Coronavirus
Covid e infancia, ¿podemos aprender?

Les hemos llamado de todo: hipercontagiadores, irresponsables, egoístas… al principio sin evidencia, y después en contra de la misma.

Matrona y miembro de la Plataforma Escuela y Covid

Pediatra

13 jun 2022 07:00

En los diferentes momentos de la pandemia muchas cosas se han dicho y hecho en relación a la infancia y adolescencia. Repasar cronológicamente todo ello, no desde lo que sabemos ahora sino desde las dudas y también el conocimiento que había en cada momento, es posible. Si bien es cierto que inicialmente la incertidumbre dominaba la escena, se iban acumulando datos, testimonios y evidencia que señalaban la idoneidad de revisar e, incluso, de corregir algunos protocolos e informaciones ampliamente extendidas.

Cuando todavía caminábamos entre sombras y uno de los mensajes más extendidos sobre los más jóvenes era el falso “hipercontagiadores” o el “son muy resilientes”; cuando en los inicios del confinamiento las primeras voces se alzaban alertando sobre las posibles consecuencias sobre infancia y, además de una invisibilización general de los más jóvenes, se repetía el “no hay evidencia que hable del daño de las medidas sobre los niños”; antes de que los primeros datos cercanos al respecto aparecieran, la filósofa Marina Garcés, entre otras, expresaba lo siguiente respecto al impacto del confinamiento sobre los niños (abril 2020): “Los hay que están viviendo unas pequeñas vacaciones con sus padres. Los hay que están metidos en verdaderos infiernos”. La evidencia científica necesitaba tiempo para construirse, pero confinamiento y vida en libertad no son ni eran equiparables. Disciplinas como la filosofía, la sociología, la ética ponían luz sobre todo ello pero no parecían ser tenidas en cuenta.

“Los hay que están viviendo unas pequeñas vacaciones con sus padres. Los hay que están metidos en verdaderos infiernos”

Se publicaban los primeros datos. A principios de abril 2020, la Fundación para la Ayuda de Niños y Adolescentes en Riesgo ANAR destacaba que “muchos niños y adolescentes están sufriendo más violencia y desprotección que nunca” y, como hecho insólito, subrayaban dentro de las agresiones extrafamiliares las producidas por los vecinos (1,7%), entre otras. También en abril 2020, una editorial publicada en The Lancet alertaba sobre los más de 154 millones de niños que se habían quedado sin escuela en América Latina y Caribe, de los cuales 85 millones se beneficiaban de programas de alimentación en la escuela, y siendo que para 10 millones aquella comida suponía una de las fuentes más fiables de nutrición. ¿Era ésta una realidad “lejana”? La pobreza infantil se encontraba cerca del 30% ya antes de la llegada del coronavirus a nuestro país, y afectaba a 2,2 millones de niños, niñas y adolescentes, según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) para 2019. Dependiendo de las fuentes, entre medio millón y un millón de niños y adolescentes carecían de ordenador en su casa, en la era de la escuela digital. La plataforma de Asociaciones de Psiquiatría y Psicología Clínica por la Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, publicaba en Abril de 2020 un informe en el que analizaba estudios científicos referidos al impacto en la salud mental de otras pandemias y las medidas tomadas en las mismas como cuarentenas y aislamientos. Advirtiendo que un 30% de los niños, niñas y adolescentes podrían presentar síntomas de estrés post-traumático por las medidas impuestas en la gestión de la Covid-19.

Un 30% de los niños, niñas y adolescentes podrían presentar síntomas de estrés post-traumático por las medidas impuestas en la gestión de la COVID-19.

Tras las primeras semanas del confinamiento conocíamos asimismo los primeros estudios cercanos sobre las consecuencias del mismo en la infancia. El estudio de la Universidad del País Vasco “Las voces de los niños y de las niñas en situación de confinamiento por el Covid-19”, apuntaba a un impacto negativo a diversos niveles: académico, físico, social y emocional. OPIK, entre otros, en su informe “La salud de la infancia confinada”, con más de 11.000 encuestas realizadas en todo el Estado destacaba: “el 25% de la población no tiene espacio exterior al que salir en su vivienda”, “el 25% de los niños está más de 6 horas delante de pantallas”, “el 20% de la población infantil no está realizando apenas ejercicio físico” y todo ello era más acusado en los hogares vulnerables cuyas viviendas presentaban más humedades, ruido, tabaco y falta de luz solar que el resto.


Y aun así estuvieron 42 días sin poder salir de casa, sin parangón con ninguna otra edad y con muchos de los países europeos. Era necesario pronunciarse sobre las medidas y sus consecuencias, porque entre otras nos jugábamos su salud mental. La Sociedad Francesa de Pediatría lo hizo en Mayo 2020: “Queremos tranquilizar a los padres... La Covid-19 en los niños es una enfermedad benigna en la casi totalidad de los casos. Hay muchos más beneficios que riesgos en recuperar la vida colectiva”. En nuestro medio hubo escasas alusiones oficiales al respecto hasta Junio, cuando la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria y Save the Children destacaban en su informe “La nueva normalidad educativa y de ocio”: “el riesgo sin precedentes que el cierre de los centros educativos había supuesto en términos de protección a la infancia y derecho a la educación”, siendo esto especialmente grave en los niños y niñas más vulnerables. Entre los numerosos datos que se aportaban destaca “el alumnado en situación de vulnerabilidad tiene cuatro veces más probabilidades de repetir curso que el resto de sus compañeros a mismo nivel de conocimientos”.

Tras aquel verano, se abrieron las aulas pero los protocolos sustituyeron en demasiadas ocasiones al sentido común. Y a finales de curso los hechos y la evidencia científica revelaban el gran impacto de medidas como los cierres de escuelas o los confinamientos en la salud mental y aprendizaje de la infancia y juventud. Hasta el punto que algunos investigadores instaban a los gobiernos a tener en cuenta las consecuencias negativas para la salud pública antes de adoptar medidas restrictivas en la infancia. La Asociación Española de Pediatría alertó en junio de 2021 de que las urgencias pediátricas por problemas psiquiátricos habían crecido un 50%, los ingresos en unidades de psiquiatría infantil se habían multiplicado por cuatro, y por dos los trastornos de conductas alimentarias. Algunas familias y pediatras se preguntaban si el próximo curso dejaríamos a los niños ser niños, y nos sorprendía que aún se pudieran escuchar eslóganes como “los niños son héroes”—dicho por la ministra de educación—, “resilientes” o “se adaptan bien”, porque temíamos que colaborara a esconder estas dramáticas consecuencias y prolongar, al siguiente curso, algunas de las medidas de los protocolos educativos que no contaban con un adecuado balance riesgo- beneficio, como así sucedió. En el curso 2021/22 se continuaron aplicando medidas desproporcionadas durante meses en las escuelas, como el confinamiento de toda una aula con un único caso positivo, la sectorización de los patios o el uso de mascarilla hasta realizando deporte al aire libre.
La Asociación Española de Pediatría alertó en junio de 2021 que las urgencias pediátricas por problemas psiquiátricos habían crecido un 50%

En demasiadas ocasiones se vivía un ambiente de criminalización que no seguía más que la lógica y el discurso mediático imperante. Les hemos llamado de todo: hipercontagiadores, irresponsables, egoístas… al principio sin evidencia, y después en contra de la misma, sin la más mínima ética y respeto. Seguíamos sin preguntarles a ellos, ¿en cuántas aulas hubo y hay espacio para la escucha, para el análisis, para las disculpas por lo que les hemos hecho? Es importante escuchar su voces porque los niños en esta pandemia pueden estar haciendo un sobreesfuerzo, para encajar las medidas impuestas, que les ha podido alejar de sus propias necesidades. El dolor no visto no es fácilmente reparado. Si no cuidamos el espacio para sus preguntas y sus voces, podríamos estar gestando un estado de falta de debate, de aprendizaje; la simplificación de cuestiones complejas y acabar señalando y castigando a todos los que opinen diferente en la infancia y después en la edad adulta.

Hay experiencias imprescindibles en la vida y periodos críticos para vivirlas. ¿Es difícil que entendamos esto los adultos? ¿Es posible olvidar tan rápido el primer beso, o las ganas de darlo; la primera vez que alguien tocaba nuestras manos de una manera nueva y absolutamente inolvidable; aquella sensación mágica de hacer amigas para siempre o las ganas de cambiar el mundo de arriba abajo que nos atravesaban a esa edad? Es cierto que posteriormente algunas de las amigas para toda la vida dejarán de serlo; habrá besos que superen con creces aquel primero; primeras manos genuinas que se encuentran pasado el ecuador de la vida; e ideas y compañeros de viaje que mudarán también, a veces con dolor y otras con alivio. Pero aunque la vida además de desgarros nos siga regalando inesperados momentos de intensidad, la concentración de experiencias del “despertar a la vida” que se dan en esos primeros años será algo irrepetible que dejará una huella para siempre. Y no deberíamos olvidarlo.

Niños, adolescentes y jóvenes gritan sin ningún tipo de guion la necesidad imperiosa de contacto, amor y vida que traemos todos. De cómo los adultos seamos capaces de proteger y no bloquear ninguna de estas necesidades vitales dependerá, en gran medida, la vida de los más pequeños.

Los casos de ansiedad, depresión, suicidio, así como el de consumo de drogas, juegos y pornografía se han disparado en estos dos últimos años entre los más jóvenes, según diversos estudios, y la actual saturación de los servicios de Salud Mental infanto-juvenil así lo refleja. Se han anunciado en las últimas fechas y mediáticamente programas de detección de depresión en los más jóvenes. Y sin discutir la necesidad de acompañamiento de estos menores tanto en las consultas de Pediatría como en las Unidades de Salud Mental, y de mejora urgente de los recursos de Atención Primaria para ello, es llamativa la orientación exclusivamente médica, la ausencia de análisis de fondo social o de la mera hipótesis de su relación con lo vivido durante esta pandemia y el daño infligido. Si no leemos las razones estructurales, sociales y de fondo, el riesgo de psicologización, medicalización y patologización de la infancia y adolescencia podría ser enorme. ¿Más médicos, psicólogos y psiquiatras se traduce en mejores resultados en Salud Mental? El grueso de los determinantes de la Salud no dependen del sistema sanitario sino del contexto socioeconómico y político-normativo.

Si no leemos las razones estructurales, sociales y de fondo, el riesgo de psicologización, medicalización y patologización de la infancia y adolescencia podría ser enorme

Decía Denis P Burkitt: “Si la gente está constantemente cayéndose por un acantilado puedes colocar ambulancias bajo el acantilado o construir una valla en la parte superior”. Además de poner ambulancias abajo, además de atender asistencialmente el dolor que están atravesando, ¿pondremos una valla para que no nos sigamos despeñando? Analizar lo hecho estos dos años de pandemia respecto a las medidas que afectaban a los más jóvenes, para aprender, para no repetir algunas cosas, para no creernos el “era necesario hacerlo así sin duda” es básico si queremos reparar el daño producido, que en su caso parece claramente mayor al que decíamos querer evitar.

Si solo centramos la respuesta en lo asistencial, si solo ponemos ambulancias a los pies del acantilado, la gente seguirá cayéndose, los jóvenes seguirán cayéndose y ni hay ambulancias para tanta gente ni creemos que ésa sea la mejor respuesta, no al menos exclusivamente. Construyamos una valla potente entre tod@s. Estamos seguros que los más jóvenes están deseando ayudar. Su generosidad, su fuerza y sus ganas de construir un futuro mejor no se han puesto suficientemente en valor. Para ello, deberemos escucharlos. Escucharlos, no ocultar las causas de su malestar y atajarlas es valla y es ambulancia a la vez. Los necesitamos. Nos necesitamos.

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