Ciudad marca
Mercados como fondos de pantalla

En los últimos años, las políticas públicas de grandes ciudades españolas han incentivado la concentración del negocio del comercio de barrio y su transformación a mayor gloria de la industria turística.

Mercado de San Miguel
Turistas frente el Mercado de San Miguel, en Madrid. David F. Sabadell
26 jun 2017 12:50

Los mercados de abastos deben reformarse, dice el mantra del desarrollo económico. Las instituciones suelen escoger entre dos caminos, con sus matices y sus bifurcaciones. El primero es la introducción de grandes superficies comerciales, normalmente acompañadas por una reducción más o menos drástica del número de puestos. El segundo, una fuerte reorientación de los comercios para que capten visitantes puntuales a golpe de degustaciones y vinotecas. Esos visitantes puntuales pueden ser tanto turistas como ciudadanos de otros barrios de la ciudad. En ambos casos, se difumina la función original del equipamiento, convirtiéndolo en un foco de competitividad entre barrios y ciudades. La viabilidad económica pasa, de nuevo, por la pugna de todos contra todos.

Estos modelos de reforma se han convertido en referentes mundiales. “Barcelona ha sido pionera en reformar, explotar y dar a conocer sus mercados municipales y ha sabido aprovechar la atención internacional”, explica el académico y periodista Daniel Caparrós. Esta influencia se refleja también en medidas muy concretas. La gestión centralizada de todos sus mercados a través del Instituto Municipal de Mercados de Barcelona fue reproducida, años después, por Mercados de Madrid.

El súper como locomotora

De manera más o menos agresiva, se tiende a desplazar el comercio de proximidad tradicional. Y se incentiva, además, la concentración del negocio. Las grandes cantidades de espacio requeridas por una gran superficie suelen implicar que decenas de tenderos renuncien a su lugar. En el mercado de San Antón, en Madrid, la reforma preveía que los 45 puestos pasasen a ser 25. Más de la mitad de ellos, además, han sido arrendados.

Este es otro de los riesgos que apunta la antropóloga Elvira Mateos: “Al menos en Madrid, se está produciendo cierta especulación con los puestos, facilitada por la última ordenanza de mercados. Eso está provocando la concentración del negocio, la precarización de las condiciones de los subarriendos, etcétera. Y la introducción de franquicias es como una lenta mancha de aceite”. Para Mateos, la reforma del mercado de San Antón es un ejemplo de paso atrás dado por la administración, elogio de la emprendiduría individual y el marketing. “Todo ello se apoya en la idea de que no hay otra salida posible que la orientación a un modelo diferente, con la competitividad entre ciudades como marco irrenunciable”, afirma.

Si la reorientación del negocio llega a levantar ampollas, la introducción de una gran superficie suele generar menos polémica. Según Caparrós, ese consenso relativo “surge de la idea de que el supermercado funcionará como locomotora del mercado, atrayendo clientela que de otro modo no iría, y ayudará a financiar las reformas”. Por el camino, se generan situaciones muy peculiares. En el mercado de San Antón, El Corte Inglés se convertía en el indemnizador de los comerciantes que abandonasen el lugar. “Y la reforma del mercado de San Fernando, también en Madrid, se paralizó en su día por la incapacidad de conseguir el compromiso de alguna cadena de distribución”, recuerda Caparrós.

José Mansilla, del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà, considera que “quizá se pueden producir sinergias con algunos puestos de alrededor, pero probablemente las tiendas de los alrededores salen perjudicadas. Hay que ser muy naíf para pensar que una gran superficie no tiene efecto en el tejido comercial de una zona”. El presunto efecto locomotora y el músculo inversor de las grandes empresas convence a los comerciantes. Las asociaciones de vecinos, por su parte, tienden a respetar el parecer de los tenderos si los proyectos no chocan frontalmente con su idea del mercado de abastos.

La irrupción de la plataforma Gràcia Cap a On Vas, que protesta por la gentrificación en el barrio de Gràcia (Barcelona), sugiere que estos acuerdos son frágiles. Para este colectivo, la introducción de un supermercado y un aparcamiento en el mercado de l’Abaceria favorece la gentrificación y encarece la reforma del equipamiento. Los comerciantes, desesperados tras años de abandono y tras una larga negociación para definir el proyecto, tienen prisa. Los vecinos, por su parte, dudan y se dividen.

Contestación social

La relación entre reformas de mercados y gentrificación de los barrios es compleja. Según Mateos, “se han producido sinergias entre gentrificación de barrios y promoción de un modelo de mercado más orientado al visitante ocasional, pero no hay una lectura sencilla y aplicable a todos los casos”. Para Caparrós, “los mercados gourmet pueden servir como puntas de lanza de la gentrificación de un barrio, como es el caso de Brixton, o transformarse cuando otros procesos paralelos están muy avanzados, como ha sucedido en Chueca. En cualquier caso, son indudablemente elementos gentrificadores”.

Si la reforma de mercados influye en la elitización de zonas de las ciudades, ¿hay suficiente contestación a esta práctica? Según la socióloga Sara González, “hay resistencias e iniciativas ciudadanas que contestan, cuestionan, frenan y hasta paran proyectos; pero las ciudades se han convertido en escenarios de acumulación de lucro, sobre todo para grandes intereses y empresas transnacionales”.

Caparrós considera que los años de abandono (“el clásico ciclo neoliberal de desinversión, abandono y posterior privatización”) facilitan que los vecinos acepten las soluciones que se les plantean. “Las protestas han sido más frecuentes cuando la inclusión de un supermercado se ha combinado con la transformación del tipo de comercios y del cliente al que se destina. En este sentido, son interesantes las actividades organizadas en su día por la Plataforma contra el Derribo y la Privatización del Mercado de la Cebada de Madrid”, opina.

El mercado de la Boqueria ha acabado convirtiéndose en un símbolo de las movilizaciones contra la Barcelona turisticocéntrica. Pero el rechazo ciudadano quizá es mayor ahora que en el momento en que se transformó. Mansilla ve en ello un síntoma de repolitización ciudadana: “Creo que la concienciación que hay ahora en muchos barrios, sean de Barcelona, de Madrid o de Sevilla, hace que cambios radicales como el realizado en el mercado de San Miguel sean más complicados”.

En otros periodos, las reformas pasaban más desapercibidas. En el caso de Barcelona, el antropólogo apunta otro posible factor: “Excepto en el caso de la Boqueria, en Barcelona hay una intención de mantener la conexión con el barrio. Las reformas tienen aspectos contradictorios o criticables, pero la introducción de mercados gourmet ha venido principalmente a través del Palo Alto Market o de Lost & Found, no de la reconfiguración de mercados de abastos”.

Mercados de futuro

Mansilla considera que el actual equipo de gobierno barcelonés “tiene más miramientos con estas cosas” que sus predecesores.

El Consistorio prepara un plan para reorientar el mercado de la Boquería y, según anuncia la institución, “recuperarlo para el vecindario y la ciudad”. Mientras tanto, según Caparrós, los mercados de abastos siguen atrapados entre dos discursos: “Uno de ellos los condena como instituciones anticuadas, poco rentables y destinadas a la desaparición. El otro, los encumbra como motores de regeneración y reactivación económica, adaptados a los nuevos gustos y modas de consumo o al turismo”.

En este contexto, el mercado de proximidad puede mutar en simulacro, en experiencia falsamente auténtica escenificada para el visitante extranjero, ávido de experiencias con color local proporcionadas por franquicias. Según Mateos, algunas supuestas salvaguardas del patrimonio colectivo se convierten en “una impostura que funciona como reclamo casi teatral con fines lucrativos”.

Algunas instituciones parecen querer comenzar a matizar el fetichismo del crecimiento, de la multiplicación de visitantes para medir el acierto de una inversión pública. Los indicadores económicos convencionales no suelen tratar del buen vivir. Caparrós opina que “el éxito o no de una reforma solo se puede evaluar a partir del modelo de ciudad que queremos”.

Para Mateos, en todo caso, queda pendiente un gran debate sobre cómo queremos nuestros mercados municipales: “Hay que promover medidas que los acerquen a su objetivo de servicio público y lugar de intercambio vecinal. Repensar la cuestión de la liberalización de horarios, restringir la posibilidad de especulación con el derecho de uso de los locales y su concentración, controlar que la restauración en forma de degustación no devore al abasto… Es decir, medidas que disputen la lógica neoliberal y saquen a los mercados del circuito de la especulación inmobiliaria”.

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