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Análisis
Regreso a la “casa común europea”: la fallida alternativa a la Europa de la OTAN
El pasado mes de marzo Mijail Gorbachov celebró su 90 años en su casa de las afueras de Moscú. Lo hizo en medio de una pandemia que nadie había previsto y de un incremento de las tensiones entre los EE UU y Rusia que sí era previsible para cualquier observador atento de la política internacional. El hombre que desde la cúspide de la URSS contribuyó a enterrar la Guerra Fría contempla hoy, en el ocaso de su vida, una nueva Guerra Fría entre los EE UU y Rusia.
La Unión Europea, con la que el ex mandatario soviético trató de buscar una alianza en los años 80, vuelve a alinearse una vez más con Norteamérica en un conflicto internacional. En una de sus últimas entrevistas Gorbachov pedía expresamente a Alemania, el principal país de la UE, que repensara su apoyo a los EE UU en la nueva Guerra Fría, y recuperara la idea de construir con Rusia la “casa común europea”. ¿A qué se refería con la “casa común europea” el Premio Nobel de la Paz, ex secretario del mayor Partido Comunista del planeta y último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas?
Gorbachov actualizaba el proyecto de la política exterior soviética al término de la Segunda Guerra Mundial: favorecer una Europa neutral que sirviera de puente entre los EE UU y la URSS
El concepto fue acuñado en torno a 1985 por Gorbachov. La idea del artífice de la Perestroika era un acercamiento de la URSS y Europa del Este a una Europa Occidental más autónoma de los EE UU. El de Gorbachov era un proyecto reformista, que no pedía ni la desaparición de la OTAN ni del Pacto de Varsovia, pero sí la colaboración de ambos en un nuevo espacio de seguridad común que sirviera para desterrar la posibilidad de una guerra nuclear en Europa. El plan de Gorbachov preveía una Europa “ecológicamente limpia” y libre de armas de destrucción masiva en la que se fomentara la colaboración entre las dos grandes alianzas regionales, la Comunidad Económica Europea (CEE) y el Consejo de Ayuda Mutua (COMECON), intensificando así las relaciones políticas, económicas y culturales de una gran Europa que iría “desde el Atlántico hasta los Urales”. Una idea de cooperación euroasiática que también había acariciado en su día Charles De Gaulle, partidario de que Francia mantuviera buenas relaciones con la URSS sin por ello romper con los EEUU.
Superar la Guerra Fría
La propuesta de la casa común europea suponía desandar el camino de una Guerra Fría que había llevado a la URSS a la extenuación. Gorbachov actualizaba el proyecto de la política exterior soviética al término de la Segunda Guerra Mundial: favorecer una Europa neutral que sirviera de puente entre los EE UU y la URSS. El estallido de la Guerra Fría había frustrado aquella idea de Stalin. Apenas duraría uno o dos años. La historia discurriría por otros derroteros y los viejos aliados de la Segunda Guerra Mundial no tardarían en ser enemigos irreconciliables. En abril de 1949 se formaba la OTAN, Organización del Tratado del Atlántico Norte, liderada por los EE UU e integrada por varios países europeos y Canadá, y en mayo de 1955 la Unión Soviética auspiciaba la formación del Pacto de Varsovia con sus aliados de Europa del Este, como respuesta al rearme de la República Federal Alemana.
La Perestroika necesitaba liberar recursos para realizar reformas que mejorasen el nivel de vida de los ciudadanos soviéticos, y eso era incompatible con seguir compitiendo con los EE UU por la hegemonía militar a nivel mundial
El nuevo mandatario soviético, partidario de una reforma a fondo de la URSS, renovaba la oferta de paz y colaboración a los gobiernos de Europa Occidental en un momento de máxima tensión en el tablero internacional. Con el republicano belicista Ronald Reagan en la Casa Blanca, desde principios de 1981 los EE UU habían reforzado su campaña contra el llamado “imperio del mal”. Una campaña que incluía el apoyo a la contrarrevolución en América Latina y Oriente Medio, así como el despliegue en Europa Occidental de misiles de medio y largo alcance apuntando directamente hacia la URSS. La Guerra Fría se ponía otra vez caliente y el Kremlin era consciente de que no podría aguantar mucho más tiempo el tirón. La propuesta del líder reformista soviético pretendía rebajar tensión y disminuir una carrera de armamentos que iba camino de arruinar a la URSS. La Perestroika necesitaba liberar recursos para realizar reformas que mejorasen el nivel de vida de los ciudadanos soviéticos, y eso era incompatible con seguir compitiendo con los EE UU por la hegemonía militar a nivel mundial. En Moscú querían firmar la paz e iniciar el desarme, pero con algún tipo de garantía para su seguridad. La oferta del presidente soviético era atraer a los gobiernos europeos a un gran pacto que permitiera a la URSS relajar su política internacional sin temor a que los EE UU le metieran el agua en casa
Pacifistas de uno y otro lado del telón de acero por una Europa no alineada
Gorbachov no era en los años 80 el único actor que defendía que Europa occidental tomara las riendas de su destino, repensara sus relaciones con el Este y dejara de ser un teatro de operaciones para el enfrentamiento entre las dos grandes superpotencias. De hecho, fueron los movimientos pacifistas, las izquierdas de Europa Occidental y los intelectuales disidentes del socialismo real quienes primero formularon muchas de las ideas que posteriormente el líder de la URSS recogería y sintetizaría con la metáfora de la “casa común europea”. Y es que entre 1980 y 1986 miles de personas se movilizaron de manera continuada en toda Europa Occidental contra la instalación de los misiles de la OTAN.
Manifestaciones, cadenas humanas, iniciativas parlamentarias respaldadas por cientos de miles de firmas o campamentos permanentes como el de las mujeres de Greenham Common, en las cercanías de una base militar británica, atestiguan la fuerza que el pacifismo europeo llegó a alcanzar en la primera mitad de la década de los años 80. El despliegue de los euromisiles revitalizaría el movimiento pacifista en el viejo continente. Ya no se trataba como en los años 50 de un espacio fundamentalmente articulado por los partidos comunistas, sino de un movimiento mucho más plural, sinceramente comprometido con la idea de una Europa neutral y no alineada con ninguno de los bloques. Esa autonomía y diversidad le daban mayor credibilidad ante la opinión pública y le permitían conectar con amplios sectores de la población que ya no temían tanto la invasión de los rusos como la posibilidad de que los europeos fueran a pagar las consecuencias de un enfrentamiento entre los EEUU y la URSS. La posibilidad de un conflicto con armas atómicas parecía más que real y animó a muchos europeos a movilizarse por la paz y el desarme.
La derrota del 'no' a la OTAN en el referéndum español de marzo de 1986 marcó probablemente el inicio del declive del pacifismo europeo
En el nuevo pacifismo europeo confluían diferentes tradiciones políticas. Grupos ecologistas y antinucleares, cristianos progresistas, católicos y protestantes, militantes feministas, izquierdistas de todo pelaje y condición, los nuevos partidos verdes y las viejas organizaciones comunistas y sus sindicatos. Las cosas también habían cambiado en este espacio. La mayoría de los partidos comunistas de Europa Occidental marcaban ahora distancias con la URSS y apostaban por un proyecto propio, el eurocomunismo, partidario de una Europa unida y neutral, independiente tanto de la OTAN como del Pacto de Varsovia, que contribuyera a la distensión internacional y apoyara el desarrollo de los países del llamado Tercer Mundo. En Europa del Este también los esforzados grupos disidentes debatían y escribían a favor del desarme nuclear. Algunos de ellos, húngaros y germanorientales, asistirían a pesar de las dificultades puestas por sus respectivos gobiernos, a la III Convención de la END (European Nuclear Disarmament) celebrada en el verano de 1984 en Perugia, Italia.
Buena parte de los partidos socialistas, laboristas y socialdemócratas sintonizaban asimismo con el momento pacifista que se respiraba en una sociedad europea preocupada por el recrudecimiento de la Guerra Fría. Olof Palme y el partido socialdemócrata sueco serían los principales abanderados de la neutralidad europea y de la construcción de un espacio propio, independiente de ambos bloques. En el Partido Laborista una revuelta de sus bases alejaría durante unos años a la organización de su tradicional atlantismo y la pondría del lado del muy activo movimiento pacifista británico. En la Alemania federal el despliegue de los euromisiles fracturaría al SPD, con el canciller Helmut Schmidt del lado de los EE UU y el presidente del partido, Willy Brandt, apostando por la distensión Este-Oeste. En España Felipe González se apoyaría en la popularidad del rechazo a la OTAN para ganar las elecciones de octubre de 1982, si bien posteriormente se enfrentaría al potente movimiento pacifista, para defender la permanencia del país bajo unas condiciones que no tardaron en incumplirse.
De la casa común europea a la UE de la OTAN
La derrota del 'no' a la OTAN en el referéndum español de marzo de 1986 marcó probablemente el inicio del declive del pacifismo europeo. Las iniciativas de desarme unilateral adoptadas por la URSS y los acuerdos entre Gorbachov y Reagan contribuyeron a alejar el temor del enfrentamiento nuclear y a un relajamiento de la opinión pública europea. El final de la Guerra Fría no llegaría por un pacto entre ambos bloques para construir un nuevo orden mundial, como había intentado Gorbachov, sino por un rápido e inesperado desplome del socialismo real entre 1989 y 1991. En esos tres años el proyecto reformista de la Perestroika sería desbordado por una sucesión de heterogéneos movimientos populares que contarían en todos los países con mayor o menor complicidad de sectores del Estado y de los cuadros dirigentes de los distintos partidos comunistas. No habría una reforma democrática del socialismo, sino sencillamente su demolición.
En la República Democrática Alemana, la intensa movilización popular que en noviembre de 1989 derribaba del Muro de Berlín, daría paso a una acelerada transición al capitalismo. La propuesta de una confederación alemana neutral, fuera de la OTAN, defendida por los soviéticos y los reformistas germanorientales, así como por la socialdemocracia de la RFA, fracasaría estrepitosamente en las urnas y en los foros diplomáticos internacionales. Se imponía la derrota del comunismo, no la negociación con él. Un Gorbachov al frente de una URSS en retroceso no tendría más remedio que admitir un unificación exprés, que en la práctica sería una absorción de la Alemania del Este por la Alemania del Oeste.
La caída de Gorbachov y el ascenso de Boris Yeltsin terminaría de despejar el paso a un acelerado viaje de la Europa socialista al capitalismo en su versión neoliberal y pronorteamericana. Todo lo sólido se disolvía en el aire a una velocidad de vértigo que nadie había imaginado. A lo largo del año 1991 desaparecían el COMECON, el Pacto de Varsovia y finalmente la URSS. Ese mismo año se iniciaban las negociaciones para la ampliación de la OTAN a antiguos miembros del Pacto de Varsovia. La expansión de la OTAN entre 1999 y 2004 iría expandiendo la influencia de los EEUU hasta las puertas de Rusia. Justo lo que Gorbachov había tratado de impedir con aquella propuesta de una casa común europea que algunos vuelven ahora a reivindicar como alternativa a una UE subordinada a los intereses estratégicos norteamericanos.