Actualidad árabe (y más)
El sufrimiento de Trípoli y de Darfur y la segunda muerte de Kashoggi

Líbano y Sudán sufren tragedias con decenas de civiles muertos o asesinados mientras Erdogan y bin Salman hacen las paces tras el asesinato de Kashoggi.
Darfur
El terror vuelve a Darfur con la masacre de 200 personas

Decenas de familias libanesas siguen ejerciendo presión para que las autoridades busquen a sus seres queridos en el mar, tras el hundimiento de una patera el pasado domingo con dudoso papel del ejército, acusado por parte de algunos supervivientes de haber golpeado la embarcación. En Sudán, unas 200 personas habrían muerto asesinadas en la región de Darfur a manos de la milicia Janjaweed, en un conflicto que sigue latente dos décadas después de las horribles atrocidades que se llevaron por delante la vida de centenares de miles de personas.

En Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohamed bin Salman recibe el presidente turco Recep Tayyip Erdogan en un encuentro que trata de representar el fin de la crisis diplomática desatada en 2018, cuando el periodista saudí Jamal Kashoggi fue asesinado en el consulado saudí en Estambul. En el mundo árabe, activistas y periodistas sufren desde hace años represión mediante Pegasus, la herramienta de espionaje que gusta a estados totalitarios y democráticos.

Familias libanesas buscan sus seres queridos en el Mediterráneo con o sin vida

Trípoli, la segunda mayor ciudad de Líbano, lleva días preparándose para el iftar entre el sonido de tiroteos. Son parte de la conmemoración por las personas muertas, la madrugada del pasado domingo, en hundirse una embarcación precaria que salió de las costas de la ciudad, en un intento de llegar a la República de Chipre, parte de la Unión Europea. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, la nave cargaba con 84 personas. Al menos siete de ellas han muerto, 45 fueron rescatadas y más de 30 siguen desaparecidas, con casi nulas posibilidades de recuperarlas con vida.

La tragedia y la tristeza se han apoderado de la ciudad, pero también la rabia: algunos de los supervivientes aseguran que una flota del ejército impactó hasta en dos ocasiones contra la patera, impidiendo su migración y provocando su hundimiento. Las familias de los desaparecidos han protagonizado fuertes protestas y cortes de carretera en Trípoli, pero también en otras ciudades del país, exigiendo a las autoridades que hagan los esfuerzos necesarios por devolverles los cuerpos de sus seres queridos, sea con o sin vida.

La madrugada del pasado domingo se hundió una nave precaria en la que viajaban 84 personas desde Trípoli hacia Chipre. Supervivientes apuntan a que un barco de la flota libanesa golpeó dos veces la embarcación provocando el naufragio

El ministro de Asuntos Exteriores del país, Abdallah Bou Habib, ha pedido ayuda internacional en la búsqueda de cuerpos y supervivientes. Según dice, algunos embajadores han respondido a su petición de forma afirmativa. El suceso es un recordatorio de la miserable situación del país, donde tres cuartas partes de la población se hunde bajo el umbral de la pobreza. Ya antes de la hecatombe que atraviesa Líbano desde 2019, Trípoli era la ciudad más pobre de toda la costa mediterránea.

La tensión sigue elevada en Líbano mientras el país se acerca a las elecciones parlamentarias del próximo 15 de mayo, las segundas en más de una década. Algunos grupos civiles y contrarios al statu quo que surgieron durante las revueltas de 2019 concurrirán en los comicios, pero nadie confía en que los resultados traigan nada nuevo para Líbano.

Matanza en Darfur

La violencia empezó muy pronto, cuando empezaba a clarear. Centenares de hombres armados rodearon el municipio, unos montados en motocicletas y otros subidos sobre pick-ups cargadas de armas. Lanzaron el ataque. Prendieron fuego a viviendas y a negocios, y pasaron puerta por puerta, aniquilando civiles a sangre fría. Ocurrió el pasado domingo en Kereneik, en el oeste del Sudán, y varios grupos humanitarios con presencia sobre el terreno registraron entre 150 y hasta 200 personas asesinadas.

El atentado supone el último estallido en la región de Darfur, en un conflicto latente durante las dos últimas décadas entre comunidades árabes y no árabes. Varias voces apuntan contra la temida milicia árabe de los Janjaweed, e indican que las fuerzas de seguridad del estado, lideradas por el general Abdel Fattah al-Burhan, mostraron poca oposición al ataque.

Janjaweed es el mismo grupo que a inicios de siglo perpetró auténticas atrocidades en Darfur, asesinando centenares de miles de personas con el apoyo del entonces dictador, Omar el Bashir, y del ejército sudanés. El propio el Bashir y otros autores de aquellos hechos, algunos de los cuales se encuentran entre los líderes del ejército que llegó al poder el pasado octubre mediante un golpe de estado, siguen hoy en día acusados de crímenes de guerra y de genocidio por parte del Tribunal Penal Internacional.

La población de Darfur confiaba en que la violencia habría llegado a su fin en 2019 con la caída del dictador Omar el Bashir, quien armaba milicias árabes como Janjawee, la matanza del pasado domingo recuerda sin embargo los peores tiempos del conflicto

Según la ONU, los disturbios que llevaron a la matanza del domingo —en los que murieron al menos 21 niños y niñas— empezaron dos días antes, cuando dos personas de etnia árabe fueron asesinadas tras supuestamente intentar robar ganado. Sobre el terreno, hay quien cree que las milicias intentan ocupar el vacío que dejó la retirada de la misión de paz conjunta entre la Unión Africana y la ONU, que abandonó el lugar en diciembre tras 13 años de presencia. Otros se inclinan por pensar que la transición política en la que Sudán se encontraba durante los últimos tres años ha polarizado las distintas comunidades.

La población de Darfur confiaba en que la violencia habría llegado a su fin en 2019 con la caída del dictador Omar el Bashir, quien armaba milicias árabes como Janjaweed. “Esto sigue igual que en 2003”, dice Madina Ali Mohamed, una residente de la zona, en declaraciones a The New Humanitarian: “Las milicias nos siguen matando”.

Erdogan y bin Salman hacen las paces por encima de Kashoggi

El asesinato del periodista saudí Jamal Kashoggi, supuestamente muerto el 2018 en el consulado de Arabia Saudí en Estambul, es cada vez más una cosa de pasado. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, visitó ayer el reino saudí por primera vez desde el complot que quitó la vida al periodista, un columnista del Washington Post que publicó críticas contra el príncipe heredero y líder de facto del país, Mohamad Bin Salman.

El acercamiento entre Ankara y Riad se cocinaba desde antes, pero las cosas se aceleraron el 7 de abril. Ese día, un tribunal turco transifiró a Arabia Saudí el juicio contra los 26 funcionarios saudíes supuestamente implicados en el asesinato, que estaban siendo procesados in absentia. La prometida de Kashoggi, Hatice Cengiz, apeló la decisión, pero su petición fue rechazada.

Durante la visita en el país, Erdogan se ha reunido tanto con el rey Salman bin Abdulaziz como con el príncipe, quien según la inteligencia estadounidense aprobó el plan para asesinar o capturar a Kashoggi. Además, el líder turco visitó la Meca, la ciudad sagrada más importante del Islam.

En Turquía esperan que el acercamiento de posiciones entre ambos países ponga fin al boicot no oficial de Arabia Saudí contra los productos turcos, fuertemente debilitados por la ausencia de Riad entre los importadores.

El ciberespionaje israelí llega al estado español

Hace varios años que los activistas y periodistas del mundo árabe temen a Pegasus, la herramienta elaborada por la firma israelí NSO que permite navegar por un teléfono de forma ilimitada. Regimenes autoritarios como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos o Bahrain recorren a este sistema muy a menudo, ya sea para espiar ciudadanos disidentes o para meterse en los teléfonos de los líderes de los países vecinos. 

El pasado julio, una investigación lanzada por Forbidden Stories y Amnistia Internacional —en la que participaron 80 periodistas— encontró que los clientes de NSO habían atacado a 200 periodistas, y que tenían 50.000 números de teléfono seleccionados para espiar en más de 50 países. “El abuso es generalizado y pone en riesgo la vida de periodistas, de activistas y de sus familiares”, declaro entonces la secretaria general de Amnistia Internacional, Agnes Callamard.

“Los activistas y periodistas que han sido atacados con Pegasus han sufrido psicológicamente y físicamente”, advierte SMEX, el grupo referente del mundo árabe en la protección de los derechos humanos en el entorno digital

Las explicaciones que ofrecieron tanto las autoridades israelíes como NSO no contribuyeron a rebajar la sensación de descontrol, que se expandía entre opositores de medio mundo. Adviertieron que no conocen ni supervisan los datos recogidos por los clintes de la empresa israelí, abriendo la puerta a la violación de derechos humanos a escala masiva.

Ahora, la impunidad de las herramientas de espionaje israelíes recorre las ciudades europeas, mientras ni Bruselas ni los estados miembro parecen dispuestos a prohibir unos sistemas que prefieren tener disponibles.

“Los activistas y periodistas que han sido atacados con Pegasus han sufrido psicológicamente y físicamente”, advierte SMEX, el grupo referente del mundo árabe en la protección de los derechos humanos en el entorno digital: “Muchos se han vuelto paranoicos o aislados socialmente, puesto que sienten un ojo invisible que les observa constantemente”. Otros, apunta el grupo, “han sido ejecutados justo después de ser espiados”, como en el supuesto caso de Jamal Kashoggi. Según SMEX, incluso personas que no han sido espiadas practican la autocensura como medida cautelar ante la posibilidad de tener el teléfono infectado.

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