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Guerra civil
La maleta de Chiva: fotos olvidadas del verano del 37
Han pasado 87 años desde aquel verano de 1937 que muestran las fotos. Todo ese tiempo la familia Lodeiro ha guardado con ella una caja con varias películas Agfa y Kodakcrome que hasta ahora no habían sido reveladas. Ven la luz gracias al esfuerzo del profesor y director de la editorial valenciana Llibres de L’Encobert, José López Camarillas, quien ha lanzado un crowdfunding para poder recaudar fondos con las que poder reunirlas en un libro.
El hallazgo es fruto de la confianza de los familiares de represaliados por el franquismo de la asociación Memoria y libertad quienes participaron del volumen de cartas de condenados a muerte compiladas por Tomás Montero en el libro Las Cartas de la Memoria, de la misma editorial.
Como tantas veces, tirar de un hilo de la memoria lleva a otra historia silenciada y a otra... Y, en este caso, a que la familia Lodeiro se animase a revelar esos negativos que los han acompañado en viajes y mudanzas durante casi nueve décadas.
El tiempo se detiene en estas fotografías llenas de vivencias del pasado, apenas un instante, una fracción de segundo, que inmortalizan un momento de paz en la guerra. Unas imágenes que podrían funcionar ahora, en formato libro o expositivo, como una herramienta de lucha contra el olvido, un espacio donde las generaciones se encuentren.
“Esfuerzos por rescatar la memoria que deberían ser iniciativas de las instituciones y no de pequeñas editoriales como nosotros“, reflexiona López Camarillas para quien el trabajo tanto de la asociación como de su editorial es además de la divulgación “el esfuerzo por humanizar a las víctimas del franquismo y mostrar su vida cotidiana más allá del dato de su final trágico”.
Las fotos fueron tomadas con una Leica III a, la mítica cámara que comenzó a producirse en 1935 y con la que fotógrafos de la talla de Robert Capa y Gerda Taro revolucionaron el fotoperiodismo. Quien tomó estas fotos no era un fotógrafo, sino un enamorado anarquista que fue enviado a la retaguardia al ser herido en la Batalla de Guadalajara.
El vallisoletano Arturo Lodeiro, soldado republicano y miembro de la FAI y la CNT desde 1933, llegó a Chiva junto con su novia Julia Muñoz y las familias de ambos en un Ford Deluxe. “Sabemos que el coche había pertenecido con anterioridad a un conde del madrileño barrio de Salamanca”, nos cuenta López Camarillas, “de donde salió la cámara y los negativos no se sabe”, añade.
Durante ese verano del 37, la pareja disparó más de 600 fotografías en localidad de Chiva, en la valenciana playa del Saler y también algunas en Granollers o Cartagena. Fotos que nos muestran a gente corriente echando la siesta, bebiendo en la taberna, posando con niños, paseando en la playa, jugando o bañándose en la alberca, en definitiva, fotos de gente feliz y en paz.
La guerra apenas se intuye en algunos carteles en las paredes, las personas vestidas con monos o en un niño que posa vestido de miliciano.
Pero sobre todo hay fotos de una hermosa Julia que sonríe y posa para su novio Arturo.
Una historia de amor que había comenzado meses antes en Madrid, cuando Arturo conoció a Julia en el bar del Hotel Continental. Una joven Julia de veintisiete años, era entonces la prometida de Valentín, el gerente del hotel. Arturo intercedió para que no mataran al derechista Valentín, pero no evitó enamorarse locamente de Julia con quien viajó a Chiva.
Allí pasaron la primavera y el verano mientras Arturo se recuperaba. El siguiente año la pareja vivió en València y Granollers donde Arturo trabajaba en fábricas de armamento. Al final de la guerra Arturo intentó huir por el puerto de Alicante donde fue apresado y enviado al campo de Albatera y de ahí a la cárcel de las Comendadoras en Madrid.
Julia embarazada se mudó a Madrid. Arturo fue condenado a muerte a pesar de que Valentín, el del hotel, declaró a favor de él en el sumario. En la cárcel escribía apasionadas cartas de amor en papelillos de fumar para Julia, como se recoge en el libro Las Cartas de la memoria.
“Celestial criatura que eres imprescindible para mi vida, no porque tengas que quererme, sino por ya dominarme completamente, imposibilitándome de pensar en otra cosa que no seas tú”, le escribía un enamorado y celoso Arturo a Julia. Tenía treinta y cinco años cuando fue fusilado el 27 de abril de 1940 junto a las tapias del cementerio del Este de Madrid, se casó “in articulo mortis” con su adorada Julia.