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Coronavirus
La excepción confirma y prescribe la regla.
Esta emergencia nos está confirmando que el estado de excepción no es lo contrario de la normalidad, sino que es una forma de gobierno para moldear y reescribir la normalidad. ¡No volvamos a la normalidad de antes, no vayamos hacia la normalidad de mañana!
El estado de excepción tiende a presentarse cada vez más como el paradigma de gobierno dominante en la política contemporánea” (G. Agamben)
Si algo nos ha enseñado la última ofensiva imperialista global, es decir, la “lucha contra el terrorismo”, es que el estado de excepción se ha convertido en una tecnología para gobernar la normalidad. Toda medida tomada durante el estado de excepción deja su rastro en la normalidad: las medidas “excepcionales” tomadas por los gobiernos durante la lucha contra el terrorismo global se han quedado en las legislaciones “normales” de los países; es decir, la excepción se ha hecho norma.
“El estado de excepción se ha convertido en una tecnología para gobernar la normalidad.”
Teniendo en cuenta las medidas que durante las últimas semanas se están tomando en nombre de la excepción, creemos que es necesario tenerlo en cuenta, puesto que estamos siendo testigos de la suspensión de todo tipo de derechos, incluso de aquellos que hasta hace dos días nos parecían intocables; no solo los derechos colectivos de las trabajadoras conquistados con luchas y huelgas, sino hasta los (liberales) derechos individuales.
Por poner un ejemplo en las últimas semanas se ha aprobado una norma para legalizar el control de los movimientos de las personas, mediante la geolocalización de los dispositivos tecnológicos. Como hemos podido corroborar mirando el ejemplo de China, aumentar la soberanía (y el control de los movimientos) hoy en día no reside tanto en cerrar las fronteras –como en un primer intento cutre de los Estados de la UE–, sino en controlar y vigilar los movimientos mediante la administración de datos y de redes digitales.
“En las últimas semanas se ha aprobado una norma para legalizar el control de los movimientos de las personas, mediante la geolocalización de los dispositivos tecnológicos.”
Nos han vendido esta norma como una medida para controlar los contactos entre gente que ha contraído el virus y posibles contagiadas. Lo curioso es que, para hacerlo, han usado el mismo método que habían experimentado hace unos meses las compañías telefónicas en su prueba piloto –¿os acordáis del “estudio estadístico” que se hizo durante 6 días entre noviembre y diciembre del 2019 y cuya segunda fase estaba pensada para el verano de 2020?–.
Por lo que una de dos: o a finales de 2019 ya sabían que llegaría la emergencia sanitaria o están aprovechando la emergencia para impulsar nuevas técnicas de gobierno que desde hace tiempo se estaban estudiando; es decir, se está haciendo un uso político de la emergencia y de la excepción. Porque el estado de excepción nunca es neutral, siempre es político.
Por todo ello, nos preguntamos (llamadnos mal pensadas): ¿Qué pasará después de la emergencia sanitaria? ¿Se dejará de usar esta tecnología, y volverá a ser una (ya de por sí deplorable) herramienta para estudios de mercado? ¿O se normalizará su uso (con la excusa del “qué bien ha funcionado contra la emergencia”) y se ampliará para controlar –de forma legal y en nombre de la transparencia– los movimientos y los encuentros entre personas?
“¿Qué pasará después de la emergencia sanitaria? ¿Se dejará de usar esta tecnología, y volverá a ser una (ya de por sí deplorable) herramienta para estudios de mercado?”
Y –para adelantarnos a la crítica– nada de reduccionismo del tipo “ya tienen todos nuestros datos”. Porque una cosa es almacenar (técnicamente) datos y otra utilizarlos (políticamente) para gobernar poblaciones. Aunque los dos usos son deplorables, no es lo mismo acumular datos y usarlos para hacer estudios de mercado –es decir, fomentando la sociedad del consumo–; o utilizarlos, por ejemplo, para registrar quien ha ido a una manifestación o como pruebas en un proceso judicial –es decir, aumentando los dispositivos de vigilancia y control de esta sociedad ya hiper-securizada–.
Y lo mismo podríamos preguntarnos con todos los cambios sustanciales que se están dando en el campo de los derechos de las trabajadoras o de la militarización del espacio y de la vida social, entre otros. Una vez pasada la crisis, ¿se suprimirá la norma que permite a las empresas “agilizar” los ERTES/ERES, o los empresarios seguirán pudiendo vulnerar los derechos de las trabajadoras con la excusita del “necesitamos recuperarnos del golpe de la crisis”? ¿Se le quitarán al ejercito las competencias de orden público (es decir, de represión), o se empezará a militarizar toda emergencia, usando el ejército para responder desde catástrofes naturales hasta protestas sociales (como ya se hace en otros países de Europa)? ¿Será posible volver a disfrutar del espacio público de forma colectiva y popular, o se aumentará la tendencia, que ya se venía asentando en los últimos años, de privatización, mercantilización y militarización del espacio y de los barrios?
“No es lo mismo acumular datos y usarlos para hacer estudios de mercado –es decir, fomentando la sociedad del consumo–; o utilizarlos, por ejemplo, para registrar quien ha ido a una manifestación o como pruebas en un proceso judicial.”
Todas estas dudas y reflexiones nos hacen preguntarnos: ¿Qué es lo que nos espera después del estado de excepción? ¿Cuál será la “normalidad” de mañana? En un mundo en el que estado de excepción y normalidad están en una constante relación dialéctica, la excepción no solo confirma la regla, sino que la engendra y prescribe. Dicho de otro modo: la excepción nunca vuelve a la normalidad, sino que produce su propia normalidad.
Luchemos frente a la crisis y contra la normalidad: no volvamos a la normalidad de antes, no vayamos hacia la normalidad de mañana. Rompamos la dialéctica excepción-normalidad, trasformemos la crisis en revolución.