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Actualidad africana
El fútbol no consigue enterrar uno de los conflictos más longevos de África
La primera estrella brilla en la camiseta de la selección senegalesa de fútbol, después de haber levantado por primera vez la Copa de África. Las celebraciones han copado la actualidad del país, pero ni siquiera ese entusiasmo ha neutralizado del todo uno de los episodios más graves de las últimas décadas en la Casamance. La crisis política al sur del país que se remonta a 1982 ha demostrado seguir activa. Mientras, los ecos de la violencia extremista resuenan en el norte de Benín y un ciclón arrasa Madagascar que, cada vez más, aparece como uno de los rincones más vulnerables del mundo. Una advertencia: en la economía digital no es oro todo lo que reluce.
El conflicto de la Casamance no está extinguido
Este año se cumplen cuatro décadas de la manifestación reprimida por autoridades senegalesas que desencadenó la revuelta en Casamance, al sur del país, lo que la convierte en una de las rebeliones más longevas del continente. Este año, también, se cumple una década de la tregua unilateral declarada por el Mouvement des Forces Démocratiques de Casamance (MFDC), el grupo que mantiene el conflicto con el estado senegalés, en 2012 como muestra de buena voluntad ante el inicio de un prometedor proceso de paz. Sin embargo, las últimas semanas han demostrado que el conflicto se encuentra lejos de estar extinguido. De hecho, el 24 de enero un choque entre combatientes del MFDC y soldados senegaleses en una zona próxima a la frontera con Gambia provocó, al menos, la muerte de cuatro de los miembros de la armada, mientras que otros siete fueron apresados por los rebeldes. Este episodio ha vuelto a dirigir los focos, tanto de la prensa nacional como de la internacional, sobre el conflicto que se vive al sur del país, aunque tal vez se ha visto visto eclipsado por la coincidencia de la victoria senegalesa en la Copa de África de fútbol.
El 24 de enero un choque entre combatientes del MFDC y soldados senegaleses provocó, al menos, la muerte de cuatro de los miembros de la armada, un episodio que ha vuelto a dirigir los focos de la prensa sobre el conflicto en la Casamance
Tradicionalmente, el conflicto de la Casamance ha sido poco explicado por los medios senegaleses, pero en las últimas semanas, Salif Sadio, el líder de la facción más activa del MFDC, ha recuperado protagonismo y su versión ha sido parcialmente difundida. La jugada propagandística de Sadio se ha rubricado con la entrega, aparentemente sin condiciones, de los siete soldados senegaleses que su movimiento retenía como “prisioneros de guerra”. El pasado lunes 14 de febrero, los militares fueron entregados en Gambia a una delegación formada por miembos de la CEDEAO (la organización regional de África Occidental), del ejército gambiano y de los mediadores internacionales de la comunidad de Sant’Egidio.
Esta comunidad es la que auspicia el proceso de paz que dura ya prácticamente una década y que en 2012 despertó grandes esperanzas de resolución del conflicto. En aquel momento, la facción del MFDC liderada por Salif Sadio, que mantenía la mayor capacidad de combate y que nunca se había sentado en una mesa de negociación, se avenía a dialogar y, para mostrar su predisposición, declaraba una tregua unilateral. Desde aquel momento, el proceso de paz ha experimentado considerables altibajos, entre los que se incluyen operaciones militares senegalesas a gran escala en las zonas de implantación de los rebeldes del MFDC. Estos encontronazos se han descrito habitualmente como operaciones contra el tráfico ilegal de maderas, contra el cultivo de drogas o para asegurar el regreso de los desplazados a sus pueblos, y nunca han terminado de romper la tregua.
En esta ocasión, Sadio ha explicado que el choque se produjo con soldados senegaleses que en realidad forman parte de las tropas destinadas por la CEDEAO a Gambia para garantizar la estabilidad del país. El líder rebelde ha asegurado en sus comparecencias de los últimos días que los soldados habían atravesado la frontera gambiana y había atacado las bases que el MFDC tiene en las zonas boscosas próximas, por lo que los rebeldes se habían visto obligados a repeler el ataque. En todas sus intervenciones, Salif Sadio ha mostrado una posición de firmeza, pero al mismo tiempo conciliadora, tanto hablando de la entrega de los cuerpos de los soldados fallecidos a las autoridades de la CEDEAO “para aligerar el sufrimiento de las familias”, como en la liberación sin contrapartidas de los militares retenidos.
Esta crisis, que ha sido considerada por algunos observadores como una de las más graves de los últimos años y, sin duda, desde que se iniciaron las conversaciones con la comunidad de Sant’Egidio, llega en un momento determinante para el gobierno de Macky Sall. El inicio del proceso de paz se interpretó como una victoria de Sall y como una muestra de su forma diferente de dirigir el país. Este incidente llega cuando se inicia la recta final del mandato presidencial, en un momento en el que se están criticando medidas que se consideran derivas autoritarias y en el que su poder acaba de ser cuestionado en las elecciones municipales. Eso sí, el país acaba de ganar la competición continental de fútbol.
La violencia extremista amenaza con extenderse… hacia el Sur
Está ampliamente aceptado que la violencia extremista en el Sahel ha sido una de las causas principales de la desestabilización de la región y de su manifestación más inmediata, la epidemia de golpes de Estado que se ha extendido en la zona. Los militares han aprovechado la confusión y se han erigido como salvadores en Mali y en Burkina Faso, también en Guinea aunque con características diferentes. El constante desgaste provocado por los ataques de grupos armados alimentó el clima de descontento social que propició el asalto del ejército al poder en los dos países del Sahel. Después, la incapacidad de los gobiernos y la mala gestión de las crisis asociadas hizo el resto.
En las últimas semanas, sobre todo, después del ascenso de la junta militar al poder en Burkina Faso y del conflicto diplomático que ha desencadenado la expulsión del embajador francés en Mali y ha tensado las relaciones entre los dos países, se ha ido reforzando una retórica bélica en la región. En el caso burkinés los militares intentan trasladar la sensación de que pueden ser más eficientes haciendo frente a la amenaza extremista; en el caso de Mali, el gobierno controlado por el ejército intenta demostrar que puede hacer frente a los grupos armados sin la tutela de Francia; mientras, en Níger, por ejemplo, las autoridades intentan abortar el crecimiento de la sensación de descontrol, para atajar la narrativa que desgastó a los gobiernos civiles de sus vecinos. En este clima se repiten las informaciones sobre operaciones militares, aunque tampoco faltan las confesiones sobre algunas bajas sufridas por los ejércitos.
El pasado 8 de febrero se registraron una serie de ataques a patrullas de guardias forestales del parque nacional W, en la zona de la frontera entre Benín y Níger y cerca de la de Burkina Faso. Aunque no se ha llegado a determinar la autoría, algunas versiones han apuntado a la presencia de grupos extremistas
Una de estas informaciones pone de manifiesto cómo la amenaza de la expansión de estos grupos es una preocupación en toda la región. Al mismo tiempo, la sombra del contagio de estos escenarios se proyecta más allá del corazón del Sahara e, incluso, de los límites difusos del Sahel. Concretamente el norte de Benín aparece como un espacio en el que se concentra la tensión. Los últimos días ratifican este incremento de la tensión.
El pasado 8 de febrero se registraron una serie de ataques a patrullas de guardias forestales del parque nacional W, en la zona de la frontera entre Benín y Níger y cerca de la de Burkina Faso. Aunque no se ha llegado a determinar la autoría, algunas versiones han apuntado a la presencia de grupos extremistas, mientras que otros hacen referencia a cazadores furtivos.
El resultado de los incidentes se eleva a nueve muertos, en su mayoría guardias forestales, pero también, al menos, un soldado beninés y un instructor francés. En los días posteriores, las autoridades reconocieron haber repelido un ataque a un puesto de la armada beninesa cerca de la frontera con Burkina Faso y, en este caso, sí que se hablaba abiertamente de grupos jihadistas. Y, finalmente, fuentes de la Defensa francesa aseguraron haber matado a 40 extremistas en una acción coordinada con el ejército burkinés. Es, precisamente, esta fuente la que pone en relación toda esa serie de episodios. No es la primera vez que se advierte de la presencia de grupos armados en el norte de Benín en una zona compleja por la existencia de grandes superficies de bosques de difícil acceso y por la porosidad de las fronteras cercanas con Burkina Faso, Níger y Nigeria.
Efectos del ciclón Batsirai
El paso del ciclón Batsirai por Madagascar ha sido devastador. Los últimos balances elevan la cifra de muertos a 121 personas y 29.000 personas han sido desplazadas. Las agencias humanitarias no descartan que en los próximos días estas cifras se incrementen debido a que algunos de los distritos más golpeados son zonas remotas y no se ha podido verificar toda la información. De la misma manera, se teme que continúen produciéndose fenómenos meteorológicos en los próximos días que continúen agravando las consecuencias en los lugares que ya han sufrido las consecuencias de Batsirai.
Madagascar ha sido considerado uno de los lugares en los que se están materializando las consecuencias más negativas del cambio climático. Una de las sequías más severas de las últimas décadas está empujando a un millón de personas a una hambruna letal
Más allá de algunas divergencias, Madagascar ha sido considerado uno de los lugares en los que se están materializando las consecuencias más negativas del cambio climático. Una amplia zona del país lidia con una de las sequías más severas de las últimas décadas que está empujando a un millón de personas a una hambruna letal. La ONU la consideró como la primera hambruna provocada directamente por el cambio climático. Después algunos estudios han intentado matizar que el cambio climático ha agravado una situación que realmente sería atribuible a la pobreza o la falta de infraestructuras, por ejemplo. Al margen de un estéril reparto de responsabilidades, el hecho es que las condiciones climatológicas combinadas con la acción humana están llevando a los habitantes del sur de Madagascar a un escenario extremo, ante la falta de atención de la mayor parte de planeta.
El lado oscuro de la economía digital
La economía digital aparece, a menudo, como una de las esperanzas más firmes de una forma de desarrollo en África diferente a la impulsada en los últimos años. Sin embargo, cada vez son más los actores que advierten de la posibilidad de que esa actividad económica no sea demasiado diferente a la que se articula en otros sectores. En algunos casos, de hecho, la amenaza es que las reglas del juego retrocedan en el tiempo hasta la época de la explotación colonial de los territorios y los cuerpos africanos. Ya se habla de extractivismo digital para referirse a todas las prácticas de expolio que propicia el desarrollo de la economía digital, desde la explotación de los trabajadores, hasta la extracción de recursos naturales destinados a la tecnología, pasando por el robo y el tráfico de los datos extraídos a los usuarios africanos a través de diferentes métodos.
Un reportaje de Time ha puesto el acento en las condiciones de trabajo de las llamadas granjas de datos. Los lugares en los que mano de obra africana trabaja día y noche, moderando el contenido de las redes sociales o etiquetando los datos que sirven para alimentar los sistemas de Inteligencia Artificial
Precisamente, un extenso y minucioso reportaje publicado por Time ha puesto el acento en una de esas prácticas que remite a las relaciones desiguales del pasado y al mismo tiempo conduce a escenarios más propios de relatos distópicos. En este caso, se trata de las condiciones de trabajo y de todo lo que envuelve la actividad de las que en ocasiones se conocen como granjas de datos. Los lugares en los que mano de obra africana trabaja día y noche, sin descanso, moderando el contenido de las redes sociales o etiquetando los datos que sirven para alimentar los sistemas de Inteligencia Artificial, en entornos muy diferentes a los de las ideales oficinas de las grandes tecnológicas de Palo Alto o el resto de Silicon Valley.
En esas instalaciones de Nairobi u otras ciudades de África del Este no hay futbolines, ni canastas de baloncesto, ni sofás, solo imágenes de violencia o de sexo que pasan frente a los ojos de la mano de obra más barata de la innovación tecnológica. Las compañías que han deslocalizado el trabajo más desagradecido argumentan que pagan a sus trabajadores y trabajadoras según los estándares locales, a menudo, incluso más. Sin embargo, pasan por alto que les pagan mucho menos que a sus compañeros en el Norte global y, sobre todo, que tienen muchas menos garantías de protección frente a las consecuencias, por ejemplo, psicológicas de su aportación al desarrollo de la maquinaria digital.
Uganda sabe lo que vale una invasión
La Corte Internacional de Justicia ha puesto precio a la injerencia de Uganda en su vecina la República Democrática del Congo. Ocurrió durante la que se ha considerado la Segunda Guerra del Congo, un conflicto en el que los vecinos del gigante de África central utilizaron el territorio congoleño para dirimir su diferencias o para intentar sacar tajada de la inestabilidad en un país obscenamente rico.
En esa orgía de violencia y expolio participó Uganda, aunque no solo. Ahora, el máximo órgano judicial de la ONU ha determinado que los atropellos cometidos por el ejército ugandés en la República Democrática del Congo deben ser reparados con el pago de una indemnización de 325 millones de dólares. El fallo de la Corte Internacional de Justicia señala que, de la reparación, 225 millones de dólares se corresponden a daños a personas, que incluyen pérdida de vidas, violaciones, reclutamiento de niños soldados y desplazamiento de civiles. 40 millones de dólares, pretenden reparar los daños a la propiedad y los 60 millones de dólares restantes están cuantificados por daños a los recursos naturales, incluido el saqueo y saqueo de oro, diamantes y madera.
La Corte Internacional de Justicia ha determinado que los atropellos cometidos por el ejército ugandés en la República Democrática del Congo deben ser reparados con el pago de una indemnización de 325 millones de dólares
Aunque Uganda se ha mostrado reticente a cumplir con los cinco plazos de 65 millones de dólares que establece el dictamen judicial y ha apostado por encontrar arreglos a dos bandas y que haya rebajado considerablemente la petición de la República Democrática del Congo, la decisión de la Corte Internacional de Justicia es extremadamente importante por reconocer la responsabilidad de un estado en un episodio de la historia contemporánea al mismo tiempo tan confuso como grave.
Tanzania cambia el rumbo
De la mano de John Magufuli, Tanzania se había convertido en la caricatura de un país. El obstinado negacionismo del presidente durante la crisis de la Covid19, fue aprovechado por los medios para ridiculizar sus posiciones, más que para cuestionar otras medidas que sufrían los y las tanzanas. La muerte de Magufuli en marzo de 2021 aupó al poder a Samia Suluhu que, a pesar de ser la heredera institucional de Magufuli, pronto apareció como la esperanza para una apertura del país.
Efectivamente, en los últimos meses se ha confirmado esa tendencia, al menos, a través de diferentes episodios. Destacan en esa trayectoria, por ejemplo, la apertura de una investigación independiente en la policía para esclarecer los abusos cometidos durante la última crisis sanitaria, cuando, por ejemplo, en Tanzania se detenía a algunas personas por asegurar que el virus estaba causando muertes en el país. Igualmente, se acaba de revertir la prohibición de publicación a cuatro medios de comunicación críticos con el gobierno. Magufuli les había retirado la autorización para publicar en una de sus maniobras para controlar a la prensa. Y finalmente, aunque solo sea un hecho simbólico, la propia Samia Suluhu Hassan ha anunciado la voluntad de su gobierno de conseguir poner en marcha en Tanzania una planta que tenga capacidad para producir vacunas contra la Covid19. Todo un gesto teniendo en cuenta de dónde venía.