Cine
Turismo-ficción: de la comedia franquista al documental de denuncia

La importancia del turismo en la economía española ha sido representada en numerosas obras audiovisuales, que han buscado plasmar cómo ha afectado la llegada de extranjeros a las costas.

27 jun 2020 06:00

Chiringuitos, olor a crema solar, sangría y arena caliente. Con estos, y unos pocos conceptos más, el modelo turístico español lleva alrededor de seis décadas perpetuándose. Temporada tras temporada, más y más turistas han estado deseosos de disfrutar de unas vacaciones en España. Gracias a ese tándem formado por campañas publicitarias y apoyo político, el turismo ya supone el 12% del PIB en España, una cifra que no se habría podido alcanzar si no se hubiera recibido a más de 80 millones de visitantes en un año, como ocurrió en 2019.

La importancia del turismo en la economía española ha sido representada en numerosas obras audiovisuales, que han buscado plasmar cómo ha afectado la llegada de extranjeros a las costas. Desde las comedias de finales de los años 60 a los documentales contemporáneos —que exploran temas como la gentrificación o los alquileres turísticos—, la evolución de esta temática es, sin duda, una vía para entender lo que ha supuesto el conocido modelo de sol y playa.

Si antes se loaba o se trataba con humor —cuando solo se veían sus bondades—, el presente ha transformado el discurso. No hace falta indagar mucho para situar a este sector como una de las causas de los graves problemas que sufren la vivienda o el mercado laboral español, marcado tanto por la precariedad como por la temporalidad que experimentan muchos trabajadores.

Turismo
Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás

“En España esperábamos encontrar un país próspero, rico, una sociedad que se beneficiase de su condición de potencia turística mundial. No ha sido así: el reparto de los huevos de oro que deja la gallina turística no puede ser más desigual”.

Para entender la historia del turismo hay que remontarse a una figura clave de la parte final de la dictadura franquista: Manuel Fraga. El político gallego ocupó la cartera de Información y Turismo entre los años 1962 y 1969, iniciando el denominado aperturismo. Pero la intención de incorporar al país a las instituciones europeas era incompatible con la ausencia de democracia en España. De esa época se suele recordar la Ley de Prensa, pero Fraga también impulsó una nueva normativa con la que suavizaba el filtro de la Junta de Calificación y Censura.

Siempre que no tratasen temas como el adulterio, el aborto o se mencionase al Jefe del Estado, las películas podían llegar a las salas. Pero ese control, menos férreo que en décadas pasadas —y que explica el estreno de obras como La caza (1966), de Carlos Saura, tan crítica como encriptada—, era solo una estrategia para que en el extranjero pensasen que el país empezaba a modernizarse.

Junto a la propaganda del régimen, el clima en las costas mediterráneas, la cercanía geográfica con países europeos —cuyas clases medias empezaban a consolidarse— y la intención de abrirse al mundo dispararon el número de veraneantes. Si en 1951 se alcanzó por primera vez el millón de visitantes, las cifras no tardaron en crecer: 2,5 millones de turistas en 1955, seis millones en 1960, 14 en 1965, 24 en 1970 y 30 en 1975.

La intención propagandística del régimen, sumada a los avances que vivía la sociedad —debidos, en parte, a la visita de extranjeros—, derivó en una ingente cantidad de películas que trataban las transformaciones que estaba causando el turismo

El turismo había pasado a ser una industria prioritaria. La intención propagandística del régimen, sumada a los avances que vivía la sociedad —debidos, en parte, a la visita de extranjeros—, derivó en una ingente cantidad de películas que trataban las transformaciones que estaba causando el turismo. Obras como Amor a la española (1967), 40 grados a la sombra (1967), El abominable hombre de la costa del sol (1970), Manolo la nuit (1973) o Tres suecas para tres rodríguez (1975) son solo una muestra de cómo, desde la comedia, se intentaba interiorizar los cambios que se estaban produciendo en España, todavía sometida al control de un régimen dictatorial.

Pero si hay una película recordada por tratar ese tema esa es El turismo es un gran invento (1968), de Pedro Lazaga. En esta obra, el alcalde de un pueblo aragonés y su secretario —Paco Martínez Soria y José Luis López Vázquez, respectivamente— tratarán de convertir su pequeña localidad en un destino obligatorio para los veraneantes que empezaban a desbordar las costas españolas. Además del turismo, también se trata un conflicto que nadie ha sido capaz de subsanar en todo este tiempo: la despoblación rural ante la falta de oportunidades.

Tras visitar Marbella para coger ideas, la comitiva del pueblo decide ir a Madrid para pedir al ministro —se entiende que es al mismísimo Fraga— el dinero necesario para transformar el pueblo en un destino turístico de interés, con parador incluido. Estas películas también muestran que la forma utilizada para enfrentarse a los cambios en la sociedad, en especial la mayor libertad sexual, era el humor. Pero un humor de brocha gorda, que intenta provocar la carcajada a través de la dicotomía pueblo-ciudad y de una masculinidad retrógrada que deja a la mujer —normalmente extranjera, sueca para más señas— como instrumento del placer masculino.

Las teorías de Laura Mulvey, situando a la mujer como simple objeto de deseo del hombre, quedan corroboradas en cualquier plano-contraplano de estas cintas. Pero, más allá de la comedia, durante esos años también se produjeron películas que mostraban una realidad diferente respecto a la llegada de turistas desde el extranjero. Porque este cambio cultural y económico también fue explorado desde otras ópticas.

Si una película captó los problemas que genera el turismo es La piel quemada (1967), dirigida por Josep Maria Forn, en la que se narra el conflicto de clase que vivían los migrantes al desplazarse de zonas empobrecidas —como el interior de Andalucía— a la Costa Brava

Una de las obras que aborda el conflicto de una manera diferente es Días de viejo color (1967), ópera prima de Pedro Olea en la que tres jóvenes van a pasar la Semana Santa a una Torremolinos invadida por la psicodelia hippie de los 60. Drogas, amor y libertad sexual en una cinta que demuestra que la contracultura también se había infiltrado en España. Pero si una obra captó los problemas que genera el turismo esa es La piel quemada (1967), película dirigida por Josep Maria Forn, en la que se narra el conflicto de clase que vivían los migrantes al desplazarse de zonas empobrecidas —como el interior de Andalucía— a la Costa Brava. Historia inspirada por el neorrealismo italiano, es una pieza casi documental que trata temas como el estallido turístico, la necesidad de construir en masa para soportar la demanda de visitantes o el éxodo rural.

En una carta, publicada en 2012, Forn dijo: “[…] en los años 60, los andaluces, los extremeños, los murcianos, venían a Cataluña porque aquí cobraban unos salarios que les permitían malvivir, mientras que en sus lugares de origen se morían de hambre”. La piel quemada de los obreros queda, por tanto, contrastada con la de los turistas.

El presente y el documental

Pero en la España contemporánea, el turismo ya no se muestra en clave de humor. Las comedias han sido sustituidas por los documentales que denuncian las consecuencias —socioeconómicas o ecológicas—que tiene la llegada de visitantes a niveles inasumibles. Aunque, para entender esa deriva desde la ficción hasta el documental, es importante hacer una parada en la película de José Luis Guerín En construcción (2001), que exploró el futuro de los barrios de Barcelona antes de que palabras como gentrificación o turismofobia formaran parte del vocabulario cotidiano.

Tras la entrada en las grandes instituciones comunitarias —y eventos como la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona— parecía que España ya había encontrado su sitio en el nuevo escenario geopolítico. Y, si ya era un país moderno, ya no quedaba sitio para el viejo Barrio Chino de Barcelona, también conocido como El Raval. En este proyecto, Guerín muestra la destrucción y construcción de un nuevo edificio, mezclando las voces de los habitantes del barrio y los obreros que lo levantan por orden de la especulación inmobiliaria. En construcción habla de cómo se intenta meter debajo de la alfombra lo que no interesa —esa Barcelona sucia y anacrónica—, pero también narra la expulsión de sus habitantes con la intención de traer a nuevos inquilinos, unos que dispongan de más poder adquisitivo, carreras de renombre y mejores empleos. O, lo que es lo mismo, gentrificar.

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Este neologismo, que tan adecuadamente define el proceso que han sufrido muchas ciudades españolas, es el eje central de los documentales que se realizan hoy en día. “Antes de hacerla pensaba que la arquitectura era más perdurable que el cine —explicó Guerín en el momento del estreno—, pero luego he visto que no es así, que pocas casas superan la edad del cine. El que se haya barrido con esa impunidad todo un barrio para hacer un trazado distinto es una desconsideración hacia esa memoria popular. Ocurre en muchísimas ciudades europeas donde junto al centro histórico-administrativo-político suele haber un barrio popular que incomoda por sus trapos sucios. Hay una tendencia a llevárselos a la periferia. A eso se le suele llamar planes de higienización. Y esa es la idea hoy: quitar rincones porque generan suciedad. Y mi película trata de eso: de la gente que necesita los rincones de la ciudad para vivir. Si se los quitan, les quitan su hábitat”.

Con cifras de recepción de turistas cada vez más elevadas y territorios al borde de su capacidad, en los últimos años han proliferado las obras que revelan las consecuencias de ese modelo

Con cifras de recepción de turistas cada vez más elevadas y territorios al borde de su capacidad, en los últimos años han proliferado las obras que revelan las consecuencias de ese modelo. Bye Bye Barcelona (2014), El hombre que embotelló el sol (2016), City for Sale (2018), Hotel Explotación: Las Kellys (2018), A costa del sol (2019) u Overbooking (2019) son una muestra de la abundante cantidad de material documental que se ha filmado en España centrada en el mismo tema.

Después de la imposibilidad de realizar desplazamientos por el coronavirus y de la llegada de los primeros visitantes desde Alemania a las Islas Baleares —recibidos entre aplausos—, es lógico plantearse hacia dónde va el turismo y preguntarse si no ha derivado en una especie de neocolonialismo.


En el caso de Overbooking, dirigido por Álex Dioscórides Gomis, se cuenta cómo Mallorca se ha convertido en un parque de atracciones para turistas de todo el mundo. “Supongo que al principio, como se pasó de ser agricultores a hosteleros, se creó una nueva forma de generar riqueza y un nuevo tipo de sociedad. Eso debió despertar el interés cinematográfico como cualquier otra novedad sirve de inspiración”, explica el director, vía correo electrónico, al respecto de la manera de tratar el turismo. “También debía haber facilidades por parte del Estado a todo aquello que de una forma u otra hiciese de campaña de marketing al turismo. Los detractores del modelo eran pocos y eran vistos como radicales ecologistas. Años después, ese modelo se ha establecido como único y las peores predicciones ecologistas se han hecho realidad. Al mismo tiempo que la cantidad de turistas y la distribución de estos cada día afecta más a la población local creando así un malestar en un sector mucho más amplio de la población. La mejor forma audiovisual para denunciar ese hecho, al igual que muchas otras deficiencias del actual modelo socioeconómico, es con el documental”, argumenta.

Ahora, tras meses en los que el mundo ha estado en estado de pausa, con los gobiernos buscando la manera de volver a la situación anterior, es necesario comprobar si los estragos del turismo son ya irrevocables. O, si por el contrario, todavía se pueden encontrar maneras de narrar un fenómeno que lleva demasiado tiempo marcando el futuro de muchas ciudades.

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