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Educación
¿Es necesaria la autoridad en enseñanza?
La pedagogía libertaria […] pretende enseñarnos la libertad. Sí, porque ella necesita ser aprendida. Y más que aprendida, necesita ser construida y conquistada, en un proceso que debe ser, necesariamente, colectivo. Aprender la libertad y aprender a hacer elecciones, asumir las responsabilidades por ellas y por aquello que de ellas deriva. Aprender la libertad y aprender a convivir con el riesgo, y aprender a gustar del riesgo, es aprender el placer de vivir en la cuerda floja, sin nunca saber el resultado del próximo paso. La pedagogía libertaria hace, así, una pedagogía del riesgo, en cuanto la pedagogía autoritaria se resume en una pedagogía de la seguridad (Gallo, “Estúpida retórica: algunas consideraciones sobre riesgo, libertad y educación”).
Entre los pilares del anarquismo se pueden reconocer el rechazo al Estado y, por tanto, a las jerarquías de poder, lo que también implica una posición a favor de la horizontalidad, considerando la comunidad y el desarrollo del individuo como igualmente importantes, sin tener que sacrificar el uno por el otro. Por lo tanto, respecto de la educación, se vincula directamente con la cuestión acerca de la autoridad (entendida como potestas, autoridad que proviene de un cargo, y no como auctoritas, prestigio ganado por acciones) y la libertad, tanto en relación con el proceso de aprendizaje como la que se da entre el alumnado y el profesorado.
Autoridad y enseñanza: una compleja relación
La pregunta que nos planteamos, por la manera en la que está redactada, parece proporcionar tan solo dos opciones de respuesta: o bien “sí”, o bien “no”. Sin embargo, al desmenuzar el interrogante y profundizar en los términos que lo componen, resulta de una complejidad mayor que reducirlo a una respuesta monosilábica. Sin pretender tampoco caer en un simplismo escéptico contestando tan solo con un “depende”, se va a analizar y establecer lo que se entiende bajo los conceptos que componen la pregunta, para que, a pesar de ser respondida con una de las dos opciones señaladas al principio, posea la estructura argumentativa que justifique una apuesta dirigida hacia el antiautoritarismo.
Como preámbulo para favorecer la comprensión, otra manera de redactar el interrogante inicial podría ser: “¿Es imprescindible un ejercicio de asimetría de poder para que se lleve a cabo un aprendizaje?”. Adelantando la posición que se va a sostener: no, no es inevitable. En primer lugar, el adjetivo “necesario” determina la imposibilidad de una alternativa, el condicionamiento férreo a aquello que acompaña para alcanzar lo que se desea. En segundo lugar, hay que asumir los conceptos que se relacionan estrictamente con el término de autoridad —conceptos como jerarquía y poder— que lo que implican directamente es una desigualdad que muchas veces es forzada e impuesta. En tercer lugar, la enseñanza se basa en una acción en la que un individuo aprende un contenido nuevo, es decir, adquiere un conocimiento que antes no poseía.
La característica principal del docente respecto del alumnado debe ser el amor, no en un sentido romántico ni mucho menos, sino en la línea del aprecio y del afecto.
Ahora bien, a pesar de que predominantemente, e históricamente, se haya materializado la relación educativa como una relación esencialmente asimétrica en aras de justificar la autoridad tanto competencial/didáctica como personal y educativa, no significa que esa sea la única manera en la que se pueda llevar a cabo un proceso de enseñanza y/o aprendizaje. Sí que hay ejemplos de proyectos que han pretendido derrocar este estereotipo, como por ejemplo la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia u otras experiencias pedagógicas de índole libertaria. Esto no significa que no hubiese una figura más adulta que tomase cierta responsabilidad del alumnado, sino que a este se le dejaba más aire para desarrollarse.
Es más, a veces, en defensa de la necesidad de una figura de autoridad, se intenta justificar la asimetría mediante la neotenia. Es decir, se pone como ejemplo que al nacer necesitamos del cuidado de los y las otros para cosas como distanciarnos de nuestros deseos, imaginar futuros alternativos, reeducar el deseo infantil de agradar a los y las demás o para conocernos a nosotras mismas. De esta forma, se pretende alabar las virtudes de la dependencia, sin caer en la cuenta de que, esos mismos rasgos positivos, se dan, incluso en mayor grado en la interdependencia que surge de unas relaciones más horizontales. Sin una jerarquía marcada también se adquieren otras cualidades como las confianzas mutuas, los compromisos; unas relaciones recíprocas que demuestren y enseñen al alumnado muchas otras habilidades y destrezas que se alejan del tradicional temario de contenidos evaluables y que considero más vitales: actuar de manera ética, ayudar a los y las demás en la medida de lo posible, asertividad, cooperación… En definitiva, lo principal es que el alumno o la alumna aprenda a ser buena persona para la sociedad que queremos crear y, para eso, el ejercicio de roles de poder solo puede resultar contraproducente.
La educación, como señala continuamente Jacques Rancière en su libro El maestro ignorante, debería emancipar la inteligencia del individuo, no embrutecerla. Este autor, de la mano de pedagogos y de acuerdo con lo que dicen también otros profesionales del ámbito, recalca que la autoridad en la enseñanza no debería ser tal, ya que: “se instruye a los reclutas enrolados detrás de un estandarte, a los subalternos que deben poder comprender las órdenes, al pueblo que se pretende gobernar (de manera progresiva, se entiende, sin derecho divino y solo según jerarquía de las capacidades)”. Apoyado en esta idea, y con la clara creencia en que las inteligencias son iguales en potencia, dado que es su desarrollo lo que después marca la diferencia, confía en que para la emancipación del alumnado hace falta que aprendan entre iguales, que la autoridad no hace más que embrutecer tanto a quien instruye como a quien es instruido, pero que, para aprender de verdad, se ha de interrogar sin necesidad de mostrar una superioridad “intelectual” o representativa de ningún tipo.
Anarquismo
ANARQUISMO Sobre la supuesta bondad natural del ser humano en el anarquismo
Con todo esto lo que quiero decir es que no hace falta imponerse frente al alumno o alumna, no hace falta llevar a cabo una relación asimétrica de poder para enseñar. Esto también se pone de relieve, y muestra su importancia en el hecho de que se están generando muchas metodologías pedagógicas que hacen hincapié en ello, en el surgimiento de herramientas como la tutoría entre iguales o los diferentes tipos de aprendizaje cooperativo.
Lo que es necesario es la voluntad, principalmente del alumno o alumna, pero también del docente, para construir un ambiente educativo y formativo. Ya no se trata solo de instruir, de memorizar y de repetir, se trata de desarrollar habilidades, competencias y destrezas. Como también señala el psicólogo y epistemólogo Lev Vygotsky con sus conceptos de “Zona de Desarrollo Próximo” y “Andamiaje”, el alumnado ya posee en sí muchas capacidades, a veces necesita un apoyo o refuerzo, pero no una autoridad. Con una guía o un acompañamiento es suficiente, es por ello por lo que estoy convencida de que ejercer poder en un aula solo va a ser contraproducente a largo plazo, ya que el alumnado debe saber que él es capaz de desarrollar las habilidades que están en juego y no generar una dependencia insana que puede minar su autoestima para el resto de su vida haciéndole creer que para aprender siempre va a necesitar de alguien en vez de confiar en sí mismo. ¿Se aprende en conjunto? La mayoría de las veces, pero no necesariamente estableciendo una jerarquía que puede hacer mella en el imaginario del individuo.
El desarrollo anhelado
Como ya profetiza el adjetivo “libertaria”, para la pedagogía anarquista uno de los objetivos principales es el desempeño de la libertad. Uno de los pilares fundamentales versa sobre concebir al alumnado como algo más que un mero receptáculo, evitando lo que Freire consideraba como un docente “bancario”:
El educador aparece como un agente indiscutible, como su sujeto real, cuya tarea indeclinable es “llenar” a los educandos con los contenidos de su narración. Contenidos que solo son retazos de la realidad, desvinculados de la totalidad en que se engendran y en cuyo contexto adquieren sentido. En estas disertaciones, la palabra se vacía de la dimensión concreta que debiera poseer y se transforma en una palabra hueca, en verbalismo alienado y alienante. De ahí que sea más sonido que significado y, como tal, sería mejor no decirla (Freire, Cartas a quien pretende enseñar).
Esta concepción, al mismo tiempo, supone un claro reparto de roles de poder: el maestro que “lo sabe todo”, por lo que actúa de banco, y el alumnado que “no sabe nada”, por lo que necesita llenarse casi pasivamente. En cambio, lo que se propone desde las líneas ácratas es un tipo de docente al que Freire se refiere como “problematizador”, de manera que los contenidos se contemplan como algo a resolver; para ello el alumnado es provisto de herramientas, pero siendo el protagonista, el sujeto activo que debe emprender el proceso de investigación, análisis y/o reflexión. Esta manera de comprender la educación lleva implícita una interpretación concreta del ser humano, principalmente del estudiantado, puesto que se le presumen unas características que ellos mismos son capaces de desarrollar, actuando el docente como un mero apoyo en el proceso, como consideró en su día Vigotsky.
Teniendo en cuenta que la escolarización se produce a muy temprana edad, el establecimiento de una jerarquía de poder tan estricta —puesto que hay uno que sabe y otro no, uno que manda y otro obedece— lo que consigue es que se acabe normalizando esa falta de autonomía en el estudiantado, lo cual solo le puede preparar para una vida de servidumbre. Lo que se busca es reivindicar la capacidad realmente pedagógica, aquella en la que no hay una distinción tan marcada entre educador y educando, puesto que ambos se sumergen en un proceso continuo de aprendizaje que es bidireccional, puesto que el ser humano nunca deja de aprender.
El papel del docente
Mientras que las leyes actuales se basan mucho en la burocracia y en aspectos acerca de la evaluación del aprendizaje del alumnado, se descuida la formación del docente. A pesar de que hay muchos teóricos anarquistas que no creen en un espacio físico concreto como entendemos hoy la escuela, sí que se plantea un sentido de acompañamiento que corresponde a lo que sería el docente en la actualidad. Con esto no me refiero a que solo tengan capacidad de enseñar aquellos y aquellas que, de nuevo, han obtenido un título para ello, sino de que hay ciertas características básicas sin las cuales el maestro o la maestra no alcanzarán una papel pedagógico funcional.
[La docencia] es una tarea que requiere, de quien se compromete con ella, un gusto especial por querer bien, no sólo a los otros sino al propio proceso que ella implica. Es imposible enseñar sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar (Freire, Cartas a quien pretende enseñar).
Habría que hacer más hincapié en la relación educador-educando, en la pedagogía libertaria se resalta ese carácter del docente, que
tiene que mostrar un interés auténtico por entender a los alumnos (…), no simulado, ni aparentado para quedar bien o parecer majo. Tiene que posicionarse claramente a favor del establecimiento de un vínculo básico de relación, por mantener un diálogo en torno al trabajo, a la asignatura y sus inquietudes (Freire, op. cit.).
He aquí una de las preguntas más planteadas por quienes cursan el máster en formación del profesorado: ¿cuál es el punto medio entre cercanía y distancia para la relación con el estudiantado? Por supuesto que no hay una fórmula científica que pueda resolver esta incógnita. Cada persona tiene sus propias fortalezas y debilidades, lo que implica que su docencia deberá adaptarse a esas características; al mismo tiempo, cada alumno y alumna también tendrá sus propias cualidades que hagan que la relación varíe de uno a otro.
Desde la pedagogía libertaria se sugiere el carácter genuino que debe prevalecer a la hora de establecer vínculos entre alumnado y profesorado. Como en cualquier interacción social, siempre habrá personas que conecten más con otras, pero el respeto debe ser la piedra angular.
Las relaciones auténticas no excluyen los conflictos y los enfrentamientos. En ocasiones nos enfadamos, pero esto no es más que otra oportunidad para poner los pies en el suelo, reflexionar y reexaminar nuestro trabajo. (…) No seremos docentes si no somos significativos para los alumnos, seres de carne y hueso, con interés, con ganas de compartir ideas en clase, de manejar nuevas informaciones, de ver las cosas desde otro punto de vista. (…) Los conflictos serán, desde este punto de vista, el reinicio de nuevos intentos de comprensión y de llegada a acuerdos (Freire, op. cit.).
En este sentido, la característica principal del docente respecto del alumnado debe ser el amor, no en un sentido romántico ni mucho menos, sino en la línea del aprecio y del afecto. Nadie puede suponer una influencia positiva si no lo pretende genuinamente, sin ningún tipo de contraprestación. En otras palabras, se podría denominar vocación.
Educación integral
Uno de los mayores problemas a la hora de intentar abordar la educación es la selección de materias y contenidos que se vayan a tratar. Desde el punto de vista libertario, tanto por las bases fundamentales compartidas por todas las corrientes ácratas, como por los autores más renombrados de esta corriente, se ha de tratar de una educación integral. Esto es, tanto teórica como práctica, racional como emocional, fomentar el desarrollo tanto individual como colectivo. Se plantea
la interdependencia del punto de vista racional-científico y del punto de vista afectivo-existencial; en definitiva, dar más importancia a los sentimientos: no podemos dirigirnos a la razón solamente, ni cultivar solamente ésta; el hombre [y la mujer] es también sentimiento, y en la vida ambos se coordinan [Cortavitarte, Movimiento libertario y educación en España (1901-1939)].
En este sentido, aunque ya se han insertado en los diferentes currículos objetivos encaminados a un mayor equilibrio entre los dos ámbitos, no son suficientes. Para adquirir estas destrezas, estas características propias del ser humano, no vale dar contenidos teóricos sobre lo que supone. Estas habilidades se aprenden por contexto, práctica y, en muchos casos, imitación. Es decir, se tiene que generar un ambiente que predisponga estas competencias y las incentive. No se puede hablar de resultados sin hacer hincapié en los procesos y no hay mejor proceso que aquel que está coherentemente ligado a todas las virtudes que se quieren cultivar, poniéndolas en marcha. Esto va desde el lenguaje oral hasta el corporal, las actitudes, las maneras de afrontar los conflictos y dilemas, de convivir con los y las demás y con uno mismo o una misma.
La libertad del alumnado debe ser incentivada, no limitada; quizá orientada, pero no dirigida; observada, pero no controlada.
Por este camino, desde la pedagogía libertaria lo que se persigue es la consecución de la autorregulación del individuo, no en aras de conseguir una independencia absoluta, sino la independencia suficiente para crecer. Por tratarse el ser humano de un ser social, la dependencia no debe ser considerado algo a erradicar, sino más bien a encontrar en su justa medida, la cual depende de cada persona y sus diferentes atributos, generando una interdependencia saludable. De aquí que ya desde el siglo XIX grandes autores libertarios fomentasen una igualdad en la escuela de algo que hoy puede resultar tan básico como el género, pero que en su época se consideraba un tabú. Educar en igualdad, tanto a chicas como a chicos, fomentar todas las actividades conjuntas sin distinción de los roles de género socializados, trabajar colectivamente.
Para este propósito se debe
arrancar de cuajo, de las salas de las clases, el mutismo y la quietud insoportables, características de la muerte, y llevar en su lugar el bienestar, la intensa alegría, el alborozo. El alborozo, la intensa alegría del niño en la clase, cuando comparte con sus colegas, se asesora con sus libros, o está en compañía e intimidad con sus profesores, es la señal infalible de su interna salud de vida física y de vida de inteligencia (Ferrer i Guàrdia, La escuela moderna).
La libertad del alumnado debe ser incentivada, no limitada; quizá orientada, pero no dirigida; observada, pero no controlada.