Cómic
El cómic que dibuja un pasado de lucha y solidaridad vecinal en Vallecas

Una novela gráfica recién publicada aborda la lucha de los trabajadores afincados en Palomeras Bajas para conseguir viviendas dignas cuando el lugar era un barrizal, algo que solo se pudo lograr gracias a la unión y la perseverancia en las calles.
Página del cómic ‘Vallecas. Los años de barro 2’, de Rodolfo Serrano y Román López-Cabrera
Página del cómic ‘Vallecas. Los años de barro 2’, de Rodolfo Serrano y Román López-Cabrera. Imagen cortesía de Hoy es siempre.
@Guille8Martinez
22 jun 2024 06:00

Llegados de los lugares más pobres de España durante los largos años del hambre y la posguerra, Vallecas se convirtió en epicentro de la resistencia vecinal. Calles sin asfaltar en las que no entraban los taxis, sin agua potable ni electricidad en las viviendas, y casas de hasta 30 metros cuadrados en las que en lugar de habitaciones había “huecos” se extendían por el barrio conocido como Palomeras Bajas. Audaces, los constructores vieron en este lugar una nueva oportunidad de negocio. A finales de los años 60, cientos de trabajadores que se habían labrado su vida en este barrio conocieron la palabra “expropiación”.

Así se inicia el cómic Vallecas. Los años de barro 2 (Hoy es siempre, 2024), donde el periodista retirado Rodolfo Serrano y el ilustrador Román López-Cabrera escriben y dibujan un recorrido tortuoso que, gracias a la unión y la solidaridad, se materializó en buena parte de lo que todavía hoy se yergue en esta zona, tan codiciada como entonces. En la novela gráfica, Serrano rememora la creación de la primera asociación vecinal de España, germen de una lucha sin igual que tendría que batirse en duelo con la Administración en no pocas ocasiones.

“Los inmigrantes de otras partes del país como las Castillas, Extremadura y Andalucía construyeron sus propias casas ahí, muy pequeñas y con materiales deficientes, la mayoría de ladrillos y sin cimientos”, recuerda el propio Serrano, quien llegó a Vallecas con 14 años, en 1961. La mayoría de ellas estaban construidas por las propias personas que la habitarían, y se cuenta la historia de que se levantaban de noche. “Si estaban terminadas al amanecer, se dice que la Policía no te la podía tirar, pero eso es un mito”, matiza el escritor. Era un tiempo en el que el agua potable llegaba de alguna fuente pública cercana o de los cajetines de riego.

Según este periodista, que todavía guarda en la recámara de su memoria tamañas hazañas, “la solidaridad estaba presente en todo el barrio, era la única forma de sobrevivir, apoyarte en tus vecinos”. Esta solidaridad se vio engrandecida cuando los constructores se empezaron a interesar por los terrenos. El decreto de expropiación llegó en 1968. En teoría, se pagaría una cantidad al propietario de la vivienda —“una miseria”, resume Serrano— y en ese terreno se levantarían nuevos pisos. Al instante, los vecinos vieron que aquello suponía la destrucción del barrio y del tejido humano que se había creado en él.

Curas, Paquita Sauquillo y la asociación

Los curas del lugar, don Gabriel y don Baldomero, hablaron con una recién licenciada en derecho Paquita Sauquillo, quien luego jugaría un papel determinante en otros acontecimientos a lo largo de la Transición. El rol de los sacerdotes comprometidos con su pueblo no quedó exento de fatídicas experiencias. Por ejemplo, ultraderechistas dieron una paliza a don Baldomero, quien también era vigilado constantemente por la Brigada Político-Social de la Policía franquista durante sus homilías.

En Palomeras Bajas no había nada, pero sí una pequeña parroquia. En ella se empezó a gestar la resistencia

En Palomeras Bajas no había nada, pero sí una pequeña parroquia. En ella se empezó a gestar la resistencia. De hecho, la “sede” de la asociación vecinal, creada el mismo 1968, estaba en una sala para despacho de las monjas. “Aquello fue todo un proceso de protestas, manifestaciones y duras cargas policiales. Sin embargo, creo que sin Antonio Garrigues Walker al frente del Ministerio de Obras Pública y Urbanismo no podríamos haber salido vencedores”, dice Serrano.

Finalmente, gracias a un proyecto auspiciado por varios arquitectos comprometidos, con Manuel Paredes a la cabeza, el ministerio aceptó la propuesta: se conjugaría el derecho de los propietarios sobre el terreno y el derecho de los inquilinos para vivir. De esta forma, una de las nuevas viviendas iría destinada al vecino que ocupaba esa zona anteriormente y al propietario del suelo se le abonaría un precio justo por el terreno. Tal y como matiza Serrano, “si además de propietario también era inquilino, recibía una vivienda en condiciones como todos los demás y también cierta cantidad de dinero”.

Durante ese proceso del que habla, el músculo social del barrio aumentó debido al conocimiento de las condiciones de vida de todos y cada uno de sus vecinos. Por aquel entonces, cundía una gran ignorancia sobre la situación general del lugar, sobre todo a escala institucional, por lo que el vecindario consiguió que el ministerio pagara un censo de habitantes. Según el autor, “eso dio como resultado una fotografía terrible del barrio, donde había casas de 10 metros cuadrados, enfermos de bronquitis, humedades continuas y calles con regueros insalubres”. Gracias a ello, las primeras viviendas que más tarde se construirían por la zona de Entrevías pudieron ser entregadas a quienes más lo necesitaban.

Represión en la calle, asesinatos fascistas en Vallecas

Mientras tanto, otra batalla se disputaba en la calle. Dentro del propio barrio había unas colonias falangistas, desde donde se contribuía a mantener la represión. “Cuando nos manifestábamos, la represión era tremenda. Sabíamos que cualquier atisbo de expresión contra el Gobierno y en defensa de nuestras viviendas se podría saldar con cargas brutales por parte de la Policía”, recuerda Serrano.

En concreto, un agente “secreto” se dejaba caer por Palomeras Bajas más que cualquier otro. Le llamaban Divino Calvo debido a su alopecia, pero pronto cambió el mote, justo después de que el policía detuviera y pegara una paliza a un minero llegado desde Linares, conocido como Gabrielón. “Cuando volvió al barrio, nos dijo que más que Divino Calvo debería llamarse Divino Hijoputa, y así se quedó”, sentencia el guionista del cómic.

Los elementos de extrema derecha también se dejaban ver por estas protestas para intentar boicotearlas y provocar a los manifestantes. Los resultados fatídicos de su presencia en las calles no se hicieron esperar. E1 de febrero de 1980, fascistas mataron a Yolanda González, la representante del Centro de Formación Profesional de Vallecas en la Coordinadora de Estudiantes de Enseñanza Media de Madrid. El día 10 del mismo mes y del mismo año, varios ultraderechistas asesinaron al cenetista y vecino vallecano Vicente Cuervo.

Escribir y dibujar la historia, pintar el futuro

En Vallecas. Los años de barro 2, como ya hiciera en el primer título de la colección, Serrano se erige como narrador casi omnisciente de los acontecimientos. Además de su vivencia en primera persona, numerosos testimonios de conocidos y vecinos le han valido para mutar en el personaje de Carlos en el cómic. A través de él, el público puede acercarse a otras realidades que arropaban a Palomeras Bajas, como el Club Juventud en la propia parroquia o los cines de verano, donde la chavalada se juntaba para divertirse y tener sus primeros encuentros amorosos.

“Me da pena que los chavales de ahora de Palomeras Bajas no sepan lo que sus padres lucharon por cambiar las cosas. Quiero que sepan que sus padres se la jugaron por darles la mejor vida posible”, dice Rodolfo Serrano

El dibujante López-Cabrera, por su parte, jamás había pisado Vallecas hasta que tuvo que ir a presentar el primer volumen de la serie de cómics. Establecido en un pueblo cercano a Elche, afirma que desde el principio se sintió seducido por esta historia repleta de lucha, anécdotas y recuerdos. “El primer reto fue dibujar una realidad que yo no he conocido y de la que tampoco hay muchísima documentación gráfica. Otro problema añadido fue que estaba dibujando las memorias personales de alguien, por lo que me ajusté lo máximo posible al recuerdo de Rodolfo”, comenta.

Sus esfuerzos han valido la pena. Ahora, la gente del barrio le repite una y otra vez que lo reconocen en sus dibujos. “Y eso que se trataba de una historia muy particular, repleta de hazañas de superación durante la posguerra, malas condiciones de vida… Y en la que tenía que incidir en la colaboración continua entre los vecinos”, explica este profesional de la ilustración. Serrano le sigue: “Esto es una historia colectiva, de solidaridad. A mí me da pena que los chavales de ahora de Palomeras Bajas no sepan lo que sus padres lucharon por cambiar las cosas. Quiero que sepan que sus padres se la jugaron por darles la mejor vida posible”, concluye.
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