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Violencia sexual
El ocaso de Neil Gaiman, el maestro de la literatura fantástica acusado de violar a varias mujeres
Desde el verano de 2024 el nombre del escritor Neil Gaiman ha empezado a caer del pedestal en el que sus creaciones lo habían situado. El artífice del extraordinario cómic Sandman —un tebeo publicado por DC entre 1989 y 1996 que alumbró sueños inconfesables y anticipó pesadillas por venir— y también autor de novelas como Buenos presagios, Neverwhere, American gods o El océano al final del camino afronta un hundimiento cuyos motivos no se encuentran en sus portentosas ficciones sino en la vida real, en sus comportamientos.
En julio, el podcast Master, de Paul Caruana Galizia y Rachel Johnson en la cadena británica Tortoise Media, destapó las acusaciones de dos mujeres contra Gaiman por agresión sexual. La definitiva expulsión de este autor del olimpo podría llegar tras la publicación el 13 de enero de un reportaje en Vulture, la página web de cultura y entretenimiento de la revista New York, en el que la periodista Lila Shapiro documenta las experiencias sufridas por ocho mujeres a manos de Gaiman.
Los testimonios recogidos por Shapiro relatan duras escenas de violencia sexual ejercida por Gaiman, sin atisbo alguno de pacto previo ni de que se tratara de un juego entre iguales
Todas las historias comparten algunos rasgos, hablan de relaciones abusivas y prácticas sexuales no consentidas con mujeres menores que él, que se encontraban en una situación económica frágil. Describen cómo Gaiman las forzaba a adoptar una posición sumisa y degradante, de obediencia al maestro, como las obligaba a llamarle, sin que mediase acuerdo ni existiese palabra de seguridad que pusiese fin al acto sexual. Los testimonios recogidos por Shapiro relatan duras escenas de violencia sexual ejercida por el escritor, sin atisbo alguno de pacto previo ni de que se tratara de un juego entre iguales. Dos de ellas han denunciado ante la policía que fueron violadas y varias recibieron una compensación económica para que no contaran lo que había pasado.
Solo una de las ocho había cumplido 30 años cuando conoció a Gaiman, quien ya superaba ampliamente los 40 y era un autor prestigioso y millonario. Cinco le admiraban y dos trabajaban para él, una cuidando a uno de sus hijos y otra en una finca propiedad del escritor. Cuatro aparecen en el reportaje con nombre y apellido: Scarlett Pavlovich, Kendra Stout, Katherine Kendall y Caroline Wallner.
Pavlovich fue la primera en denunciar en comisaría a Gaiman por agresión sexual. Lo hizo en enero de 2023, tras unos meses tormentosos en los que trabajó como cuidadora de niños para el escritor y su segunda esposa, la cantante Amanda Palmer, que se encontraban en proceso de divorcio. La primera vez que Pavlovich acudió a la casa de Gaiman a trabajar, este la obligó a desnudarse en una bañera y trató de penetrarla pese a la negativa de ella. Episodios similares se repitieron posteriormente. Poco antes de que Pavlovich interpusiera la denuncia, Gaiman le pagó 9.200 dólares en concepto de acuerdo de confidencialidad.
Stout tenía 18 años cuando conoció a Gaiman en 2003. Iniciaron una relación a distancia entre escritor y fan a través del correo electrónico y la cámara web. Tres años después se citaron en un hotel y tuvieron sexo de manera muy dolorosa para ella. Gaiman le dijo que así quería que fuera, que tenía que ser sumisa con él. En 2007, en otra cita sexual, él la penetró pese a que ella se negó en varias ocasiones. En octubre de 2024, Stout denunció en comisaría a Gaiman por violación.
Kendall cobró 60.000 dólares del escritor para que recibiese terapia y para reparar “parte del daño causado”, según una llamada telefónica grabada a la que Shapiro tuvo acceso. Se conocieron en 2012 en un evento de Gaiman. Tres días después, él la invitó a una fiesta y la besó. Ella tenía 22 años e iniciaron un flirteo por correo electrónico y Skype sin pretensiones de ir más allá. Pero diez meses después se volvieron a encontrar y Gaiman se abalanzó sobre ella en el asiento de un autobús y trató de desnudarla. Kendall entró en pánico y él se apartó, diciéndole que era un hombre muy rico y que solía tener lo que quería, según cita el reportaje.
El caso de Wallner es un poco diferente al resto, porque ella es prácticamente de la misma edad que Gaiman. Junto a su marido, trabajaban como cuidadores y reparadores de una finca del escritor en un bosque en Woodstock. En 2017 se separaron y ella quedó en una posición débil, con pocos recursos y tres hijos a su cargo. Gaiman le ofreció un espacio a cambio del trabajo en la finca e iniciaron una serie de encuentros sexuales, cuando Palmer estaba ausente, que a ella le fueron resultando cada vez más desagradables. En abril de 2021, Gaiman le dijo que el espacio que le había ofrecido ya no estaba disponible y empezó a presionarla para que abandonara la finca. En diciembre de ese año, un representante del escritor le ofreció 5.000 dólares a cambio de su silencio. Ella solicitó otra cantidad mucho mayor, 300.000, y Gaiman accedió.
Además de los testimonios, el extenso reportaje de Shapiro también aborda cuestiones como la influencia sobre la obra de Gaiman de una infancia marcada por el hecho de que sus padres fuesen miembros e impulsores de la rama británica de la secta de la Cienciología; sus opiniones sobre el BDSM; o la relación de carácter abierto que mantuvieron él y Amanda Palmer.
El 14 de enero, Gaiman publicó un comunicado en su blog en el que niega que haya mantenido actos sexuales no consentidos y dice que lo que se cuenta es una distorsión de la realidad, pero reconoce que se podría haber portado mejor con muchas mujeres y que no ha sido cuidadoso sino egoísta en sus relaciones. “Estoy preparado para asumir la responsabilidad de cualquier paso en falso que haya cometido. No estoy dispuesto a darle la espalda a la verdad y no puedo aceptar que me describan como alguien que no soy, y no puedo ni admitiré haber hecho cosas que no hice”, concluye el texto.
Que le corten la cabeza (pero no queméis los libros)
A la escritora Alana Portero le ha sorprendido “muchísimo” lo que cuenta el reportaje de Lila Shapiro ya que Gaiman era “uno de los pocos por quien hubiera puesto la mano en el fuego”. La autora de la novela La mala costumbre (Seix Barral, 2023), una de las revelaciones literarias de los últimos años en España, no tiene ninguna duda de que la creación de belleza “no es patrimonio de las buenas personas”. Asegura que lo significativo de la obra de Gaiman se quedará siempre con ella, aunque no podrá evitar “una punzada de tristeza y enfado cuando vuelva a abrir uno de los volúmenes de Sandman”. También dice tener claro que si alguna de sus próximas obras le interesara, no pagará por ella.
El escritor y guionista Guillermo Zapata ha seguido el caso desde el verano. Recuerda que, cuando leyó los primeros testimonios, tuvo una fuerte mezcla de sensaciones, entre el enfado y la desconexión, una desafección súbita e intensa por lo que Gaiman, un creador fundamental en su vida, pudiera ofrecerle en el futuro. El británico fue su autor favorito cuando era adolescente, un escritor “de formación” para él, que orientó sus gustos y maneras de entender “muchas cosas” en la ficción. La persona, en resumen, que firmó los libros que a él le hubiera encantado escribir. Desde esa posición, Zapata señala que hay dos procesos simultáneos, uno relativo a los hechos —las denuncias de las mujeres y cómo reparar lo que sucedió— y otro relacionado con la obra de Gaiman, quien desde la fantasía creó un espacio para las voces tradicionalmente marginadas, vulnerables y silenciadas en la literatura. Esa condición de “obra refugio” está asociada también, en su opinión, con el personaje público que Gaiman ha creado de sí mismo en redes sociales, el tipo de persona que proyectaba. “No sé cuánto de puro cinismo tenía eso o no, pero creo que sí hace que el tipo de relación con su obra quiebre un tipo de confianza que no tienes por qué tener con autores más distantes o que tienen otro tipo de relación con su público. Los hechos puros serían igual de graves en cualquier otro autor, lo hemos visto en otros muchos casos. La forma en la que la relación con sus lectores producía un determinado vínculo sí creo que es diferente y mucho más ligada a los hechos. Quizás es lo que más rabia me da, más que las obras en sí”, lamenta Zapata, autor de Perfil bajo. Libertad de expresión, ansiedad tecnológica y crisis política (Lengua de Trapo, 2019), un ensayo en el que plasmó sus reflexiones sobre las consecuencias de la intervención en la esfera pública.
Shapiro precisa que, durante la mayor parte de su carrera, los lectores no identificaron a Gaiman con el violador Madoc, que aparece solo en un número, sino con Sandman, la fuente inagotable de la historia
En el reportaje, Shapiro establece una comparación entre Gaiman y uno de los personajes que apareció brevemente en los tebeos de Sandman, el escritor Richard Madoc. Este es un autor de relativo éxito con su primer libro pero que no encuentra la inspiración para el segundo hasta que otro escritor le ofrece a Calíope, una joven que lleva encerrada en una habitación de su casa más de 60 años. Madoc abusa de ella reiteradamente y su carrera vuelve a relanzarse, hasta que Sandman la libera y lo condena. Shapiro señala que, al igual que Madoc, Gaiman se ha nombrado feminista; ha ganado importantes premios, como Madoc; y también ha sido visto como una figura que trascendió y transformó los géneros en los que publicó, del mismo modo que el escritor ficticio. Pero Shapiro precisa que, durante la mayor parte de su carrera, los lectores no identificaron a Gaiman con el violador Madoc, que aparece solo en un número, sino con Sandman, la fuente inagotable de la historia. Esa identificación, a la luz de lo ahora revelado, parece estar viviendo sus últimos días, generando una disonancia difícil de gestionar por parte de quienes admiran la obra del autor. “La relación entre arte y público es muy personal, es un acto íntimo, no me atrevería a dar consejos”, dice Portero acerca de cómo encarar esa desazón. Para ella, ni siquiera un autor “tiene derecho a robarme esa intimidad con su propia obra. Una vez está fuera de sus manos, es mía, la he traducido a mi particular lenguaje de lo hermoso, lo terrible, lo pedagógico o lo metafísico. Dejar el mayor placer de mi vida en manos de un indeseable para que me lo quite con sus acciones de mierda me parece injusto y sencillamente no va a pasar”.
Según Montserrat Terrones, editora de Garbuix Books, un sello especializado en cómic de no ficción, casi ensayos en forma de viñetas, lo que sucede es que “ya sea consciente o inconscientemente, proyectamos el valor artístico de las obras en forma de valor moral en las personas que las han creado”. Ella sugiere que se parte de una premisa equivocada, que los artistas son seres casi inmaculados, cuando en verdad son personas como el resto, lo que les hace tan susceptibles “de cometer actos delictivos o que la sociedad no considera correctos como a cualquier otro ciudadano. De aquí viene la decepción. Trasladamos la excelencia de sus obras a sus personas, y esto es un error. Son solo humanos”.
Terrones introduce una de las discusiones recurrentes en los últimos años, cuando desde los feminismos se ha señalado la incoherencia que manifiestan algunos autores y sus creaciones: “Yo soy partidaria de separar a las obras de sus creadores. Las considero entidades independientes. De la misma forma que no le voy a quitar valor a una obra porque su creador haya realizado acciones que me parezcan deplorables, tampoco le voy a dar un valor a una obra que no lo tiene porque considere que su autor es muy buena persona”. Esta editora señala que la distinción no es fácil pero sí necesaria, “aunque el marketing editorial ha hecho mucho por fundir la figura del autor con su obra”.
En el ensayo ¿Se puede separar la obra del autor? (Clave Intelectual, 2021), la académica francesa Gisèle Sapiro trataba de dar respuesta a esa pregunta tan en boga desde que las denuncias del #MeToo apuntaron a las agresiones machistas realizadas por artistas. Su conclusión es ambivalente: sí y no. Sí se puede porque, según Sapiro, “la identificación de la obra con el autor jamás es completa” y porque a este la obra siempre acaba “escapándosele” tanto durante el proceso de producción como en el de recepción. Y no se puede porque la obra “lleva la huella de una visión del mundo, y de unas posiciones ético-políticas más o menos sublimadas y metamorfoseadas por el trabajo sobre la forma”. Para esta investigadora, lo que importa es “analizar la obra en su evolución, poniendo en relación las estrategias del autor y las estrategias de creación con las transformaciones del campo de producción cultural donde esta se inscribe y que le confieren su significación”.
Volviendo al caso de Neil Gaiman, Guillermo Zapata opina que las obras siguen siendo interesantes y tienen autonomía, por eso insiste en que “una parte de lo perverso tiene que ver con el propio personaje Gaiman, con la cercanía, con la condición un poco de ‘amigo/inspiración/miembro de una comunidad’”. Él tiene la sensación de que la forma en la que Gaiman abordó las adaptaciones de sus obras al cine y la televisión tiene “mucho más que ver con ‘El Personaje Gaiman’ que con los libros en sí. Y creo que eso sí se quiebra totalmente, pero Sandman sigue ahí, American gods sigue ahí, Buenos presagios —que ahora una parte de los fans le atribuyen con bastante gracia solo a Terry Pratchett— sigue ahí, pero habrá que recontextualizarlas y quizás en algunos casos olvidarlas. Nada es tan fundamental como para que sea obligatorio rescatarlo, tampoco”.
Según la escritora Alana Portero, la reevaluación crítica de la obra de Gaiman “va a buscar las inevitables grietas a través de las que inevitablemente la oscuridad y la violencia de Gaiman aflorarán. Eso, paradójicamente, hará más complejo y rico su trabajo. Y a él más detestable”
Sobre esa nueva evaluación que habrá de hacerse teniendo en cuenta lo que ahora se conoce sobre el autor y poniendo la creación sobre esa lupa, Alana Portero pronostica que la obra de Gaiman “no va a ser peor, va a ser más oscura, el producto de una mente violenta tratando de contarnos quién es de un modo que no le avergüence” y menciona la tensión que se produce cuando “un monstruo carga su obra de valores que son objetivamente positivos”. Para ella, la reevaluación crítica “va a buscar las inevitables grietas a través de las que inevitablemente la oscuridad y la violencia de Gaiman aflorarán. Eso, paradójicamente, hará más complejo y rico su trabajo. Y a él más detestable”.
Zapata considera que ahora mismo es ineludible “leer sus obras iluminadas por los hechos que hemos conocido”, pero desconoce si dentro de diez años se leerán igual o se leerán siquiera. Para él, admite, “ya no hay forma de leer Calíope separada de estos hechos. Pensarla desde ahí. Leer desde ahí esta advertencia de ‘los escritores mienten’, ‘los escritores no son de fiar’ que el propio Gaiman colocaba en el relato”.