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Chile
El “ahora qué” en Chile después del “ahora o nunca”
Es imposible que cualquier persona que acabe de llegar a Santiago y mire por la ventana del autobús o del taxi que le lleva a su destino no piense: “aquí pasa algo”. A los pies de la cordillera de los Andes se extiende una ciudad tatuada, no solo por las personas que transitan de este a oeste de la Alameda, sino por los propios edificios de la época colonial que, llenos de pintadas, pregonan lemas transfeministas, ecologistas, anticapitalistas o simplemente lamentos (como el omnipresente quejido “No me 100to bien”). El estallido de octubre de 2019 ha dejado una huella tangible en la primera impresión de todos los nuevos visitantes a la capital chilena, entre ellas en la mía. Si a esto se le suma una llegada el mismo día en que era investido Gabriel Boric, que coincidió en viernes, jornada de revuelta, el resultado es que el movimiento que prometen los grafitis del área Metropolitana se haga carne a partir de las 19 horas entre los chorros de los guanacos y las ráfagas de aire con gas lacrimógeno.
El estallido de octubre de 2019 ha dejado una huella tangible en la primera impresión de todos los nuevos visitantes a la capital chilena
Los movimientos sociales y estudiantiles de Chile han pasado, entre marzo y septiembre, de la ilusión contenida que generaba la coyuntura del estallido y la constituyente a la fatiga. Esta fatiga ha sido provocada por los truenos del rechazo y la amenaza de que estos tres años solo hayan sido una piedra que sortear para las élites en el imparable camino del neoliberalismo en la historia del país. Aunque es cierto que la investidura del nuevo presidente no hacía prever una perspectiva de cambio tan radical como la que se podía imaginar con Daniel Jadue, alcalde de Recoletas y contrincante de Boric en las primarias presidenciales por Apruebo Dignidad, sí se esperaba la apertura de un nuevo ciclo político. Este, sujeto a la aprobación de la nueva Constitución, prometía asegurar al país de cierta estabilidad en sus servicios públicos, en la protección de la tierra y los recursos naturales, además de un marcado protagonismo para la lucha feminista y de los pueblos originarios. A su vez, es cierto que desde que se constituyó la asamblea, la Convención Constitucional parece haber estado más a la izquierda del espectro ideológico que el sentido común social.
Los movimientos sociales y estudiantiles de Chile han pasado, entre marzo y septiembre, de la ilusión contenida que generaba la coyuntura del estallido y la constituyente a la fatiga
Este año debería haber sido, con la entrada de Boric en la Moneda y el plebiscito de salida de la Constituyente, aquel en el que se definiese el “ahora o nunca” en el que estaba basado el sentimiento de la revuelta. Explica Marina Garcés en Ilustración radical que los actuales movimientos de protesta ya no se preguntan ¿hacia dónde?, sino ¿hasta cuándo? El estallido se enfrentaba a cuarenta años de neoliberalismo exacerbado concibiendo, e incluso en parte aceptando, la posibilidad real de la propio extinción, bien como especie, bien como civilización basada en el progreso, ante la situación límite del clima y de lo vivible. Las proclamas atacaban directamente al corazón del sistema y a los partidos que habían sido protagonistas los últimos treinta años, aun teniendo en cuenta que los horizontes políticos de transformación de la izquierda radical y revolucionario en Chile son muy modestos (se pelea por el derecho a la salud, a la educación, la vivienda o para que exista un sistema de pensiones). La brutalidad del sistema neoliberal en Chile supone que la clase trabajadora reclame unos derechos que se podrían considerar como básicos no solo en comparación con el resto de la región latinoamericana o del mundo, sino también respecto a las condiciones anteriores al golpe de estado de Pinochet.
Chile
El proceso constituyente chileno como suceso clave transformador
El favorable plebiscito de salida para la nueva Constitución, con un equilibrio de fuerzas casi arrollador para la izquierda transformadora, no frenó las tendencias sociales que se instalaron en el 2019. Después de la apertura de las restricciones para frenar la pandemia de Covid19, cientos de personas se volvieron a juntar todos los viernes en la Plaza Baquedano (bautizada como Plaza Dignidad) para protestar y tratar de avivar de nuevo el espíritu de lucha que cortó el confinamiento. No obstante, las dudas sobre el sentido de institucionalizar las protestas, el desgaste del constante combate con los Pacos (el nombre despectivo de los Carabineros) y la falta de respuestas institucionales a las demandas aminoraron tanto su fuerza como su significado. Según fueron bajando las temperaturas en abril y mayo, las protestas han ido debilitándose, algo que parece una cuestión cíclica en Chile desde los 80. Como dice en Tengo miedo torero Pedro Lemebel: “Todos los años era lo mismo, tanto acumular energía para septiembre y después todo seguía igual”.
Según fueron bajando las temperaturas en abril y mayo, las protestas han ido debilitándose, algo que parece una cuestión cíclica en Chile desde los 80
Llegados a este punto, Chile se encuentra en un estado de incertidumbre política sin parangón desde el 73, con una asamblea Constituyente en proceso de revisión y con unos poderes mediáticos que, comparando el país constantemente con Venezuela, transfiguran la verdad con el fin de culpar al gobierno de la inflación y la inseguridad. Se han sucedido un sinfín de análisis políticos que tratan de explicar qué circunstancias podían justificar el ‘Estallido de octubre’, qué suponía para el futuro del país el proceso constituyente, hasta dónde podría llegar el nuevo gobierno de Boric, cómo se podía leer en clave social la potente aparición de Kast y la extrema derecha en las elecciones, etc. No obstante, el foco sobre la situación chilena se ha ido alejando progresivamente de los actores sociales que fueron quienes realmente iniciaron el proceso en el que ahora se encuentra el país: las y los estudiantes.
Llegados a este punto, Chile se encuentra en un estado de incertidumbre política sin parangón desde el 73, con una asamblea Constituyente en proceso de revisión y con unos poderes mediáticos que transfiguran la verdad con el fin de culpar al gobierno de la inflación y la inseguridad
El alza programada de treinta pesos en el precio del metro impulsó a las jóvenes a saltar masivamente los tornos de las estaciones, incluso a pesar de que el pase escolar no estuviera subiendo. Su justificación era movilizarse por sus padres, madres, abuelos y abuelas, dejando clara la arraigada conciencia de clase de su lucha, que está latente desde las movilizaciones del 2001, cuando ya introdujeron entre sus reclamaciones el apoyo al paro de profesores que se había llevado a cabo unos días antes. Esas mismas estudiantes volvían a la presencialidad en las universidades, liceos y colegios la segunda semana de marzo de este año y, con ello, retornaban a los campus el movimiento de las asociaciones, las asambleas organizativas y las disputas con las direcciones de los centros y la policía.
Sin duda, la Universidad de Chile es la institución cuyas estudiantes van a la cabeza en cuanto a luchas y movilizaciones respecto a las más de veinte universidades desperdigadas por las comunas de Santiago. El campus de Juan Gómez Millas, en el que se encuentra la facultad de Filosofía, Ciencias, Ciencias sociales o Artes, es el que más movimiento congrega de todos. De hecho, en el primer semestre de este año, ya se han vivido dos paros y una toma: la última semana de marzo el estudiantado se puso en huelga para exigir un aumento en las becas alimentarias, a lo que hay que sumar los dos meses entre mayo y junio por los recortes a los funcionarios y la imposición de medidas sanitarias que no cumplían con las condiciones mínimas de bienestar estudiantil y laboral.
Opinión
Chile: la sabiduría de las olas del mar
Esta capacidad de organización para presionar y combatir a las comisiones directivas de los centros educativos, que llega hasta puestos relevantes del Gobierno chileno, se explica por la disposición y articulación de un movimiento estudiantil cuyas acciones abarcan desde la enseñanza media en los colegios o liceos hasta la licenciatura. La cuestión es que toda la atmósfera que se ha conseguido a favor de la militancia en el ámbito educativo, donde las reuniones, las manifestaciones y los espacios seguros e inclusivos entran dentro de la cotidianidad para aquellas estudiantes que estén movilizadas, no tiene una traducción directa fuera de los límites de los campus.
Principalmente esto se debe a que al salir del sistema educativo es muy complicado encontrar un espacio semejante en el que continuar con la actividad militante, bien por la reducción de tiempo que conlleva la entrada completa a la actividad laboral, por las escasas alternativas para organizarse o por el diseño de una ciudad tan inmensa como Santiago, que por su extensión y sus espacios juega a la contra de la coordinación colectiva. Aquellas que sí logran continuar con un compromiso y trabajo político terminan muchas veces integrándose plenamente en las instituciones, como es el ejemplo del presidente Boric, quien fue líder del movimiento estudiantil allá por 2011.
La cuestión es que toda la atmósfera que se ha conseguido a favor de la militancia en el ámbito educativo no tiene una traducción directa fuera de los límites de los campus
Dice Karina Nohales en la formación “La revuelta chilena” de la XI Universidad de Verano de Anticapitalistas que cuando se habla de Chile y de su proceso constituyente hay que tener en cuenta no solo momentos como la redacción y posible aprobación de una nueva Constitución, sino también la existencia de un proceso constituyente vital que está en curso y que es mucho más profundo: el proceso de cómo la clase trabajadora se ordena a sí misma y conforma un sujeto colectivo capaz de portar una alternativa al sistema neoliberal. El resultado de este proceso de politización de masas que se abrió hace tres años se mantiene todavía en disputa, a pesar del golpe del rechazo. Hoy en día siguen existiendo unos elementos organizativos bastante dispersos y débiles, pero que sin embargo contienen de manera palpable experiencias larguísimas de luchas en todos los frentes. Las estudiantes han conseguido construir un pequeño oasis a nivel organizativo cuyo ejemplo debe ser un punto de atención para el devenir de los movimientos sociales chilenos. Trasladar la estructura democrática y la conciencia de la participación política activa del campus a la comuna es un reto tan ambicioso como fundamental para no seguir viviendo a la defensiva.