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Opinión
Ultraliberales y ultrabanales
En buena lógica podría hablarse de una moda retro; como las hombreras o la barba hipster. Por supuesto que no toda la juventud sigue esta tendencia, ni faltan tampoco personas de otras generaciones de más edad que también manifiestan sus simpatías por el liberalismo salvaje que arrasa en el panorama internacional. En este supuesto de las gentes con más recorrido vital se dan incluso casos de hombres y mujeres que, en épocas pasadas, militaron en posiciones situadas en las antípodas de las ideas que ahora defienden.
No faltan teóricos capaces de pronunciar una conferencia o escribir densos ensayos sobre las supuestas ventajas de dejarlo todo en manos del mercado y reducir el Estado de bienestar a su mínima expresión; una casi simbólica presencia en la que, sin embargo, no se ponga límite a los crecientes presupuestos militares que respalden con las armas la colonización capitalista en cualquier rincón del planeta y alimenten aparatos represivos que puedan neutralizar la más elemental disidencia interior en el mundo desarrollado. Pero lo cierto es que la mayoría de estos profetas del culto al libre mercado son oscuros personajes, en muchos casos con tan escasas letras como luces, que desde las tertulias y las redes sociales lanzan todo tipo de barbaridades y mentiras a unas hordas de seguidores que tampoco van sobrados de lecturas y reflexiones sobre los hechos y las ideas que recorren la historia.
Podemos entender que estos elementos que se ganan, y muy bien, la vida defendiendo el sistema que está conduciendo a la humanidad hacia su propia extinción por culpa del cambio climático, el agotamiento de los recursos y las guerras por la hegemonía mundial, intenten vendernos la idea de que los estados no deben interferir en la libertad que practican las empresas para hacer cada vez más y más suculentos negocios ni tampoco gravar esas actividades con impuestos que luego se gastan en servicios sociales para asistir a la población menos favorecida, cuya aportación al crecimiento de la economía capitalista es irrelevante (según esas voces). Lo podemos comprender, aunque no justificarlo, porque ellos pertenecen a ese mundo de las grandes fortunas o porque están comprados por los bancos, aseguradoras o fondos buitres para que nos digan que la lucha colectiva por el reparto de la riqueza ya está pasada de moda y ahora toca disputarse individualmente las migajas que caigan de la mesa de los ricos.
Pero lo que en modo alguno se puede aceptar es que compañeros de nuestra maltrecha clase trabajadora, vecinos de barrios obreros o estudiantes universitarios con beca nos digan la misma sarta de sandeces y falsedades que los tertulianos carcas o los influencers más ultras. Repetir como loros que los pensionistas son una carga y que el sistema de pensiones es insostenible, mantener que los servicios públicos (sanidad, educación, residencias de mayores, guarderías, centros culturales y deportivos, etc.) son una costosa e ineficaz carga burocrática y que lo que de verdad va como la seda son los hospitales o los colegios privados es no tener ni puñetera idea de lo que se está diciendo. De hecho, lo que nos proponen es un modelo donde quien tenga dinero se podrá pagar esos servicios y los que no (la gran mayoría) se verán privados de esos derechos, arrancados justamente para que nadie se quedara sin cobertura.
Hemos hablado ya de esas loas ultras a lo privado, pero no es ese el único campo de sus discursos. Los podemos escuchar igualmente asegurando que los trabajadores inmigrantes tienen muchas más ayudas públicas que los españoles de cuna y que además nos quitan los puestos de trabajo y seguramente vienen a delinquir. Da igual que se les presenten estadísticas rigurosas que desmienten rotundamente esos datos manipulados; ellos seguirán repitiendo su cantinela esperando que los mensajes de odio vayan calando en la sociedad.
Tampoco son más afinadas sus alusiones al mundo del trabajo. Aquí su mensaje es que todos los sindicatos están vendidos y las luchas obreras no sirven para nada, por lo que en esta nueva etapa lo que toca es ser emprendedores y pillar cacho en esa lluvia de millones que está a disposición de las individualidades más aventureras y laboriosas. De un plumazo se olvidan de la explotación capitalista y de siglos de luchas sindicales por mejores salarios y más libertades.
Es evidente que existen ultraliberales que defienden intereses de la que es su elitista clase social o la clase a la que han vendido sus servicios, pero también contamos con seres ultrasimples, ultrabobos o ultrabanales que están proponiendo medidas que representan graves recortes de derechos y condiciones de vida para ellos mismos y sus familias.
Pero, ojo: no caigamos en el error, ante un Capital hegemónico y avasallador, de exigir un Estado fuerte como proponen las izquierdas, tanto la autoritaria como la progresista, sino que la alternativa ha de pasar por construir una sociedad organizada, crítica y empoderada que arrebate cada día a las castas políticas y económicas más parcelas para ser gestionadas colectivamente.