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Editorial
¿Dónde está la ultraderecha?
Al contrario que en otros lugares de Europa, en términos cuantitativos, Vox es un fenómeno político muy minoritario.
Al contrario que en otros lugares de Europa, en términos cuantitativos, Vox es un fenómeno político muy minoritario. Ha obtenido un 10% de los votos de una participación electoral del 76%, siete de cada cien votos. El partido de Santiago Abascal ha obtenido los mejores resultados en barrios de clase media-alta, en zonas con viviendas del Ejército y de los cuerpos policiales, y en distritos con presencia de congregaciones religiosas. No es casualidad: burguesía, fuerzas armadas e Iglesia católica conformaron la columna vertebral económica, militar e ideológica del fascismo español y del franquismo sociológico. Un sector social reducido que quedó subordinado en el pacto de élites de la Transición, pero que siempre estuvo allí. Nostálgico de la dictadura, fue sepultado hace cuarenta años y quedó a la espera de ser invocado de nuevo.
El nuevo populismo xenófobo y autoritario español de Vox procede, biológicamente incluso, de ese mundo ultraconservador, y comprender este rasgo es decisivo para poner el foco en el lugar adecuado. Porque tanto Vox como Ciudadanos se comprenden mejor como operaciones del mando capitalista —por arriba— orientadas a fijar sectores del cuerpo social en torno a retóricas chovinistas y racistas. Esa desconexión —por abajo— hace que su permanencia esté ligada a su funcionalidad para articular mayorías en modo subordinado a la nave nodriza neoliberal. La defensa de la tauromaquia y la caza, el azote del movimiento feminista, el antiabortismo, el punitivismo, el nacionalismo excluyente y el odio al migrante no expresan la cólera de las clases medias venidas a menos. Tampoco son el resultado de la inseguridad en las periferias metropolitanas, ni del encanallamiento de las clases populares empobrecidas.
Cosa bien distinta es evaluar en qué medida el tejido social y las estructuras políticas y sindicales de la izquierda han aguantado cuarenta años de embate ideológico de las agendas neocon. En este punto, y aterrizando en casa, hay que distinguir los fenómenos superficiales —ayudas sociales en Gasteiz, menores migrantes no acompañados en Bilbao, manteros en Iruñea, etc.— de las cruciales políticas públicas de largo recorrido, cuyas consecuencias suelen tardar en aflorar.
En ese futuro incierto, todo apunta a que la segregación de raza y clase ya consolidada en la educación pública en castellano, y también en el binomio escuela pública/concertada, de la CAV y de Nafarroa tendrá consecuencias graves. No sabemos cuándo, cómo, ni dónde estallará el conflicto, pero es seguro que entonces los sepultureros de la ultraderecha pasarán el cedazo entre los sectores abandonados de los vagones de cola del modelo educativo. Como hizo el Frente Nacional francés esperando a que los suburbios llegaran a un punto sin retorno.