Análisis
Miremos más allá de las elecciones europeas y retomemos el ¡No a la guerra!

En las elecciones europeas nos jugábamos mucho porque marcarían nuestro devenir y aporte como europeos a cómo hacer frente y movernos frente al agotamiento del modelo surgido tras el colapso de la Unión Soviética.
12 jun 2024 07:00

Estamos asistiendo a un momento clave de la historia. Frente al ensimismamiento occidental, y también europeo, el orden que surgió tras la caída del muro de Berlín está agotado, languidece, está finiquitado, tanto desde un punto de vista estrictamente político, fin del Totalitarismo Invertido -veremos en qué desemboca-; como geopolítico, nos movemos hacia un mundo multipolar; como económico, fin de la globalización y del orden liberal. En este contexto, el principal peligro para la humanidad son los “neocons” estadounidenses, con el conchaveo europeo. Su ceguera, la de los herederos triunfalistas del macartismo, puede acabar arrastrándonos a una guerra. Por eso, de partida, creo que era y es necesario que, desde Europa, se cree una cultura del ¡no a la guerra!

En las elecciones europeas nos jugábamos mucho porque marcarían nuestro devenir y aporte como europeos a cómo hacer frente y movernos frente al agotamiento del modelo surgido tras el colapso de la Unión Soviética. Desde un punto de vista estrictamente político los resultados iban a indicarnos si nos manteníamos en el actual Totalitarismo Invertido; nos movíamos hacia una nueva vuelta de tuerca, el fascismo -replica de la oligarquía estadounidense “neocon”-; o, por el contrario, decidíamos optar por una visión multipolar de respeto a la diversidad y comprometida con la paz, bastante improbable. Finalmente, los europeos han optado por una mantener el statu-quo, pero con un aumento de la extrema derecha. Tiempos de maleza.

El orden surgido tras la caída del muro de Berlín se desquebraja

El actual Totalitarismo Invertido, término que ya hemos introducido varias veces en estas líneas, surge con el hundimiento de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín. Las élites occidentales, que aceptaron el estado social y de derecho por necesidad, se quitaron definitivamente la careta y asaltaron nuestras democracias. De eso va el Totalitarismo Invertido. Recuerden, los elementos básicos son tres. Primero, el asalto del poder corporativo y de las élites económicas, especialmente las financieras, al Estado, vía lobbies y puertas giratorias, imponiendo el mercado como entidad más poderosa que todo lo regula, por encima de las necesidades humanas. Sus políticas ya las conocemos, liberalización económica, desregulación, globalización, financiarización, … El resultado, también, pobreza, desigualdad, sufrimiento. Es aquí donde las fuerzas de izquierdas, pero no solo, deberían haber centrado sus propuestas.

El nuevo Robin Hood, el de las élites, recoloca a los pobres, emigrantes y a los más desfavorecidos donde antes solíamos situar a los otrora ricos y poderosos

Segundo, la antidemocracia que, a través de unos medios de comunicación aduladores con el poder, pero duros con el disidente, promueven la desmovilización cívica. Finalmente, el dominio de la élite, utilizando como motor la desconfianza y el miedo. Estas élites metieron sus sucias manos hasta en los conceptos más románticos como el mito de Robin Hood. El nuevo Robin Hood, el de las élites, recoloca a los pobres, emigrantes y a los más desfavorecidos donde antes solíamos situar a los otrora ricos y poderosos. El caso extremo, ese tipo argentino, cuyo nombre no quiero mentar, y que tan fieles seguidores tiene entre los votantes patrios de “extremo centro”. Acuérdense del término despectivo que esos políticos de “extremo centro” introducen, día sí y día también, las “paguitas”. Los prefieren pobres y serviles.

Este momento político, el del Totalitarismo Invertido, fue posible por la convergencia de liberales, conservadores, democratacristianos y socialdemócratas bajo un mantra falso, la famosa expresión thatcheriana, “there is no alternative”. Sin embargo, ¡claro que la había, la hay, y la habrá! Pero para ello los ciudadanos de las democracias deben recobrar el control de éstas. Ello requerirá, en el momento actual, de la búsqueda de coaliciones entre distintos grupos sociales. Concretamente entre la burguesía productiva y la clase trabajadora frente a la burguesía extractiva. Permítanme desarrollar brevemente esta idea, a través de un artículo académico que ustedes ya conocen.

Ese choque de trenes, burguesía productiva y factor trabajo versus capital extractivo, decidirá nuestro porvenir

En Declining Labor and Capital Shares, publicado en 2020 en The Journal of Finance, el autor, Simcha Barcai, muestra que la participación del capital, igual a la relación entre los costes de capital y el valor añadido bruto, no compensa el descenso de la participación del trabajo. En cambio, un gran aumento de la participación de los beneficios puros compensa los descensos en la participación del trabajo y del capital. Los beneficios puros son lo que una empresa gana por encima de todos los costes de producción (materias primas, mano de obra y costes de capital). El aumento de los beneficios puros, consecuencia del aumento del poder de mercado, debido a la financiarización, está afectando negativamente tanto al capital productivo como al factor trabajo. Por lo tanto, como corolario, en la situación actual, debe haber un pacto táctico entre la burguesía productiva y el factor trabajo, porque ambas están perdiendo, en esta economía financiarizada, frente al capital extractivo. La izquierda, y espero que lo entienda, debe buscar esa coalición. Enfrente tendrán a cierta derecha, en nuestro país la encarnada por la tal Ayuso, sin duda la gran promotora del capital extractivo patrio. Ese choque de trenes, burguesía productiva y factor trabajo versus capital extractivo, decidirá nuestro porvenir.

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¡Cuidado con los “neocons” estadounidenses!

Desde un punto de vista geopolítico estamos ya en un mundo multipolar donde el poder omnipresente de los Estados unidos languidece. El principal problema para la humanidad es que quienes encarnan ese poder, los herederos de marcantismo, desenvolvieron la bandera de la intolerancia en todo su esplendor. El mundo es un lugar heterogéneo, y, occidente, especialmente Europa, debería haber potenciado un sistema mundial de relaciones internacionales basado en la tolerancia, y no la imposición. Pero no solo no fue así, sino que estos tipos, que se creen por encima del bien y del mal -se atreven a amenazar a la Corte Penal Internacional, por si decide acusar de crímenes de guerra a Netanyahu y su tropa-, montan golpes de Estado, vestidos de primaveras de colores, y son, tal como señala el gran Rafael Poch, la mafia, de entre las mafias de este mundo, que más tiene las manos manchadas de sangre.

Las élites del sur global no las soportan, y se están posicionando con Rusia y China

Sin embargo, su tiempo, aunque no lo sepan, ya ha pasado, ha acabado. Las élites del sur global no las soportan, y se están posicionando con Rusia y China. Ello no quiere decir que estos “neocons” intenten una penúltima huida hacia adelante y nos metan a nosotros, los europeos, en una guerra, continuación de la de Ucrania, que jamás debió iniciarse. El problema es que Rusia, y lo ha dicho claramente, utilizará armas nucleares tácticas. Y no van de farol.

Europa, sin duda, desaprovechó la oportunidad que se le abrió con la Gran Recesión. En vez de haber buscado un nuevo equilibrio global post-crisis, que pasaba por reforzar e intensificar las agendas y reuniones entre Eurolandia y los países BRICS, nos convertimos en una colonia definitiva de los Estados Unidos, ligando nuestra suerte al devenir estadounidense. Para ello, y sobre todo para desgracia de la población ucraniana, se activó el avispero ucraniano. Y es allí donde nos encontramos. Esperemos que el nuevo parlamento europeo actúe con cabeza y enarbole el ¡No a la guerra! Veremos.

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