Francia
El incierto futuro del Frente Popular ante el ‘trifachito francés’ de Macron, Barnier y Le Pen

Tras la composición en Francia del Ejecutivo más derechista desde 2012, la alianza de izquierdas aparece como la oposición más clara. Pero esta sigue haciendo frente a la falta de un líder consensual y al riesgo de la división y la desmovilización ciudadana.
Francia Insumisa AN
Diputados de la Francia Insumisa enseñaron el 1 de octubre sus tarjetas electorales en la Asamblea Nacional “contra el golpe de Barnier y Macron" y ante "los millones de franceses que han sido robados”. Foto: NFP

La Asamblea Nacional francesa votará el martes la moción de censura presentada por la coalición de izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP). El Gobierno del binomio Emmanuel Macron (presidente) y Michel Barnier (primer ministro) se enfrentará al primero de los varios votos de censura que tendrán lugar durante los próximos meses. La iniciativa de la alianza progresista no cuenta esta vez prácticamente con ninguna posibilidad de prosperar, pero esto no la convierte en un trámite inútil. No solo visibilizará el acuerdo de no agresión entre Macron y la ultraderechista Marine Le Pen, sino también la actual posición del NFP: una oposición frontal al Ejecutivo más derechista que ha habido en Francia desde 2012.

“No quiero contarle cuentos a la gente. El camino que ha tomado este Gobierno lleva el país hacia el caos y, por consiguiente, tenemos que hacerlo caer lo antes posible”, dijo el jueves el diputado insumiso Manuel Bompard durante un debate televisivo. En ese mismo programa en France 2, el número dos de la Francia Insumisa (afines a Podemos o Sumar) reprochó a la representante de la Reagrupación Nacional (RN, extrema derecha) su apoyo implícito al Ejecutivo: “Pienso que a sus votantes les encantará saber que algunos de sus candidatos han votado a partidarios de la jubilación a los 65 años”, dijo con ironía. Bompard quería mostrar que RN representa una “oposición de pacotilla” y que la alternativa natural al macronismo es la izquierda.

La falta de un líder consensual representa un verdadero desafío para la unidad de la izquierda de cara a las próximas presidenciales, previstas para 2027

Los 142 diputados del partido de Le Pen votarán, de hecho, en contra de la moción de censura del martes. Eso garantizará algunas semanas de vida al frágil Gobierno de Barnier, quien cuenta con el apoyo de solo 211 escaños de un total de 577. El ‘trifachito francés’ —resultante de la coalición gubernamental entre los macronistas y la derecha republicana y el rol de árbitro de la ultraderecha— sirvió para impedir que la izquierda, vencedora por la mínima de las elecciones anticipadas del 7 de julio, encabezara un Ejecutivo en minoría. Y posibilitó la actual configuración en que Barnier se enfrenta a dos tipos de oposiciones: una de frontal por parte del NFP y otra de “constructiva” en el caso de RN.

La posición de la izquierda puede parecer idónea desde un punto de vista de la estrategia electoral. Encarna una oposición nítida a un Gobierno que tiene entre manos medidas impopulares, especialmente un recorte de 40.000 millones de euros del gasto público en los presupuestos del año que viene. El Frente Popular se encuentra, sin embargo, en una situación incierta. Deberá superar una serie de obstáculos de cara al futuro. Por un lado, las divisiones incipientes y el riesgo de que la dimensión personalista de la próxima campaña presidencial imposibilite la unidad. Por el otro, el desencanto democrático y la desmovilización de la ciudadanía.

Consenso con la oposición al Gobierno

“Ante el contexto actual de un golpe institucional, hay una prima para los partidos de izquierdas para que apuesten por la unidad. Estas formaciones se necesitan demasiado las unas a las otras (…) para que desmantelen” el Frente Popular, sostiene el sociólogo Nicolas Framont, redactor jefe de la revista Frustration Magazine, en declaraciones a El Salto. Pese a su fragilidad y heterogeneidad —está compuesto desde la Francia Insumisa hasta el Partido Socialista (PS), pasando por los verdes y los comunistas—, el NFP se ha mantenido cohesionado a lo largo del verano.

La candidatura como posible primera ministra de Lucie Castets, una alta funcionaria procedente de la órbita de los socialistas pero con un perfil social que gustaba a los insumisos, sirvió para escenificar esta unidad. También la facilitó la orientación claramente conservadora del gabinete de Barnier, quien milita desde su adolescencia en la derecha post-gaullista. Aunque se especuló durante el verano con que Macron deseaba una “gran coalición” entre LR, los macronistas y los socialistas, al final compuso el Ejecutivo más derechista desde que llegó al Elíseo en 2017. El ministro con un perfil más progresista es el de Justicia, Didier Migaud, un alto funcionario que abandonó el PS en 2010.

La izquierda deberá combatir la resignación y la derechización si quiere imponerse en la batalla de las oposiciones

Las distintas formaciones del NFP “no discrepan respecto a la posición que deben adoptar frente al Gobierno. Si hubiera incluido a varios representantes de la órbita socialista, eso hubiera generado tensiones internas”, explica el politólogo Fabien Escalona, especialista de la gauche. De hecho, los 193 diputados de izquierdas respaldarán la moción de censura del martes. También se han puesto de acuerdo en iniciativas legislativas conjuntas. Por ejemplo, una propuesta de ley para derogar la impopular reforma de las pensiones que presentarán los insumisos en la Asamblea a finales de noviembre y los socialistas la defenderán en el Senado, donde el partido de Mélenchon no cuenta con representación.

El PS, “el eslabón débil del Frente Popular”

No obstante, esto no significa “que hayan desaparecido las divisiones que caracterizaron la campaña de las europeas”, afirma Escalona, periodista del digital Mediapart. Esto se ve reflejado con la ausencia de la reunión semanal entre los representantes de estos partidos, que sí se celebraba en el inicio de la anterior legislatura tras la composición de la NUPES. La incertidumbre del momento actual y la posibilidad de una convocatoria de otras elecciones anticipadas a partir del próximo verano contribuyen a que las formaciones progresistas mantengan su alianza. Pero esto podría cambiar con una reforma electoral y la adopción de un sistema representativo, como lo planteó Barnier el 1 de octubre en su discurso de política general.

El PS representa “el eslabón débil del Frente Popular” y su próximo congreso, previsto para el año que viene, “tendrá una gran importancia”, recuerda Escalona. Cada vez más voces del ala derecha de los socialistas apuestan por romper la coalición con la Francia Insumisa. Los opositores al actual secretario general del PS, Olivier Faure, —uno de los grandes valedores de la unidad de la izquierda— han multiplicado los actos en las últimas semanas. El último de ellos lo protagonizó Karim Bouamrane, el alcalde de Saint-Ouen (periferia norte de París) que atrajo las luces mediáticas en los últimos meses después de que su localidad acogiera la Villa Olímpica.

“Deberíamos haber hecho todo lo posible para estar en puestos de Gobierno. Tendríamos que haber roto sin ninguna ambigüedad con la posición de todo el programa y nada más que el programa”, dijo el jueves este edil, cuyo nombre sonó como posible primer ministro, criticando una frase de Mélenchon de la noche electoral del 7 de julio. Además de Bouamrane, el ala derecha del PS reivindica a otras figuras de cara a las próximas presidenciales. Es el caso del exprimer ministro Bernard Cazeneuve, de Raphaël Glucksmann —el candidato del partido de la rosa en las europeas en que los socialistas quedaron como primera fuerza de la izquierda con el 13% de los sufragios— o incluso del expresidente François Hollande.

Ausencia de un líder indiscutido

La falta de un líder consensual representa un verdadero desafío para la unidad de la izquierda de cara a las próximas presidenciales, previstas para 2027 aunque podrían adelantarse por la crisis política. “La actual dirección de los socialistas, los verdes y los comunistas probablemente apostarán por organizar una primaria de toda la izquierda. Pero la Francia Insumisa se opone a esa opción, porque considera las primarias como una herramienta que divide y piensa que debe irrumpir una candidatura natural, probablemente la de Mélenchon”, explica Vincent Dain, investigador en la Universidad de Rennes y experto del populismo de izquierdas.

Aunque Mélenchon ha favorecido la irrupción de jóvenes dirigentes, como Bompard, Clémence Guetté o Mathilde Panot, su figura continúa siendo central. Su veteranía —ya tiene 73 años— no cambia nada en este sentido. El debate de su sucesión parece un tabú en el seno del aparato insumiso. Hasta el punto de que aquellas personalidades que se habían postulado como posibles sucesores, como Clémentine Autain o François Ruffin, abandonaron el partido en junio. Aunque afectó a un número limitado de militantes y cargos electos, esa escisión en plena campaña de las legislativas aún trae cola en estos momentos.

Dando un balón de oxígeno al Gobierno de Barnier, Le Pen apuesta por alargar la agonía del macronismo

“Tengo un desacuerdo moral y electoral profundo con Mélenchon”, dijo Ruffin a mediados de septiembre. El autor del documental Merci Patron! reprocha al principal referente de los insumisos su estrategia electoral centrada en el apoyo de los jóvenes y los habitantes de las banlieues. Le acusa de dejar de lado a las poblaciones modestas de los territorios rurales. Según Framont, “hay básicamente dos líneas que se enfrentan. Por un lado, un sector de la izquierda defiende que, ante el auge de la extrema derecha, hace falta moderar algunos postulados y relegar el antirracismo y la defensa de Palestina. Esa es la posición de Ruffin. Por el otro, una izquierda menos acomplejada considera que se deben mantener los postulados históricos. Es la posición de Mélenchon”.

Este debate refleja, asimismo, la centralidad que la izquierda otorga a la lucha contra la extrema derecha. Más allá de los dilemas de la estrategia electoral, uno de los escollos con los que se enfrentan las fuerzas progresistas es el desencanto de la ciudadanía. Las protestas de las últimas semanas contra la decisión de Macron de ignorar la victoria por la mínima del NFP destacaron por las bajas cifras de manifestantes. Todo un contraste con la campaña de junio en que resultó decisiva la implicación de los sindicatos y de la sociedad civil, así como la elevada participación en las urnas.

Dando un balón de oxígeno al Gobierno de Barnier, Le Pen apuesta por alargar la agonía del macronismo. Se trata del escenario de la putrefacción de la crisis de régimen de la Quinta República que parece propicio para la extrema derecha. Esta cuenta, además, con el apoyo de una agenda mediática acaparada por las recurrentes polémicas sobre la seguridad, inmigración y el islam. La izquierda deberá combatir la resignación y la derechización si quiere imponerse en la batalla de las oposiciones. Aparecer como una alternativa natural no resulta suficiente.

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