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Para conmemorar aquel 15 de mayo de 2011, igual lo más honesto sea hacerlo a destiempo, el 14, momento en el que se escriben estas líneas, en homenaje al infinito e histórico despiste de quienes, esa tarde previa, sesteaban sin siquiera sospechar lo que al día siguiente iba a acontecer en un país que suponían desaparecido de sí mismo. Merece ese recordatorio irónico (reír por no llorar) la izquierda encantada de conocerse, ese universo militante encapsulado, esa pequeña legión de buenas gentes que fueron incapaces de detectar, 24 tristes horas antes, las condiciones objetivas para una explosión social de las dimensiones que, finalmente, ésta tendría.
Igual con este arranque ya estaría hecha la crítica pertinente a la sordera reiterada de quien se autoproclamaba, se autoproclama, se vuelve a autoproclamar, yunque, forja, faro, libro sagrado y medida de todas las cosas que atañen a las multitudes. Una década después, aquí están, aquí permanecen, con esa flotabilidad pastosa de todo lo que no merece la pena.
El papel de la memoria
Toca cualquier cosa ―hoy, mañana― menos hilar un romance recopilatorio de todos los cantos que parezcan elegías. Porque no es necesario ni justo. Quienes fuimos, somos; ni mejores ni peores. Con más experiencia, sabemos cómo no hacer algunas cosas y con quién jamás intentarlas; nos falta la llave del cuándo porque las fracturas sociales son tan intensas que ese instante puede ser ya mismo, puede ser mañana, puede incluso haber sido, tomando la forma de una explosión sorda, diferida, contenida en todos los hijos rotos de esta pandemia (¿quién podía contar con esta variable inesperada y devastadora?).
15M
Diez años del 15M: seguimos indignadas
Estamos en una era que amenaza ser de jardines cautivos, un mundo asustado, hecho sin el otro y frente al diferente, erizado de fronteras, con un reguero de cadáveres flotando en los mares que rompen en nuestras costas. ¿Merece la pena recordar el 15M, celebrar su cumpleaños? Definitivamente sí, si lo hacemos desde la memoria necesaria para un proceso en construcción permanente, para reconocer nuestra inmensa capacidad impugnatoria. No como lamento por la oportunidad perdida, por los errores cometidos. Eso no suma nada, ni siquiera agrega generacionalmente, porque gente que ahora tiene veinte años, esa misma que va a tener que lidiar, ya, con el desastre sobrevenido, eran entonces niñas y niños jugando en el parque, y nada les va a relatar esa fecha desde el recuerdo edulcorado o doliente, porque además ninguna experiencia personal tendrán, tienen, ahí incrustada. Casandras y juglares a un lado, por esta vez, y paso al frente manos con ganas de acarrear sus propios y necesarios adoquines, aptos para el aquí y el ahora.
Un largo después virtuoso, multitudinario, necesario
Nada fue lo mismo a partir de esa ocupación explosiva del espacio público y político, y no reconocerlo es perseverar en la tontería. Más allá de lo simbólico, aquella jornada arrancó una siega de paradigmas todavía inconclusa, una siega (cuidado con el adanismo) deudora de otras previas, una siega a veces en aparente retroceso pero con un hilo invisible que la conectó con múltiples disidencias pasadas. Se inició una época de movilización desconocida desde la muerte del dictador y sus años inmediatamente posteriores. Creamos, recuperamos y experimentamos prácticas virtuosas de organización, vimos nacer iniciativas nuevas, dimos la vuelta a demasiadas cosas que se daban por supuestas en un país en eterna Transición, incapaz de romper con casi nada, hijo de una maraña de pactos, de supuestos, de concesiones.
¿Merece la pena recordar el 15M, celebrar su cumpleaños? Definitivamente sí, si lo hacemos desde la memoria necesaria para un proceso en construcción permanente, para reconocer nuestra inmensa capacidad impugnatoria
Hubo periferias vivas, que no se olvide nunca, y las asambleas llegaron donde antes no se había logrado; escribo esto desde Extremadura, a 340 kilómetros de Sol, y no puedo olvidar mi anonimato satisfecho, los rostros en la Plaza de España, la alegría, la sorpresa, la tensión de formar parte de algo grande, autónomo, imprevisiblemente nuestro. Todavía me cuentan, compañeros entusiasmados, lo que hicieron en sus pueblos.
Vinieron marchas de la Dignidad, mareas de todos los colores, huelgas generales por fin del todo nuestras (¡ay, las clases y su persistencia!), herramientas de lucha traducidas en acción directa, atentas a las necesidades inmediatas de la comunidad, donde se construyen y recogen voluntades: salud, vivienda, educación... Y que no se apunten a ese carro de “lo que de verdad importa” los odiadores rojipardos de la diferencia, porque fue desde la pluralidad, a su pesar y sin atender a su retórica displicente, desde donde se logró llegar, como hacía décadas no se alcanzaba, a sembrar en la verdad de lo cotidiano.
Nada fue lo mismo a partir de esa ocupación del espacio público y político, y no reconocerlo es perseverar en la tontería. Más allá de lo simbólico, aquella jornada arrancó una siega de paradigmas todavía inconclusa, una siega (cuidado con el adanismo) deudora de otras previas
Curiosamente ―toca recordárselo a los tristes tigres de teclado―, todo esta fertilidad tuvo lugar soportando una mayoría absoluta del PP, hecho que quizás debiera hacernos reflexionar acerca de los caminos dispares que toman, tantas veces, los movimientos transformadores y las lógicas de representación institucional.
De todo aquello queda mucho aunque sea multiforme, a veces alejado del foco, reconvertido, hasta desengañado. También volaron cosas, con toda seguridad porque tocaba. También nos equivocamos y hubo errores graves, inercias insoportablemente dirigidas al abismo de lo circular y autorreferente, no fue oro todo lo que relucía, justo es reconocerlo y no pasa absolutamente nada; no íbamos a las asambleas cada tarde, con nuestros vecinos y vecinas, para construir un culto en el que poner, después, velas.
El duelo institucional y la política independizada
“PSOE, PP, la misma mierda es”, gritábamos. Las vueltas que da la vida. Ahora, el cambio “posible” pasa por gobernar con la socialdemocracia virtual que representa el Partido Socialista. Y si éste y su triste candidato se pegan la castaña del siglo en Madrid, a llorar, a llorar a su izquierda, sobre todo a su izquierda, esa que curiosamente ha cosechado unas cifras históricas que superan por primera vez al PSOE, resultados que deberían haber abierto una fase de reflexión que fuera más allá de la culpabilización de esas mayorías consideradas ayer sagradas y hoy malditas en virtud de un papel, una urna, un día. ¿Pero qué sería de nosotros sin la escenificación reiterada, cíclica, del ritual de nuestro propio funeral?
15M
Enfoques 15M, los mejores días
Esa agónica tendencia a la melancolía sí que no es nuestro Mayo, eso sí que no es destituyente; no sirven de nada las profecías autocumplidas frente a una extrema derecha que escenificó su propio y sórdido 15M patriótico a raíz del Procés, enardecida, pastando en el embrutecimiento, en la identidad, en el miedo a una crisis económica atenazante. Todo está en el aire. Que viene el lobo, como estrategia, puede funcionar un día.
“Lo llaman democracia y no lo es”, decíamos. Y, a la vez, hubo quien pensó que la representación, la institución, eran una asignatura pendiente, accesible, oportuna. ¿Acaso no reside el Poder en el Gobierno?, se insistía. Y, en consecuencia, acometió el reto; en honor a la verdad, sin que ninguno de los llamados a asaltar los cielos hubiera tenido demasiado pasado en las plazas ocupadas. Ese mito del partido creado por jóvenes profesores salidos del 15M es una leyenda épica (¿hay alguna que no lo sea?), habida cuenta de que algunas y algunos ni estuvieron, ni se les esperaba, en los fogones de las acampadas. A cada cual, lo suyo, leamos desde la verdad y no desde el deseo.
Lo político se independizó de nuestras vidas y, fruto de ello, el agotamiento de esa etapa institucional parece evidente, víctima de las efímeras pasiones que levanta el liderazgo cuando se desboca, de sus fragilidades y dependencias derivadas
Todo fue luego como fue, lo político se independizó de nuestras vidas y, fruto de ello, el agotamiento de esa etapa institucional parece evidente, víctima de las efímeras pasiones que levanta el liderazgo cuando se desboca, de sus fragilidades y dependencias derivadas, del inútil recorrido por los territorios estériles de organizaciones “como debe de ser”, verticales, canibalizantes, centrifugadoras de esa emoción necesaria en la pelea, justamente ahora que tanto se resuelve, también, en el marco de las pasiones. Ser más era, finalmente, ser más distintos, más orgánicos, más rabiosamente críticos, ser guardianas, ángeles custodios del matiz y la diferencia.
En la larga marcha de los escaños, en ese intento todavía sujeto a juicio (calma en las condenas, que morimos fatal en nuestros propios tribunales de excepción), lo que sí es cierto, incontestable, es que se perdió demasiada energía. Está exclusivamente en nuestras manos que ese ciclo que nos llevó (no a todas ni con la misma intensidad, es verdad) de rodear el Parlamento a creer que todo lo importante habitaba dentro, no concluya a la manera gatopardiana, cambiando todo para que no cambie nada. Esto no iba de renovar la clase política. Que no, que no, que no nos representan.
Los balances se conjugan en presente imperfecto
Releo lo escrito y veo que estoy hablando de este momento, desde este momento, que es lo que quería. Ni recordatorio de comunión, ni cantar de gesta, ni elogio de tiempos mejores para siempre perdidos. Ha llovido desde entonces, ha llovido a cántaros. Han nacido y casi desaparecido, en estos diez años trepidantes, partidos que pudieron gobernar. Ciudadanos, ese intento ―organizadito desde arriba― de hacer algo estéticamente incorporable a los aires de cambio ―y hacerlo con la nada y desde la vacuidad― parece condenado. Liderazgos que fueron todo se volatilizan, de Rivera nada se sabe e Iglesias va camino de casa, con Podemos en el centro del laberinto de sus eternas preguntas y autodevoraciones. Hasta la sagrada monarquía parece tocada de ala y el monarca campechano reposa en un baúl viajero de juguetes rotos.
Entender que todo forma parte de otro todo, que aquel 15M fue ola de una tempestad más amplia, de una corriente que aún se expresa en nuestras contradicciones, derrotas, pasos atrás y también hacia adelante; algo que no somos capaces aún de ver, nublada la vista por la espectacularización de la política
Han fraguado, también, realidades irrefutables, como ese movimiento feminista que ha sabido llenar las calles de un modo masivo, vibrante, desafiando la naturaleza misma, radical, de muchas explotaciones. A lo mejor, visto lo visto, lo razonable sea transformar aquellas acampadas en una marcha, ligera de equipaje, a través de la pequeña historia que nos toca transformar ―esa que nos demanda poner vida donde quieren colocar subsistencia―, construir un sujeto plural y partisano, entender que todo forma parte de otro todo, que aquel 15M fue ola de una tempestad más amplia, de una corriente que aún se expresa en nuestras contradicciones, derrotas, pasos atrás y también hacia adelante; algo que no somos capaces aún de ver, nublada la vista por la espectacularización de la política.
Deberíamos pensarnos, pensar ese día feliz de mayo en movimiento, desde el movimiento, no convertirlo en un espejo frágil con el que cargar cada mudanza imprevista, en el que buscar una juventud que ya no es tal; en el que mirarnos, sin vernos, cada día. Repasemos las imágenes de aquel tiempo si hace falta, pero busquémonos siempre en los márgenes, en esa verdad fuera de encuadre que supo sorprendernos, espectacularmente, a mitad de un mayo que parecía únicamente destinado a suceder a abril y preceder a junio, un mes primaveral, dormido, silencioso, a salvo de todas las letras mayúsculas.
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Junto con lo escrito por Amador Fernández Savater en El País, lo mejor que he leído sobre el 15M.