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Enfoques
Espera en los Alpes
En el Valle de Roya distintas iniciativas ciudadanas se encargan de acoger a migrantes.
Por favor, identificación. ¿Eres amigo de Cedric Herrou?”. Para llegar al campamento de refugiados de Herrou hay que aparcar al lado de la Policía. “Están aquí desde hace un año para vigilarnos”, asegura Marion Gachet, compañera de Herrou en la gestión del campamento. Está en el Valle de Roya, un río que nace en los Alpes franceses y desemboca en Ventimiglia, Italia. Es de allí de donde vienen la mayoría de los acampados, su parada anterior en su gran viaje desde África Subsahariana.
Desde lejos solo se puede apreciar el lugar por unas banderas y una gran lona blanca entre los árboles. Una vez allí se ve más grande. Tras pasar el granero y algunas gallinas, está la casa de Herrou y Gachet. “Él vino para vivir de una forma autosostenible, pero vio la situación en Ventimiglia y no pudo evitar llevarlos a su casa para ayudarles”, cuenta Gachet.
El Valle está en la región Provence-Alpes-Côte d’Azur. En las últimas elecciones, en cuatro de los seis departamentos que forman la comunidad ganó Le Pen, de la formación ultraderechista Frente Nacional. Este territorio es, a su vez, una de las continuaciones de la ruta libia que realizan muchos migrantes, la mayoría de Eritrea, Etiopía y Sudán.
“Todo problemas”
Gracias a una campaña de crowdfounding trabajan en unas nuevas duchas, baños, cabañas y cocina. “Entre voluntarios y usuarios del campamento hacemos los trabajos de construcción. Los usuarios también participan voluntariamente; de ellos para ellos”, asegura Gachet.
Abel ayuda con los trabajos. Aunque él tiene cama en una cabaña que comparte con tres compañeros, sabe que puede llegar más gente. De momento tendrían que dormir en las tiendas y muchos saben lo duro que es en invierno. Él lleva cuatro meses aquí: “Desde Etiopía fui a Sudán, seis días. Desde Sudán fui a Libia, nueve días. Desde Libia a Italia, un año y ocho meses. Eran todo problemas”. No esperaba que su viaje se eternizara tanto. “Pasamos tres días en el Sáhara sudanés y otros tres en el libio. En total seis días en el desierto. Tuvimos que pagar una vez llegamos a Libia. No había un día sin problemas. En total pagué 8.600 dólares”, recuerda Abel.
Checkpoint
La casa de Sylvain Gogois está situada en el lado oeste del Roya, el contrario que Herrou. “Hace un año, en verano, hubo una gran afluencia de migrantes desde Ventimiglia. Una de las rutas pasa por el ‘camping’ de Cedric, otra pasa justo por delante de mi casa”, cuenta Gogois. Él, con el apoyo de la asociación Roya Citoyenne, les ofrece alojamiento y ayuda para continuar su viaje. También, desde entonces, dos checkpoints vigilan las dos entradas al valle por Sospel y Ventimiglia. A su paso la policía revisa el interior y maletero de los vehículos. Producto de la movilización, se desarrolló un protocolo por el que cualquier voluntario, previo aviso, puede acompañar a los migrantes a la oficina de asilo en Niza. Antes, si les veían, eran expulsados: “Cedric, yo y otros compañeros los acompañábamos por rutas de montaña. Por ejemplo, hasta el Valle del Vésubie, donde no hay controles. Una vez allí, ellos podían continuar su viaje”.
“Demasiada gente”
La mayoría de los migrantes que pasan por el campamento quieren continuar su viaje hasta París, Alemania o Reino Unido. Para el último, Calais es la siguiente parada: “Al llegar a Italia por Sicilia, fui hasta Milán. De ahí a Ventimiglia, Niza y París. Me instalé en Calais dos meses, pero volví a París”, recuerda Halefom. Tardó un mes y diez días en llegar desde su casa, en Eritrea, a Libia. Allí estuvo diez meses: “Había mucha gente armada. Siempre te pedían dinero para poder continuar”, cuenta. Halefom y Abel pagaron un smuggler —contrabandista de personas— en Libia y esperaron su turno para poder lanzarse al mar. A ambos los rescató una ONG que les llevó a Sicilia: a Halefom, tras siete horas, una alemana; a Abel, tras 18, una española. Abel recorrió Italia hasta Ventimiglia y siguió la carretera hasta el campamento. Halefom, sin embargo, desconocía su existencia. Tras unos meses en París, volvió a Niza, donde durmió en la calle durante cuatro meses hasta que dos voluntarias le hablaron del ‘camping’.
Para Gogois la solución pasa por la educación. En un contexto en el que los movimientos ultraderechistas ganan terreno, cree que lo mejor es que “la Policía cumpla la ley” cuando un migrante “solicita asilo en la frontera”. “El gran problema es abrir las mentes de Francia, y no es un momento proclive”, lamenta Gogois.
Halefom y Abel comparten objetivos. Ambos quieren residir en Niza, aprenden francés y visitan la oficina de asilo, pero no tienen muy claro qué va a ocurrir. “Suelo ir a rellenar papeles, aprendo el idioma… Estoy a la espera”, cuenta Halefom. Gogois, por su lado, espera no tener que realizar “el trabajo de acogida que el Gobierno debería hacer”. “Creo que he ayudado a unos 300 migrantes a pasar. Por desgracia, no sé si ahora tendrán una vida mejor. No lo sé”.