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Filosofía
"Stonewall" o por qué no es inútil sublevarse: una lectura de Judith Butler
Con las revueltas de Stonewall presentes, de la mano de Judith Butler, reivindicamos la necesidad de trazar estrategias en común entre las minorías de género y sexuales y todas aquellas personas que combaten la precariedad bajo todas sus formas.
Cuando entras en el Stonewall, entre las mesas oscuras, los surtidores de cerveza y las camisetas en venta detrás de la barra, no encuentras ni rastro de la revuelta. La transgresión no habita los lugares sino los cuerpos. Los gestos radicales que combaten los poderes establecidos se quedan impregnados en los cuerpos desnudos de la multitud. “El primer orgullo gay fue una revuelta”, dice una camiseta, y se refiere a la experiencia del Stonewall. La madrugada del 28 de junio de 1969 una multitud de cuerpos arriesgaron su integridad física y, en muchos casos, su vida social para abrir brechas de libertad y hacer que sus vidas y las de otros muchos fueran más vivibles.
Judith Butler (1) nos da las herramientas para analizar la revuelta que tuvo lugar en Stonewall y para abrir la posibilidad de enlazar esta lucha con las diferentes sublevaciones que tienen lugar en el presente. El hecho de aparecer en la escena pública, visibilizando los propios cuerpos, se convierte en una práctica social de resistencia que permite enlazar las luchas por los derechos de las minorías sexuales o de género, con las luchas contra la precariedad. Butler defiende que la acción conjunta de la multitud puede ser una forma de poner en cuestión, a través del cuerpo, aspectos imperfectos y poderosos de la política actual.
Lo que se conoce como la revuelta de Stonewall fueron cinco días de movilizaciones frente a la puerta del bar neoyorkino tras una redada policial, violenta. La revuelta desencadenó décadas de lucha intensa a favor del deseo homosexual en EEUU y en Europa central. Una sublevación que pretendía liberar el deseo y la vida, luchando contra una “policía sexual” que normalizaba los cuerpos y relegaba a los “inadaptados” a la exclusión y al silencio (una policía sexual que sigue normalizando en nuestro presente).
Judith Butler nos da las herramientas para analizar la revuelta que tuvo lugar en Stonewall y para abrir la posibilidad de enlazar esta lucha con las diferentes sublevaciones que tienen lugar en el presente.La experiencia de Stonewall es un ejemplo del potencial transgresor que tienen lo cuerpos. Cuerpos ocupando el espacio público, visibilizándose, poniendo en entredicho las normas que configuran el género, el deseo, las identidades. Lejos de fomentar el mito de Stonewall, que ha pasado a la historia como una revuelta de hombres-gays-blancos-jóvenes, nos gustaría resaltar que se trató de una sublevación llevada a cabo por una multitud diversa que visibilizaba las diferencias y, con el mismo gesto de hacerlas aparecer en el espacio público, ponía las normas en jaque.
LGTBIAQ+
Stonewall en Callao
Ellos tienen el dinero, la falta de escrúpulos y los medios; nosotras somos muchas, diversas y tenemos todo lo demás.
La movilización provenía de los colectivos más diversos, en su mayoría precarios, que con su trabajo de calle, resistiendo diariamente en una sociedad que los rechazaba por vivir más allá de la norma, luchaban por aquello que les interpelaba de manera directa. Se trata de un acontecimiento que se repite a lo largo de la historia. Grupos de personas se concentran inesperadamente en un lugar público, y tales congregaciones masivas tienen un potencial político imprescindible.
Los cuerpos reunidos en el espacio público dicen que “no son desechables” y reclaman la posibilidad de una vida vivible. En palabras de Judith Butler: “cuando los cuerpos se reúnen con el fin de expresar su indignación y representar su existencia plural en el espacio público: estos cuerpos solicitan que se los reconozca, que se los valore, al tiempo que ejercen su derecho a la aparición, su libertad”.
Podría pensarse que las manifestaciones que tuvieron lugar en la puerta de Stonewall eran una forma de expresar el rechazo colectivo a una exclusión: la del deseo y los cuerpos no normativos. Y es cierto, pero son más que eso. La reivindicación, encarnada en esos cuerpos, de una vida más vivible, es un ejercicio performativo de su derecho a aparecer, a hacerse visibles.
Y, siguiendo la argumentación de Butler, si partimos de este “derecho a aparecer”, podremos analizar las formas de acción y de movilidad de los cuerpos desde otra perspectiva. Teniendo como marco este “derecho a visibilizarse en la escena pública”, las minorías sexuales y de género pueden aliarse con poblaciones consideradas precarias, más allá de los diferentes discursos que defiendan. Porque la importancia no recae en lo que dicen, en lo que reivindican mediante sus discursos, sino en lo que provocan con sus cuerpos, ocupando un espacio que no les estaba reservado, poniendo en entredicho el ejercicio del poder con su sola presencia.
Partiendo de este derecho a aparecer, la revuelta por los derechos de las minorías sexuales y de género puede establecer alianzas con las diferentes revueltas que tienen lugar en el presente y que luchan desde la precariedad por conseguir una vida más vivible. Aquí nos encontramos con una clave de lectura que nos permite entender los últimos desplazamientos que han tenido lugar en las investigaciones de Butler. Puede parecer que antes estaba interesada en la teoría queer y los derechos de las minorías sexuales y de género, y que últimamente prefiere escribir en un sentido más general sobre la precariedad y los cuerpos vulnerables. Pero, precisamente, la misma Judith Butler afirma que lo que pretende es vincular ambos conceptos: performatividad de género y precariedad.
La precariedad es esa condición impuesta políticamente que imprime la vulnerabilidad en los cuerpos y en las formas de vida. La precariedad expone una parte de la población a la violencia estatal, a la violencia callejera o doméstica. Con el término precariedad Butler se refiere a grupos de población que pasan hambre o están en el umbral de la desnutrición, a todas aquellas personas con vivienda temporal o privadas de ella, a las trabajadoras sexuales transgénero que tienen que defenderse de la violencia en las calles y del maltrato policial, a las personas sinpapeles que son empujadas fuera de los márgenes de la legalidad. Todos ellos están ligados por la precariedad, como una condición que les has sido impuesta y que les vincula inevitablemente.
La revuelta por los derechos de las minorías sexuales y de género puede establecer alianzas con las diferentes revueltas que tienen lugar en el presente y que luchan desde la precariedad por conseguir una vida más vivible.En este amplio sentido de la palabra, la precariedad está relacionada con las normas de género. Quien no vive su género de una manera comprensible para los demás sufre un elevado riesgo de maltrato, de patologización y de violencia. Sufre, en muchos casos, la exclusión y el silencio. La teoría de la performatividad de género (2) de Judith Butler es, precisamente, una práctica que se enfrenta a estas condiciones insostenibles que son impuestas a las minorías sexuales y de género (y a veces también a esas mayorías de género que pasan por normativas sacrificando partes indispensables de la propia vida).
La precariedad, del mismo modo que la normalización de género, genera una multitud de vidas criminalizadas, privadas de protección policial, desprotegidas por la ley, estigmatizadas, privadas de derechos, vidas que devienen cada vez más invivibles. La necesidad de reclamar otra vida y otro mundo, el único vínculo que tienen en común, es suficiente para enlazar sus revueltas, diversas.
Cuando en el campo de la aparición pública no se admite a todas las personas y se imponen zonas en la que muchas están excluidas o vetadas, se nos impone la tarea imperiosa de aparecer, con insistencia, en común, en aquellos lugares y momentos en los que no se nos espera, en los que no somos bienvenidas, en los que la norma nos elimina. Sólo entonces será posible romper con los marcos actuales del reconocimiento y abrir nuevas formas de ser.
El gesto nietzscheano que articula la obra entera de Michel Foucault: sacar a la luz las condiciones de posibilidad de nuestra normalización, es reactivado por Judith Butler. Cuestionar cómo se han establecido las normas y a costa de quiénes, es el primer paso para desnaturalizarlas, para poder transgredirlas. Quienes han quedado silenciados o degradados por la norma, que deberían encarnar, tendrán que luchar por ser reconocidos, por defender su existencia. Y esta lucha solo puede tener lugar desde los cuerpos, aliados, ocupando los espacios públicos.
LGTBIAQ+
Puro Bollo: “Creadoras bolleras: ¿dónde estáis?”
Cinco días de encuentros, talleres y muestras en torno a las artes escénicas bollo tendrán lugar en noviembre en Bilbao. El plazo para inscripciones de proyectos está abierto y es posible postular hasta el día 30 de junio.
(1) Judith Butler, Cuerpos aliados y lucha política, Paidós Básica.
(2) “Cuando decimos que el género es performativo, en lo que estamos incidiendo es en su puesta en acto: el género sería una clase determinada de práctica; y además destacamos que la aparición del género suele interpretarse erróneamente, como si fuera una señal de su verdad interna o inherente. El género sale a la luz a raíz de normas obligatorias que nos exigen convertirnos en un género o en el otro”. Judith Butler, Cuerpos aliados y lucha política, Paidós Básica, p. 39.
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