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Análisis
¡Rusia tocada, Alemania hundida!
Con independencia de quien sea el vencedor, cada vez está menos claro qué puede significar ganar la guerra en Ucrania. Cuanto mayor es la destrucción, más intratable parece el conflicto. Dado el número creciente de muertos y la intensificación de las sanciones, los objetivos de los beligerantes parecen cada vez más inescrutables. ¿Qué ganaría Rusia con la anexión de un rincón arrasado de Ucrania, si lo comparamos con todo lo que perdería y, sobre todo, de entregarse atada de pies y manos a China? ¿Por qué iba Ucrania a optar por la devastación provocada por este conflicto a sangre y fuego a fin de retener una región que no quiere desprenderse de Rusia? ¿Y con qué fines erigiría la OTAN un nuevo Telón de Acero, consolidando así un bloque ruso-chino dotado tanto de materias primas como de tecnología avanzada?
Es cierto que desde hace tiempo Estados Unidos y sus aliados han librado guerras en las que la victoria es imposible de concebir. ¿A qué podría haberse asemejado obtener la victoria en Iraq? Si esta implicaba convertir el país en una réplica musulmana de Israel, ello jamás tuvo visos del más mínimo realismo. A la postre, el país fue prácticamente entregado a la esfera de influencia iraní, mientras que Afganistán fue abandonado en manos de Pakistán y China. Por no hablara de la guerra civil siria. Sin embargo, si es difícil identificar a un posible vencedor en Ucrania, es más fácil señalar a los posibles perdedores. Como veremos, uno de ellos será probablemente lo que el economista australiano Joseph Halevi ha denominado el “bloque alemán”: un conjunto de naciones económicamente interconectadas que se extiende desde Suiza hasta Hungría.
Por supuesto, en la actual coyuntura, además de los rusos y los ucranianos, más o menos todos salimos perdiendo. Cuando comenzó la invasión, todo el mundo se preocupó principalmente por el suministro de gas y petróleo. Sólo más tarde supimos que Rusia y Ucrania representan el 14 por 100 de la producción mundial de cereales, pero el 29 por 100 de las exportaciones mundiales de este producto. Posteriormente se reveló que entre ambos proporcionan el 17 por 100 de las exportaciones de maíz y el 14 por 100 de las de cebada. Al continuar la búsqueda del tesoro, los analistas constataron que el 76 por 100 de los productos derivados del girasol proceden globalmente de estos dos Estados. Rusia también domina el mercado de los fertilizantes, cuya cuota de la producción mundial asciende a más del 50 por 100, lo que explica que el bloqueo haya causado problemas agrícolas en lugares tan lejanos como Brasil.
Pero hay más sorpresas. La guerra no sólo afectó a los sectores petrolífero y gasístico, sino también al níquel. Rusia –sede de Nornickel, uno de los gigantes del sector– produjo 195.000 toneladas de níquel en 2021, esto es, el 7,2 por 100 de la producción mundial. La invasión, combinada con el aumento de la demanda de níquel utilizado en las líneas de distribución de energía eléctrica y los vehículos eléctricos, hizo que los precios se dispararan. Un miembro del consejo editorial del The Wall Street Journal había expresado estos temores en un artículo publicado el pasado 14 de marzo titulado “Russia Can Hold Nickel Hostage.” Entretanto, la industria mundial de superconductores, las calculadoras y los chips de ordenador se ha visto muy afectada por otra sinergia negativa provocada por la guerra. Resulta que la industria siderúrgica rusa envía gas neón a Ucrania, donde se purifica para su uso en procesos litográficos como la inscripción de microcircuitos en las placas de silicio. Los centros de producción más importantes son Odesa y Mariupol, lo cual explica la incesante lucha por estas áreas. Ucrania suministra el 70 por 100 del gas neón del mundo, así como el 40 por 100 del criptón y el 30 por 100 del xenón. Entre sus principales clientes se cuentan Corea del Sur, China, Estados Unidos y Alemania. El suministro de otros metales “críticos” también está en peligro, como informó en abril el Columbia Center for Global Energy Policy:
Otros metales de interés en la crisis de Rusia son el titanio, el escandio y el paladio. El titanio es estratégico para las aplicaciones aeroespaciales y de defensa, siendo Rusia el tercer productor mundial de esponja de titanio, la aplicación específica que es crítica para el metal de titanio. Muy utilizado en los sectores aeroespacial y de defensa, el escandio es otro metal clave del que Rusia es uno de los tres mayores productores mundiales. El paladio es, por otro lado, uno de los minerales críticos más importantes afectados por la crisis ucraniana, ya que es un insumo fundamental para las industrias del automóvil y de los semiconductores, del cual Rusia suministra casi el 37 por 100 de la producción mundial. El paladio ruso ilustra una de las características geopolíticas clave de los minerales críticos: los suministros alternativos suelen estar situados en mercados igualmente difíciles. El segundo mayor productor de paladio es Sudáfrica, donde el sector minero se ha visto asolado por las huelgas durante la última década.
Cada día, pues, descubrimos nuevas dificultades para desvincular a Rusia de la economía mundial, lo cual se debe en parte a que las sanciones han resultado ser menos eficaces de lo previsto, a pesar de los tenaces esfuerzos realizados por Estados Unidos y Europa. Hasta la fecha, se han producido al menos seis rondas de sanciones sucesivas, cada una más drástica que la anterior: la retirada de Rusia del sistema financiero internacional operado por el sistema SWIFT; la congelación de las reservas de divisas del Banco Central ruso, que ascendían en torno a 630 millardos de dólares; la congelación de 600 millones de dólares depositados por Rusia en bancos estadounidenses y la negativa a aceptar estos fondos como pago de la deuda externa rusa; la exclusión de los bancos más importantes de Rusia de la City de Londres; y la restricción de los depósitos rusos en bancos británicos.
Cuanto más ineficaces son las sanciones, más se prolonga la guerra, tambaleándose de una escalada a la siguiente y profundizando divisiones que parecen cada vez más irremediables
Los aeropuertos occidentales (y el espacio aéreo) están ahora cerrados a los aviones rusos y la marina mercante rusa tiene prohibido atracar en los puertos occidentales (Japón y Australia incluidos). Las exportaciones tecnológicas a Rusia están prohibidas, al igual que muchas importaciones. La Unión Europea ha impuesto sanciones a noventa y ocho entidades y a mil quinientas ciento cincuenta y ocho personas, contándose entre ellas el presidente Putin y el ministro de Asuntos Exteriores Lavrov; oligarcas vinculados al Kremlin como Roman Abramovich, expropietario del Chelsea; trescientos cincuenta y un representantes de la Duma; miembros del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia; oficiales de alto rango de las fuerzas armadas; empresarios y financieros; propagandistas y actores. Todos los bancos occidentales y la mayoría de las empresas occidentales han cerrado sus negocios en Rusia y han vendido sus sucursales. Rusia ha respondido prohibiendo la exportación de más de doscientos productos, exigiendo el pago en rublos de las exportaciones de petróleo y gas y bloqueando los suministros a Polonia, Bulgaria y Finlandia, cuando se negaron a aceptar esta estipulación.
Paradójicamente, sin embargo, algunas sanciones han jugado a favor de Moscú. El embargo sobre el petróleo y el gas ha incrementado los ingresos rusos debido a las subidas de precios que ha provocado, mientras que los observadores extranjeros señalan que las estanterías de los supermercados rusos parecen seguir bien abastecidas. En los cuatro primeros meses del año, la balanza comercial rusa registró su mayor superávit desde 1994, equivalente a 96 millardos de dólares. Tras su colapso inicial durante los primeros días de la guerra, el rublo se recuperó no obstante gradualmente, de manera que ahora vale más que el año pasado. En 2021 se necesitaban 70 rublos para comprar un dólar. El 7 de marzo, su peor día, esa cifra casi se había duplicado, pero a partir del 18 de julio volvió a bajar a 57 rublos por dólar.
La relativa ineficacia de las sanciones era previsible. Si décadas de guerra económica se habían mostrado incapaces de derribar regímenes efectivamente indefensos como la Cuba castrista (a estas alturas blanco de sanciones y embargos durante más de setenta años), la Venezuela bolivariana (veinte años) o el Irán jomeinista (cuarenta y dos años de sanciones estadounidenses, más aproximadamente diez años de medidas internacionales), es difícil imaginar que estas puedan desencadenar un cambio de régimen en un país como Rusia, que se ha estado preparando para esta eventualidad renovando y poniendo al día sus recursos y su infraestructura industrial. Sin embargo, cuanto más ineficaces son las sanciones, más se prolonga la guerra, tambaleándose de una escalada a la siguiente y profundizando divisiones que parecen cada vez más irremediables. A estas alturas podemos suponer que las relaciones con Rusia se interrumpirán al menos durante algunas décadas (una situación lamentable para cualquier occidental que no haya tenido la suerte de visitar Moscú y San Petersburgo). El nuevo Telón de Acero se ha levantado y no se cruzará en los próximos años.
Esta fractura define la debacle del diseño estratégico perseguido durante los últimos treinta años por el “bloque alemán”. De acuerdo con la tesis de Halevi, desde la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, Alemania ha tratado de construir una serie de economías mutuamente interdependientes entre sí, que ahora equivalen esencialmente a un único sistema económico. Esta agrupación tiene un flanco occidental (Austria, Suiza, Bélgica y los Países Bajos) y otro oriental (la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia y Eslovenia), con diferentes funciones y sectores repartidos entre ellos. Los Países Bajos actúan como plataforma global y centro de logístico de la economía del bloque a través del puerto de Rotterdam; la República Checa y Eslovaquia como sedes de la industria automovilística; Austria y Suiza como productores de tecnología avanzada, etcétera. Si Alemania es el centro hegemónico de este bloque, debemos revisar nuestra visión de su papel geopolítico y su importancia mundial. En su conjunto, el bloque cuenta con 196 millones de habitantes, frente a los 83 millones de Alemania, y con un PIB de 7,7 billones de dólares frente a los 3,8 billones de Alemania, todo lo cual la convierte en la tercera potencia económica mundial, menor que Estados Unidos y China, pero mayor que Japón.
Este tupido entramado de relaciones es especialmente visible cuando observamos los intercambios comerciales de esta densísima red de relaciones económicas. Las exportaciones alemanas a Austria y Suiza, que totalizan 17 millones de habitantes, ascienden a 132 millardos de euros, frente a los respectivos 122 y 102 millardos de euros derivados de las exportaciones dirigidas a Estados Unidos y Francia. En cuanto al comercio total (exportaciones más importaciones) con Alemania, Francia (con sus 67 millones de habitantes) se encuentra por detrás de los Países Bajos (con sólo 17 millones): 164 frente a 206 millardos de euros respectivamente. Italia, por su parte, presenta una cifra de comercio total con Alemania menor que Polonia, a pesar de tener una población mayor (60 frente a 38 millones) y una renta per cápita de casi el doble. Se trata de un cambio espectacular, ya que en 2005, el año siguiente a su adhesión a la UE, el comercio de Alemania con Polonia era sólo la mitad que el de Italia.
La guerra ha acabado efectivamente con el sueño de un espacio euroasiático común, porque obliga a Alemania a debilitar sus lazos con China y cierra el canal de comunicación ruso entre ambos
Lo que ha acontecido, pues, es la reorientación del aparato industrial alemán, que, por un lado, se ha alejado de determinados socios europeos para reorientarse hacia su propio bloque económico y, por otro, se ha concentrado en el comercio con China. Pekín se ha convertido en el principal socio comercial de Alemania con una cifra de comercio total de 246 millardos de euros. Los demás miembros del bloque alemán también han experimentado un notable aumento del comercio con China. Escribe Halevi:
Si tomamos como referencia el año 2005, es decir, el año inmediatamente posterior a la entrada de los países de Europa del Este en la Unión Europea, el valor en dólares de las exportaciones globales de bienes de Alemania aumentó hasta 2021 el 67 por 100, mientras que su comercio con China se cuadruplicó generosamente. Durante el mismo periodo –y aunque casi se triplicaron– las exportaciones francesas e italianas a China mostraron un ritmo de crecimiento muy inferior al del comercio alemán. Para los Estados del bloque alemán, la integración con Alemania ha generado una verdadera explosión de las exportaciones a China, ya que ese país no sólo les allana el camino, sino que establece vínculos entre sectores y empresas individuales que a su vez estimulan sus exportaciones locales. Al oeste de Alemania, las exportaciones directas de los Países Bajos a China se han quintuplicado al menos desde 2005, mientras que las de Suiza se han multiplicado por doce, convirtiéndose en el segundo mayor exportador europeo a ese país. Estas tendencias han sido mucho más contenidas en Bélgica y Austria. Al este de Alemania, las exportaciones de Polonia a China se multiplicaron por 5,5, las de Hungría por seis, las de la República Checa prácticamente se decuplicaron, mientras las de Eslovaquia de multiplicaron casi por veintiuno. La consecuencia natural de este proceso es la formación de una zona económica euroasiática, una necesidad real para China tanto por su necesidad de materias primas rusas, como por los crecientes nodos de infraestructura ferroviaria que atraviesan Rusia, Kazajistán y Ucrania. En la última década, los primeros convoyes de trenes de mercancías partieron de China hacia Dortmund y los Países Bajos, noticia de la que se hizo eco incluso el Financial Times. Los alemanes tenían la intención, al menos en los círculos industriales, de crear sinergias entre China, Rusia, Kazajistán, Ucrania y, por ende, entre Europa y Alemania. En otras palabras, el objetivo era integrar a los Estados reuniendo zonas logísticas, productivas y exportadoras de energía (Rusia, Ucrania, Kazajstán) e importaciones de bienes industriales tanto de China como de Alemania.
Aquí podemos vislumbrar el equivalente teutón de la nueva Ruta de la Seda –o Belt and Road Initiative– lanzada por Xi Jinping en 2013. De hecho, el objetivo último del bloque alemán, tal como lo analiza Halevi, es la creación de un frente continental euroasiático con Alemania y China como sus dos extremos y Rusia como conector indispensable. Esto explica la persistencia con la que los alemanes han impulsado, en contra de los intereses de Washington y la OTAN, el gasoducto Nordstream 2. El primer efecto geopolítico tangible de la guerra de Ucrania fue el entierro de este proyecto.
La guerra ha acabado efectivamente con el sueño de un espacio euroasiático común, porque obliga a Alemania a debilitar sus lazos con China y cierra el canal de comunicación ruso entre ambos. También impide que Alemania utilice a Rusia como retaguardia pacificada rica en recursos y como Lebensraum [espacio vital] o, más exactamente, como Großraum [gran espacio] en el sentido empleado por Carl Schmitt. Ahora, en lugar de un gran espacio, Rusia se ha convertido en un obstáculo geopolítico insuperable. Esto obligará a los estrategas del bloque alemán a revisar todo su plan, a repensar la relación existente entre su propia potencia subimperial y el imperio estadounidense, y a redefinir también sus relaciones con otros Estados europeos. Al mismo tiempo, el bloque alemán se ha visto tensionado por los intereses contrapuestos de sus miembros individuales. Un hecho pequeño pero significativo indica hasta qué punto han cambiado las reglas del juego: en mayo de este año, la balanza comercial mensual de Alemania entró en números rojos por primera vez desde 1991. No fue mucho (sólo alrededor de 1 millardo de dólares), pero no por ello dejó de ser un déficit comercial. Así pues, del conflicto de Ucrania surge una situación que no carece de precedentes históricos: la derrota de la estrategia alemana. En la Tercera Guerra Mundial, los perdedores parecen seguir siendo los alemanes.
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controlar, para que no lleve acabo políticas propias que puedan alterar los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos. El imperio reclama lealtad absoluta.