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Culturas
Coser en el siglo XXI: aguja e hilo para hilvanar feminismo y sostenibilidad
Durante años las mujeres nos alejamos de la costura por la sumisión y el confinamiento al hogar que siempre habían simbolizado aguja e hilo, pero en estos tiempos de repensar todo, coser se ha mostrado no solo como un saber útil, sino además transformador.
Dejando de lado la costura perdimos autonomía y nos vimos obligadas a formar parte de una rueda de consumo que nos empobrece a todos: es imposible ignorar el coste humano y medioambiental de la moda de usar y tirar. Todos sabemos de las pésimas condiciones laborales en que se fabrican la ropa low cost o el derroche de recursos que supone (se necesitan 2.700 litros de agua para hacer una camiseta); y hasta Vivienne Westwood pide a gritos en entrevistas y en la web de su tienda que compremos menos ropa. En Westwood: Punk, Icon, Activist (Lorna Tucker, 2018) la diseñadora revela que se niega a expandirse abriendo más tiendas y que si fuera coherente, debería cerrar todo.
Pero algo está cambiando: en Estados Unidos, según un informe de GlobalData publicado en marzo, la ropa de segunda mano generaba unos beneficios de 24.000 millones de dólares (una cifra cada vez más cercana a las de los 35.000 millones de dólares de las marcas de fastfashion) y en los últimos años ha crecido también la venta de máquinas de coser.
Amazon España registró un aumento del 135% de ventas tras la emisión de la serie El tiempo entre costuras, y portales como Máquinas de coser plus notaron un incremento de ventas del 60% con la llegada de la crisis.
Muchas de las que ahora han decidido ponerse ante una máquina han crecido rodeadas de mujeres que sabían coser, pero a menudo ellas mismas no se han planteado seguir sus pasos hasta ya entrada la edad adulta, como cuenta a El Salto una de las integrantes del taller de costura de la Escuela Popular de Prosperidad, La Prospe: “Mi madre es costurera de profesión y siempre me hizo vestidos, abrigos, mi vestido de novia… Pensar que yo era una inútil en ese aspecto y que ella iba a desaparecer sin haberme transmitido todos sus conocimientos me animó a apuntarme a estas clases a los 57 años”.
La capacidad de poder hacer tu propia ropa, a medida, y al margen de los dictados de la moda es la ventaja más evidente de coser y una de las razones que llevó a las murcianas Alexandra y Martaé hace nueve años a crear Las Culpass, aplicando “todo lo que habíamos aprendido enfocado al feminismo”. Crearon su primera colección de moda y después impartieron un taller de costura feminista en la Escuela de diseño de Murcia: “Nos propusieron hacer un taller y nos dieron total libertad para ello, a nosotras nos pareció interesante hablar sobre activismo desde el diseño, sea cual sea la rama en la que trabajes, al que denominamos Activismo, coser y cantar. Partiendo de la base de que todo lo que consumimos conlleva unas repercusiones directamente relacionadas con la economía y políticas que nos afectan, decidimos explorar la moda y todas sus vertientes como vehículo de activismo, reivindicación y actuación político-social”.
Les gusta hacer hacerse la ropa (“es súper gratificante, como cuando cocinas y te sale súper rico”) y tienen claro que el feminismo “está ayudando a dar una nueva dimensión a la costura, ayuda a tener mayor conciencia del ecosistema y más respeto hacia el medio ambiente. A su vez volvemos a retomar los espacio tradicionalmente dedicados a la mujer como nuevos lugares donde reunirnos, espacio íntimos en los que nos sentimos seguras y podemos compartir conocimientos y experiencias”.
La costura y el tejido social
Uno de los grandes logros de los talleres de costura es precisamente la creación de espacios que permiten construir tejido social. En Barcelona, la Asociación Casal dels Infants ha puesto en marcha hace unos meses el espacio Tot a punt. Pau Dachs, del equipo de comunicación, cuenta a El Salto que se trata de “un servicio de autorreparación textil gratuito y comunitario. Un grupo de mujeres que participan en el Casal Familiar se formaron durante dos meses con una educadora en técnicas básicas de costura: poner un botón, coser un agujero, ensanchar y estrechar una manga...Ahora, con lo que han aprendido, enseñan a todas las personas del barrio que lo necesiten a reparar su ropa”.
El taller cumple una función adicional como “punto de encuentro y apoyo mutuo para los vecinos del barrio, especialmente para mujeres migrantes que cuentan con poca red apoyo y pocos espacios para sí mismas. También quiere reivindicar una alternativa de consumo solidaria, que aumente la capacidad de ahorro de las familias y disminuya el impacto sobre el medio ambiente”.
De eso también saben las “coseseras” del taller de costura de La Prospe (así autodenominadas porque quisieron meterse en la sesera lo de aprender a coser hace ya siete años) y que se reúnen cada 15 días “como se hacía antaño, aprendiendo y compartiendo vivencia”. Mujeres —y algún que otro hombre— de 25 a 70 años usan los talleres “para reunirse entre mujeres, gente de diversa procedencia, extranjeras, mujeres del barrio y otras de otros barrios. Las que saben más enseñan a las nuevas. Hablamos de todo, unas traen algo para picar y beber, pasamos un rato agradable juntas. No hay nada impuesto, cada una trae algo para arreglar o coser o cortar”.
Todas destacan el placer que sienten en no tener que someterse a los dictados de la moda, en tocar las telas e imaginar qué hacer con ellas y en luchar contra “la explotación de mano de obra barata, la extremada generación de basura”. Y ellas, también, ponen el acento en que cosen por voluntad propia: “Nuestras madres tenían que saber coser por narices, nosotras porque lo hemos elegido. Implica dominar una técnica, un saber particular, y te da autonomía. La costura es algo creativo, práctico, económico y es una elección personal”.
La costura como arma
Basta con buscar en Google “costura subversiva” para encontrarse con cientos de bastidores con mensajes contra el heteropatriarcado, imágenes de úteros o consignas feministas, pero Minerva Valenzuela decidió ir mucho más lejos: no le basta con hacer del borrado una imagen pop fácil de compartir en Instagram o Pinterest, ella va más allá y lleva ya unos años bordando los nombres de las víctimas de feminicidio en pañuelos que sobrecogen.
Minerva explica que al principio se bordaban los nombres de todas las víctimas de la guerra contra el narco, pero “había muchos casos que eran feminicidios y que no eran registrados como tales, sino que como un asesinato más, entonces decidimos bordar feminicidios no necesariamente relacionados con la lucha contra el narco”.
La iniciativa de Bordamos Feminicidios ha traspasado fronteras: ya hay grupos en Argentina, España, Guatemala, Francia… y lo que importa no es tanto la técnica como el mensaje: “Yo no sé cómo es un punto de cruz, simplemente escribimos sobre la tela y como podamos después la reescribimos con hilo y aguja, no tenemos ninguna técnica ni pretendemos tenerla. Hay unas que sí, claro, que ya sabían bordar desde antes, pero la mayoría de las que nos acercamos nunca habíamos tenido una aguja en la mano. Siempre decimos acá que la belleza está en otro lado, no en cómo quede tu pañuelo, sino en saber acompañar a la mujer que ya no está, y que tú le estás prestando tu espacio, tu respiración, tu tiempo”.
Minerva tiene claro que sus bordados son la mayor forma de subvertir la idea tradicional de la costura: “Lo importante es justamente haberle dado la vuelta a una actividad que sirve para mantenernos calladas y usarla como un arma más, un arma de protesta, un arma de vida, porque al bordar juntas estamos en contacto, nos estamos mirando y en Bordamos feminicidios pasa mucho que llega una que sí sabe bordar pero que no está cerca del feminismo y llegan muchas que están muy cerca del feminismo pero que no sabemos bordar, entonces pues se hacen pláticas y se hacen convivencias que probablemente no se hubieran hecho en otros espacios porque somos mujeres muy diversas. Entonces algo que pudo en algún momento ser una rama del patriarcado ahorita es un brazo para nosotras”.