el crecimiento lento y controlado de esos árboles torturados y enanos que en Japón llaman bonsáis.Felipe González crea Tagua Capital, un fondo de capital riesgo para invertir 150 millones de euros en España y América junto a 14 directivos y empresarios españoles de primera fila. En 2013, congeló el fondo ante la falta de financiación.
126.000 euros anuales no fueron suficiente incentivo para mantenerse como consultor de Gas Natural. El 9 de enero presentó su dimisión. “No porque haya incompatibilidades, sino porque es muy aburrido”, dijo.
Pacto PP-PSOE...
Los problemas del bipartidismo no dejan indiferente a Felipe González. “Si el país lo necesita”, afirmó el pasado 11 de mayo, no vería con malos ojos una gran coalición de Gobierno entre el PP y el PSOE.