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Especulación
Isabel Martín y Eva Morales: “La ciudad sostenible ya existe, es el centro de tu ciudad”
En el encuentro Arquitecturas Colectivas, realizado en Málaga, estas arquitectas y urbanistas desgranan la vida en una ciudad-mercancía que expulsa a sus vecinos.
Isabel Martín Ruiz y Eva Morales Soler son dos de las tres componentes de Cotidiana, una cooperativa de arquitectas ubicada en Sevilla. Cada una de ellas lleva con sus bagajes, edades, experiencias y trayectorias profesionales distintas, pero juntas tienen el objetivo de crear redes y proyectos de arquitectura comunes que tengan en cuenta a las personas, los cuidados y el cotidiano, el ecosistema y el medio ambiente. Desde el sur y en femenino construyen otras maneras de entender y habitar la ciudad, yendo de lo más íntimo a lo común. Hablamos con ellas en el encuentro de Arquitecturas Colectivas realizado en septiembre en Málaga.
¿Qué diagnósticos hacéis de la situación urbana actual?
EVA MORALES SOLER: La ciudad sostenible por antonomasia ya existe. Lo realmente ecológico es el centro de tu propia ciudad. ¿Qué ocurre? Que las estamos vendiendo. Hay un proceso muy violento en Sevilla, y más aún en Málaga, por el que se echa a la gente de su casa porque suben los alquileres, lo que desmonta el tejido social de las abuelas, de los sectores populares, de la gente joven… Desde luego, es difícil que haya una política, por muy fuerte que sea, que frene esa apisonadora. Quizás puede haber una coyuntura internacional que simplemente desvíe el interés turístico. Bien porque igual ya lo ha destrozado, o bien porque el litoral deja de ser exótico y seguro. Deberíamos hacer que la industria económica de este país no dependa de algo tan vulnerable.
ISABEL MARTÍN RUIZ: Cuando Eva habla de que el centro es lo más sostenible se refiere, en definitiva, a la ciudad tradicional en la que acudes al comercio que está cerca y no al centro comercial. Ese concepto de ciudad mediterránea en la que te encuentras en las plazas y donde puedes sacar la silla a la calle. La gentrificación es un proceso muy perverso porque nos convierte a todos en agentes gentrificadores. Si hacemos círculos concéntricos desde el centro histórico hacia los barrios en las siguientes coronas vemos que lo que está pasando es que se está echando —se está gentrificando— a las personas que estaban en el centro. Estas tenían mayor poder adquisitivo que la siguiente corona que las va a recibir. Es decir, una corona gentrifica a la otra. Debería haber una política pública que ponga tope a los precios del alquiler, porque yo no quiero ser agente gentrificador y lo soy porque hay una vecina mía que desgraciadamente todavía tiene peores condiciones que yo.
¿Cómo podríamos combatir eso?
E.M.S.: Por un lado, es necesario crear edificios de viviendas híbridas, que tiendan a la diversidad social, en los que no se generen guetos de población privilegiada o población vulnerable. Aquí el alquiler social tiene un papel muy importante.
Hay algunas iniciativas, como las cooperativas de vivienda y viviendas sociales en alquiler a precios asequibles, que se adaptan a los ingresos de las personas. Son apuestas antiespeculativas donde la propiedad es compartida y hay una cesión de unidad de vivienda por unidad de familia. Si alguien cambia de domicilio, no puede especular con esa vivienda como ocurría con la burbuja inmobiliaria.
También hay un problema con las viviendas vacías, ya que cuando algo está vacío es muy fácil que sea vendido a un gran capital. Esto es algo que ya está pasando, se están dejando caer edificios para que su estado ruinoso sea la antesala a una venta a bajo precio. Los poderes públicos, por ejemplo, tienen mucho suelo bloqueado. Es necesario que lo pongan a disposición de propuestas colectivas que tengan interés social y que favorezcan el empoderamiento ciudadano.
Es muy importante exigir voluntad política, porque sin ella los procesos neoliberales, que son fuertes de por sí, arrasan. No digo que sea un camino fácil y sabemos que no pueden hacer milagros, pero sí que pueden apostar por buenas prácticas como blindar la subida de alquileres.
¿Qué dolencias provoca el actual modelo de ciudad en nuestra vida cotidiana?
I.M.R.: Las redes afectivas se están destrozando y nos obligan a la soledad. La ciudad tradicional mediterránea nos permitía sostener la vida con mucha más colectividad. Eso es lo que nos están robando. Nos está poniendo a vivir solas y solos en un contexto de mucha precariedad, donde la red de apoyo mutuo es fundamental. A nosotras nos toca una ardua tarea de pedagogía, porque hablamos de cosas intangibles que siempre han estado invisibilizadas y que nos afectan directamente. La economía feminista hace una apuesta fuerte por otro modelo y ha puesto números a estas invisibilidades. El problema también está en que los lugares de decisión están muy masculinizados y con imaginarios patriarcales muy arraigados. Por eso es necesario crear nuevos imaginarios que, además, incorporen maneras de ejercer el liderazgo desde otros lugares, “liderazgos entrañables”, que dice Marcela Lagarde.
Antes hablabais de alternativas para combatir los males urbanos. ¿Son estas las desobediencias urbanas?
I.M.R.: Y existen más y más sutiles. Las desobediencias urbanas en lo cotidiano tienen que ver con la gente que seguimos ocupando el espacio público a pesar de que cada vez está más privatizado. Es mi abuela sacando la silla a la fresca y una amiga con sus hijos que utilizan una montaña de arena de una obra como parque improvisado de juego. Los niños y las niñas ocupando el espacio público para correr y jugar aunque haya ruido y ponga “prohibido”. Es la pequeña librería que sigue abierta, y la panadería de Manuela. Es todo lo que tenga que ver con la vida digna que tratan de arrebatarnos.
E.M.S.: Es lo que se colectiviza en la ciudad, aquello que se puede compartir. Esto también tiene que ver, efectivamente, con lo invisible, con lo que el sistema dominante deja y abandona, es decir, con la puesta en uso de los espacios vacíos o con aquello que todavía queda de los centros de nuestras ciudades y barrios y que es necesario cuidar para que no se pierda.
¿Qué encaje tienen los feminismos en las formas de entender y vivir en la ciudad?
I.M.R.: Sería lo equivalente a lo de las gafas moradas aplicado a lo urbano. Es decir, si antes nos preguntábamos “cómo me desplazo de casa al trabajo”, que sería el rol tradicional del género masculino, ahora la pregunta es “de casa al trabajo tengo que comprar, llevar a los niños al cole, ¿hay un autobús que enlaza este recorrido?, ¿puedo hacer la compra en el barrio o me tengo que ir a otro sitio porque ahora hay un Starbucks?”. Todas esas capas invisibilizadas adrede ponen sobre la mesa dimensiones mucho más complejas, que es lo que a nosotras nos interesa.
En esta línea también es importante hablar y conectar con lo pequeño. Eso es lo que hemos hecho en la charla, conectar con ‘tu vecina María’, con aquello que es continuamente invisibilizado por los macrodatos. O sea, tenemos que visibilizar que detrás de esos grandes números hay personas a las que les pasan cosas. Porque si nos quedamos en el número, entonces no nos duele, no vemos lo que está ocurriendo sobre la vida cotidiana menos digna cada vez. No basta decir “el 26% de las casas de San Luis (Sevilla) son ya apartamentos turísticos”, esto hay que traducirlo. Es necesario reivindicar que las grandes decisiones políticas, comunicadas con macrodatos, afectan a las personas cada día.
E.M.S.: Para construir una mirada feminista en la ciudad también es necesario mirar las propias desobediencias y sus modos de hacer, ya que, a veces, reproducimos las prácticas hegemónicas de las que huimos, como los “héroes urbanos”. A las personas que son activas en la construcción de “otra ciudad posible” les supone un esfuerzo cotidiano que les hace estar saturadas. En muchos casos creo que sería importante pararnos para que el fin no sea solo lo importante, y para que en el medio no se generen jerarquías, invisibilidades o incluso no cuidados con uno mismo, como cuando descuidamos nuestros cuerpos y estamos hechos polvo. O, por ejemplo, cuando hay mujeres que se encuentran ausentes porque los tiempos de las asambleas son las 20h. Nos preguntamos si la desobediencia no puede aterrizar en lo doméstico y abrirse a otros tiempos. Es que realmente no podemos cuidar la ciudad si no nos cuidamos a nosotros mismos y entre nosotros, sin la escucha y sin reconocer al otro, sin el apoyo mutuo ni la ternura o sin cuidar al que cuida.
I.M.R.: Se trata de considerar los procesos. Puede existir un proyecto final, pero si te olvidas de que el camino hasta él también es fundamental cuidarlo y acompañarlo, estás perdiendo lo más importante. En este sentido hablábamos de la revolución de la ternura y de los cuidados...
E.M.S.: Se trata de abandonar un poco los discursos, porque a veces parece que las palabras lo aguantan todo, así que todos nos centramos en hacer discursos revolucionarios. Pero tenemos que hacer autocrítica y pasar del aprender el discurso —porque es aprendido— a aprender a gestionar las relaciones humanas.
I.M.R.: Claro. Es algo así como “deja de hablar de cuidar y cuida”. Deja espacio para las voces invisibilizadas... escucha... escucha.
¿Con qué sensación os quedáis ahora que ha finalizado el encuentro de Arquitecturas Colectivas?
E.M.S.: Es el sexto encuentro [al que acudimos] y cada uno te pilla en un momento personal y profesional diferente. La idea principal es encontrarse, coincidir. Es una forma de que otra gente te enseñe su lugar y los problemas asociados a él. Esa transferencia de experiencias no está escrita en ningún libro, y genera un hábito y unas sinergias muy valiosas. Hay otros eventos a los que acudes y te vas, y no se permite esta convivencia. De hecho, Isa y yo nos conocimos en otro encuentro de Arquitecturas Colectivas en Sevilla y, después de algunos años, montamos una cooperativa de trabajo juntas.
I.M.R.: Cuando vas a una conferencia no tienes la oportunidad de saber quién es la persona que hay detrás, y aquí sí. Es un principio de funcionamiento muy feminista aunque haya ocurrido casi por casualidad.
E.M.S.: Todos estamos preocupados por cosas similares, cada uno en su contexto, así que empezamos a hablar de lo cotidiano, de lo íntimo, y no solo de los proyectos de arquitectura y urbanismo. En ese sentido es una red de afectos.