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Carta desde Europa
¿Qué pasa con la izquierda radical en Europa?
La revitalización de una política socialista, que el autor considera esencial para nuestro futuro como sociedades modernas, tendría que defender la democracia realmente existente, que resulta que es la que encontramos en el seno de los Estados-nación, y oponerse a su sustitución “cosmopolita” por la ilusoria e irreal democracia supranacional.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
En los innumerables comentarios aparecidos durante estos días sobre el resultado de las elecciones al nuevo Parlamento Europeo apenas encontramos mención alguna relativa a la izquierda radical, como variedad distinta de la izquierda socialdemócrata, europea. Se trata de una expresión de desprecio y está bien merecida.
Hace cinco años, esta izquierda radical europea estaba dirigida nada menos que por Alexis Tsipras, quien posteriormente, como primer ministro griego, se convertiría en el discípulo favorito de Angela Merkel en el arte de la traición. Con el tiempo, tras atraer a diversos grupos disidentes, el GUE/NGL logró obtener 52 escaños en las elecciones europeas de 2014, esto es, un poco menos del 7% del total de los 751 escaños del Parlamento Europeo. En las elecciones de 2019 ha obtenido 38 escaños (5,06%), y ha perdido, pues, más de un cuarto de los mismos.
La experiencia de la casi extinción de la izquierda radical europea o, más exactamente, de su representación parlamentaria en estas últimas elecciones, se ha producido en un momento en el que los viejos partidos del centro, la izquierda y la derecha sufrían espectaculares retrocesos: conjuntamente, el Partido Popular Europeo (democristianos) y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (socialdemócratas) han obtenido tan solo 332 escaños (el 44% del total), lo cual ha supuesto una pérdida de 80, que ha puesto punto y final a su mayoría parlamentaria de Gran Coalición en el Parlamento europeo.
Esta cuasi extinción también ha coincidido, por un lado, con un vigoroso ascenso del voto de diversos partidos de una nueva o, en realidad, no siempre tan nueva derecha nacionalista —el Grupo Europa de las Naciones y de las Libertades y el Grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa han obtenido 112 escaños, lo cual supone un incremento de 34 escaños respecto a los obtenidos en las elecciones de 2014— y, por otro, con un impresionante ascenso de los Verdes, que pasan de 52 a 74 escaños, cifra que les concede ahora una representación que prácticamente multiplica por dos la de la izquierda radical, que, como hemos indicado, ha obtenido 38 escaños el pasado 26 de mayo.
En la mayoría, sino en la totalidad, de los países europeos la izquierda radical se ha visto irresistiblemente atraída a unirse a los viejos y nuevos partidos de centro —democristianos, socialdemócratas y verdes— para declarar que la nueva derecha nacionalista constituye una amenaza inminente para la democracia
¿Cuándo, si no en tiempos como estos de rápidos cambios de las lealtades políticas, debería la izquierda radical progresar electoralmente entre los trabajadores y los estratos reformistas de las clases medias de Europa? Es realmente urgente explicar este fracaso desastroso. De inmediato nos vienen a la mente cuatro razones; ciertamente hay más.
Estrategia anticapitalista
La primera de ellas, y la más importante en mi opinión, es la total ausencia por parte de esta izquierda de una estrategia política anticapitalista o, al menos, antineoliberal realista en relación con la Unión Europea. No se ha producido debate alguno sobre el problema crucial de si la UE puede ser en absoluto el vehículo de una política anticapitalista. En lugar de ello, se verifica una aceptación ingenua u oportunista —y resulta difícil decir cuál de las dos es peor— de un ‘europeísmo’ autocomplaciente tan popular entre la gente joven y tan útil tanto para el electoralismo de los Verdes, como para los tecnócratas europeos que pretenden dotar de legitimidad a su régimen neoliberal.
Ausencia de mención alguna, en particular, del modo en que la constitución de facto de la UE limita el espacio político para cualquier programa anticapitalista e, incluso, simplemente para un programa partidario de los trabajadores, dada la inclusión de los mercados libres (“las cuatro libertades”) en su dinámica endógena, dada la dictadura de facto del Tribunal Europeo de Justicia y dadas las normas proausteridad derivadas de la regla del presupuesto equilibrado impuestas por la Unión Monetaria Europea.
En particular, se ha evitado toda discusión crítica de la política social europea por excelencia, que es la que afecta de modo más decisivo a los mercados de trabajo de la UE, es decir, el libre movimiento de trabajadores y trabajadoras entre países que a día de hoy son extremadamente diversos desde el punto de vista económico, lo cual se ha combinado por parte de la izquierda radical con muestras de simpatía por la existencia de fronteras generalmente abiertas, incluidas las que separan a Europa del mundo exterior.
Esto no hace sino validar la imagen propalada por los Verdes y por los partidos de centro-izquierda de las clases medias de toda Europa, que se preocupan básicamente por que los jóvenes viajen sin controles fronterizos y sin necesidad de cambiar dinero. Todo ello viene acompañado de proyectos de políticas públicas totalmente ilusorios, como, por ejemplo, la introducción de un salario mínimo europeo, que tan solo tras un insistente cuestionamiento se admite que debería diferenciarse por países.
En las elecciones de 2019 la izquierda radical europea ha obtenido 38 escaños (5,06%), habiendo perdido, pues, más de un cuarto de los mismos
Como era de esperar, ese proyecto no ha recibido apoyo alguno ni en los países pobres de la Unión, en los que la gente lo considera demasiado bueno como para ser cierto, ni en los países ricos, cuyos trabajadores en particular temen que de algún modo serían ellos quienes tendrían que pagar la factura de esta ‘solidaridad europea’ propuesta por la izquierda radical.
Amenaza inminente
La segunda razón es que en la mayoría, sino en la totalidad, de los países europeos la izquierda radical se ha visto irresistiblemente atraída a unirse a los viejos y nuevos partidos de centro —democristianos, socialdemócratas y verdes— para declarar que la nueva derecha nacionalista constituye una amenaza inminente para la democracia, que ha de ser defendida votando ‘por Europa’.
En realidad, en muchas ocasiones esta izquierda elevó el envite, afirmando que la nueva derecha era, de hecho, muy vieja y que no votar por ella constituía la versión contemporánea de la lucha antifascista del periodo de entreguerras. Este planteamiento diluía peligrosamente la diferencia existente entre los partidos de oposición legales en una democracia, por muy repugnantes que puedan ser su discurso y su pensamiento, y los grupos militares privados que pretenden reemplazar Estados democráticos por otros dictatoriales.
Tal confusión histórica ha jugado especialmente a favor de los Verdes y en detrimento de la izquierda radical de diversas maneras. Al exagerar la amenaza de la nueva derecha se ha empujado ciertamente a los votantes a los brazos de los partidos del establishment liberal, que prometen “estabilidad” en estos tiempos duros.
Si el fascismo era algo que debía derrotarse votando por “más Europa”, entonces no había necesidad alguna de ir tan lejos como para votar a la izquierda radical; votar por los nuevos predilectos de la clase media era más que suficiente. Si la democracia es parlamentos sin ‘populistas’ neonacionalistas, entonces votar cada cinco años por un partido ‘no populista’ genuinamente también lo es. Deberíamos haber pensado que una izquierda radical digna de tal nombre y ambición tendría que saber que la democracia puede estar amenazada incluso si no hay ‘fascistas’, supuestos o reales, merodeando por ahí.
Los propios partidos de centro, aquellos a cuyo lado la izquierda radical europea ha combatido su espuria guerra electoral contra el ascenso del fascismo en Europa, se las bastan perfectamente por sí solos para socavar la democracia, como sucede cuando someten a sus países un orden político-económico neoliberal, que les impone un régimen de libre comercio inmodificable, un sistema monetario similar al patrón oro, un criterio de austeridad para sus finanzas públicas y un mercado laboral desprovisto de sindicatos y alimentado por una oferta ilimitada de trabajadores y trabajadoras.
La izquierda radical no tenía idea alguna sobre cómo gestionar el asunto del cambio climático, que saltó oportunamente a la palestra para beneficiar a los Verdes de nuevo en su detrimento
Aunque defender la democracia siempre es una buena idea, al unirse a esta lucha la izquierda radical podría haber señalado, al menos, que la democracia no es solo el derecho a depositar el voto para elegir un parlamento impotente, sino que también debe proporcionar autonomía para el gobierno local, ofrecer un marco de negociación colectiva y representación sindical a los trabajadores, brindar la posibilidad de que estos se expresen en sus lugares de trabajo y en los consejos de administración de las grandes empresas, posibilitar un régimen de propiedad pública conducente a una alta tasa de inversión pública y garantizar un sistema de medios de comunicación realmente pluralista, además de otras políticas y medidas similares. Parece improbable que en este escenario los Verdes puedan ser socios fiables.
Crisis climática
La tercera razón es que la izquierda radical no tenía idea alguna sobre cómo gestionar el asunto del cambio climático, que saltó oportunamente a la palestra para beneficiar a los Verdes de nuevo en su detrimento. A este respecto, la izquierda no difería en absoluto de los partidos de centro establecidos.
Resulta fácil comprender que el tema haya sido siempre complicado para ella. Los llamamientos a favor de incrementar los impuestos sobre la gasolina o de reducir el consumo de carne barata, o de la carne en general, son más fáciles de incorporar a la propia vida o, incluso, de prestarles atención, para las clases medias que para las clases pobres y trabajadoras. Las apelaciones a la virtud individual alcanzan la mala conciencia del ecológicamente purista, pero no de quienes sienten la necesidad de incrementar su consumo para ponerse a la par de quienes perciben en una situación mejor que la suya.
Una izquierda que se limita a recitar las aterradoras historias de los Verdes sobre el inminente fin de la vida en el planeta lleva a muchos de sus votantes potenciales a optar por un estado de negación y de ahí a los brazos de la nueva derecha
Antes que incorporarse a la conversación cuando los Verdes y sus mayores burgueses entonan sus cantos de sirena, lo que la izquierda debería tener claro es que los cambios en los estilos de vida son, en realidad, absolutamente inadecuados para detener el calentamiento global o el declive secular de la biodiversidad. Una izquierda que se limita a recitar las aterradoras historias de los Verdes sobre el inminente fin de la vida en el planeta lleva a muchos de sus votantes potenciales a optar por un estado de negación y de ahí a los brazos de la nueva derecha.
Para dejar atrás las mentiras piadosas del ambientalismo verde, la izquierda radical precisa de un programa realista, no solo para detener el deterioro ambiental, para lo cual puede ser ya demasiado tarde, sino también para reparar sus resultados. Ello exigiría efectuar importantes incrementos del gasto público, que debería ser financiado, en parte al menos, mediante deuda pública, lo cual supondría superar los límites al endeudamiento impuestos por el actual modelo de austeridad, y, además, mediante la sustitución del consumo privado por el consumo público para adaptar la vida social y económica a un entorno físico modificado. Un Green New Deal de este tipo crearía empleos, además de incrementar la recaudación tributaria y, a la postre, beneficiaría en vez de sobrecargar a la clase trabajadora.
La cuestión nacional
La cuarta y última razón, absolutamente obvia desde hace mucho tiempo, es que la izquierda radical ha infravalorado totalmente lo que los primeros socialistas denominaban la ‘cuestión nacional’ y la importancia que ella tiene para sus principales grupos político-electorales de referencia. Para estos, ‘Europa’ es una tecnocracia lejana, situada un mundo aparte de su experiencia vital. Ello no es muy diferente para la clase media, la cual, sin embargo, ha aprendido a presentarse a sí misma —y así prefiere hacerlo— como si conociera quién está actuando en Bruselas y qué está realmente haciendo, lo cual nadie situado fuera del restringido círculo de especialistas sabe realmente.Los detalles, en verdad, no importan, porque ‘Europa’ se ha convertido en un estado de ánimo, en un sentimiento antes que en una institución, en el símbolo de una feliz vida consumista ‘cosmopolita’ realmente a la última, si bien necesitada de unas pocas correcciones ambientalistas.
La izquierda radical ha infravalorado totalmente lo que los primeros socialistas denominaban la 'cuestión nacional'
El ‘proeuropeísmo’ es hoy esencial para ser admitido en uno u otro de los medios sociales urbanos a los cuales pertenecen muchos de los líderes y activistas de los partidos de la izquierda radical, pero no la mayoría de sus miembros y votantes. Para estos últimos, la centralización política y administrativa significa una voz disminuida para los hombres y mujeres corrientes, los cuales no sienten afinidad alguna ni tienen ninguna necesidad de tener una identidad supranacional, pero que, por el contrario, se sienten privados de sus derechos políticos cuando su Estado-nación es deslegitimado y desprovisto de poder en nombre del ‘supranacionalismo’ europeo.
A los ojos de los internacionalistas contemporáneos y de sus estilos de vida, ello convierte a este pueblo común, heredero social del internacionalismo tradicional de la clase obrera, en gente irremediablemente atrasada desde el punto de vista cultural, lo cual hace imposible que sus partidos, que objetivamente son los de la izquierda radical, incluso si se unen conspicuamente al entusiasmo europeísta de las clases medias, atraigan a sectores relevantes de estas que se sienten, por unas u otras razones, vinculadas a la comunidad internacionalista neoliberal. Tampoco son capaces estos partidos de la izquierda radical, más allá de su apariencia modernizada, de atraer a quienes no comparten ese consumismo optimista de los cosmopolitas urbanos y sufren sus niveles más precarios.
Especialmente entre la izquierda alemana, el concepto de Estado-nación, entendido como una institución democrática vital, se halla hoy profundamente desacreditado, actitud que Die Linke aceptó sin ambages cuando expulsó a Sahra Wagenknecht de su dirección. Ahora, al igual que sucede con los Verdes, la totalidad de los problemas fundamentales son relegados en el discurso político de la izquierda al ámbito europeo de una política democrática que no existe fuera de la imaginación de los respectivos partidos y que no existirá en un futuro previsible. “Europa”, y el Parlamento europeo en particular, son introyectados de este modo como depositarios de pías esperanzas, las cuales se prolongarán hasta que descubramos que los europeístas han confiado en exceso en su poder y en sus recursos para perjuicio de todos, afanados como estaban en intentar reeducar a sus votantes en el credo cosmopolita, mientras olvidaban entretanto la caja de herramientas que les estaba esperando en el ámbito nacional.
Para concluir, una nota personal. Una institución como la UE, deliberadamente diseñada para inmunizar al capitalismo contra la política anticapitalista, es inútil para implementar esta y debe ser dejada de lado o combatida allí donde se interponga a la revitalización del socialismo, que para mí constituye el núcleo sustantivo de todo izquierdismo radical. El internacionalismo socialista es diferente del supranacionalismo liberal, incluido en este el “proeuropeísmo” de los viejos y nuevos partidos de centro. Entre otras cosas ello significa que las “soluciones europeas” no pueden hacernos prescindir de la acción nacional, aunque solo sea porque estas no suelen materializarse en absoluto o cuando lo hacen suelen ser demasiado tímidas o llegar demasiado tarde.
La revitalización de una política socialista, que yo considero esencial para nuestro futuro como sociedades modernas (y si alguien no lo creyera no habría necesidad alguna de preocuparse por el pequeño número de partidos y parlamentarios, que han sido totalmente derrotados en estas extrañas elecciones europeas), tendría que defender la democracia realmente existente, que resulta que es la que encontramos en el seno de los Estados-nación, y oponerse a su sustitución “cosmopolita” por la ilusoria e irreal democracia supranacional. El socialismo democrático comienza por abajo; debe crecer desde ahí, donde las condiciones son realmente muy diferentes en los distintos países, como han documentado de nuevo los diversos resultados electorales nacionales registrados en estas elecciones europeas. No se debe permitir que instituciones internacionales como las de la UE impidan el progreso nacional; esta es la razón más importante, y tal vez la única, por la cual estas instituciones deben ser objeto de consideración por una política radical de izquierda, sea esta electoral o práctica.
Hoy son muchos quienes están dispuestos a renunciar a la batalla antes de que la lucha haya tenido lugar realmente, mostrándose deseosos de unirse a la nueva feliz clase media verde-liberal en pos de una feliz vida de clase media verde-liberal
La solidaridad internacional en la izquierda radical, por consiguiente, debe significar ante todo ayudar a otros países a defender sus instituciones democráticas contra la arrogancia de la tecnocracia y las oligarquías internacionales, que traen consigo sus prescripciones económicas y sociales únicas, homologadas e iguales para todos. El socialismo hoy significa y exige la libertad de la gente, y de los pueblos que las personas forman, para determinar su vida colectiva bajo la menor presión posible del mercado capitalista; significa y exige la libertad de construir una infraestructura colectiva inclusiva de propiedad pública en vez de privada, que revierta las devastaciones provocadas por la ola privatizadora de la era neoliberal; significa y exige la libertad de inventar y experimentar con nuevas formas de gobierno comunal participativo, en los sindicatos y en las cámaras de comercio locales, en las empresas y en las universidades, formas que serán diferentes en diferentes lugares, en Manchester distintas de las de Viena, en Gelsenkirchen distintas de las de Copenhague, pero siempre necesitadas de la protección de la competencia “europea” y de las restricciones constitucionales que traen aparejadas las “cuatro libertades” y el régimen de austeridad del euro. Esta batalla solo puede ser larga y será difícil de ganar.
Hoy son muchos quienes están dispuestos a renunciar a ella antes de que la lucha haya tenido lugar realmente, mostrándose deseosos de unirse a la nueva feliz clase media verde-liberal en pos de una feliz vida de clase media verde-liberal. A diferencia de lo que dicta su buena conciencia, sin embargo, la reconciliación con la naturaleza y entre la gente no cae del ningún cielo europeo. En particular, el cambio que nos traerá un futuro socialmente mejor no llegará, a modo de regalo, de quienes, poco después de las elecciones, se habrán convertido en un grupo de 751 cabilderos en pro de la centralización supranacional, con la pretensión de ser los representantes democráticos de un pueblo europeo que todavía no existe.
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Buen artículo, pero lo penaliza el uso incongruente de la denominación "izquierda radical" para defender "instituciones democráticas". Nada que se autodenomina de esa manera puede defender la demiocracia. No obstante, aplaudo el comentario por cuanto se defienden opciones de derechas con las que no se está de acuerdo pero son legítimas. Saludos
No distingues entre radical y extremista, busca la etimología. En el artículo está bien utilizado el término. La democracia es la vía al socialismo y sin coacciòn, esto la derecha lo sabe.
https://twitter.com/Cazatalentos/status/1139302393005400064
@sanchezcastejon has escrito mil twit dando aliento a los golpistas de la extrema derecha venezolana. A ver si te estiras un poquito y escribes, aunque solo sea uno, dando aliento a Lula. Si, ya se que este es un sociata. Pero lo cortes no quita lo valiente."
Minguito... estás equivocado, los enunciados y las dinámicas ecológicas-decrecentistas nos llevan a insurrecciones anti-capitalistas, anti-racistas y anti-fascistas. Creo que lees poco sobre el tema pero con estar atento a los manifiestos de los/as Gilets Jaunes te pondrás al día enseguida. Insinuar que la toma de conciencia sobre la emergencia climática, energética y civilizatoria desestabiliza a las clases deprimidas hasta el extremo de votar fascismo...es cuanto menos la mayor tontería que he oído en mucho tiempo. Intentar relacionar lo "verde" con las preocupaciones ociosas de la clase media y progre si te sitúa a tí en el discurso fascista. ¿No habías caído en ésto?...¡vaya..!
Los socialistas no contaminan, no son racistas y no usan plata para sus proyectos. Pfff
Mis disculpas a Minguito (glups, ¡es el fotógrafo!). Quise decir Streeck..
Soberanía. Profundo entendimiento y uso del concepto de Soberanía.
¿Osea que la de los estados-nación no es una democracia ilusoria e irreal?
Este es el principal problema de la izquierda anticapitalista del mundo moderno... que no entiende que los estados y demás instituciones "públicas", son organismo al servicio de las clases dominantes, y no pueden ser otra cosa llegue quien llegue al gobierno. Hay que construir poder popular autónomo como hacia la CNT