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Fotogalería
El misterio del Hotel Claridge
El 3 de diciembre de 1998, un día después de que el rey Juan Carlos I recibiera el premio Abril Martorell por su defensa de la tolerancia, se inauguraba el último tramo de la autovía A3. El acontecimiento no solo supuso que el total del trazado entre Madrid y Valencia tuviera más de una vía, también el cierre de muchos de los establecimientos que jalonaban los 352 kilómetros de la antigua carretera N-III.
Unos meses antes, el 31 de marzo de 1998 pasadas las doce de la madrugada, Dios se aparecería en el canal 18 en los televisores de Estados Unidos, según la secta taiwanesa Chen Tao, sin importar si el propietario tuviera o no contratado este canal, dando así comienzo el fin del mundo. La profecía, claro está, no llegó a cumplirse y la mayoría de los seguidores del grupo, que se había trasladado a Texas, abandonó la secta. Hon-Ming Chen, su líder espiritual, ha permanecido desaparecido desde entonces.
En la actualidad el Claridge, este exoesqueleto de hormigón que en otro tiempo bullía de vida, permanece varado en la cuneta de la N-III
El Hotel Claridge se alumbró como una mastodóntica construcción de estilo brutalista promovida por la empresa de autobuses Auto Res e inspirada en la obra de Le Corbusier. Fue inaugurado en 1969 junto al embalse de Alarcón, en el km 184,6 de la N-III, el cordón umbilical de doble sentido que durante años nutrió las playas y discotecas valencianas de madrileños.
Hon-Ming Chen, poco hábil en predicciones, pudo alojarse en una de las 36 habitaciones del hotel durante una escala peninsular en su huida al retiro definitivo que le hiciera olvidar sus fracasos como visionario.
En las hojas de registro de entrada que ahora alfombran buena parte de las instalaciones, como antes lo hacían las servilletas y restos de bocadillo de tortilla, y con fecha 3 de septiembre de 1998, aparecen varios nombres que bien pudieran ser los del taiwanés y su reducido sequito, convenientemente falseados para pasar desapercibidos.
Los vecinos de la zona comentan que el hotel cerró el mismo día de la inauguración del tramo final de la autovía. Sus dueños despidieron al personal y abandonaron la actividad, dejando todo intacto. Los platos apilados en la cocina, las habitaciones recién hechas y los cacaolats enfriando en la nevera mientras duró el suministro eléctrico.
Los trabajadores dejaron allí sus recuerdos de años de trabajo y de encuentros furtivos en habitaciones desocupadas o al anochecer en el párking, y abrieron las taquillas por última vez para llevarse sus objetos personales. Allí dejaron las pegatinas de los ídolos musicales del momento, con Miguel Bosé a la cabeza.
Por esas fechas, Hon-Ming Chen llevaría tres meses alojado en el hotel, manteniendo una rutina discreta e inalterable que le llevaba de los jardines de la piscina a la habitación, de la que solo salía a última hora para realizar una llamada desde las cabinas del hall a Taiwan, y de nuevo a la habitación, donde la televisión permanecía encendida las 24 horas del día mientras cambiaba los canales sin parar. Apenas comía y dedicaba todo su tiempo a leer periódicos, lo que le llevaba mucho tiempo.
Los vecinos de la zona comentan que el hotel cerró el mismo día de la inauguración del tramo final de la autovía
Hacía semanas que había dejado de pagar por su alojamiento. Es probable que las llamadas buscaran una transferencia de dinero que nunca llegó. El personal del Claridge, ya sin la gloria y las visitas de antaño, lo dejaba estar, una vez que su sequito le fue abandonando, con la esperanza de que ese dinero algún día llegaría.
En algunas fotos de los que pararon en el hotel en esos meses, le descubrimos apoyando su frente en la cristalera del jardín con la mirada perdida hacia el estanque de Alarcón, o deambulando por la moqueta de la primera planta, como un fantasma entre los visitantes.
En la actualidad el Claridge, este exoesqueleto de hormigón que en otro tiempo bullía de vida, permanece varado en la cuneta de la N-III, y es objeto de continuas incursiones de los más variados visitantes, que buscan en lugares abandonados pequeñas aventuras que subir, en forma de imágenes, a sus cuadernos de bitácora virtuales. Son fotografías que duran dos o tres años, hasta que una actualización de su gestor de contenidos o un impago las elimina para siempre.
En los comentarios de estos blogs, y esto es algo fácil de comprobar, algunos aseguran haber oído, al entrar en las habitaciones de la primera planta, ruidos procedentes de una televisión en la que los canales no paraban de cambiarse.