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Coronavirus
El covid-19 acelera el regreso a la España vaciada, ¿o no?
Con el coste de la vida al alza en las grandes ciudades, cada vez son más quienes se plantean la necesidad de vivir en la periferia o incluso instalarse en la llamada “España vaciada”, incluso entre quienes se fueron del país hace años. La pandemia (y la dureza de los confinamientos) y la normalización del teletrabajo también han contribuido a que la gente se fije en el entorno rural.
Antes que nada, los datos: la España vaciada sigue estándolo. En las últimas cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadística este mismo año, la pérdida de población era evidente en Castilla y León, Asturias, Extremadura y Ceuta, y solo crecía en Andalucía, Cataluña o Madrid. Basta también con meter el nombre de algún pueblo en el buscador de habitantes del INE para ver que la población en zonas rurales con suerte se mantiene, pero con mucha frecuencia, baja. Apliquemos ahora, en cambio, un tercer filtro, y busquemos el número de habitantes en zonas rurales cercanas a la capital, y veremos que en los últimos años la población de El Escorial, Chinchón o Navalcarnero, por ejemplo, está al alza. Lo mismo sucede con Sitges, Vic o Sant Cugat: el aumento imparable de los precios del alquiler, el estancamiento de los salarios y la precarización del trabajo empujan a muchos a la periferia. Hay quienes van más allá y, puestos a dar el salto, deciden lanzarse a la vida rural: son pocos, pero la generalización del teletrabajo que ha traído la pandemia ha provocado que más de uno contemple la opción de instalarse en áreas no urbanas.
En 2019, ni siquiera el 20% de la población vivía en zonas rurales: basta con echar un vistazo a cualquier mapa que refleje la densidad de población para constatar que buena parte del territorio está vacío. La necesidad de repoblar la España vaciada ha provocado la aparición de políticas de desarrollo rural o de plataformas como Volver al pueblo, que facilita la instalación de pobladores en zonas rurales y ofrece listados de viviendas a las que se puede acceder mediante compra, alquiler o cesión. Pero en los últimos tiempos ha entrado en juego un factor con el que quizás pocos contaban: el urbanita que, hastiado de estrés y precariedad, se instala en zonas rurales o el emigrado que cuando retorna decide volver a las raíces.
Cuando Volvemos, un proyecto nacido en 2016 con el objetivo de facilitar el regreso de talento a España, presentó al Gobierno su programa piloto de retorno “Un país para volver” en 2018, lo hizo centrándose en los grandes núcleos de población urbana, porque entonces no podían imaginar que buena parte de los candidatos pedirían ayuda para instalarse en zonas rurales: “Los costes son menores, a pesar de las dificultades para encontrar vivienda ésta es más barata, y luego está la colaboración institucional, porque ayuntamientos, diputaciones y juntas están deseando que la gente se instale”, explica Raúl Gil, uno de los promotores. “La atracción de las ciudad está dejando paso a otras realidades, como zonas de provincias que no necesariamente son zonas rurales, pero que llevan despoblándose muchos años”.
En Volvemos ayudan a los emigrados que tienen proyectos de emprendimiento a instalarse facilitando los trámites burocráticos, poniéndoles en contacto con las administraciones y guiándoles en un país que ha cambiado tanto durante el tiempo que los emigrados han pasado fuera que, a veces, ni saben a qué empresas dirigirse, y es ahí donde Volvemos presta su ayuda con lo que dan en llamar el “acompañamiento”. Hay voces críticas, como la de Marea Granate, que explican que el emprendimiento “no refleja la realidad de la emigración, al menos no la de la emigración que nosotras conocemos, es decir, la del pueblo que trabaja”, pero para quienes se acogen a esta forma de retorno, lo que más pesa es volver a casa.
El vínculo emocional es el factor decisivo para los emigrados que se han instalado en un área rural. Así lo explica Juan Pedro Calderón, creador de JJ Robots.com, una empresa de robótica educativa, que llegó a Peñarroya-Pueblonuevo (10.000 habitantes, Córdoba) buscando “calidad de vida y tener la familia cerca”. Su reciente paternidad y la falta de vínculos familiares en Escocia fueron decisivos a la hora de volver, y con una conexión que le permite enviar el material con sólo una demora de “medio día o un día más” y con la generalización del teletrabajo, volver a casa ha resultado fácil. “Una reunión virtual no puede reemplazar una reunión en persona”, apunta, “pero siempre puedes ir una semana a la ciudad, reunirte con la gente con la que te tengas que reunir y volver”.
En el caso de María de la Cruz, los lazos familiares también fueron decisivos para volver a Villanueva de los Infantes (Ciudad Real, con poco más de 5.000 habitantes): “Llega un momento en que ya una se cansa un poco y apetece volver, y los cumpleaños que se pierden y todos esos momentos van pesando más cada vez —explica a El Salto—, así que tenía un poco la idea en la cabeza y durante el confinamiento tomé la decisión definitiva porque la distancia se hizo más pesada de lo que era antes”. María no es la única que ha terminado de decidirse a regresar con la llegada de la pandemia. “El otro día decían que el censo ha aumentado 70 personas en el pueblo”, explica. Su trabajo también se ha visto favorecido: especializada en comunicación digital, ha visto cómo “muchos negocios se han dado cuenta de que tienen que digitalizarse ya” y la competencia y los costes son menores que los que tenía en Holanda.
Jesús García, originario de Buendía (un pueblo de menos de 500 habitantes de la provincia de Cuenca, y que actualmente vive en Lisboa y ni se plantea volver), entiende que instalarse en zonas rurales sin la existencia de lazos afectivos previos significa que “vas a pasar periodos de soledad muy grande”.
Mónica Franco se dedica a la comunicación y decidió romper con la rueda de “pagar un precio de alquiler desorbitado, cambiar de trabajo cada año y medio para ganar más, para pagar ese precio de alquiler” dejando Madrid e instalándose en Villaseca de Laciana (León, 1.000 habitantes). Ella constató esa soledad de la que habla Jesús. “Cuando llegué no conocía a gente joven, conocía a gente mayor de la edad de mis padres… Los primeros meses estuve más recluida, creo que porque yo también lo necesitaba, así que no voy a decir que no fue un recibimiento muy feliz porque yo también me recluí un poco en mí misma”, explica. Con el tiempo ha hecho amistades que, además, le han mostrado otra realidad: “Es como cuando vas a la universidad y te ves obligada a hacer vida con gente que no es de tu tribu urbana del instituto y de repente empiezas a descubrir un mundo nuevo… Te encuentras con gente que tiene estudios superiores y trabaja haciendo cosas maravillosas como la gestión cultural, con gente que tiene los estudios básicos y ha trabajado en la mina y tiene tu edad y está prejubilada, gente que ha emprendido y ha montado un ultramarinos en tu pueblo… Son muchos perfiles muy diferentes y eso es muy enriquecedor”. Como Juan y María, Mónica valora la reducción del estrés y disfrutar de un ambiente que, especialmente durante el confinamiento, le ha permitido disfrutar hasta del aire libre.
Pero la vida rural tiene un caballo de batalla que se ha agravado con la pandemia: la falta de recursos sanitarios. Tanto Jesús como Mónica constatan que las consultas médicas, que antes atendían dos veces por semana, han dejado de tener lugar a causa del coronavirus. “Tenemos miedo de que no nos lo vuelvan a abrir y nos lo deriven al siguiente municipio que está a cinco kilómetros y que para la gente mayor supondría un verdadero problema”, explica Mónica, que además destaca que no hay transporte público en el pueblo. En Buendía, para “ir a una consulta especializada en el hospital a 80 kilómetros, son 50 minutos de coche: no existe un autobús de línea que te pueda llevar a la ciudad y que te traiga porque lo suspendieron —cuenta Jesús—, tienes que tener coche y al final te tienes que gastar un dinero en gasolina”.
Los problemas de infraestructura son el principal escollo que encuentran quienes se instalan en áreas rurales: aunque en el pueblo de Mónica acaban de instalar fibra óptica, en el de Jesús son normales las zonas sin cobertura o los cortes de luz, y echa de menos una inversión pública en servicios básicos que permitan “el mantenimiento de escuelas y de centros de salud, acceso habitacional” así, como ayudas dirigidas “a la gente joven que ya está allí para que no se tenga que ir”.
Para mantener el interés que ha despertado la España vaciada entre migrantes y gente cansada de la gran ciudad hace falta más que poder teletrabajar: como apunta Mónica a día de hoy, “si te planteas un futuro aquí y es un futuro sin servicios habrá que tirar de organización vecinal y de colaboración”.