Fronteras
“Si no hubiésemos estado ahogándonos en la frontera, hubiesen venido a salvarnos”

El colectivo Caminando Fronteras publica su informe Vida en la Necrofrontera, una denuncia contra las políticas fronterizas que recupera la memoria de más de un millar de personas muertas o desaparecidas en su intento de llegar al Estado español por la Frontera Sur.

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El aumento de las fronteras coincide con el envejecimiento y caída de la natalidad en Occidente. Los países más ricos necesitan migrantes, pero los quieren sin derechos. Byron Maher Sancho Somalo

“Hacer morir y dejar morir”, afirma el informe Vida en la Necrofrontera, presentado por el colectivo Caminando Fronteras. Una denuncia contra “toda una industria de violencia y muerte que se beneficia de vigilar, detener, encarcelar y deportar, traficar y esclavizar e incluso rescatar y asistir a quienes quieren atravesarlas”.

La contundencia de sus cifras echa por tierra todo intento de disfrazar de éxito estas políticas: 1.020 víctimas entre 2018 y el primer cuatrimestre de 2019. Resultado de 70 naufragios y de 12 embarcaciones desaparecidas, en tres rutas distintas: la del Estrecho, la del Mar de Alborán y la ruta de las Canarias.

“La zodiac no era buena, pero subimos. De repente empezó a perder aire. La noche era tan oscura y hacía tanto frío que no puedo decir cuándo caía la gente al agua. Pedíamos socorro, pero no llegaban. Iban cayendo y yo pensaba que sería la próxima. Me abrazaba a mi bebé. No recuerdo el rescate, solo el hospital. Las familias llamaban y nos preguntaban quiénes estábamos vivos y por qué habían muerto. Yo les decía ‘los mató la frontera’, porque si no hubiésemos estado ahogándonos en una frontera, hubiesen venido a salvarnos. A mí me ha llevado años aprender lo que significan las fronteras en nuestras vidas migrantes”, explica la camerunesa F.S.

Según el informe, de esas 1.020 víctimas, 204 han muerto y 816 están desaparecidas (78,86%). La diferenciación entre unas y otras es fundamental por las consecuencias que tiene la ausencia de los cuerpos. “La ausencia invisibiliza el relato de violencia que llevó a su desaparición y crea profundas brechas en las vidas de sus familias y en las comunidades de origen”, refieren desde Caminando Fronteras.

Para el Comité Internacional de Cruz Roja, “debe presumirse que las personas desaparecidas siguen con vida hasta que se determine la suerte que han corrido”, y tienen el derecho a ser buscadas por las autoridades pertinentes y a que se investiguen las circunstancias de su desaparición.

Es lo que la investigadora Paulina Boss denomina “pérdida ambigua”. No hay un cuerpo y por ende no hay un funeral, ni ritos que ayudan a aceptar la pérdida permanente. “Así la pérdida puede prolongarse indefinidamente, agota a las personas física y emocionalmente, sufren una confusión generalizada”, describe Boss. Viven con la ilusión de que un día aparezcan con vida.

“A veces se recurre a los marabús, a nuestras creencias ancestrales. Estos dicen que les ven en algún lugar, en islas, pero con vida. Puede parecer una locura, y creeréis los europeos que tal vez lo decimos por estar “retrasados”, pero es una forma de proteger a la familia y a la comunidad de esa pérdida tan dolorosa”, cuenta el líder comunitario S.P.

Dos años

El informe de Caminando Fronteras se centra en un trabajo de poner voz a las supervivientes y sus familias y que sean ellas, sus palabras y sentires las que sirvan de hilo conductor para contar los efectos de la frontera en sus vidas, y las resistencias que crean para luchar contra esas zonas de excepción democrática.

“Llega tras dos años muy duros de persecución a nuestra defensa de derechos de las personas migrantes, dos años en los que hemos sido criminalizadas hasta el extremo, pero donde hemos continuado haciendo lo que sabemos hacer, que es trabajar codo a codo con las comunidades migrantes que luchan por la defensa de sus derechos”, anunció en sus redes la periodista e investigadora Helena Maleno, fundadora e integrante del colectivo Caminando Fronteras.

Ella sufrió la criminalización a la que están siendo sometidas las activistas que trabajan en las fronteras. En marzo un tribunal marroquí archivó la causa que se le había iniciado a pedido de la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedad Documental de la policía española (UCRIF) “por tráfico de personas y favorecimiento de la inmigración irregular”. Ni siquiera el rechazo que en 2017 hizo la fiscalía española a las mismas acusaciones pudo frenar el acoso.

“En el año 2012 comenzaron a cavar una fosa. Estaba hecha para mí, querían enterrarme. Primero sería yo, pero después ¿quién sabe?, se podría amoldar a tantas otras compañeras que defienden derechos… La UCRIF, policía de control de fronteras española, junto a Frontex, habían usado las palas más demoledoras, las más horribles, las menos democráticas para construir la fosa”, recuerda.

El primero en acuñar el término de “necropolítica” fue el pensador camerunés Achille Mbembe, quien se refirió a regímenes políticos actuales que “obedecen al esquema de hacer morir y dejar vivir a cuerpos concebidos como mercancías susceptibles de ser desechadas”. Y es Andrés Fabián Henao Castro, quien enmarca el término en los contextos fronterizos.

Como dice en el informe la miembro de Just Associates y de la Iniciativa Mesoamericana para Defensoras de Derechos Humanos, Marusia López, “en las fronteras se hace evidente la renuncia de los Estados a su obligación de garantizar los derechos humanos. En ellas la ley es solo un instrumento para legitimar el racismo y el patriarcado, se sigue ejerciendo el poder colonial que divide a la humanidad en personas válidas y en cuerpos que se pueden explotar, desechar, violar y matar para mantener los intereses del capital”.

“Pensaba que la frontera era una línea, pero era mucho más: son los bandidos, los policías, los militares, los perros, las vallas, la moto mafia, las armas. También es el miedo, el corazón que se acelera, el cuerpo que tiembla, los ojos que se cierran, la voz que se apaga. En ese momento tu cuerpo está a merced de todo. La primera vez fue de Mali a Argelia. Por mi cuerpo pasaron varios militares, eso era la frontera. Pasaron, follaron y dejaron un bebé dentro. Mi bebé de frontera. Después fue la de Argelia y Marruecos. Los perros de los militares argelinos me mordieron las piernas y me partí un brazo al caer en la zanja”, relata F.S.

Empresas que se lucran, el negocio del armamento, la militarización de las fronteras y la externalización del control de movimiento forman parte de esta necropolítica a la que resisten las vidas migrantes. “Se nos rompieron los zapatos de tanto correr aquella noche. Es así como empezaron las redadas más grandes en Marruecos. Nunca había visto tantos militares juntos, ni tantas esposas para atarnos, ni tantos autobuses. Para hacer detenciones tan masivas hay que hacer una gran inversión de material”, destaca el camerunés C.G.

Su compatriota, S.M. vivió una experiencia similar en Libia. “Nos rescataron los guardacostas libios. No sé cómo calificar la palabra “rescate”, porque cuando llegas a la orilla, llegas vivo, pero en la mayoría de las ocasiones, esclavo. Estuve en uno de esos centros que han creado para encerrarnos. Llamaron a mi familia para enviar dinero de la liberación que eran unos 200 euros y como no les pareció suficiente me vendieron como esclavo. Durante cinco meses trabajé en la construcción siendo esclavo, literalmente, y un día, cuando ya no podía trabajar más y no rendía como antes, me soltaron”, detalla.

El guineano L.S. logró saltar la valla, pero otra vez “la ley” en la frontera operó en forma de devolución en caliente. “Habíamos entrado por la valla. Muchos estábamos ensangrentados, pero no sentíamos dolor. Es pensar que dejas atrás tanto sufrimiento. Fue todo muy rápido, como una película. El corazón va a mil, es entrar o morir. Sabes que es peligroso, pero debes seguir adelante. No sé cómo explicarlo, tú no puedes entenderlo porque no estás en mi piel, en mi sangre. Había traductores, pero solo de francés y yo no hablo bien francés, así que no entendía nada. Lo que allí estaba pasando no estaba hecho para protegernos, estaba hecho para hacernos daño. Eso se notaba, no comprendía lo que firmaba, pero sabía que lo firmaba con dolor. Estaba en un gran shock. Me vi en el lado marroquí de nuevo. Después, en la cárcel y deportado al sur”, recuerda.

Marruecos hace parte del trabajo sucio con dinero de la Unión Europea. Para ello, son fundamentales los discursos de odio: hablar de efecto llamada, invasiones u oleadas, de la “lucha contra las mafias”, “contra el terrorismo” o la “trata de seres humanos”, termina justificando y normalizando, incluso, hechos como los sucedidos el 6 de febrero de 2014 en Tarajal.

Especial violencia se ejerce en las fronteras contra las mujeres migrantes, que pese a todo encuentran estrategias para sobrevivir y cuidar, aún a costa de su cuerpo. “Me duele el pecho, más cuando no sé qué dar de comer a mis dos hijas. A veces me prostituyo por dos euros para prepararles el Cerealac de las mañanas. Muchas mujeres lo hacen. No sé quién es el padre de una de mis hijas porque me violaron entre cuatro al cruzar la frontera de Argelia. La segunda es de un maliense al que me entregué para un matrimonio del camino”, desgrana. Un “marido” que algunas mujeres buscan para sobrevivir. La violencia de un solo hombre, que protege de la violencia de otros muchos.

Una violencia que no cesa de este lado de la valla. “Cuando intenté montar en otra zodiac, no pude hacerlo, me detuvieron en mitad de la playa. Mi hermana iba con mi hijo y ella se quedó dentro de la embarcación que arrancó sin nosotras. Se lo quitaron al llegar. Llegué a España cansada, pero solo pensando en él. A cualquier persona blanca que me encontraba le decía que buscaba a mi hijo. A la policía le decía que lo buscaba, ellos solo me preguntaban cosas de la embarcación, y de las veces que había cruzado y que a quién había llamado. Solo les decía que dónde estaba mi hijo. Me llevaban de un lugar a otro, nos ponían en fila. Yo era una madre desesperada, pero ellos no me entendían. Me dieron la ropa, me interrogaron, pero no les interesaba escucharme. Así que lo que hice fue llorar y llorar. No sé, si lloraba mucho tal vez me escuchasen… Me sentí como una negra, con todo lo que eso significa. A veces era la pobrecita negra, otras simplemente la negra”, narra la camerunesa R.G.

La necrofrontera se extiende a todo un sistema de acogida en el que se crean nuevos tipos de centros que reproducen viejas prácticas en las que imperan criterios de control. Cuerpos cosificados, que nada más llegar se convierten en un número, que no tienen más derechos que a un reparto “en función de su situación de vulnerabilidad y victimización”.

“Había sufrido al principio del verano los desplazamientos al sur tras las redadas en Tánger, y ahora veía los desplazamientos al norte de España. No soy tonto, seré inmigrante pero tonto no. Al final, que Marruecos nos desplace al sur da dinero y que España nos desplazara al norte también les daba dinero. ¿O es que España no recibe dinero de la UE? ¿Es que todo esto no es un negocio?”, pregunta el guineano A.B.

En efecto, si un hecho marcó la situación migratoria en 2018 fue el desplazamiento —y abandono— de centenares de personas desde las ciudades del sur hacia tres destinos fundamentales: Madrid, Barcelona y Bilbao. Un sistema de acogida organizado como un país de tránsito. Una especie de huida hacia adelante justificada, otra vez, por el relato hegemónico de que “todos se quieren ir”. Difícil querer quedarse cuando es imposible tener un espacio donde descansar y pensar en rehacer sus vidas.

“Cogimos un autobús y llegamos a Málaga, pero no había nadie esperando. Dormimos en la estación y le mandamos un vídeo a Helena. Cuando lo lanzó por Facebook, la Cruz Roja nos recogió y nos llevó a un sitio donde nos pudimos duchar. Nos dieron 80 euros y nos dijeron que nos fuéramos. Me vine abajo porque arriesgué mi vida por venir aquí y me vi en esa situación, donde no podía estar en ningún sitio”, cuenta el marfileño R.O., y agrega que una vez devuelto de Francia conoció a “a gente de una red ciudadana que estaba ayudando a las personas migrantes como yo. Pude tranquilizarme, me explicaron, me ayudaron… Pensé que en Irún estaba bien y decidí pedir asilo. Ahora vivo aquí en Hondarribia, ayudo en la red a otra gente en las mismas circunstancias, Mi percepción de Europa ha cambiado desde que estoy aquí, he encontrado mi sitio”, concluye.

Las redes que plantan cara al necropoder y que tienen a las propias personas migrantes y sus familias como las primeras defensoras de sus derechos a través de lazos comunitarios creados en los países de origen, tránsito y destino.

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