Creaciones morales
Cerro Belmonte, la espuma contra el muro

La historia de Cerro Belmonte no es una leyenda urbana. Un grupo de cien vecinos se plantó ante la entrada de excavadoras que querían expropiarles para construir chalés. Se declararon independientes de Madrid y redactaron su Constitución. Una carta a Fidel Castro internacionalizó el conflicto.

Cerro Belmonte 1
21 nov 2017 14:44
La historia de cuando la barriada de Cerro Belmonte se independizó de Madrid no es una leyenda urbana. No la traigo ahora porque tenga un punto curioso (que lo tiene) ni para aprovechar la coyuntura (que también), sino porque creo que es un ejemplo, además de una curiosa vuelta de tuerca en la tradición de la luchas vecinales. Los grupos de obreros, con la sola ayuda (a veces) de la parroquia de la zona, llevan desde los años 50 del siglo pasado plantando cara al Ayuntamiento, la Delegación de Gobierno, la Comunidad, los juzgados, la Policía y las constructoras, exigiendo infraestructuras básicas y condiciones de vida dignas. Sin nadie detrás, solo el silencio de las autoridades y aquellos barrios limítrofes más interesados en la transformación de estas barriadas en otra cosa, o al menos, en marcar los límites: “Aquí, nosotros, a partir de aquí —léase, muro, vallas o edificios de contención—, ellos”.

La pelea de los habitantes del extrarradio no se quedó en los años 60 y 70, asociada a un movimiento político de resistencia contra el régimen franquista. Recordemos episodios como “La batalla del pan”, una actuación de los grupos vecinales contra la mafia que encarecía a capricho las pistolas [las barras de pan] o los actos de los grupos de amas de casa contra el encarcelamiento de mujeres. Los problemas sobre estos territorios se han ido transformando, pero nunca solucionado de una manera definitiva. Siempre quedan puntos de fricción entre la periferia y el centro, lo fuera un descampado con infraviviendas y la codicia por esos terrenos de empresas constructoras para darles un uso más ventajoso, o la desidia de las autoridades en los procesos de expropiación o acondicionamiento. Por los barrios se personaban pocos representantes de partidos políticos, hasta la época de elecciones, que era cuando alguno se dejaba caer o se hacía una pegada de carteles: el resto del tiempo había que gestionar los asuntos de forma directa entre los que allí vivían, a través de las asociaciones. Este tipo de agrupación no es que fuese ilegal, pero la autoridad se reservaba el derecho de prohibirla y detener a los reunidos si el tema o las personas que acudían no eran de su agrado, fuese ello cal de la parroquia o la mismísima sacristía, que entonces tampoco valía lo de acogerse a sagrado, por muy sagrado que fuese.

Desahucios y realojos

Parece que de esto han pasado siglos, pero en realidad no son más que cuarenta años. El Plan de Reordenación Urbana y de Remodelación de Barrios se mantuvo hasta los 80, cuando algunos lugares de la periferia seguían siendo núcleos de chabolas con techo de uralita y sin agua corriente. El famoso Plan no abarcaba a todos los barrios. De hecho, hubo zonas que fueron ignoradas incluso para recibir las migajas de estas obras. Por ejemplo, La Ventilla y Orcasitas quedaron fuera, mientras la gente malvivía en las Unidades de Absorción Vecinal. Las protestas por los pisos que se les había prometido por ley se desarrollaron hasta entrados los años 90, con episodios de ocupación y manifestaciones. El Ayuntamiento puso la excusa de que no había terrenos disponibles (poseía unos cuantos) y mandó a muchos vecinos de las chabolas de la UVA a unos sankis [viviendas provisionales para realojos] infamantes.

Cerro Belmonte 2

Los desahucios no son, tampoco, una novedad en la historia de las ciudades españolas. En Madrid se han sufrido desde los años 50, muchos por la técnica de declarar el edificio en ruina o llevarlo efectivamente, al no aplicar los propietarios las correspondientes reformas. Recordamos el desalojo del local de Lavapiés de 1989, que salió en todos los medios de comunicación, más por lo colorido de sus inquilinos que por el propio lanzamiento del inmueble.

En los años 90, las asociaciones de vecinos habían empezado a cambiar. Muchos de sus componentes se habían integrado en las estructuras políticas de los partidos y encontrado sillas y butacas en concejalías y salones del Ayuntamiento. La gente, no obstante, seguía teniendo los mismos problemas.
El caso Cerro Belmonte es uno de estos problemas de terrenos y especulación que no tenía detrás la típica asociación vecinal, y sin embargo, llegó a los periódicos, no solo españoles, sino de medio mundo, por lo insólito. No creo que hubiese una reflexión sobre el problema que había detrás, el que estaba en el núcleo de las protestas. La opinión pública se quedó con el envoltorio, igual que con los punkis que salían de la calle Almendro cuando se produjo el desalojo.

Cien vecinos por la independencia

La historia de Cerro Belmonte recuerda, por la ingenuidad y los toques absurdos, al argumento de una comedia británica de la era de oro del estudio Ealing, Pasaporte a Pimlico (Henry Cornelius 1949). La gracia es que el argumento está inspirado en un hecho real y bastante llamativo a efectos políticos, del que se aprende que cuando se necesita tomar una medida extraordinaria por mantener los privilegios de unos pocos, se hacen cosas como esta. Estando la familia real holandesa exiliada en Canadá durante la II Guerra Mundial, la hija de la reina dio a luz a su tercer retoño en la ciudad de Otawa. Para que la recién nacida no perdiera “derechos reales” al trono de Holanda, los canadienses declararon el hospital “zona internacional”. En Pasaporte a Pimlico, los habitantes de un barrio de Londres descubren, tras un bombardeo de la aviación alemana, un gran tesoro escondido, y además unos documentos que atestiguan que pertenece al Duque de Borgoña. Para que las autoridades no les requisen el oro y las joyas, deciden convertirse en zona independiente de Inglaterra, y perteneciente al ducado francés.

Lo de Cerro Belmonte es un poco al revés. Los ciento y pico vecinos, en su mayor parte jubilados, de una zona humilde de casas bajas del barrio de Valdezarza (entre Sinesio Delgado y Villaamil) iban a ser expropiados por el Ayuntamiento, porque en su terreno iban a construir unos chalés de gama alta. Les pagaban a poco más de mil duros el metro cuadrado y los reubicaban en bloques de pisos de Vallecas y Villaverde, justo en la otra punta de la ciudad. Como el trato parecía un poco abusivo, los vecinos fueron a protestar y a solicitar una reunión con el alcalde, entonces el señor don Agustín Rodríguez Sahagún. Miguel Ángel Blesa, entonces en la gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento, se limitaba a explicar que esta decisión ya estaba escrita en las directrices del Plan Inmobiliario de la ciudad, y que las reclamaciones, al maestro armero.

Cerro Belmonte 3

En junio del 90, los vecinos dijeron que no se movían de sus casas, rodeados por el equipo de demolición. “Las excavadoras tendrán que pasar por encima de nuestros cadáveres. Nadie nos echará del barrio. No queremos ser víctimas de la especulación. Resistiremos y además nos independizaremos de Madrid; no queremos pertenecer a un ayuntamiento que quiere explotarnos”, decía en un dramático discurso la representante de los vecinos, la abogada Esther Castellanos, hija de un matrimonio residente en Cerro Belmonte. Utilizando los medios a la moda de la era de los informativos como espectáculo, a Castellanos se le ocurrió hacer del conflicto un asunto de política “exterior”. “Sahagún, te vas ver como el betún para sacarnos”, coreaban los vecinos.

Constitución, moneda y bandera

Las relaciones de España con Cuba no se encontraban en su mejor momento. En julio del 90, un grupo de ciudadanos había entrado en la embajada de España en la isla, pidiendo asilo político. Los últimos que se habían colado eran nueve cubanos un tanto diferentes, de aspecto fuerte y atlético. La embajada dijo que se negaba a dar asilo a ninguno, porque la imagen del grupo, sobre todo de los nueve de última hora, era “sospechosa”. Vamos, que, para el embajador, no daban el perfil de “refugiados”, y a continuación pidió un grupo de geos desde Madrid, para contener la infiltración. El lío fue de tal magnitud que el Gobierno amenazó con suspender la ayuda económica a Cuba, mientras que en la isla decían que todo era un complot orquestado por Europa. La abogada Castellanos aprovechó el panorama para escribir a Fidel Castro y contarle el litigio de los vecinos contra el Ayuntamiento. Castro sí escuchó a Cerro Belmonte y, para meter más el dedo en el ojo a las autoridades españolas, regaló 25 viajes de diez días a La Habana, sorteados entre los vecinos en una verbena a ritmo de salsa. La expedición rebelde es recibida por el Comandante como si fuese una visita de estado. Castro les obsequia con un lote de regalos (puros y libros) y les intenta convencer de que se queden, asegurándoles casa y trabajo, pero los belmonteños quieren volver a casa.

A la vuelta del viaje, el alcalde de Madrid continúa negándose a recibirlos, esta vez ya muy molesto por el espectáculo y las risas de dos continentes. Entre una expectación de cámaras y medios venidos de media Europa, los vecinos declaran la independencia de Madrid (“Reino de Cerro Belmonte, Principado de Villaamil, Condado de Peñagrande”), redactan su propia Constitución y confeccionan su bandera, dos bandas rojas y una blanca, con estrella roja y triángulo blanco (“roja por la lucha, blanca, porque nos quieren dejar sin blanca”). Pero van mucho más allá. Ponen barricadas en torno a sus casas (vallas de obra), hacen controles de fronteras. Exigían pasaporte a los que no eran de Cerro para poder entrar, y afirmaron que acogerían en asilo político a todos los que también quisieran independizarse de la persecución del Ayuntamiento. Acuñan su propia moneda, el “belmonteño”, billetes que equivalían a 5.000 pesetas. El grupo punk Kaduka 92 interpreta el himno (compuesto por su vocalista, Juan Carlos Parra, ‘Podrido’, cuya letra decía: “Queremos pan, queremos vino, queremos al alcalde colgado de un pino”) y elevan una petición al Comité Olímpico para participar en los Juegos de 1992 como estado independiente. Pero eso sí, también escriben al rey Juan Carlos para que sea el regente de Cerro Belmonte. Que se sepa, no hubo respuesta oficial. Hay enfrentamientos con la policía, huelgas de hambre y encierros en parroquias.

Al cabo de unas semanas, la expropiación de los terrenos de Cerro Belmonte queda en el limbo de aquel Plan Inmobiliario. Años después, los vecinos pudieron renegociar las expropiaciones a precio más ventajoso y fueron realojados en pisos cercanos. La figura de Esther Castellanos se difuminó de las noticias, aunque se sabe que fue objeto de presiones y amenazas. Ahora, en lo que fue Cerro Belmonte, se elevan unos pisazos de última generación, que se suman a la remodelación de la zona de Castellana.

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