Túnez
Gabes, 50 años de muerte lenta

Entre vertidos químicos, suelos estériles y redes vacías, las comunidades locales del sureste de Túnez resisten y lideran una lucha ambiental y social que atraviesa fronteras.
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Mural a la entrada de Gabes. Irene Redondo
19 ene 2025 06:00

Lo primero que impacta al llegar a Gabes es el mural de una figura con una máscara antigás que ocupa todo un muro blanco desgastado. A su lado, las palabras “50 years of slow death” (50 años de muerte lenta), destacan en letras negras y rojas, junto a la silueta de una chimenea que escupe humo negro. A los pies de las escaleras, un grupo de mujeres conversa, como si la vida diaria no pudiera detenerse bajo esta advertencia. Este muro, que combina la denuncia y la amenaza, resume la resistencia de la comunidad de Gabes frente a una crisis ecológica y social que amenaza un oasis único del mapa.

El Golfo de Gabes, situado en la costa sudeste de Túnez, guarda el único oasis costero del mundo. Durante siglos, este paraíso ecológico, donde las palmeras parecen tocar el mar, ha sido el sustento de comunidades que dependen de su biodiversidad para la agricultura, la pesca y la recogida de agua. Sin embargo, la región se transformó en un escenario de devastación ambiental con la llegada de la industria petroquímica y fosfatada, que amenaza con destruir su ecosistema y el tejido social que lo sostiene. Mientras la producción de fertilizantes beneficia a las industrias agrícolas de la Unión Europea y de otros países, la población local de Gabes sufre la contaminación de su tierra, agua y aire, sin obtener soluciones a los problemas de salud y ambientales que enfrentan.

Un oasis envenenado: la herencia colonial del progreso

La llegada de las industrias a Gabes fue presentada por el Gobierno tunecino como un emblema de modernización y autonomía económica tras la independencia de Francia. Sin embargo, lejos de romper con las estructuras coloniales, estas iniciativas replicaron las mismas lógicas extractivistas que priorizan la explotación de recursos para beneficio externo sobre las implicaciones ambientales y el impacto sobre las comunidades locales. Desde los años 70, este modelo de desarrollo mantiene a Gabes atrapado en un ciclo de dependencia económica y marginación, perpetuando las desigualdades del pasado.

A pocos kilómetros de las plantas industriales, el agua del Golfo de Gabes está cubierta de una capa aceitosa que emana un olor químico

Mohamed, un agricultor que lucha por mantener su huerto, lo describe así: “Los fosfatos trajeron dinero para unos pocos, pero lo que nos da de comer ahora está muerto”. La desaparición progresiva de los huertos que una vez fueron los más fértiles del Magreb refleja la tragedia de Gabes.

Además, a pocos kilómetros de las plantas industriales, el agua del Golfo de Gabes está cubierta de una capa aceitosa que emana un olor químico. Esta chott al-mout, o orilla de la muerte, como se refieren a ella los pescadores locales, apenas alberga vida marina como resultado directo del vertido masivo de fosfoyeso al mar. “Cada día, vuelcan toneladas de fosfoyeso sin ningún tipo de tratamiento, liberando metales pesados, elementos tóxicos y materiales radiactivos”, denuncia Khayreddine Debaya, ingeniero civil, agricultor y presidente de la sección de Gabes de la Liga Tunecina para la Defensa de los Derechos Humanos.

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Polo industrial de Gabes. Irene Redondo

Diferentes estudios estiman que la planta industrial de Gabes genera cerca de 16 millones de toneladas anuales de este subproducto, que contiene componentes peligrosos como cadmio y otros elementos radiactivos. Aunque las regulaciones internacionales prohíben el vertido de fosfoyeso, dichas normas no se aplican en Túnez, lo que ha permitido que las aguas del golfo soporten esta contaminación durante décadas.

Frente a la devastación medioambiental, el abandono estatal y la voracidad de las multinacionales, Gabes ha encontrado en la organización colectiva una herramienta de resistencia

“La contaminación ha transformado profundamente el modo de vida de la población de Gabes. La magnitud de la contaminación industrial es enorme y ha obligado a muchas personas a desplazarse. La gente más pobre, en cambio, se ve forzada a normalizar esta catástrofe que ha dejado a gran parte de la población sufriendo diversas enfermedades relacionadas con la contaminación”, explica Debaya.

Así, los efectos de la contaminación industrial no solo son visibles en la tierra y el agua, sino también en los cuerpos de sus habitantes. Durante años se ha documentado el aumento de enfermedades crónicas entre la población de Gabes, incluyendo problemas respiratorios, cánceres de pulmón y piel, y enfermedades renales. Los niños y niñas, particularmente vulnerables, presentan tasas elevadas de asma y otras afecciones relacionadas con la exposición prolongada a químicos tóxicos. Estos problemas de salud reflejan cómo son las vidas tras décadas de negligencia y extractivismo desenfrenado.

La resistencia desde el oasis y las voces comunes

Frente a la devastación medioambiental, el abandono estatal y la voracidad de las multinacionales, Gabes ha encontrado en la organización colectiva una herramienta de resistencia. Movimientos sociales, marchas y protestas han logrado visibilizar su lucha a nivel global, conectándola con otros movimientos climáticos y de justicia social.

“Después de 2011, tras el levantamiento popular y el clima de libertad, se llevaron a cabo numerosos movimientos y acciones populares para detener la contaminación. Entre ellos, Stop Pollution, fundado en 2012 por jóvenes de la región”, explica Debaya, quien también es uno de los coordinadores de esta organización.

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El puerto de Gabes. Irene Redondo

“Nuestra lucha es universal. Somos conscientes de que compartimos un destino común, enfrentando un sistema capitalista que ignora tanto el impacto en la naturaleza como en las personas que vivimos en ella”, afirma Debaya. Estas palabras reflejan el discurso de muchas luchas en el Magreb, donde la resistencia al extractivismo y la contaminación se entrelaza con demandas de autonomía y derechos.

En este mapa, el Magreb emerge como núcleo de resistencias, movilizaciones y luchas, lideradas desde las periferias. De Gabes a Marruecos, las comunidades protegen sus territorios, integrando las voces y necesidades de quienes viven los efectos más severos de la crisis climática.

Mohamed, agricultor: “Los fosfatos trajeron dinero para unos pocos, pero lo que nos da de comer ahora está muerto”

Gabes también ha sabido tejer alianzas y estrategias comunes con otras regiones del mundo. En Huelva, España, las industrias químicas han dejado un rastro de contaminación similar y este nexo ha generado una unión que busca aumentar la presión sobre las multinacionales y los Gobiernos. La lucha por la justicia ambiental trasciende lo local, formando parte de una crisis global que exige respuestas estructurales, donde las alianzas entre comunidades afectadas facilitan el intercambio de estrategias y desafían un modelo económico que privilegia el lucro sobre la vida.

Desde este oasis herido, sus habitantes pelean cada día contra el extractivismo que pone precio a la naturaleza y a sus vidas. En las palabras y acciones de los agricultores, los pescadores y los jóvenes activistas, Gabes se resiste a desaparecer.

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