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Campo de cuidados
La encina
Bajo tu casta sombra, encina vieja, quiero sondar la fuente de mi vida y sacar de los fangos de mi sombra las esmeraldas líricas. Federico García Lorca
He ido a sentarme junto a ella.
No puedo. No es sólo cansancio. Es desánimo. Y me vas a preguntar qué ánimo hay en el desánimo. Pues hay miedo, inseguridad… algo de desesperanza. Tristeza, algo de aturdimiento. Inseguridad otra vez. Angustia, un poco. Miedo otra vez. Como falta de sostén. Y además pudor para tratar de buscarlo. Porque ya he tenido mucho, porque tendría que estar dándolo yo, porque no me lo merezco, porque no sé pedirlo, porque ahora no puedo, porque sólo quiero silencio. Sólo puedo silencio. Qué nudo más gordo y sobre todo más apretado. Si al menos se pudiera aflojar… No sé si lo siento como un nudo o como una piedra pequeña y muy compacta. Si fuera un nudo me gustaría aflojarlo y dejar libres los hilos. Si fuera una piedra me gustaría que se volviese agua; agua corriente. Como un río. Sí, esto de dentro lo siento más como una piedra.
Camino hacia ella. Según me voy acercando voy dejando de ver otra cosa que no sea ella. Dejo de ver suelo, dejo de ver cielo, y sólo la veo a ella. Siempre está cuando voy a buscarla. Siempre está aunque no la busque. Es grande y sin embargo me cabe entera. Mi interior antes comprimido en esa piedra va haciendo hueco. Empiezo a sentir ese espacio dentro mientras la contemplo, me emociono. Mirar su tronco despacio y sentir compañía para mi miedo y mi inseguridad. Dejar que mi mirada se pose en algunos ramilletes de hojas o dejarme llevar por las ramas y sentir más capacidad, más fuerza. Encontrarme con algunos frutos que empiezan a crecer y sentir algo de esperanza. Imaginar la raíz bajo mis pies y sentir firmeza, apoyo. Entonces vuelvo a escuchar sonidos a mi alrededor. Incluso imagino a personas queridas que me hablan desde esa encina. Vuelvo a observar el cielo y el suelo. Me quedo ahí un rato.
Entonces vuelvo a escuchar sonidos a mi alrededor. Incluso imagino a personas queridas que me hablan desde esa encina. Vuelvo a observar el cielo y el suelo. Me quedo ahí un rato
Ya puedo regresar. Me doy cuenta de que en este rato mi cara se ha llenado de lágrimas. La piedra se ha hecho río. El río tiene ya espacio por donde discurrir. Voy a regresar.
Mientras camino recibo un mensaje de una amiga. Son restos de una encina calcinada en el incendio que hay a pocos kilómetros de aquí. Siento un golpe fuerte por dentro y el río se congela. Miro atrás y mi encina sigue ahí. Respiro. Pienso en qué sería de nosotros sin árboles. Todo se apretaría, se encogería, hasta desaparecer. Y dejar de ser.