Análisis
El auge de Alternativa para Alemania (AfD): lo que era impensable ha dejado de serlo

Con 77 diputados, Alternativa para Alemania es la quinta fuerza en el Bundestag. En las encuestas de intención de voto es ahora mismo la segunda fuerza, por detrás de las conservadoras CDU y por delante del Partido Socialdemócrata Alemán.
Alice Weidel AfD
Alice Weidel, preside hoy la oposición parlamentaria a Merkel en Alemania. Foto: Olaf Kosinsky
1 dic 2024 05:43

El título de esta intervención –Alternativa para Alemania (AfD): lo que era impensable ha dejado de serlo– es una referencia a Primo Levi, evidentemente, pero también algo así como un recordatorio de una expresión que la prensa internacional usó años atrás de manera repetida para hablar del ascenso de Alternativa para Alemania. Con esta expresión se aludía, claro está, a la experiencia del país con el nazismo y el proceso de desnazificación, una experiencia que supuestamente había de inmunizar a la población contra la ultraderecha. Una expresión, ésta de “lo que era impensable ha dejado de serlo”, que ya hemos olvidado que se usó hace unos pocos años: hasta tal punto se ha normalizado la existencia de Alternativa para Alemania.

Alternativa para Alemania es hoy una formación consolidada en el sistema de partidos alemán. Con 77 diputados, es la quinta fuerza en el Bundestag. Está presente en los 16 estados federados y tiene representación en todos sus parlamentos regionales menos uno, el de Schleswig-Holstein. En las últimas elecciones al Bundestag, en 2021, obtuvo más de cuatro millones y medio de votos y en las encuestas de intención de voto es ahora mismo la segunda fuerza, por detrás de los conservadores de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y por delante del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). En el último ciclo electoral ha sido la segunda fuerza en las elecciones al Parlamento Europeo de junio, la segunda fuerza en las elecciones regionales de septiembre en Brandeburgo y Sajonia, y la primera en las elecciones regionales de septiembre en Turingia. ¿Cómo ha sido posible este ascenso de un partido de ultraderecha en un período de poco más de una década?

En 2017 consiguió un 12,6% de los votos y se convirtió, tras la formación de una Gran Coalición entre la CDU y el SPD, en el líder de la oposición

Según el relato oficial, Alternativa para Alemania se fundó en 2013 como un partido euroescéptico y en 2015 se convirtió definitivamente en un partido de ultraderecha. Hoy este relato merece ser matizado, no solamente porque el supuesto “euroescepticismo” —y la monopolización misma del término convendría ser cuestionada— es, como sabemos, un área concomitante a la ultraderecha (no hay más que ver el ejemplo del Partido de la Independencia en el Reino Unido, UKIP), sino porque entre los miembros fundadores se encontraban Alexander Gauland y Frauke Petry, portavoz y presidenta respectivamente del partido cuando éste se había alineado ya con los postulados de los partidos de ultraderecha del entorno europeo.

El crecimiento del partido en las elecciones ha sido constante. Si en 2013 quedó fuera del Bundestag por muy poco —obtuvo un 4,7% y el umbral para entrar es del 5%—, en 2017 consiguió un 12,6% de los votos y se convirtió, tras la formación de una Gran Coalición entre la CDU y el SPD, en el líder de la oposición. En las últimas elecciones retrocedió ligeramente, con un 10,4% de los votos. Una progresión parecida la encontramos en las elecciones al Parlamento Europeo: de un 7,1% en 2014 a un 11% en las de 2019 y un 15,9% en las de 2024, en las que se convirtió en segunda fuerza incluso después de verse salpicado su candidato por diferentes escándalos que llevaron a la ruptura con Identidad y Democracia (ID), el grupo al que pertenecía, y a la creación de un nuevo grupo, el llamado Europa de las Naciones Soberanas (ESN).

A nivel regional la evolución es más desigual, con un crecimiento mucho más pronunciado en los llamados nuevos estados federados (Neue Länder), es decir, aquellos estados federados que formaban parte de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA), por motivos que pasaré a explicar a continuación. Más preocupante todavía es cómo Alternativa para Alemania se ha convertido en la opción preferida entre los votantes jóvenes —entre 18 y 24 años— y los trabajadores. Un 33% de los votantes de Alternativa para Alemania en las elecciones europeas eran trabajadores, un porcentaje que aumenta en los casos de Turingia (49%), Sajonia (45%) y Brandeburgo (46%). El candidato de Tunrigia, donde Alternativa para Alemania ha obtenido sus mejores resultados, es Björn Höcke, que lidera la facción más extremista del partido, llamada Der Flügel, y que ha expresado reiteradamente ideas de extrema derecha. Höcke incluso ha usado en sus discursos expresiones asociadas al Tercer Reich.

Como he dicho al principio, el caso alemán fue observado por los analistas con una especial preocupación por el pasado histórico del país. En Francia, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen había estado representado en la Asamblea Nacional prácticamente de manera ininterrumpida desde 1986 —desapareció en 2007 para regresar en 2012— y en Italia Berlusconi había ganado las elecciones en 1994 en coalición con el Movimiento Social Italiano (MSI) —el partido heredero del fascismo— y las de 2001 con Alianza Nacional (AN), el partido sucesor del Movimiento Social Italiano, una alianza que mantuvo en los siguientes comicios.

En Alemania, en cambio, la ultraderecha pasaba por ser un fenómeno políticamente marginal, con formaciones como la Unión del Pueblo Alemán (DVU) o el Partido Nacional-Demócrata Alemán (NPD) —cuyo nombre deja muy poco margen a la interpretación—, sin representación a nivel federal y vigilados por los servicios secretos. Además, Alemania se preciaba de su esfuerzo político y social en la persecución de los discursos, expresiones y simbología de extrema derecha —tipificado en el artículo 86a del código penal y de aplicación mucho más estricta y frecuente que en otros países— y el fomento de una política memorialista.

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La respuesta a la pregunta de cómo un partido como Alternativa para Alemania ha podido llegar a convertirse ahora mismo en la segunda fuerza en intención de voto, y tener el éxito que ilustran algunas de las cifras que he proporcionado antes, sobrepasa el marco de esta intervención, pero aquí podemos apuntar a algunos de los motivos.

El primero es uno bastante conocido, que es, por usar un término del ámbito de la medicina, el de la habituación. En el marco de la Unión Europea, el ascenso de un partido de ultraderecha en un país legitima y normaliza el ascenso de un partido de ultraderecha en otro, especialmente si se trata en países con un importante peso económico y proyección internacional, como es el caso de Francia, o de los que existe la percepción de un estado democrático impecable y de un modelo del bienestar sólido, como Suecia o Finlandia. La idea general viene a ser la siguiente: si lo que ha pasado allí es “normal”, ¿por qué no ha de serlo también aquí?

El segundo es la gestión de la llamada crisis de los refugiados de 2015. Solo en 2015 unas 89.000 personas se inscribieron como demandantes de asilo en Alemania, muchos de ellos procedentes de países de Oriente Medio afectados por conflictos, el más importante de los cuales entonces era el de Siria. Las políticas neoliberales y las políticas de acogida no acostumbran a funcionar muy bien cuando van de la mano, por muy bienintencionado que sea su discurso. Muchos municipios alemanes se vieron rápidamente desbordados por la llegada de refugiados, y sin recursos. Para que haya una integración con éxito en estas condiciones —llegada súbita de cientos de miles de refugiados e inmigrantes que necesitan alojamiento, vestido y alimentos, pero también apoyo psicológico, clases de idioma alemán y orientación sociolaboral— han de haber inversiones en personal e infraestructuras en consonancia.

En los Estados de la antigua RDA, la crisis golpea a un tejido social que ya había sido castigado por la desindustrialización de los años inmediatamente posteriores a la Reunificación

A todo ello se añadió una visión económica e instrumental de los refugiados y los inmigrantes: la idea, expresada abiertamente, de que su acogida era por motivos humanitarios, acompañada de otra idea, expresada discretamente, de que servirían para suplir la carencia de mano de obra cualificada en el sector industrial y servicios del mercado laboral. Esta conjunción llevó a que muchos trabajadores viesen en los refugiados futuros competidores por unos puestos de trabajo y servicios públicos cada vez más escasos y difíciles de conseguir.

A un nivel ideológico, este pretendido giro socialdemócrata de la CDU con Angela Merkel llevó a que se abriese una fuga de agua a la derecha —una fuga que ahora mismo la CDU con Friedrich Merz está intentando cerrar—. Para que nos hagamos una idea de la importancia que tiene la política migratoria entre los votantes de Alternativa para Alemania, según una encuesta de infratest, en las últimas elecciones europeas los votantes de Alternativa para Alemania dieron como motivos más importantes para votar a este partido la inmigración, con un 46%, seguida de la paz en las relaciones internacionales, con un 17%, la seguridad social, con un 15%, y el crecimiento económico, con un 12%.

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El tercer motivo es la crisis del modelo económico y, asociado a éste, del peso político internacional de Alemania. Esta crisis de un modelo que basaba su crecimiento en la exportación de manufacturas, por una parte, y el estancamiento salarial de sus propios trabajadores y la falta de inversiones suficientes en infraestructuras y servicios, por la otra, es el resultado de la demora en la introducción de reformas para modernizar su sector industrial y hacer a su sector terciario más socialmente justo. Este modelo, que había comenzado a dar muestras de agotamiento antes de la pandemia por los cambios en la política económica y exterior de los Estados Unidos y por el ascenso de China a primera potencia económica, se vio definitivamente trastocado con las sanciones de la Unión Europea a Rusia en respuesta a la invasión de Ucrania en 2022 y su efecto bumerán y la explosión del gasoducto NordStream.

Estos acontecimientos han llevado a un incremento de los precios de la energía que ha tenido un impacto directo en las principales industrias del país, todas las cuales requieren de un gran consumo energético: la de la construcción de maquinaria, la química y la del automóvil. Esta última, además, llega tarde a la sustitución del parque automovilístico por los vehículos eléctricos, un mercado liderado por China. Como consecuencia de ello Alemania ha perdido competitividad a nivel internacional, se han anunciado despidos masivos, relocalizaciones y cierre de fábricas, y la propia imagen internacional de Alemania, la etiqueta “Made in Germany”, se ha visto perjudicada.

En el caso de los estados federados de la antigua Alemania oriental, que recientemente habían comenzado a “atrapar” económicamente a los de Alemania occidental —en parte, irónicamente, a que los indicadores de bienestar de algunos de éstos habían retrocedido—, y que desde hace años pierden población, esta crisis es vivida de manera más dramática. Y es sentida así porque golpea a un tejido social que ya había sido castigado por la desindustrialización de los años inmediatamente posteriores a la Reunificación, un proceso que hoy día muy poca gente se atreve a presentar ya con el entusiasmo de hace unos años.

El cuarto, que puede parecer contrario al anterior y no acostumbra a aparecer demasiado en los análisis sobre el fenómeno de Alternativa para Alemania por motivos bastante obvios, es el chovinismo económico alimentado por el gobierno y los medios de comunicación alemanes durante la crisis de deuda en Europa. Durante estos años tanto el gobierno como los medios de comunicación difundieron la idea de que Alemania era un oasis de estabilidad, la locomotora económica de la Unión Europea ante una Francia decadente en todos los aspectos y de una Europa meridional sobre la que se recuperaron todos los peores tópicos.

Recordemos, de pasada, el acrónimo PIGS para referirse a Portugal, Italia, Grecia y España, o la portada del semanario Der Spiegel con un fotomontaje de un jubilado a lomos de un asno cargado con sacas de dinero y el titular “Cómo los países en crisis de Europa ocultan su riqueza”. Estos excesos en la cobertura de la crisis de la deuda en los medios de comunicación alimentaron la imagen de que los ciudadanos del sur de Europa estaban aprovechándose de los alemanes y de su trabajo. Este discurso alimentó, como no podía ser de otro modo, el nacionalismo económico —Merkel enalteció la figura de la “ama de casa suaba” que vela por el presupuesto del hogar y promueve la virtud del ahorro—, que es una vía de entrada tan buena como cualquier otra al chovinismo tout court.

Estos cuatro elementos crearon, a grandes rasgos, el caldo de cultivo que ha permitido el crecimiento de Alternativa para Alemania. Pueden añadirse otros rasgos comunes a otros países europeos y que acostumbran a ser pasados por alto demasiado frecuentemente por algunos de los comentaristas de la extrema derecha. Citaré un par que, creo, conviene destacar.

El primero es que esta ultraderecha, a pesar de mantener, claro está, vínculos ideológicos y discursivos con el fascismo histórico, también ha evolucionado y se ha modernizado en sentidos que conviene estudiar con un mayor detenimiento. Mencionaré aquí solamente un par de ejemplos.

En contra de la ordenación de preferencias que acostumbramos a atribuir a colectivos históricamente minorizados o marginados, Alice Weidel, la copresidenta de Alternativa para Alemania, es mujer, es lesbiana y su pareja es una inmigrante de Nepal. Estos tres rasgos no son vistos por la mayoría del partido como una contradicción, sino como una manera de abrirse paso en capas sociales que hasta la fecha les estaban vetadas, y que exige un análisis más concreto más allá de las superficiales políticas de la identidad a las cuales ciertas izquierdas han estado abonadas en los últimos años.

El otro ejemplo está relacionado, y es como el antisemitismo histórico ha sido desplazado por una defensa encarnizada del estado de Israel. Lo que, una vez más, no es una contradicción, sino una consecuencia lógica: no sólo les permite sacudirse de encima el aspecto más negativo de este espacio político a ojos de la opinión pública alemana, sino que también potencia y camufla su islamofobia —digo potencia porque permite difundirla con la pátina de lucha contra el antisemitismo– y se alinea con su modelo de estado y sociedad: conservadora, militarizada y etnonacionalista.

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El segundo motivo es la existencia de una red que tiene como objetivo conquistar “la hegemonía cultural”, siguiendo las tesis de la Nouvelle Droite francesa y su particular lectura de Gramsci. Estas redes acostumbran con demasiada frecuencia a ser pasadas por alto y contribuyen a la percepción de un crecimiento repentino e inesperado de estos partidos. No sólo se trata de redes sociales como X o Tik Tok —y que no podrían funcionar si no fuese por el descrédito de los medios de comunicación generalistas—, sino de formas de movilización difusa (sin convocantes claros ni afiliación directa de sus participantes) —la más famosa de las cuales son las manifestaciones del movimiento Pegida (siglas de Patriotas Europeos Europeos contra la Islamización de Occidente), ya disuelto—; se trata de fundaciones como el Institut für Staatspolitik (IfS), dirigido por el teórico de la nueva derecha Götz Kubitschek, o la Desiderius Erasmus, vinculada al partido; y de iniciativas editoriales como la revista Compact, dirigida por Jürgen Elsässer, el periódico Junge Freiheit, o la editorial Antaios, el catálogo de la cual se nutre en buena parte de autores de la revolución conservadora de los años veinte y treinta del siglo pasado y que contribuye a dotar de perspectiva histórica y legitimidad intelectual a la ultraderecha actual, además de formar a sus cuadros e ideólogos.

Otra pregunta que se plantea ante esta situación es por qué la izquierda no ha aprovechado estas crisis. Los motivos son básicamente tres: las disensiones internas, la falta de foco político y discursivo, y una presión constante de los medios de comunicación. La aparición de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) —una polémica escisión por la derecha de Die Linke que defiende una política de inmigración más restrictiva— ha recuperado una parte de este voto fugado, pero no tanto como los propios impulsores de esta escisión esperaban.

Unos apuntes sobre la memoria histórica en Alemania. Uno se pregunta —o se preguntaba— cómo ha sido posible el ascenso de un partido de ultraderecha en un país que había invertido tanto en políticas de memoria histórica. Este mismo hecho tendría que llevar a quien se formula la pregunta a buscar una respuesta, y la primera respuesta es que si ha sido posible este ascenso es porque alguna cosa fallaba. El cambio generacional no basta para explicarlo. El antifascismo oficial alemán tenía muchas zonas grises: desde el pago, durante años, de pensiones a los veteranos de la División Azul —en contraste con los prisioneros de guerra soviéticos, que no comenzaron a recibir compensaciones hasta 2016— hasta el enaltecimiento de los miembros del llamado complot del 20 de julio encabezados por el militar Claus von Stauffenberg —que tenía muy poco de demócrata—, pasando por el papel secundario que se otorga actualmente a la resistencia comunista, los miembros de la cual se viene a considerar que ya fueron suficientemente homenajeados en la República Democrática Alemana.

Si no se tiene en cuenta los ingredientes de este caldo de cultivo, entonces se incrementa la percepción del ascenso de estas fuerzas como “inesperado” o “inexplicable”. No es que el aumento de la ultraderecha fuese, por tanto, “inimaginable”, ni en Alemania ni cualquier otra parte. Las condiciones para que se produjese estaban ahí. La ultraderecha, sencillamente, supo aprovecharlas.

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