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Energía nuclear
¿Y si no se hubiera abandonado la energía nuclear en los 70? II
Artículo publicado originalmente en The Seneca Effect.
Viene de la primera parte.
4. Un problema de competencia. En los 60, el concepto de la “economía del hidrógeno” comenzaba a adquirir popularidad. Para la industria nuclear, se volvió una buena idea declarar que, además de electricidad, también podían producir combustible para vehículos. De manera nada sorpresiva, esto ponía a la industria nuclear en competencia con los combustibles fósiles. Todos defendemos nuestro terruño ante una amenaza y no cuesta entender que los fósiles sacaran el hacha de guerra con tal de que no les pasaran por encima. Para finales de los 70, el sol sonriente había convertido a la energía nuclear en el hombre del saco. Es probable que nunca sepamos quién financió dicha campaña, pero queda claro a quién benefició.
5. Un problema de estrategia. La idea de Átomos por la paz no tenía ningún sentido desde un punto de vista estratégico. Hasta los 60, la URSS y los EEUU poseían un control casi absoluto sobre las armas nucleares. Con el programa de átomos por la paz, EEUU se metió en un follon estratégico de imposible resolución: ¿cómo parar la proliferación nuclear cuando al mismo tiempo se disemina tecnología nuclear por todo el mundo? La solución pasó por olvidarse con disimulo del programa de Eisenhower y frenar con agresividad la construcción de centrales, en particular en aquellos países considerados poco fiables. En 1981 las fuerzas aéreas israelíes destruyeron la central nuclear Tammuz, aún en construcción, en Iraq, cerca de Bagdad. En 1987 un referéndum en Italia rechazó la energía nuclear, un país que EEUU consideraba amenazado al contar con un poderoso Partido Comunista. El referéndum forzó al gobierno italiano a desmantelar cuatro centrales ya construidas y a renunciar por siempre a toda producción de energía nuclear. Irán continuó con su propio programa nuclear, comenzado con la campaña de Átomos por la paz pero sufrió un sabotaje continuo. A partir de los 80, quedó claro que no solo las armas nucleares, sino también la energía nuclear, solo podía quedar en las manos de un grupo selecto de países.
Se puede comprobar que, cuando las cosas deben pasar, poco se puede hacer para evitar que pasen. Por varias circunstancias, en los propios muros de los reactores ya aparecía escrito el declive de la industria nuclear, que poco tenía que ver con los melenudos Verdes protestando en las calles. Pese a todo, es posible pensar que la historia podría haber seguido un sendero distinto.
Imaginemos que la cúpula militar estadounidense hubiese apostado con firmeza por los reproductores, que se hubiesen destinado suficientes fondos para esta tarea y, finalmente, que los problemas tecnológicos inherentes se hubiesen solucionado. Entonces, los EEUU y todo Occidente podrían haberse convertido en un sistema energético principalmente nuclear, que posiblemente incluyera un sistema de transporte con hidrógeno por combustible. Fácilmente China y la URSS hubiesen seguido un destino similar. Y difícilmente se hubiese evitado que esta tecnología se propagara por otras regiones del mundo. Hubiese sido la Era Atómica prometida en los 50.
¿Cómo sería ese mundo? Teóricamente, tendríamos a nuestra disposición mucha más energía que la que tenemos ahora, al menos para la élite que hubiese apostado por la nuclearización de sus economías. Y esta energía se hubiese producido sin emitir gases de efecto invernadero, apenas afectando el clima terráqueo, al menos directamente.
Pero nos hubiésemos enfrentado a otro tipo de problemas. Con la Era Atómica, la cantidad de material fisible disponible en el mundo se hubiera multiplicado varias veces y cuesta pensar que no hubiese acabado en las manos de tiranos, fanáticos religiosos y psicópatas a los que les atraen este tipo de cosas.
Consideremos también que las centrales nucleares (las reproductoras en particular) suponen un delicioso objetivo para un ataque militar o terrorista. No solo por su valor estratégico, sino también por la posibilidad de liberar material radiactivo y convertir en inhabitables grandes extensiones de terreno. Podemos imaginar los problemas que hubiésemos tenido. Incluso en una guerra nuclear de perfil bajo, el invierno nuclear teorizado en los 90 conduciría a un periodo de enfriamiento global lo suficientemente largo como para exterminar a la mayoría de humanos sobre el planeta. Se criticó la idea, pero nunca se la calificó de infundada. Y todo esto sin mencionar la posibilidad de una mala gestión de los residuos nucleares y el hecho de que el plutonio sea una de las sustancias más venenosas que conocemos.
Con la Era Atómica, la cantidad de material fisible disponible en el mundo se hubiera multiplicado varias veces y cuesta pensar que no hubiese acabado en las manos de tiranos, fanáticos religiosos y psicópatas a los que les atraen este tipo de cosas
Consideremos otro problema, aún mayor, que suele ignorarse al hablar de estos temas. En los 50, Marion King Hubbert investigaba el agotamiento del petróleo y en 1956 propuso su famosa curva de producción con forma de campana, más tarde conocida como peak oil. Hubbert también propuso que la energía nuclear reemplazaría a los combustibles fósiles. En la imagen más abajo, sin embargo, la nuclear no hubiese evitado el peak oil, aproximadamente al mismo tiempo que en el paradigma sin energía nuclear. Hubbert entendía muy bien que el enorme esfuerzo nuclear se tendría que haber basado en los combustibles fósiles y, por tanto, no hubiera reducido su producción.
Notemos algo en la imagen: mientras que los fósiles describirían la forma de una campana, la energía nuclear alcanzaría un pico y se quedaría allí durante miles de años. ¿Por qué?
Hubbert entendía que ”el suministro durante milenios” que la industria nuclear a veces aseguraba en relación a las reservas minerales de uranio, sería posible siempre que la producción no se incrementara más allá de un determinado punto. ¿Pero qué hubiera frenado a la gente para aumentar la producción energética aún más? ¿Cree alguien que hubiéramos pensado “estamos bien como estamos” y nos hubiéramos relajado? En una palabra: pirámides.
¿Por qué no seguiría el plutonio la misma trayectoria que el petróleo, la campana, alcanzando un pico y bajando a partir de ahí? ¿Está pensando alguien en el torio? Vale, pero es otro recurso finito y el concepto sigue siendo el mismo. Crecería, alcanzaría un pico y descendería.
Es imposible calcular cuándo hubiese tenido lugar el pico del uranio en un mundo nuclearizado. Dependería de varios factores, recursos disponibles, eficiencia de la tecnología de la reproducción, la tasa de retorno energético, el coste de gestionar los residuos, etc. En un post previo, hice algunas estimaciones: si la tecnología basada en el plutonio hubiese seguido las normas económicas que conocemos, cuesta imaginar que las reservas de materiales fisibles hubiesen durado más de un par de siglos, probablemente menos de uno. ¿Fusión? Venga, esperemos otros 50 años y veamos.
Y en estas estamos. Jugar el “cómo hubiera sido” es muy divertido, pero debemos recordar que hablamos del sueño expresado en Nuestro amigo, el átomo. Un sueño que, seguramente, tenía las mismas probabilidades de cumplirse como otros propuestos por Walt Disney, como el de una pobre plebeya casándose con un príncipe. Y nada garantiza que ese hubiese sido un matrimonio feliz.
No sabemos si la economía basada en el plutonio fue alguna vez algo más que un sueño. A día de hoy, es demasiado tarde para cambiar la historia, aunque no es imposible que alguien quiera resucitar este sueño y convertirlo en pesadilla.
Lo que sabemos es que, como siempre, nos encontramos en una intersección entre pasado y futuro, en ese efímero momento que llamamos ‘presente’. A partir de ahora, se abren posibilidades infinitas. Las que conducen a un futuro próspero y pacifico escasean, quizás no existan. Pero debemos buscarlas. Es un camino que nos conducirá a algún lugar, aunque no sepamos cuál.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.