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Opinión
¿Crisis? ¿Qué crisis?
España salía del subdesarrollo y para el pueblo se abría un futuro en el que, todavía, todo era posible: libertades, derechos, aumento de la calidad de vida, entrada de los movimientos contraculturales y el activismo político que estaban transformando el mundo, etc. En los barrios, en la universidad y en las fábricas se vivía y se luchaba con generosidad e ilusión para romper definitivamente con cuarenta años de oscurantismo y represión.
Lo de las crisis vino algo después; llegaron el desencanto político y las reformas laborales, los recortes sociales y la precariedad en el empleo, las subidas de los precios y los desahucios por no poder pagar la hipoteca o el alquiler... Al mismo tiempo que los muy ricos, los bancos y las grandes empresas incrementaban sus beneficios vertiginosamente.
El silencio, cuando no la complicidad, de la izquierda política y sindical ante la feroz ofensiva del capital, que había visto el momento de hacer caja con los recortes a los derechos de los trabajadores y la privatización de los servicios sociales que la clase obrera había conquistado décadas atrás, trajo consigo el desencanto social y la pérdida de apoyo electoral de los partidos que se reclamaban como los genuinos representantes de las clases populares.
Hoy, cuando el retroceso de esa izquierda que pretendía jugar a dos bandas llega a niveles de mera supervivencia y la irrelevancia absoluta amenaza en el horizonte, mientras la derecha lleva la iniciativa e incrementa su espacio electoral en caladeros tradicionales de los partidos comunistas y socialdemócratas, en algunos foros progresistas empiezan a preocuparse y preguntarse por la innegable crisis que atenaza a la izquierda de toda la vida.
Al respecto de este tardío reconocimiento de que algo está fallando habría que recordar el cómplice silencio con el que desde muchos de estos foros se ha respondido a todas las tropelías que la izquierda parlamentarista ha ido perpetrando desde la caída del Muro de Berlín, por no decir desde Mayo del 68; un largo período en el que los principios y programas de la izquierda clásica han sido abandonados y sustituidos por una versión algo más light del ideario neoliberal capitalista.
La entrada en la OTAN y la integración en el bloque de las economías occidentales, la reconversión industrial, las sucesivas reformas laborales, la precarización del empleo, el retraso de la edad de jubilación y la exigencia de más años cotizados, así como el inicio de la privatización de servicios públicos tan esenciales como la sanidad, la educación y las pensiones apenas tuvieron críticas argumentadas de quienes ahora se empiezan a inquietar por el resultado electoral de las políticas reformistas asumidas por el PSOE de Felipe González y sus continuadores.
Tampoco la claudicación de los sindicatos ante la ofensiva patronal y la renuncia a promover luchas por mejorar salarios y derechos de los trabajadores motivó nunca la llamada de atención de unos analistas que no podían ignorar lo que estaba sucediendo en el campo laboral y el retroceso que se imponía a los trabajadores, muy especialmente a los jóvenes.
Haber callado reiteradamente ante tanta ignominia durante cuarenta años y reaparecer ahora confusos y compungidos por la crisis que la propia pseudoizquierda se ha cavado a pulso, es seguir sin querer contar y denunciar lo que realmente ha sucedido y sin señalar a los máximos responsables de la situación.