Análisis
Las FDI, la construcción de la nación y el militarismo israelí

La deshumanización israelí de los palestinos no es un signo de fortaleza social, sino de una dolencia terminal del tejido social del sionismo. Es lo que provocará su disolución.
Entrada Tanques Israelies
Fuerzas armadas Israelíes entran en la Franja de Gaza. Foto: IDF

Es profesor investigador asociado en SOAS (University of London) y miembro fundador de la Jewish Network for Palestine (Reino Unido). Autor de An Army Like No Other: How the IDF Made a Nation (2020).

19 nov 2023 06:05

Antes del 7 de octubre, Israel era ya una nación desgarrada. Tras nueve meses de manifestaciones masivas contra el primer ministro Benjamin Netanyahu y su golpe judicial, la polarización conocía máximos históricos. El rencor y la determinación concentrados en hacer caer a su gobierno habían galvanizado a más de la mitad del país. Notablemente, a las protestas se unieron antiguos oficiales del ejército, el Mossad y el Shabak, así como empleados de las principales empresas de alta tecnología, que constituyen la columna vertebral del complejo industrial militar israelí. Parecía que Netanyahu caería en cuestión de meses. Mientras todas las miradas se centraban en el esperado veredicto del Tribunal Supremo sobre uno de los cambios introducidos por la legislación en materia judicial aprobada por su gobierno, nadie prestó demasiada atención a Gaza. A pesar de las advertencias de los servicios de inteligencia egipcios, el ataque de Hamás del 7 de octubre constituyó una sorpresa. Para comprender plenamente la conmoción que este ha infligido a la sociedad israelí, hay que remontarse al momento de la creación de la nación israelí.

Una institución de construcción nacional

La construcción del ejército israelí comenzó mucho antes de la creación de Israel. Los dirigentes sionistas de la Palestina británica eran muy conscientes de la necesidad de disponer de una fuerza militar moderna para arrebatar la tierra a la población autóctona. En 1946 las organizaciones sionistas controlaban menos del 7 por 100 de los territorios palestinos. A lo largo de las décadas de 1920 y 1930, tres organizaciones rivales –la Haggana, el Irgun y Lehi– entrenaron y armaron secreta e ilícitamente a decenas de miles de combatientes y construyeron plantas de construcción de armamento rudimentarias pero eficaces. Al final de la guerra árabe-israelí de 1948, sus filas se habían engrosado hasta alcanzar los 120.000 efectivos tras unirse a ellos miles de soldados británicos que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial y supervivientes de los campos de exterminio de la Alemania nazi. Durante la guerra de 1948 esta formidable fuerza derrotó fácilmente a los pocos miles de soldados irregulares carentes de entrenamiento procedentes de Palestina y a las fuerzas muy inferiores de los países árabes circundantes: Jordania, Egipto, Siria e Iraq. Como resultado de todo ello, aproximadamente 750.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras y el nuevo Estado de Israel pasó a controlar el 78 por 100 de Palestina.

La nación que David Ben-Gurion creó sería una nación en armas, que se encontraría en un estado permanente que no sería ni de paz ni de guerra

El recién creado Israel tenía un gran ejército pero no tenía nación. Los 650.000 judíos de la nueva entidad política distaban mucho de ser un grupo homogéneo: hablaban numerosas lenguas, procedían de culturas diversas y no compartían una ideología política. El primer presidente del gobierno de Israel, David Ben-Gurion, se percató inmediatamente de ello. La nación que él crearía sería una nación en armas, que se encontraría en un estado permanente que no sería ni de paz ni de guerra. Para que este modo de existencia se convirtiera en el modus vivendi de Israel, se necesitaría un gran proyecto de ingeniería social que duraría décadas y exigiría una renovación constante. Así pues, al igual que el Estado israelí fue creado por el ejército sionista, también lo fue la nación israelí. Al fin y al cabo, era la institución de mayor envergadura, la más rica y la más poderosa de Israel.

La conscripción de todos los varones adultos, así como de muchas mujeres, creó una experiencia común a partir de la cual empezó a surgir una identidad común basada en el conflicto con los palestinos y las naciones árabes. A través de una larga serie de guerras iniciadas por Israel, así como de campañas militares más limitadas lanzadas entre ellas, se creó una identidad nacional totalmente dependiente del ejército. Otros asuntos podían dividir a los israelíes, pero prácticamente la totalidad de su población era miembro del mayor club de la sociedad israelí, el cual traspasaba fronteras de clase, cultura, lengua y religión. El ejército se convirtió en una organización en la que confiaba la totalidad de los judíos israelíes, a diferencia de todas las demás organizaciones cívicas y estatales, que dividían a la población en lugar de unirla. Israel se convirtió así en una democracia guerrera similar a una Esparta moderna, dotada de un ejército ciudadano de judíos del que formaba parte también una pequeña minoría de drusos y beduinos.

De un ejército profesional a una policía colonial

El ejército de Israel fue elevado en la opinión pública a tales cotas de prestigio que incluso cuando las fuerzas egipcias y sirias le asestaron un golpe devastador en la guerra de 1973, la culpa recayó principalmente sobre los políticos, ya fuera la primera ministra Golda Meir o el ministro de Defensa Moshe Dayan, y no en los oficiales del mismo. La derrota parcial fue una señal temprana de un importante proceso que había comenzado en 1967, esto es, la transformación del ejército israelí en una fuerza policial colonial glorificada.

A sus tropas, en lugar de concentrarse en la amenaza de combatir a los ejércitos extranjeros, se les encomendó la tarea de subyugar a más de un millón de palestinos en los territorios recién ocupados de Cisjordania y Gaza. Cuando el Estado israelí empezó a colonizar ilegalmente esas tierras, el ejército fue desplegado para vigilar y facilitar el proceso. Otro factor que aceleró aún más esta transformación fue la pacificación y normalización de las relaciones con los Estados árabes logradas con la ayuda del aliado más cercano de Israel, Estados Unidos, que ejerció la consabida presión sobre los mismos. Estos esfuerzos diplomáticos dejaron totalmente de lado a los palestinos. La normalización comenzó con la firma del tratado de paz con Egipto en 1979, al que siguió el firmado con Jordania en 1994. Luego vinieron los Acuerdos de Abraham de 2020 firmados con los EAU, Bahréin, Marruecos y Sudán, que normalizaron también sus relaciones, mientras Arabia Saudí declaraba su voluntad de seguir su ejemplo.

Al igual que en 1973, el ataque por sorpresa pilló desprevenido al ejército israelí y algunos soldados aún estaban en ropa interior y sin sus fusiles en la mano, cuando fueron conscientes de lo que estaba pasando

Este proceso eliminó la amenaza de ataques militares contra Israel procedentes de los países árabes vecinos, lo que permitió al ejército israelí concentrarse en la represión de la población palestina. Más confiado que nunca en sus acuerdos de seguridad, el Estado israelí se volvió también mucho más extremista en sus políticas hacia los palestinos, lo cual se agravó ulteriormente en 2023, cuando el primer ministro Benjamin Netanyahu volvió al poder, impulsado por los Acuerdos de Abraham y apoyado por diversos partidos de colonos de extrema derecha. Su gobierno comenzó a orientarse de forma aún más agresiva hacia la fase final del proyecto sionista: despojar a los palestinos del 12 por 100 de la Palestina histórica que aún se halla bajo su control parcial. Recientemente, al aumentar la tensión en Cisjordania debido a los pogromos ejecutados por los colonos, miles de tropas israelíes fueron trasladadas allí tras retirarlas de la operación de cercamiento de Gaza para proteger a estos en sus continuos ataques perpetrados contra la población palestina y facilitar así la expulsión de sus tierras de las familias palestinas.

En medio de esta escalada, Netanyahu siguió creyendo que era altamente improbable que se produjeran problemas cuyo origen fuese Gaza, ya que Hamás y la Yihad Islámica no podían enfrentarse al poderío del ejército israelí, dada su superioridad tecnológica y su vasto aparato de inteligencia. Ello encajaba en todo caso con la política israelí de ayudar a Hamás para debilitar a la Autoridad Palestina. Los palestinos eran una nación desorganizada, pobre y aislada, privada de un ejército propiamente dicho y carente de armamento pesado de todo tipo: ¿de qué había que preocuparse?

La conmoción del 7 de octubre

Pero entonces, surgido de la nada, llegó el ataque de Hamás del 7 de octubre y el cielo se derrumbó. Una pequeña fuerza palestina de poco más de 2.000 combatientes penetró en territorio israelí y se apoderó de varias bases militares y bastiones situados en el sur de Israel. Al igual que en 1973, el ataque por sorpresa pilló desprevenido al ejército israelí y algunos soldados aún estaban en ropa interior y sin sus fusiles en la mano, cuando fueron conscientes de lo que estaba pasando. En cuestión de horas, utilizando una combinación de ataques con misiles, aviones no tripulados, armas ligeras, motocicletas y parapentes motorizados, los combatientes de Hamás fueron capaces de derrotar a todas las fuerzas que defendían el teatro de Gaza, matar a cientos de soldados israelíes, llevar a cabo masacres de civiles y regresar a Gaza con más de 250 rehenes, que planeaban canjear por los miles de prisioneros palestinos presos en las cárceles israelíes.

Dado que la mayoría de los israelíes adultos, hombres y mujeres, han servido en el ejército israelí, su identidad, tanto personal como socionacional, le debe más al mismo que a cualquier otra institución de Israel

Tras la conmoción inicial, al ejército israelí le costó lanzar una respuesta coordinada. Algunas unidades de refuerzo tardaron horas en llegar al lugar de los hechos y, cuando lo hicieron, los combates con los combatientes de Hamás no estuvieron en absoluto bien concebidos. De acuerdo con determinados informes, civiles retenidos como rehenes y tropas israelíes pueden haber muerto en el fuego cruzado o debido a la realización indiscriminada de disparos, ataques aéreos y fuego de tanques para atacar a los combatientes de Hamás parapetados en los kibutzes. El ejército no fue capaz de restablecer el control total del sur durante varios días.

«Todo el mundo en Gaza es Hamás» es un lema normalizado de muchos periodistas y columnistas en estos momentos, mientras las apuestas se elevan a diario

Tal vez todo esto no era tan sorprendente, dado que el ejército israelí nunca ha ganado una batalla de forma decisiva desde 1967 y no ha luchado contra un ejército regular desde 1973. Cuando se ha enfrentado a pequeños grupos de la resistencia, como la OLP, Hezbolá o Hamás, su éxito ha sido discreto. La explicación de esta situación es la transformación del ejército israelí en una brutal fuerza policial colonial, que durante décadas ha combatido sobre todo contra hombres, mujeres y niños desarmados. El ejército israelí carece en estos momentos de entrenamiento para librar una guerra y subestima continuamente la capacidad y los recursos de sus enemigos. Lo que resultó especialmente impactante para los israelíes del ataque de Hamás fue el hecho de que los portavoces y mandos del ejército admitieran el caos absoluto y los innumerables errores cometidos por todos los implicados en la respuesta militar al mismo. Los israelíes se dieron cuenta de que su ejército no era capaz de protegerles a pesar del enorme presupuesto de que dispone, del enorme número de soldados que conserva, de las avanzadas tecnologías que emplea, etcétera. El hecho de que esta dolorosa derrota fuera infligida por un adversario tan inferior es el insulto más hiriente que pueda proferirse a la identidad militarizada israelí.


Dado que la mayoría de los israelíes adultos, hombres y mujeres, han servido en el ejército israelí, su identidad, tanto personal como socionacional, le debe más al mismo que a cualquier otra institución de Israel. Cuando el ejército fracasa de forma tan espectacular, se trata de un fracaso compartido por todos los israelíes. La derrota del ejército israelí es una derrota de la totalidad de los judíos israelíes. El cambio sociopolítico registrado en Israel ha sido inmediato y generalizado, desplazando a los judíos israelíes bruscamente hacia la derecha racista a la que muchos de ellos se oponían antes de la crisis de Gaza. Incluso famosos académicos, como el sociólogo Sami Shalom Chetrit, consideraron aceptable y necesario escribir, sólo dos días después del ataque lo siguiente: «En primer lugar quiero hacer una aclaración: todos los miembros de Hamás, desde el jefe hasta el asesino más rastrero, morirán. Me disgustan las guerras (con una tuve suficiente) pero no soy pacifista. Yo mismo les dispararía».

Esta actitud es típica de muchas reacciones de la clase media profesional y desde luego no se cuenta entre las declaraciones más inquietantes. Uno tiene la tentación de pensar que estas palabras se escribieron en caliente, pero no es así: la reacción al ataque de Hamás y la profunda humillación que ha causado a la totalidad de los y las israelíes judíos les ha empujado a extender la posición anteriormente mantenida por las milicias de colonos de extrema derecha protagonistas de los pogromos a todos los palestinos. «Todo el mundo en Gaza es Hamás» es un lema normalizado de muchos periodistas y columnistas en estos momentos, mientras las apuestas se elevan a diario y se intensifican con el pleno apoyo de la población. No creo que estos comportamientos sean fenómenos pasajeros ni que sean reversibles. Y no hay signos de ningún examen de conciencia en la opinión pública israelí ahora que está meridianamente claro que no hay solución militar al conflicto colonial, a menos que Israel decida emprender la eliminación de todos los habitantes de Gaza. Esta opción genocida ya ha sido barajada por algunos ministros israelíes; uno de ellos incluso sugirió utilizar armas nucleares para llevar a cabo esta tarea. Por desgracia, como señalaba la activista y periodista Orly Noy en un artículo reciente, amplios sectores de la sociedad israelí también la han abrazado.

Un documento interno fechado el 13 de octubre pasado y filtrado a los medios de comunicación israelíes deja al descubierto el objetivo final israelí tras la «esperada derrota de Hamás». En él se describen las tres fases de la planificada toma israelí de la Franja de Gaza, que incluyen una campaña de bombardeos centrada en el norte, un ataque terrestre para limpiar la red subterránea de túneles y búnkeres y, por último, la expulsión de los civiles palestinos a la península egipcia del Sinaí sin opción de retorno. En los últimos días, hemos sido testigos de cómo este programa de tres fases tomaba forma en el terrible paisaje de la destrucción israelí de Gaza. En el momento de escribir estas líneas, Israel ha matado a más de 10.000 palestinos y herido a decenas de miles, además de provocar casi tres mil desapariciones bajo los escombros de los edificios destruidos. La ira de Israel no tiene límites. La deshumanización israelí de los palestinos no es un signo de fortaleza social, sino de una dolencia terminal del tejido social del sionismo. Creo que es lo que provocará su disolución.

El ejército israelí, autor y verdugo de la Nakba de 1948 y de la Naksa de 1967, lleva a cabo ahora la Nakba de 2023. Es un acto terrorífico de genocidio y limpieza étnica, que probablemente no será el último. Todavía hay más de cuatro millones de palestinos entre el río y el mar. El plan para expulsarlos está escrito desde hace mucho tiempo. Los dirigentes de Occidente, en su criminalidad política y moral, han suscrito con entusiasmo este plan sin siquiera leerlo. Si creen que esto ayudará a Israel y traerá estabilidad a la región, deben ser realmente muy ilusos.

Al Jazeera
Artículo original: Israel’s military failed the nation, but that won’t end Israeli militarism, publicado originalmente por Al Jazeera y traducido y republicado con permiso expreso de su autor por El Salto. Véase Ilan Pappé, «Fantasías de Israel. ¿Puede sobrevivir el proyecto sionista?», Sidecar/El Salto.
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