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Actualidad africana
Un año por delante marcado por la salud, el clima, la seguridad y la gobernanza
A pesar de todos los giros con los que la realidad puede zancadillear las previsiones en los próximos doce meses, hay alguna cuestiones genéricas que probablemente marcarán el desarrollo de los acontecimientos. Ocurre, por ejemplo, con la extrema desigualdad que ha desencadenado la gestión de la crisis sanitaria y el aislamiento al que ha sido sometido el continente africano; los fenómenos climatológicos extremos tienen y tendrán, cada vez más consecuencias más graves, muchas de las cuales ya han empezado a manifestarse. Por otro lado, las violencia extremista se ha mostrado como un factor de desestabilización que confluye con un creciente descontento social.
Elecciones previstas e inciertas
El discurso más simplista presenta las elecciones como la prueba más evidente de la democracia, aunque la realidad se empeñe en desmentir esta idea reiteradamente. El año que acaba de comenzar no es un año especialmente intenso desde la perspectiva electoral en el continente africano, pero sí que acumula una considerable cantidad de incertidumbres en este ámbito. Algunas de las citas con las urnas más determinantes pueden ser las de las elecciones locales de Senegal y las presidenciales de Kenia y Angola. En el primer caso, los comicios municipales han pasado relativamente desapercibidos en Senegal y tradicionalmente no han despertado especial interés. Sin embargo, esta convocatoria, prevista para este domingo 23 de enero, es diferente, una buena parte de la creciente oposición social hacia la gestión del presidente Macky Sall, al que se considera responsable de algunos desmanes poco democráticos, se ha aferrado a estas elecciones municipales para proyectar y visibilizar su descontento, teniendo en cuenta que quedan dos años para el examen definitivo a Sall. Además estas elecciones se han ido retrasando por cuestiones logísticas desde 2019, lo que ha incrementado los agravios. Finalmente, la campaña ha generado una considerable movilización de candidaturas alternativas para las plazas más importantes del país, lo que hace que unos resultados poco claros puedan convertirse en el detonante de una nueva contestación a gran escala.
Una buena parte de la creciente oposición social hacia la gestión del presidente Macky Sall, al que se considera responsable de algunos desmanes poco democráticos, se ha aferrado a las elecciones municipales del próximo domingo para proyectar y visibilizar su descontento
Por otro lado, al menos sobre el papel, lo que está en juego en unas elecciones presidenciales es más importante, lo que hace que dirijamos la atención hacia Kenia y Angola, dos países con un considerable peso específico a escala regional, cuyas ciudadanías se dirigirán a las urnas en ambos casos en agosto. El caso keniano se presenta como un complicado escenario de recambio en el poder. El actual presidente Uhuru Kenyatta no se presenta a la reelección al haber alcanzado la limitación de mandatos, pero la entrega de su testigo se aparece envuelta por una nube de confusión. Por un lado, las elecciones de 2017 estuvieron marcadas por la actuación de los tribunales que obligaron a repetirlas. Los analistas sospechan que aquellos comicios se arreglaron detrás de los focos con un acuerdo solo relativamente secreto entre Kenyatta y el que en ese momento era el candidato opositor Raila Odinga, que se ha apresurado a anunciar su aspiración a la presidencia. Ese pacto llevaría a una transferencia plácida del poder en estos comicios. Sin embargo, el sucesor formal de Kenyatta, candidato por el partido gobernante, William Ruto, no parece dispuesto a entregar fácilmente el bastón de mando. Cuando se habla de elecciones en Kenia continúa presente el recuerdo de las graves violencias postelectorales de 2007.
En el caso de Angola, la elecciones son, en realidad, una prueba definitiva para João Lourenço y un termómetro de la salud del poder del MPLA, tras 47 años en el poder. En 2017, el todopoderoso José Eduardo dos Santos depositó prácticamente la presidencia en las manos de Lourenço. Acorralado por los escándalos de corrupción y el deterioro de las condiciones de vida de la población angoleña, el patriarca de la saga Dos Santos anunció su retirada y señaló a su sucesor entre los moderados del aparato del partido, probablemente para propiciar una renovación progresiva. Lourenço no tuvo ningún problema en ganar unas elecciones poco transparentes, pero tampoco ha sido capaz de aplacar el empeoramiento del clima social. El MPLA necesitará movilizar todos sus recursos para mantener el poder.
Sin embargo, tan importante como las elecciones ya señaladas son las que deberían celebrarse pero parecen improbables. Sudán debería elegir a su presidente pero la celebración de las votaciones están plagadas de incógnitas con la sombra del golpe de Estado de finales del año pasado y con la intensa contestación ciudadana. Las de Mali parecen completamente descartadas, debían celebrarse en febrero y rubricar la transición de la junta militar a un gobierno civil. Su suspensión sine die, provocó la pasada semana el establecimiento de un embargo por parte de la CEDEAO que ha despertado un animado debate en la región, además de una considerable movilización social y ha abierto una puerta incierta en el equilibrio de poderes y las alianzas en el Sahel y el África francófona. Inmediatamente el gobierno de Guinea, también liderado por una junta militar, advirtió que no cerrará sus fronteras con Mali y que mantendrá las relaciones y los intercambios con un “país hermano”, como lo calificaba en el comunicado oficial.
Los desastres anunciados del cambio climático
Más allá de las posiciones negacionistas, los fenómenos climatológicos extremos son cada vez más habituales. Si sus causas los alejan de la consideración de desastres naturales, por la responsabilidad de la mano humana en el cambio climático; sus consecuencia tampoco pueden asociarse a la casualidad. La vulnerabilidad hunde sus raíces en el desequilibrio del sistema mundo, en condiciones económicas, políticas y sociales y, en general, en la desigualdad. Hace tiempo, por ejemplo, que la desertificación en la región del Sahel es una de las causas de la migración de sus habitantes. En este contexto, la hambruna que experimenta Madagascar y que amenaza seriamente la seguridad alimentaria de sus habitantes, se había presentado como la primera crisis claramente provocada por el cambio climático, ya que se asociaba con la sequía más severa que el país ha sufrido en los últimos cuarenta años. El año 2021 terminó con un aparente desmentido de esta situación. Solo aparente.
La última edición del Índice de Riesgo Climático Global presentado en 2021 señalaba que cinco de los diez países más afectados por ese riesgo eran africanos, concretamente Mozambique, Zimbabue, Malaui, Sudán del Sur y Níger
Numerosos medios se hicieron eco de un estudio sobre la reducción de lluvias, la sequía y la reducción de producción de alimentos en el sur de Madagascar, realizado por el World Weather Attribution (un consorcio de investigación del Imperial College London y el Royal Netherlands Meteorological Institute). Algunos analistas interpretaron la investigación como un desmentido de la etiqueta de “primera hambruna provocada por el cambio climático” que había hecho fortuna y algunos medios se apresuraron a titular que el cambio climático no era el responsable de la crisis alimentaria en Madagascar.
La investigación señalaba que el calentamiento global podía ser el responsable de la reducción de las lluvias en la zona y uno de los factores de la sequía. Pero que la falta de producción de alimentos dependía también de la pobreza, de las infraestructuras insuficientes y de la alta dependencia de las lluvias de una agricultura de subsistencia. De manera que, indirectamente, en el estudio algunos leyeron una absolución al cambio climático, parece más bien confirmar la alianza de esta nueva amenaza con las desigualdades de largo recorrido. Es previsible, que esos fenómenos climáticos extremos, tengan un impacto mayor en los países con menos recursos para hacerles frente. La última edición del Índice de Riesgo Climático Global presentado en 2021 por el Germanwatch señalaba que cinco de los diez países más afectados por ese riesgo en 2019 (el último año valorado) eran africanos, concretamente Mozambique, Zimbabue, Malaui, Sudán del Sur y Níger.
La pandemia de la Covid, como epidemia de desigualdad
Hace ya dos años que la aparición de un nuevo virus identificado en la ciudad china de Wuhan comenzaba a abrirse paso entre las prioridades informativas. Casualmente tal día como hoy de hace dos años se había detectado el primer caso en Estados Unidos y faltaba apenas tres días para que apareciesen pacientes contagiados en Francia. Entre otras muchas cosas, la que después se consideraría Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (ESPII) y más tarde pandemia, ha provocado el agravamiento de las desigualdades y ha demostrado claramente el desprecio con el que la comunidad internacional trata a los países con menos recursos, lo que provoca consecuencias especiales en el continente africano.
Durante este periodo, diferentes episodios han servido de ejemplo de lo que se ha considerado un “apartheid” sanitario. Primero, el desigual acceso a los materiales de prevención y protección, durante la fase inicial. Después llegó el acopio de vacunas por parte de los países del Norte global, que cerraban la puerta a otros estados con menos recursos, especialmente, los africanos, por una clara desigualdad en el acceso al mercado y por unos mecanismos de patentes marcados exclusivamente por el lucro de los grupos de presión. El último de estos esperpentos fue la reacción de la comunidad internacional ante el anuncio de los investigadores sudafricanos de la detección de una nueva variante del virus de la Covid-19. El intento de bloquear todos los viajes desde el pretendido foco de la nueva cepa estuvo marcado, de manera evidente, por una lógica tan racista, como ignorante (e inútil, por cierto).
Los responsables de la OMS recuerdan que mientras en otros países se habla de generalizar la cuarta o incluso la quinta dosis de la vacuna, “apenas un 10% de la población africana está totalmente vacunada”
La semana pasada, el doctor Matshidiso Moeti, Director Regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para África, advertía: “Los primeros indicios sugieren que la cuarta ola en África ha sido abrupta y breve, pero no por ello menos desestabilizadora. La medida fundamental para contrarrestar la pandemia que tanto se necesita en África sigue siendo la misma, el aumento rápido y significativo de la vacunación contra la Covid-19. La próxima oleada podría no ser tan indulgente”. Y es que en esa misma información, los responsables de la OMS recuerdan que mientras en otros países se habla de generalizar la cuarta o incluso la quinta dosis de la vacuna, “apenas un 10% de la población africana está totalmente vacunada” (refiriéndose con “totalmente” a haber recibido dos dosis). Y el doctor Moeti lanzaba un aviso de salud global que parece que todavía no ha sido entendido por muchos: “Este año debería marcar un punto de inflexión en la campaña de vacunación contra el COVID-19 en África. Con vastas franjas de población aún sin vacunar, nuestras posibilidades de limitar la aparición y el impacto de variantes mortales son aterradoramente escasas”.
Entre la crisis social y la reivindicación del protagonismo de la ciudadanía
El papel de las movilizaciones ciudadanas marcará probablemente una de las constantes del año, con una dinámica que se ha ido consolidando y reforzando durante los últimos tiempos. Tanto 2020 como 2021, han contemplado sólidos procesos de contestación en algunos de los países con más peso del continente. La resistencia al golpe de estado en Sudán ha escenificado la conexión entre los dos años. Las protestas se iniciaron en 2021 y fueron la tónica habitual durante el último trimestre, pero no se han extinguido con la llegada de 2022 y las calles de las ciudades sudanesas siguen reclamando intensamente la salida de los militares del gobierno que una movilización popular arrancó de las manos de Al-Bashir en 2019. Por otro lado, la ciudadanía maliense también ha recibido el año en la calle, en este caso, para protestar por las sanciones que la CEDEAO ha impuesto al país (y de las que se ha hablado más arriba).
Las exigencias de una democracia de mejor calidad que se detectan en la mayor parte de los países del continente, coinciden durante este año con algunos procesos electorales que siempre exacerban el compromiso político, con las secuelas de la crisis provocada por la pandemia y con algunos elementos de crisis sociales en las economías más importante del continente como son el aumento del paro en Nigeria o Sudáfrica. Además de otros factores como el de la lucha contra los grupos armados de diversos tipos, un escenario que ha demostrado una considerable capacidad de desestabilización y que planea sobre el Sahel, el Cuerno de África, la región de los Grandes Lagos o el norte de Mozambique. De esta manera aparecen los ingredientes favorables para la contestación, al mismo, tiempo que los últimos episodios muestran que la tensión social está aumentando y que las revueltas se hacen cada vez más explosivas y con detonantes más imprevisibles.