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Dana
Cuando nada está en su sitio
Días después de la tragedia, los vehículos de juguete se mezclan en el lodo con los reales, aplastados por el paso de una riada que los moldeó como mantequilla. Los vecinos de Catarroja, Benetússer y el resto de los pueblos afectados acuden a las zonas donde, entre los apilados hasta alcanzar varios metros de altura, embarrados y marcados con una O, X o R, esperan encontrar el suyo.
Coches, regalos de navidad que aguardaban en los almacenes de los polígonos cercanos, alimentos, juguetes, libros, muebles… y hasta Curro, mascota de la Expo 92 que había resistido 32 años en algún armario, forman ahora parte de la piel de barro que cubre todas las calles, mientras los voluntarios llegados de todas partes y las ayudas oficiales se esfuerzan en recuperar en lo posible la normalidad tras la devastación. Las vidas de los vecinos desperdigadas por las calles, como en una habitación desordenada. Así han quedado los pueblos de la zona que visitamos. Todo está fuera de su lugar.
La metralla de la riada convirtió L’Horta Sud valenciana en lo más parecido a una zona de guerra. Un desastre cuya magnitud podía haberse contenido con una gestión eficiente. Esta vez, como venían avisando científicos y movimientos ecologistas, la naturaleza ha sido cruel, y ahora la incompetencia demostrada por el gobierno valenciano se mezcla con el barro.
El lodo cubre recuerdos e historias de las que algunos vecinos, mientras continúan los trabajos de recuperación, dan cuenta. Hermanos, primas, padres, amigas… muchos quieren expresar dónde estaban esa mañana, esa tarde y esa noche. Desgraciadamente, además, todos tienen cerca la muerte de algún ser querido, y la pena se mezcla con la solidaridad en conversaciones de los que se cruzan por las calles: “En la esquina del colegio dan comida caliente, ¿tu familia está bien?”, “perdimos a la prima y su bebe”, “pudimos sacar al vecino al segundo día” ,“a esta calle aún no ha venido nadie a ayudarnos” ,“si trabajas para esa cadena de televisión te prohíbo que entres en mi casa”.
Y es que el lodo lo inunda todo, pero también la rabia.
El olor penetrante de las aguas que arrasaron con todo se mezcla con los intentos de volver a la normalidad, con el olor a pan de alguien que ha podido reabrir su negocio de nuevo y, sobre todo, con el trabajo incansable de miles de personas, la mayoría jóvenes, que entendieron desde el primer minuto dónde había que estar.