Tribuna
Porque no pasa nada... cómo prepararse para cuando pase

Por ahora todavía no hay ni ley de vivienda que solucione la cuestión ni derogación de la reforma laboral tras casi dos años transcurridos desde la firma del acuerdo de gobierno, pero las grandes empresas se han llevado todos los fondos europeos, que podrían haber servido para reforzar lo público.

Es militante de anticapitalistas y de la redacción de Viento Sur.

Militantes de Anticapitalistas
16 oct 2021 06:00

En una columna de hace semanas, el periodista Pablo Elorduy se preguntaba por qué la subida de los precios de la luz no provocaba reacciones entre las clases populares. Nos arriesgamos a formular algunas respuestas relacionadas con la fase política en la que estamos inmersos y los retos que surgen para las fuerzas sociales y políticas que aspiran a la transformación social.

Como reflexión preliminar, es obvio que hay que evitar incurrir en el economicismo vulgar en el que muchas veces ha caído la tradición marxista y que, en demasiadas ocasiones, se tradujo en impaciencia y estrategias frustrantes. Los agravios sociales, las desigualdades, y los abusos del poder económico no se traducen automáticamente en movilización. Hay factores políticos que confluyen y generan un determinado punto de partida. En este caso, la pandemia ha generado un agotamiento social que se imbrica directamente con el agotamiento político.

La semana política
¿Por qué no pasa nada?
La subida sostenida del precio de la electricidad no ha provocado movilizaciones relevantes. ¿Qué elementos determinan la actual incapacidad de los movimientos sociales y la izquierda para convocar protestas masivas?

 

A ello se suma que toda una generación, la que estuvo intensamente movilizada desde el 15M y Podemos, sufre un proceso de astenia crónica tras volcarse exclusivamente en la esfera institucional y abandonar la articulación de lo social a la par que comienza a intuir que se cerró una ventana de oportunidad, lo que se traduce en la retirada de la acción política, ya sea hacia la esfera privada, ya sea hacia campos más vinculados al radicalismo cultural. Por otro lado, es obvio que buena parte del llamado “pueblo de izquierdas” ha apostado por sostener pasivamente al gobierno ante la amenaza de la extrema derecha. Pasivamente, porque eso no significa que estén dispuestos a defenderlo activamente, ya que el gobierno progresista no ofrece mucho que defender en su balance, más allá de juegos retóricos en torno a victorias históricas que solo existen en forma de tuits. Todo ello denota el fracaso de los proyectos políticos que se pusieron en marcha.

A su vez el cuadro económico presenta una serie connotaciones que fortalecen el poder material de la burguesía y deteriora el de las clases trabajadoras bajo el mandato del actual gobierno. Tras la bajada de la actividad económica y caída del PIB con la pandemia se ha experimentado un efecto rebote inicial seguido de un lento y continuado crecimiento si bien no se ha llegado a la situación de 2019. Mientras tanto los salarios reales se han debilitado disminuyendo acompañados de unas subidas del salario mínimo interprofesional por debajo del aumento de los precios, lo que en un contexto de repunte de la inflación de entorno al 4% significa un empobrecimiento de la clase trabajadora. Fenómeno que va aparejado a una nueva concentración del capital a expensas de las pymes, lo que unido a lo anterior significa un fortalecimiento del gran empresariado. Ello no es ajeno a la opción que adoptó el gobierno de rescate del capital y de subvencionar los costes laborales y sostener la demanda de consumo -renunciando a una inversión pública que habría tenido efectos estructurales positivos- a costa de las arcas públicas, o sea de un incremento de la deuda pública sin precedentes.

Lo que apuntan los Presupuestos Generales del Estado es por una parte el anuncio de un aumento de los ingresos del estado sin mediar una reforma fiscal, lo que convierte en inverosímiles las cifras

En este contexto lo que apuntan en la medida de lo que se sabe fuera de La Moncloa hasta el momentolos Presupuestos Generales del Estado es por una parte el anuncio de un aumento de los ingresos del estado sin mediar una reforma fiscal, lo que convierte en inverosímiles las cifras, y, por otro, unas indeterminadas medidas de gasto social, parte de las cuales están encaminadas a favorecer, al igual que el empleo de los Fondos europeos, la reactivación del negocio de diversos sectores empresariales sin que se puedan cumplir los objetivos proclamados de un nuevo modelo productivo.

Las débiles fuerzas organizadas de la izquierda social y política han optado por la táctica de concertación social, en el marco de las restricciones impuestas por el poder empresarial. El resultado es muy desigual: por ahora todavía no hay ni ley de vivienda que solucione la cuestión ni derogación de la reforma laboral tras casi dos años transcurridos desde la firma del acuerdo de gobierno, pero las grandes empresas se han llevado todos los fondos europeos, que podrían haber servido para reforzar lo público.

Mientras la izquierda continúa con su imaginaria conquista del Estado, la realidad es otra. Los movimientos sindicales y sociales que han adoptado una lógica de apoyo/negociación con el gobierno van perdiendo despacio tanto poder social como capacidad de combate y autonomía organizativa, sin que, todo hay que decirlo, se fortalezcan opciones de lucha más antagonistas o impugnadoras. El clima de normalidad y “calma chicha” social se estira, mientras se inicia un nuevo ciclo precario de recuperación económica, sin que estos actores puedan incidir en él.

Las fuerzas sociales vinculadas al progresismo pierden incesantemente poder de fuego y combatividad. Esto es: están cada vez en peores condiciones de evitar nuevos embates, consolidar reformas y evitar futuros ajustes.

Las fuerzas sociales vinculadas al progresismo pierden incesantemente poder de fuego y combatividad. Esto es: están cada vez en peores condiciones de evitar nuevos embates, consolidar reformas y evitar futuros ajustes. Bajo el gobierno actual, la clase trabajadora va desgastándose, debilitando sus fuerzas y retrocediendo en posiciones objetivas y subjetivas bajo el peso ciego de la dialéctica crisis-recuperación. Se genera así una situación que bloquea el surgimiento de una oposición alternativa al modelo neoliberal progresista. El péndulo gira, todo el mundo sabe que la situación se está pudriendo y el futuro se torna turbio e incierto.

¿Dónde poner el acento?

La respuesta de un sector de la intelectualidad ligada al campo progresista (periodistas, intelectuales orgánicos, expolíticos) es, cuando menos, curiosa. En ningún momento se cuestiona la apuesta de fondo (destrucción organizativa, gobernismo sin reformas) que ha llevado a esta situación de crisis. El nuevo truco es apelar a una especie de autonomía difusa de lo social, que viene a decir que hay que “construir en la sociedad civil” para poder avanzar desde el gobierno: necesitamos la presión del pueblo, su auto-organización. Uno solo se puede reír cuando los mismos que han combatido esa posibilidad, y a las corrientes políticas que defendían esa tesis, se agarran ahora a ella para excusarse ante la impotencia de su estrategia política. Es una nueva modalidad de subordinación de la actividad de masas a las maniobras e intereses de las fuerzas gobernistas que hasta ayer mismo han contribuido a la desmovilización y desorganización popular para no poner trabas ni cuestionar al autodenominado “gobierno de progreso”. Y más en un momento donde la táctica política indica que hay que hacer todo lo contrario.

El campo de presión para lograr avances sociales y en el terreno de los derechos, en una situación de agotamiento social y político, debe situarse en el eslabón más débil, contando con las fuerzas realmente existentes. Y donde la izquierda tiene mejor relación de fuerzas hoy en día, no es en las calles, por las razones que hemos explicado más arriba: es en el parlamento. Esta tesis suena chocante, pero lo que es chocante es que tanto Unidas Podemos como todos los partidos de izquierda parlamentaria, sin los cuales el PSOE no podría gobernar, sean incapaces de plantarse ante él. Por ejemplo, no votar los presupuestos con el PSOE y amenazar al PSOE con hacerle perder su poder (lo único que le importa a Pedro Sánchez) si no cumple antes de su aprobación con un programa de mínimos que incluya la derogación de la reforma laboral, la ley de alquileres que solventen la cuestión y fuertes inversiones que garanticen derechos sociales por un largo periodo, así como medidas expeditivas en el terreno de la propiedad contra las eléctricas. Seamos claros al hilo de esto último. De nada vale pedir la nacionalización de las eléctricas sin exigir la táctica que la haga posible. No es solo contradictorio, es funcional al retroceso que estamos viviendo.

Una izquierda que no se atreve ni a amenazar la recuperación de beneficios del capital para conquistar derechos para la clase trabajadora es una izquierda destinada a perder todas las batallas o “pulsos”

Una izquierda que no se atreve ni a amenazar la recuperación de beneficios del capital para conquistar derechos para la clase trabajadora es una izquierda destinada a perder todas las batallas o “pulsos”. La lucha dentro del Estado no consiste en montar academias para formar jueces, sino en amenazar con romper el poder. “Pactos sin espadas son solo palabras”, decía Hobbes, una lección que, por cierto, nos enseñaron a muchos en Podemos los que ahora le suplican al PSOE que cumpla con sus acuerdos.

¿Cómo reaccionar?

A la izquierda se le acaba el tiempo. Ni la figura de Yolanda Díaz ni apelaciones a la unidad los aparatos de los partidos de la izquierda oficial ya ni se molestan en fingir que hay un debate político en torno a su contenido— van a permitir afrontar la crisis política que viene, por más que durante un periodo se evite parcialmente el derrumbe electoral total. Si la izquierda no reacciona (y no parece que lo vaya a hacer), quizás haya que prepararse para otra fase, en la cual la indignación ante el saqueo material y moral de la multitud no se exprese a través de los canales habituales de la izquierda.

Los movimientos en la España Vaciada auguran el surgimiento de un tercer momento populista en España, tras el populismo insurgente del primer Podemos y el pos-fascismo para pijos de Vox.

Los movimientos en la España Vaciada auguran el surgimiento de un tercer momento populista en España, tras el populismo insurgente del primer Podemos y el pos-fascismo para pijos de Vox. Sin olvidar que el sector más afectado por cuestiones como la subida de la luz carece de representación política o de vínculos institucionales a través de los cuales expresarse: cuando decidan movilizarse, no será por la izquierda, será contra ella. Lo que de ahí surja lo llamarán anti-política, pero será la respuesta ante el fracaso de los que dijeron que con ellos nacía una “nueva política”.

De confirmarse esta hipótesis no son pocos los interrogantes y riesgos sobre la orientación que puede adoptar la impugnación. En todo caso va a abrirse un nuevo campo de disputa por la dirección del descontento y no cabe descartar la influencia de ningún agente político, incluyendo los más nocivos— y por la hegemonía ideológica entre los nuevos componentes de la escena. Asimismo, va a presentarnos grandes retos en la concepción y construcción de las alianzas políticas y sociales que configuren un nuevo bloque contrahegemónico. Y comenzamos de muy atrás, con debilidades y ataduras. No sabemos por dónde irá todo el trayecto, pero al menos tenemos bastantes pistas sobre lo que no hay que hacer y algunas pocas de lo que sí hay que intentar.

Si no volvemos a poner encima de la mesa la democracia como salida a la crisis ecosocial en curso, las soluciones autoritarias se fortalecerán

Recomenzar no es fácil y las energías sociales no se activan con un botón. Apostar por la movilización unitaria y evitar una excesiva dispersión parece ser la única fórmula sensata para desbloquear la situación y “reiniciar” la acción política, entre otras cosas, porque la actividad colectiva permite reforzar la confianza en nuestras fuerzas, nos exige dialogar sobre lo necesario y acordar hasta dónde sea posible. Teniendo en cuenta, a la luz de la experiencia, que las movilizaciones que salen muy mal no es que no sumen, es que restan. De ahí la necesidad de enfocarlas y organizarlas concienzudamente. Y en paralelo aprovechar las posiciones representativas en las instituciones para evidenciar la existencia de alternativas y apoyar la movilización por embrionaria que sea. En ese sentido, la iniciativa “Decidamos Todo” que trata de impulsar la convocatoria de un referéndum para que la gente exprese su opinión sobre la propiedad de las grandes eléctricas y la vivienda es un modesto paso en esa dirección. Si no volvemos a poner encima de la mesa la democracia como salida a la crisis ecosocial en curso, las soluciones autoritarias se fortalecerán.

Actuar desde las instituciones, pero muy especialmente desde fuera de las mismas, y en ambos casos con total independencia respecto a los gobiernos. Ello es una condición sine qua non si se pretende recuperar un espacio para el movimiento social y para la izquierda política. Hacer la crítica pertinente sin cortapisas, ofrecer con claridad y sin miedo las alternativas frente a las políticas del capital, poner en valor un proyecto de sociedad ecosocialista, lo que exige un notable trabajo teórico de elaboración, pero también de comunicación. Y paralelamente impulsar un trabajo molecular de construcción de nuevas identidades y solidaridades de las gentes de abajo que favorezcan su autoorganización. Esta y no otra, es la vía para parar a la derecha, conjurar el peligro de la ultra y superar de una vez las políticas compasivas del neoliberalismo progresista que sustentan al gran capital y apuntalan su sistema político declinante e incapaz de resolver las grandes crisis en curso.

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