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Cine
‘Alumbramiento’, una ficción recupera la historia real de las madres de Peñagrande (y de los bebés robados)
“Estábamos abandonadas”. “Necesitaba un apoyo que nadie me ofreció”. “Me sentía olvidada, como si no valiera nada”. “Esa sensación de no tener a nadie en la vida”. Son frases que acompañan a las notas de Pau Teixidor con las que encabeza la presentación de su segunda película, Alumbramiento. Son sentencias anónimas, aunque no para él, porque las pronunciaron algunas de las mujeres a las que entrevistó para documentarse sobre su trabajo. Un filme que trata el internamiento en centros de adolescentes embarazadas y el robo de recién nacidos —algo que aconteció desde la posguerra hasta los años 80—, con una historia que se desarrolla en el año 1982, ambientada en la Maternidad de Peñagrande, en Madrid. Se trata de una obra de ficción que, en realidad, está construida sobre esas voces que encabezan este texto, para, respetando siempre su anonimato, intentar devolverles de algún modo una identidad que les ha sido arrebatada.
“Quedé impactado al descubrir este tema y empecé a documentarme. Y la primera reflexión que hice fue que cómo era posible que yo, con 32 años, nunca hubiera oído hablar de este asunto. Me pareció una barbaridad, otro tema más de esa parte de España oscura y algo desconocida, de la que con el paso de los años van saliendo cosas que han estado ahí ocultas. Es la documentación la que me va llevando a la historia, mientras me voy metiendo más y leyendo bibliografía”, recuerda Teixidor. El cambio significativo se produjo cuando empezó a entrevistar a las mujeres, tanto a las que pasaron por Peñagrande como a las que creen que les robaron a sus hijos. “Estos relatos orales de sus historias me dan el material de base para entender la película que tenía que hacer. Hasta ese momento, estaba planteada un poco más en términos de ‘operatividad’, de cómo eso se llevaba a cabo. Pero cuando las conozco, la película se empieza a centrar en su vivencia personal”, asegura el cineasta, que firma el guion de la película junto con Lorena Iglesias, una de las fundadoras del colectivo Canódromo Abandonado.
“Hablamos de mujeres que, en algunos casos, tienen unas vidas destrozadas, que han tenido todo esto enterrado durante muchos años, que incluso no se lo han contado a sus maridos posteriores y algunas están muy tocadas hoy en día”, comenta el director
Hasta llegar a este punto, Teixidor tuvo que enfrentarse al reto de encontrar a estas mujeres —Facebook, en este caso, se convirtió en un aliado para localizar a un grupo de chicas que pasaron por Peñagrande— que vivieron estos dramáticos sucesos hace cuatro décadas, algo que aún resuena con fuerza en su memoria. Un tema, sin duda, extremadamente delicado. “Hablamos de mujeres que, en algunos casos, tienen unas vidas destrozadas, que han tenido todo esto enterrado durante muchos años, que incluso no se lo han contado a sus maridos posteriores y algunas están muy tocadas hoy en día”, comenta el director.
Fue un proceso complejo, y por eso la película trata de ser la suma de todos estos relatos de mujeres que enfrentaron su internamiento como adolescentes embarazadas en un lugar destinado para madres solteras, donde no tenían muy claro el destino que las aguardaba. Teixidor explica que no todos los relatos que obtuvo de ellas iban en la misma dirección: “Algunas venían de un sitio tan sumamente duro que llegar a Peñagrande les salvó. Era un sitio complejo y duro donde estar, pero no todo el mundo lo vivió así, algunas encontraron un sitio donde refugiarse. La vinculación con los robos es algo que no se ha podido demostrar, pero es obvio que hubo conexiones. La película es ambigua en este sentido, porque así era la situación. Ellas me decían que en esa época ni se preguntaba ni se discutía”.
Una etapa y unos acontecimientos realmente trágicos. Se calcula que, desde la posguerra, la cifra de bebés robados y desaparecidos ascendió hasta 300.000. Mientras por la Maternidad de Peñagrande, según los datos publicados a propósito del homenaje que rindió el Ayuntamiento de Madrid en 2018 a estas madres, se calcula que pasaban 120 mujeres al año, muchas de las cuales sufrieron presiones para abandonar a sus bebés y darlos en adopción, de manera legal o no. La institución estuvo en funcionamiento entre 1955 y 1983. Años muy oscuros, sobre los que se ha intentado proyectar algo de luz en varias ocasiones durante las últimas tres décadas, tanto desde el reportaje de corte periodístico-televisivo, como desde el documental cinematográfico, pasando por las obras de ficción.
El año pasado se estrenó Sobre todo de noche (2023), la ópera prima de Víctor Iriarte, uno de los directores más estimulantes de la nueva hornada del cine español que comparte generacionalmente con Oliver Laxe o Carla Simón. El cineasta navarro firmó una película que obtuvo una gran acogida en Venecia, fue premiada en Sevilla y, sin embargo, no consiguió la repercusión de público que se merecía esta excelente y arriesgada propuesta. Una historia de una mujer que dio a su hijo en adopción y que vuelve a encontrarse con él y con la madre adoptiva, un gesto de denuncia sobre el caso de los bebés robados que no elude el aliento poético narrativo. Junto a esta película, también se han estrenado recientemente la miniserie Niños robados (2013), de Salvador Calvo, centrada en la experiencia de las niñas en lugar de las madres; y los interesantes documentales Los que buscamos (2019), de Óscar Bernàcer, y Cómo decirte que te quiero (2023), de la argentina Matilde Michanié, a partir de las investigaciones de Carolina Escudero.
Un grupo de adolescentes borradas de la historia
Por su parte, Alumbramiento cuenta la historia de su protagonista, Lucía (Sofía Milán), y la de otras cinco compañeras de internamiento, también adolescentes como ella. Sus personajes equivalen a la suma de los retazos de las historias reales que ha escuchado el director durante los últimos años. “Algo que me repetían es que se las había borrado de la historia, que se las había olvidado, que no se las tuvo en cuenta. Que no significaron nada para nadie. Interiorizo su reclamo de sentirse olvidadas. Y de una manera inconsciente me despreocupo del entorno, de cómo se llevaban a cabo los robos, de cómo se operaban estos reformatorios… y paso a ocuparme de ellas. Por eso la película está contada siempre desde el punto de vista de Lucía y todo lo que queda al margen no se nombra. Siempre con la idea de centrarnos en la vivencia personal de estas mujeres, para devolverles la identidad a través de la construcción íntima, no de cómo se hacían las cosas”.
La película está ambientada en un momento muy concreto de la historia reciente de España. Comienza siete años después de la muerte del dictador Franco y la protagonista llega a Madrid justo la noche en que en las calles se está celebrando la primera victoria en las elecciones del Partido Socialista. Algo que posibilita que el filme adopte cierto planteamiento estético que remite al cine de aquella época, donde el cineasta encuentra fascinante el trabajo de Carlos Saura o de Eloy de la Iglesia —incluso introduce una secuencia en la que las chicas se escapan a un cine como refugio para ver la película Vámonos, Barbara (1978), de Cecilia Bartolomé, una de las directoras clave en el cine de la transición, que hila con la propia historia—, pero que también permite dotar al relato de un contexto histórico muy preciso y que, con el paso del tiempo, ha cobrado una lectura diferente. “La película siempre estuvo pensada para que se desarrollara ya en democracia. Pero es que, durante las entrevistas, algunas mujeres me hablaron de la noche del triunfo de los socialistas. Recordaban estar en Peñagrande, el lío que se montó en la calle y que las monjas les decían que no votaran a los socialistas, porque les iban a quitar a sus hijos. Y este momento me sedujo para comenzar la historia, porque aparecía de forma recurrente en los relatos de las mujeres”.
La película cuenta con un ‘casting’ de actrices jóvenes sin experiencia previa, o muy escasa, en cine y televisión, a las que acompaña un grupo de actores más veteranos y profesionales, entre los que destaca María Vázquez
La película cuenta con un casting de actrices jóvenes sin experiencia previa, o muy escasa, en cine y televisión, a las que acompaña un grupo de actores más veteranos y profesionales, entre los que destaca María Vázquez, recientemente candidata a los Goya por su excepcional interpretación en Matria (2023), de Álvaro Gago, que interpreta a la madre. “Vi el capítulo último de la serie Apagón, el que dirige Isaki (Lacuesta) y conocía al ayudante de dirección que me comentó que ella era maravillosa. Fue eso de que tienes un flash con alguien y enseguida cuajó la cosa. Con Sofía fue más complicado, porque hicimos casting a muchas actrices, en cuanto la vi, saltó una luz sobre ella y esa luz se mantuvo hasta el final. Había chicas que podían haberlo hecho mejor a nivel interpretativo, pero su honestidad resultaba natural. Vi la dignidad y la entereza que el personaje necesitaba, ella tiene esos mismos valores que la protagonista”.
Para las jóvenes resultó un impacto la lectura del guion, lo que descubrieron gracias al texto que habían sufrido décadas antes chicas de una edad muy parecida a la suya. De alguna manera, también aprendieron a honrar la memoria de sus personajes, en cuanto a dignidad y memoria. La película está, intencionadamente, enfocada desde el punto de vista de las protagonistas-víctimas, y se obvia el de las monjas, por varios motivos, según apunta el director. “Es más difícil encontrarlas, pero si soy sincero, nunca fue mi ámbito de interés, lo intenté muy al principio, pero la mayoría estaban muertas. Sobre todo, entendí que no era su historia y no la perseguí. Las monjas están construidas a partir de los relatos de estas mujeres, por eso hay personajes que tienen cierta ambigüedad y mantienen dudas sobre lo que están haciendo”.